Esquerra Republica de Catalunya (ERC) es una de las formaciones más antiguas de Cataluña. Fundada en 1931, surgió en sus orígenes de la fusión de dos vectores: el separatista, de Estat Català de Francesc Macià y el federalista del Partit Republicà Català de Lluís Companys. Esta doble composición generó numerosas contradicciones en la Segunda República, […]
Esquerra Republica de Catalunya (ERC) es una de las formaciones más antiguas de Cataluña. Fundada en 1931, surgió en sus orígenes de la fusión de dos vectores: el separatista, de Estat Català de Francesc Macià y el federalista del Partit Republicà Català de Lluís Companys. Esta doble composición generó numerosas contradicciones en la Segunda República, como ocurrió el 6 de octubre del 1934, cuando Companys proclamó la República catalana en el marco del Estado federal español.
Durante la dictadura franquista, ERC estuvo prácticamente desaparecida y renació de sus cenizas en la transición. De hecho, tuvo un papel clave en la primera investidura de Jordi Pujol (1980) cuando poseyó la capacidad de decantar la balanza entre un tripartito de izquierdas con socialistas y comunistas, pero prefirió apoyar a la derecha catalanista, lo cual contribuyó decisivamente a aposentar el liderazgo de Pujol. Entonces, inició una relación de subordinación respecto a Convergència, funcionando como una suerte de conciencia crítica nacionalista del ambiguo autonomismo pujolista.
Las cosas cambiaron en el Congreso de Lleida (1989) cuando se modificaron sus estatutos federalistas para convertirse en una formación nítidamente independentista con la voluntad de atraerse a la juventud nacionalista formada en el pujolismo y devenir la casa común del independentismo. Al igual que durante la Segunda República, las bases sociales de ERC son las clases medias radicales de la Cataluña metropolitana y amplias capas de la población acomodada de la Cataluña interior.
Desde entonces, ERC operó como un polo de reagrupamiento de diversos sectores políticos: en los años 90 atrajo a numerosos cuadros de la izquierda independentista y dirigentes convergentes partidarios de la secesión; con el procés ha integrado en sus filas a muchas figuras provenientes del sector catalanista del PSC, como Ernest Maragall, e incluso del comunismo, como Joan Josep Nuet.
A finales de la década de los 90, ERC experimentó un notable crecimiento social y electoral, derivado de la corrupción estructural convergente y de los pactos de Pujol con el PP de José María Aznar. Entonces, rompió parcialmente su subordinación con Convergència para apostar por los tripartitos de izquierdas (2003-2010) presididos por Pasqual Maragall y José Montilla, que acabaron de mala manera tras el fiasco de la reforma del Estatuto de Autonomía.
El fracaso de esta reforma, junto a otras circunstancias derivadas de la crisis financiera del 2008 que castigó duramente a las clases medias, condujo al inicio del procés soberanista, determinado por el giro independentista de la derecha catalanista. Desde ese momento se inauguró una pugna feroz entre las diversas mutaciones de la antigua Convergència y ERC, donde esta última formación no ha acabado de romper con su relación de subordinación edípica con los herederos de Pujol. Así ocurrió en las elecciones “plebiscitarias” del 2015, cuando se plegó a las presiones del mundo soberanista para concurrir unidos en la lista de Junts pel Sí, liderada por Artur Mas, cuando tenían todas las opciones de imponerse como primera fuerza política. Esta situación se reprodujo en los comicios de 2017, bajo la sombra del 155, cuando numerosos cuadros de ERC se desplazaron Bruselas para rendir pleitesía a Carles Puigdemont en plena campaña electoral, lo contribuyó decisivamente a otorgar contra pronóstico la victoria a los postconvergentes. Asimismo, se sometieron a estas presiones cuando se negaron aprobar los Presupuestos Generales del Estado y precipitaron la caída del primer gobierno Sánchez o ahora con la negativa a votar la prórroga del estado de alarma.
El errático comportamiento de ERC, que hace de esta formación un socio poco de fiar, se explica en parte el temor cerval a ser tachados de insuficientemente independentistas, un miedo hábilmente manejado por los medios de comunicación de la Generalitat y afines generosamente subvencionados. En parte, por las divisiones internas en el seno de la formación entre el sector más nacionalista y el más izquierdista que algún modo reproducen la composición binaria de sus orígenes. El primero, encarnado por Oriol Junqueras, quien recientemente publicó en el influyente rotativo La Vanguardia un articulo abonándose a las tesis del “España nos mata”, o Marta Rovira, cada vez más próxima a Puigdemont. El segundo, representado por Joan Tardà o Gabriel Rufián quienes propugnaron abstenerse en la prórroga del estado de alarma y no romper puentes con el gobierno de coalición progresista español.
Ahora bien, la experiencia histórica nos enseña que en ERC siempre acaba imponiéndose el sector nacionalista sobre el izquierdista. Los malestares provocados por los efectos sociales del Covid 19 y la proximidad de las elecciones en Cataluña hacen prever un reforzamiento del sector nacionalista. Especialmente, cuando el giro de Ciudadanos puede provocar que ERC pierda la llave de la gobernabilidad en España.
Antonio Santamaría es periodista y ensayista sobre el nacionalismo catalán