La defenestración política de Susana Díaz se puede decir que en términos pugilísticos ha sido por KO en tres asaltos. La que llamaban en plan castizo sevillano «la sultana” bien noqueada ha besado la lona política tres veces hasta que ha tenido que tirar la toalla.
Tras aquel rocambolesco Comité Federal en el que Pedro Sánchez tuvo que dimitir y hacer lo propio con su acta de diputado para no tener con su abstención que favorecer el gobierno a Rajoy y evitar de esa manera nuevas elecciones, Díaz pidió la cabeza de Pedro Sánchez y lo que consiguió es que perdiera aquellas primarias a la secretaria general de su partido. Se dejó llevar por aquellos dinosaurios del PSOE que le calentaron el oído y que tras la derrota contra pronóstico sufrida, la dejaron abandonada. Primera caída.
Atrincherada ya de nuevo en Andalucía, a la que dijo que nunca abandonaría, adelantó las elecciones. Si bien ganó dichos comicios, no fue suficiente para que las tres derechas la desbancaran de la presidencia de la Junta de Andalucía y dejara a su partido por vez primera en la oposición. No fue suficiente el populismo tan manido por los políticos mediocres que se da en todo el espectro ideológico, en este caso, de conmigo o contra Andalucía, pretendiendo identificar el territorio y su partido con su persona, creyendo que el suelo clientelar tejido durante décadas dentro y fuera del partido iba a ser suficiente para ganar con solvencia las elecciones autonómicas. Segunda caída.
En una huida hacia adelante a la desesperada hace oídos sordos, no da un paso al lado desechando propuesta de salida airosa como la presidencia del Senado para posteriormente presentar su candidatura a las primarias para elegir candidato a la Junta de Andalucía, siendo derrotada estrepitosamente por el candidato de la dirección nacional de su partido, mediante traiciones confesas y otras no tanto y quienes han aprovechado la ocasión para pasarle debida factura. Tercera caída.
Ha necesitado tres caídas para darse cuenta que su carrera política de primera línea ha dado su fin, que ya no levanta pasiones por donde pasa. Su ascenso a la primera línea fue meteórico de la mano de una vieja guardia socialista quemada por escándalos de corrupción y no ha sabido mantenerse cayendo en el riesgo de una ambición desmedida alentada por quienes, al igual que ella, han hecho de la política su único modus vivendi.
Ahora, resignada tirando la toalla, al parecer está dispuesta a aceptar el plato de lentejas que sus adversarios le ofrecen, más que en un gesto de magnanimidad en un gesto de sometimiento, un escaño del montón en el Senado, aunque tenga que traicionar para ello a unos de los suyos. Por eso tranquilos que, aunque está acabada, le han dado algo de vidilla para que pueda seguir viviendo de la política y no quedar como víctima más allá de su soberbia y ambición, pero ya sola, abandonada en el anonimato.
A la que se consideraba futura lideresa natural del PSOE y adulaban como “nasia pa ganá”, sus propios conmilitones le han dicho que se vaya y que de camino se lleve a ese aparato del partido con olor a naftalina. Ni Andalucía, ni los socialistas andaluces ya no se identifican con lo que pudo representar políticamente Susana Díaz por muchos esfuerzos que hizo en estas primarias andaluzas de cercanía y tan solo un conjunto de estómagos agradecidos la siguieron alentando temiendo perder sus prebendas. Ahora muchos de ellos ya reniegan de ella.
Tal como alguien ha escrito por ahí muy atinadamente, “el viejo PSOE ha dado paso al PSOE de siempre”.