Lo de Alfredo Pérez Rubalcaba no tiene nombre. No sé si considera que la gente es tonta o el tonto es, directamente, él por pensar que los electores van a picar en el anzuelo tan burdo que lanzó el pasado sábado en su discurso en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid. Después de llevar […]
Lo de Alfredo Pérez Rubalcaba no tiene nombre. No sé si considera que la gente es tonta o el tonto es, directamente, él por pensar que los electores van a picar en el anzuelo tan burdo que lanzó el pasado sábado en su discurso en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid. Después de llevar varios años en el gobierno de la nación, primero como Ministro de Interior y más tarde también como Vicepresidente Segundo, va ahora y dice, en un discurso que sonaba ampuloso, falso y embaucador, que sí, que él es el hombre, que precisamente la persona que este país necesita para salir del embrollo en el que andamos metidos es él, porque nadie como él encarna los valores de la socialdemocracia y de la solidaridad y bla, bla, bla. Y todo eso, como si él, durante estos ocho años de gobiernos socialistas capitaneados por Zapatero y subcapitaneados por él mismo (¿o ha sido al revés?), no hubiese tenido la menor responsabilidad. Vivir para ver.
De todas las lindezas que el sábado soltó en el discursito de marras, a mí, supongo que como a la mayoría de los que lo hemos visto en televisión, la que me sorprendió de una manera especial fue esa de que él tiene la receta para acabar con el paro. Hace falta tener la cara dura para decir algo así. Casi cinco millones de parados y ahora resulta que el Vicepresidente del Gobierno de España tiene la receta para acabar con el paro. Y el tío, día sí y día también, departiendo con Zapatero y no se le ha ocurrido contársela. Digo yo que ya podría haberle echado un cable a su jefe y haberle contado cuáles son las medidas necesarias para crear empleo, si tan claro lo tiene.
No obstante, no fue esta la única ocurrencia que el sábado el ya ex Vicepresidente lanzó en su discurso. De esta manera, nos contó que ya tiene ultimado o casi, un programa electoral, y según dijo, va a ser la leche de izquierdoso, tanto que Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy, mucho nos tememos, le van a retirar el saludo. Rubalcaba anunció que si llega a ser Presidente del gobierno establecerá un impuesto sobre el patrimonio, para que paguen más lo que más tienen. La medida me parece magnífica. El único problema es que ese impuesto ya existía y su gobierno lo abolió. También anunció su intención de cambiar la ley electoral, porque, resulta evidente, está pensada para que gobiernen siempre los mismos y distorsiona la pluralidad política del estado español. Lástima que durante todos estos años no se le haya ocurrido cambiarla, a pesar de que esa medida es un clamor popular. También hizo una defensa férrea del sistema público de salud («no voy a acordar nada que debilite nuestro sistema de salud. Y nada es nada.», argumentó), ese mismo sistema al que ellos no acuden cuando están enfermos, o de la escuela pública, esa misma en la que jamás pondrán un pie ni sus hijos ni sus nietos, porque entre otras cosas, sus leyes la han convertido en una megabasura.
Rubalcaba habló en su discurso de igualdad de oportunidades, de defender «a los que progresan con esfuerzo y no a los que lo hacen engañando y especulando» (esto me suena de algo), de poner freno a los paraísos fiscales, de la solidaridad con los que lo están pasando mal, de la igualdad entre hombres y mujeres, de apoyar a los que pierden su vivienda porque no pueden hacer frente al pago de la hipoteca, de bancos y cajas, de inversión pública, de recortes, de pensiones y, habló, sobre todo, de la firmeza férrea en las convicciones. De todo eso habló Rubalcaba. Lástima que las palabras no sirven para nada. Porque al fin y al cabo lo que cuenta son los hechos. Y los de Rubalcaba como los del gobierno al que ha pertenecido durante mucho tiempo, han ido en la dirección contraria.
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