Maldita sea la huelga… decían los patrones cuando amanecía el 15 de noviembre de 1922 y se llevaba a cabo la primera huelga general en Ecuador. Las jóvenes organizaciones obreras salían a la calle. El día que se paralizó Guayaquil La noche del 13 de noviembre encontró a la ciudad completamente a oscuras. La única […]
Maldita sea la huelga… decían los patrones cuando amanecía el 15 de noviembre de 1922 y se llevaba a cabo la primera huelga general en Ecuador. Las jóvenes organizaciones obreras salían a la calle.
El día que se paralizó Guayaquil
La noche del 13 de noviembre encontró a la ciudad completamente a oscuras. La única luz que alumbraba sus calles era la que provenía de los reflectores de los buques estacionados en el río Guayas… el paro se había iniciado en la planta eléctrica y en la de gas. El 14 de noviembre, la Asamblea General de Trabajadores de Guayaquil, que incluía a tipógrafos y canillitas, decidió que los periódicos salgan por última vez el amanecer siguiente. Tampoco trabajaron los conductores de colectivos, ni del ferrocarril. Las fábricas se paralizaron, la cervecería, la jabonería… todos adhirieron al paro. El entusiasmo que había generado la reciente victoria de los ferroviarios fortaleció la lucha. Así se desarrolló la víspera de la huelga, que finalmente tuvo un tráfico final. Al amanecer del 15, una marcha de treinta mil obreros y obreras se dirigió a la Gobernación. Se vencía el plazo y el presidente Tamayo, mediante un decreto, dicta algunas medidas económicas pero no habla de las demandas obreras.
Las mujeres garantizan la huelga
Un grupo integrado por trabajadoras agrícolas, obreras del café y otras mujeres obreras, denominado «Rosa Luxemburgo», y el grupo de mujeres «Aurora», tuvieron una participación destacada en la huelga general de Guayaquil. Tomasa Garcés y la «Negra» Julia fueron sólo dos de las mujeres, que estuvieron en la primera línea de la huelga, comenzando a escribir una de las páginas más heroicas de la historia de las mujeres en América Latina. Tomasa, esposa de un dirigente ferroviario, para evitar que rompieran la huelga, se recostó sobre las vías con sus tres hijos, delante de una locomotora. Desde ese lugar llamó a sus compañeros varones a imitarla. La decidida acción de Tomasa y sus compañeras garantizó la huelga. Pero ese día los batallones del ejército avanzaron hasta la avenida Olmedo. Cada soldado estaba rodeado por veinte o treinta personas. La situación se les iba de las manos… y encolerizados ante el desenfadado heroísmo obrero, dispararon.
Cuando la sangre tiñó las aguas del río Guayas
La huelga terminó con más de un centenar de obreros muertos, según la prensa y entre 300 y 500, según algunos historiadores. La «sepultura» que dieron los patrones y su ejército a los muertos de la huelga quedó grabado a fuego en la memoria de los que sobrevivieron. Su tumba fue el río Guayas. El mismo que dos días atrás iluminaba la historia de la lucha obrera, con sus poderosos buques, abrazó en sus aguas a los mártires obreros de la huelga general del 15 de noviembre. Dicen que el amanecer tenía olor a pólvora y colores apagados. Dicen que aparecieron cruces de madera flotando en el río tumba… Pero en la historia de la clase obrera -de sus hombres y mujeres- queda la figura de Tomasa Garcés, valiente y obstinada, recostándose sobre las vías, queda la voz de la Negra Julia arengando contra el ejército asesino y queda el recuerdo de las miles de mujeres obreras que ese día salieron a la huelga general y perecieron bajo la metralla de los explotadores.