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Las mujeres del Africa mutilada

Fuentes: Observatorio de Conflictos

PRESENTACIÓN: Mediante el presente trabajo no pretendo simplemente describir la situación de la mujer a lo largo de la historia del África Subsahariana, sino que mi ambición (tal vez desmedida para el nivel actual de mis conocimientos sobre el tema) es indagar acerca de las profundas raíces históricas que entrelazan la crisis actual de los […]

PRESENTACIÓN:

Mediante el presente trabajo no pretendo simplemente describir la situación de la mujer a lo largo de la historia del África Subsahariana, sino que mi ambición (tal vez desmedida para el nivel actual de mis conocimientos sobre el tema) es indagar acerca de las profundas raíces históricas que entrelazan la crisis actual de los pueblos africanos con las «situaciones» de sus mujeres.

Con «situación» me estoy refiriendo a mucho más que al padecimiento, por parte de estas mujeres, de prácticas tales como la mutilación genital. Esta práctica, que sin duda es objetiva y subjetivamente aberrante, parece ocupar el centro de las preocupaciones de los organismos occidentales de derechos humanos y la prensa internacional con respecto a la realidad de las mujeres del continente africano, dejando de lado muchos otros componentes de esta realidad que son igualmente «aberrantes». No obstante que muchas mujeres de África (así como sus congéneres en todo el Tercer Mundo, y por qué no, en el «Primero»), viven realidades cuasi-inhumanas, estas dificultades actuales no dan cuenta del conjunto de su «situación», es decir del lugar que ocupan en su sociedad; y aún menos del recorrido histórico de su rol social. Lo que intento decir es que la vida de la mujer es y ha sido siempre mucho más que un simple «padecimiento», lo que implica que además de superar las miradas fuertemente etnocéntricas y patriarcales, también debemos hacerlo con las posturas puramente victimizadoras, las que en vez de conducir a una completa enmancipación de la mujer, la condenan a ocupar ese sitio de víctima, de «pobrecita», en síntesis, la inutilizan como consecutora de su propia liberación. Asimismo me interesa cuestionar ciertas visiones esencialistas, propias de posturas románticas o de cierto feminismo, que piensan a la mujer como «esencialmente» buena, altruista, sacrificada, etc., desgajándola de toda inscripción histórica y de clase.

Justamente, hablar de «la» mujer africana, sería, al igual que hablar de «la» mujer argentina, una completa abstracción, aún más cuando en vez de un país se trata de un entero continente. Sin embargo, aunque esté compuesta por multiplicidad de países, etnias, religiones, costumbres, paisajes, hay ciertas cuestiones que permiten acercarnos a un análisis más global, entre ellas, el continuo bamboleo a que ha sido sometido este continente desde la llegada de los europeos. ¡Bendita sea esta unidad histórica y cultural que los occidentales le han dado al África!

Además de diferenciaciones regionales, es necesario tener en cuenta diferenciaciones de clase, aunque no sea posible establecer una taxonomía de clases en el sentido en que lo hace la teoría marxista pensando en el occidente. Pecando tal vez de simplificación, diré que me voy a ocupar de esas mujeres que, en virtud de la organización socio-cultural del África, son las responsables de alimentar a su familia y ocupan la mayor parte de su vida trabajando para eso. La cuestión que muchos autores están planteando en la actualidad es que si no se establece una conexión entre la crisis alimentaria y la situación de la mujer, no podrán implementarse políticas adecuadas para su solución. Quisiera ahora desarrollar este argumento con más detenimiento.

LA MUJER AFRICANA: PRODUCTORA DE ALIMENTOS Y REPRODUCTORA DE LA SOCIEDAD

La que suele ser llamada sociedad tradicional (es decir, la previa a la llegada de los europeos, porque, ¡oh sorpresa!, sucedían cosas antes de ellos) se caracterizaba por una economía adaptativa, es decir por la búsqueda de armonía entre las necesidades y el medio. Estaba configurada por estructuras sociales extremadamente coherentes, cuyo fin era salvaguardar el bien de la comunidad, garantizando a todos sus miembros (¡mujeres incluidas!) el derecho a usufructo de los recursos productivos. Si bien puede decirse que África contaba con ecosistemas sumamente frágiles (aunque nunca tanto como en la actualidad), la justa combinación de tierras, población, tecnología y condiciones climáticas, permitía gestionarlos exitosamente, lo que para una sociedad de subsistencia significaba algo que al parecer suena simple, pero que en condiciones adversas no lo es tanto: alimentar a sus miembros.

Esta comunidad tradicional se basaba en una clara división sexual del trabajo, donde a cada sexo le correspondían actividades específicas. La mujer, a la que por naturaleza le toca una parte fundamental en la reproducción de la especie, era asimismo la encargada de la reproducción social, ya que su función principal era la de proveer la alimentación de la familia, lo que implicaba ocuparse de los alimentos, desde su siembra hasta su elaboración final. Esta división determinaba que a la mujer le correspondían mayor cantidad de tareas y, por lo tanto, que pasaba en el campo mayor tiempo que el hombre.

La división sexual del trabajo se sostenía sobre una distribución de tierras y cultivos también basada en consideraciones de género, que permitía que hombres y mujeres dispusieran de los medios adecuados para hacer frente a sus responsabilidades sociales específicas. En un marco en que la tierra no era considerada propiedad privada, sino que era posesión comunitaria de una colectividad, la mujer tenía siempre asegurado el acceso a la misma, mediante el sistema de herencia y de matrimonio. Esos terrenos eran dedicados, en su mayor parte, a la alimentación del hogar y, el resto, lo constituían «cultivos personales» de la mujer.

Todo este sistema se sostenía sobre una estricta adecuación entre comportamientos sociales, actividades económicas y prácticas culturales. De acuerdo a este contexto puede comprenderse, por ejemplo, la práctica de la poligamia, que permitía al hombre agrandar su familia (y en consecuencia, sus bienes) y a la mujer encontrar la colaboración necesaria para llevar adelante sus múltiples responsabilidades, entre las cuales no hay que olvidar la dificultosa tarea de proveer de agua y leña. Por otro lado, se explica el lugar de valor primordial que ocupaba la fertilidad en esta sociedad. La fertilidad determinaba en gran medida el lugar de la mujer dentro de la sociedad, ya que tenía significaciones socio-culturales, religiosas y económicas fundamentales: En primer lugar, permitía la continuidad del linaje; por otro lado, era la base para la movilización familiar de fuerza de trabajo y el acceso a tierras (ya que éstas se repartían en virtud de la capacidad de trabajo disponible); y, por último, los hijos representaban una red de apoyo para sus padres, tanto en el presente como para el futuro.

Este «equilibrio», que (no idealicemos nostálgicamente) se basaba en la explotación y subordinación de la mujer, permitía que esta sociedad se reprodujera. Se basaba en la coherencia adaptativa que he intentado describir, donde normas, creencias, organización social y sistema económico se complementaban y apoyaban mutuamente. La colonización europea significó la ruptura de esta coherencia, ocasionando temblores en la estructura social africana, que son la base para entender el camino hacia la crisis actual de estos pueblos.

COLONIZACIÓN Y «DESCALABRO»

La colonización europea fue responsable de dos procesos que fueron de la mano: la enajenación de la tierra y de la fuerza de trabajo y la desorganización de la estructura social y de la división social (sexual) del trabajo.

En primer lugar, mediante la enajenación de la misma, los europeos introdujeron la noción de propiedad privada de la tierra. Fueron tan buenos, que no se la quedaron toda ellos, sino que la repartieron entre colonos blancos y «propietarios» negros. En África del Sur y del Este establecieron «reservas nativas», conformadas por las tierras de propiedad negra. Más que reservas de tierras, éstas eran reservas de mano de obra barata, o directamente forzada. Además, sin comprender en absoluto el sistema de división sexual de los recursos y del trabajo, otorgaron la propiedad sólo a los hombres, despojando a las mujeres de la mediana seguridad y respaldo con que habían contado hasta el momento (seguridad representada por ese recurso fundamental: la tierra).

La colonización significó un eslabonamiento de temblores que fue destartalando la estructura socio-económica tradicional, significando para la mujer que, a la discriminación sexual se le agregase ahora la discriminación de clase y de subordinación dentro del sistema internacional. La mujer siguió siendo la responsable de alimentar a la sociedad, ahora sin tener acceso asegurado a los recursos necesarios para eso (si no tiene tierra, no tiene tampoco acceso al crédito). Además fue discriminada, privándola de la formación técnica necesaria para mejorar los métodos de cultivo, mientras que al hombre se lo proveyó de conocimientos y métodos modernos. Pero la fuerza de trabajo masculina no se orientaba a los cultivos alimentarios de subsistencia, sino que fue principalmente desviada a las grandes plantaciones de cultivos comerciales, o como mano de obra en incipientes industrias urbanas (a las que la mujer tampoco tuvo acceso, para lo cual no estaba, además, debidamente formada).

Estos pueblos practicaban un tipo de agricultura itinerante, necesaria para no agotar los suelos, que se vio restringida por la introducción de la propiedad privada y la confinación de las comunidades en territorios fijos.

Todos estos factores fueron en detrimento de la producción alimenticia para la subsistencia de la sociedad, de la cual la mujer era la responsable principal. «Todos estos impedimentos a la actividad productiva de la mujer tienen una incidencia directa sobre la crisis de alimentos que hoy pesa sobre África».(1)

CALMAR EL HAMBRE, PENSAR EN LA MUJER

La pobreza, la mayor calamidad que está azotando al África, se ensaña duramente con niños y mujeres. Y esto no se debe a ninguna «debilidad» esencial, sino que es comprensible, en el marco de los procesos históricos que he intentado desarrollar, a través de los cuales la mujer ha sido despojada de los medios para llevar adelante la función social que se le encarga. Estamos hoy ante una paradoja: la mujer gana menos, posee menos y controla menos, pero sigue siendo la mayor encargada de la alimentación. Según un informe del Banco Mundial, «la mujer en el África Sub-Sahariana produce un 80% de los alimentos de base, recibe sólo un 10% de los ingresos generados y controla un 1% de la tierra».(2)

Como hemos visto, la colonización implicó una discriminación de la mujer en cuanto a su acceso a los recursos productivos y a la educación. Luego, los nacientes estados independientes, orientaron más sus estrategias de desarrollo hacia los cultivos comerciales, la industria y las zonas urbanas, todas áreas de trabajo eminentemente masculinas. La realidad es que estos estados, a poco de nacer, se vieron aprisionados por los carceleros del orden económico internacional: el FMI, y el Banco Mundial, los cuales les impusieron severas recetas de estabilización y ajuste estructural.

Si bien se han llevado adelante múltiples proyectos de desarrollo, al ser éstos iniciados, financiados o gestionados desde el exterior, continúan con la costumbre de desconocer las prácticas socio-culturales africanas, y en este sentido, «la siguen pifiando». Proyectos para abastecimiento de agua, cultivo de arroz y otros cultivos propiamente femeninos, que, sin embargo, no han tenido en cuenta a las mujeres. Entonces, además de seguir discriminándola, han fallado en sus objetivos. Estos proyectos continúan teniendo un fuerte sesgo a favor del hombre, porque parten del imaginario de que es el hombre el jefe de familia y el sustento del hogar. Pero, como hemos visto, si bien el hombre contribuye, es la mujer la que históricamente se ha encargado de alimentar a la sociedad. Esto se hace más patente hoy en día, cuando muchas mujeres se han convertido en jefas de hogar, porque son madres solteras, porque sus maridos han debido emigrar, o por otras múltiples situaciones.

ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

«El machaque económico de África es una ablación que nos duele más que la del clítoris»(3)

Occidente se espanta de la mutilación genital femenina. Es el tema candente de hoy. Hasta hace unos años no resultaba tan aberrante: multiculturalismo, exotismo…¡qué pintoresco!. Pero hoy, me conecto a Internet, pongo en el buscador: Mujer + África, y salta a la vista una gran preocupación por este problema. Que «los africanos desangran a sus mujeres» parece ser el mayor problema de África para el «internet-cionalismo».

Estos días, en Argentina, se discute y pelean grandes personalidades por el tema del aborto y del control de la natalidad. «Es necesaria la educación sexual en las escuelas» dice el Ministro de Salud. «Si yo pudiera, empezaría a atar trompas de falopio», escuché hace tiempo de boca de un médico. En general, todas estas políticas apuntan hacia los sectores más empobrecidos, los que «por falta de educación, no saben cuidarse». Yo me pregunto: ¿está realmente ahí el problema? ¿Se solucionan los problemas de esas personas dándoles educación sexual? ¿O los problemas de quiénes, las conciencias de quiénes se tranquilizan?. Parece que me fui un poco del tema. La cuestión es que, al pensar sobre la mutilación femenina, entré a cuestionarme acerca de una diversidad de asuntos, muchos de los cuales tienen que ver con la actualidad de mi país. Hay dos reflexiones principales.

Una es que tanto en el caso de África como en el de Argentina, se tapan los problemas profundos con otros problemas. Lo que quiero decir es que en vez de atacar soluciones desde la raíz, nos quedamos en la copa del árbol. Pensar que los seres humanos «se reproducen mucho» simplemente porque no tienen la educación necesaria, es el resultado de muchos prejuicios; que a su vez son resultado de una gran ignorancia; que a su vez es resultado de un desinterés por saber. Pensar que el gran problema de la mujer africana es la mutilación genital es, por lo menos, reduccionista. Sólo sirve para esconder otros grandes problemas que no son sólo de la mujer, sino que atañen a gran parte de los africanos: el hambre, la miseria, el racismo, entre otros. Además, la forma en que se plantea la cuestión de las mutilaciones propone una segmentación de la sociedad en términos de hombres/mujeres, olvidando enquistar este problema en su debido contexto socio-histórico: una sociedad de clases (no de géneros).(4)

Y esta ignorancia acerca de la realidad concreta, estos análisis «ingenuos»: ¿no tendrán un poco que ver con la hipocresía? ¿será que realmente se quieren solucionar la miseria humana, el hambre, la discriminación a la mujer, o solamente hay una necesidad de denunciar y denunciar y denunciar, sin importar que luego algo cambie?

La segunda reflexión es que considero que, seguramente, hay quienes queremos que las cosas cambien. Entonces debemos ser conscientes de que no pueden emprenderse políticas «paternalistas», sino que deben ser los propios actores los que aborden sus problemas. Y «sus» problemas son los que ellos definen como tales; y las soluciones genuinas sólo pueden salir de allí.

No son las feministas europeas las que liberarán a las mujeres africanas. Está muy bien la solidaridad y la ayuda, pero siempre que partan de escuchar qué es lo que el otro necesita (si es que realmente necesita ayuda), qué es lo que el otro realmente está viviendo y cuáles son las soluciones que propone desde su realidad.

«Es un problema interno de África y África es la que debe resolverlo. (…) Occidente está dispuesto a invertir en esas campañas sin preocuparse de que nada cambie tras ellas (…) Hoy se añade desprecio por nuestro pueblo. Es un verdadero insulto para las africanas que se las persiga para saber si se les ha practicado la ablación o no (…). El machaque económico de África es una ablación que nos duele más que la del clítoris. Que dejen la posibilidad a las mujeres africanas de organizarse, de llevar a cabo su combate, porque se están muriendo de tanto desprecio cultural».(5)

No basta con juntar firmas por Internet. No basta con lograr que se dicten leyes y se impongan controles. Las realidades sólo se cambian desde la realidad misma; las injusticias se sostienen sobre otras injusticias, y para derribarlas es necesario golpear en los cimientos. Quizás los que están en el fondo del edificio sean los mejor capacitados para esta tarea.

BIBLIOGRAFÍA

* Remei Sipi: «Africa Subsahariana y sus mujeres» en Revista Pueblos (www.revistapueblos.org), junio de 2004.

* Bifani, Patricia: «Opresión y poder, la mujer del Tercer Mundo con especial referencia a la mujer africana», en Revista Africa Internacional; www.eurosur.org/ai/africa94.htm

* Claude Meillassoux: Mujeres, graneros y capitales. Ed. Siglo XXI, 1997

* Revista Africa Internacional n 18; www.eurosur.org/ai/18/mujer.18.htm

* «Pregúntele al Banco Mundial su parte de responsabilidad en la dirección que han tomado las condiciones de vida de estas mujeres»: entrevista a Aminata Traoré; en Revista Rebelión, www.rebelión.org, 26/02/04.

* «Rechazan la solicitud de una nigeriana que huyó de un matrimonio forzoso y fue mutilada», en Revista Rebelión, op.cit.

NOTAS

1) Africa Internacional N 18.

2) citado en Africa Internacional N 18.

3) Entrevista a Aminata Traoré, ex ministra de cultura de Malí y candidata a la Presidencia; en Rebelión, 26/02/04.

4) No estoy criticando la perspectiva de género, sino al feminismo «abstracto», que no entrecruza la cuestión de género con el análisis clasista.

5) Entrevista a Aminata Traoré, op. cit.

http://ar.geocities.com/obserflictos