Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Alameda, California fue otrora una de las mayores estaciones aéreas navales del mundo con 271 industrias separadas y diferentes para fabricar y reparar todas las partes de cualquier aeronave. En este trabajo utilizaban vastas cantidades de productos químicos, incluyendo disolventes, carburante de aviación y pinturas basadas en radio para diales en las cabinas de mando. Las fugas y los derrames eran tan comunes como en cualquier operación de esa magnitud. Los trapos, las brochas y los suministros de limpieza se reemplazaban regularmente, los desechos se quemaban en pozos ubicados en el extremo norte de la base naval. Muchos productos químicos se manejaban de forma incorrecta o se filtraban de los contenedores y de las cloacas como para llevar a que la antigua base sea, hoy en día, un área contaminada de Superfund.
Mientras avanzo poco a poco por la montaña de documentos que reúne la Armada a medida que limpia la contaminación relativamente manejable en mi ciudad natal, veo un tema que encuentra un eco en mi otra investigación sobre nuestros militares, el modo de pensar militar, y los efectos del militarismo: una tendencia a subestimar, minimizar, incluso negar los peligros «profesionales». Aparece en la documentación militar, en boca de los portavoces militares, y está apoyada por las industrias de defensa nacional y de la seguridad interior, que la apoyan y se benefician de ella.
Hay más de 40.000 sitios tóxicos en EE.UU. y sus territorios… aproximadamente 1.000 de los cuales están en la Lista Nacional de Prioridad, para los cuales se destinan fondos federales de limpieza. Ciertamente los costes financieros de limpieza son considerables. ¿Y qué pasa con el coste moral y ético? Lo mismo que cada contribuyente estadounidense está implicado en las guerras que libra nuestro país, también estamos implicados en el daño humano y medioambiental. ¿Vale el daño que los militares de EE.UU. han causado aquí y en el exterior el beneficio material que obtiene EE.UU.?
¿Mientras más cambian las cosas…
Vietnam. Este año, como hicieron el año pasado y durante varios años antes, delegados de Vietnam vinieron a EE.UU. a alegar su caso y a crear conciencia sobre sus compatriotas que siguen sufriendo las consecuencias del Agente Naranja, contaminado de dioxina, que pulverizó la Fuerza Aérea de EE.UU.
Durante el conflicto en Vietnam, los militares de EE.UU. privaron de alimento y protección a los que consideraban «enemigos» y contrataron a más de 30 firmas químicas estadounidenses para suministrar productos químicos a fin de desfoliar los bosques de Vietnam. El producto químico más letal, el Agente Naranja, estaba contaminado con rastros de dioxina TCDD -el producto químico más tóxico conocido por la ciencia- que incapacitó y enfermó a soldados, civiles y a varias generaciones de descendientes.
La evidencia médica indica que cánceres como el linfoma no Hodgkin, la diabetes de tipo II, espina bífida y otros defectos de nacimiento en niños son atribuibles a la exposición a este producto químico.
Veteranos estadounidenses supervivientes de Vietnam consiguieron finalmente una compensación limitada del gobierno de EE.UU. por algunas enfermedades que sufren debido a los productos tóxicos. Los vietnamitas no han recibido nada. La Corte Suprema de EE.UU. se ha negado firmemente a revisar la desestimación de la demanda de más de tres millones de vietnamitas contra 37 compañías que fabricaron esa arma química.
El abogado de los demandantes vietnamitas, Jonathan C. Moore, señala: «Es lamentable que los tribunales de EE.UU. hayan decidido, contrariamente a la ley estadounidense e internacional, denegar justicia a millones de vietnamitas que sufren por la pulverización de Agente Naranja cargado de dioxina que ha llevado a que varias generaciones de víctimas queden severamente enfermas e incapacitadas.»
Las dolencias y deformidades son considerables, aleccionadoras y desgarradoras… empeoradas porque las familias afectadas están físicamente incapacitadas para trabajar y generar un ingreso. Además, los productos químicos siguen afectando el entorno natural de Vietnam y destruyen sus bosques de mangles, su suelo y sus cultivos.
El Dr. James R. Clary, científico sénior en Chemical Weapons Branch (el laboratorio de desarrollo de armamento de la Fuerza Aérea basado en Florida en aquel entonces), escribió:
Cuando iniciamos el programa de herbicidas en los años sesenta, conocíamos el potencial dañino debido a la contaminación con dioxina en el herbicida. Incluso sabíamos que la fórmula militar tenía una mayor concentración de dioxina que la versión civil debido al menor coste y a la velocidad de la fabricación. Sin embargo, como el material iba a ser utilizado contra el enemigo, ninguno de nosotros estaba demasiado preocupado. Nunca consideramos un escenario en el que nuestro propio personal se contaminaría con el herbicida. Y, si hubiéramos [considerado ese escenario] habríamos esperado que nuestro propio gobierno ayudara a los veteranos contaminados.
El candor ingenuo del científico es refrescante. Si trabajara para los militares en la actualidad, probablemente perdería su puesto.
…más se quedan igual?
Iraq. Base Aérea Balad, a 68 kilómetros al norte de Bagdad y al este de Faluya, es una de las mayores bases y alberga a unos 25.000 militares de EE.UU. y a varios miles de contratistas.
En junio de 2008 tenía tres incineradores no contaminantes que procesaban unas 120 toneladas de desperdicios por día. Además, el pozo de quema consume 147 toneladas de desechos diarios: poliestireno expandido, munición que no explotó, productos de petróleo, plásticos, caucho, loza desechable, pintura y disolventes, y desperdicios médicos que -según los que realizan las quemas- incluyen extremidades amputadas.
A esta mezcla se le prende fuego con carburante para jets, una sustancia que libera productos químicos de los que se sabe que aumentan el riesgo de leucemia. Sólo la quema de botellas de plástico para agua crea altos niveles de dioxinas altamente tóxicas, que pueden contaminar cadenas alimentarias al caer sobre plantas que consumen los animales y se acumulan en el tejido adiposo.
Un penacho de humo negro y pegajoso cubre el área en el que queman desperdicios. El teniente coronel de la Fuerza Aérea Darrin Curtis, ex comandante de vuelo biomedioambiental para la Base Conjunta Balad, escribió en un memorando de fecha 20 de diciembre de 2006:
«Según mi opinión profesional existe un agudo peligro sanitario para los individuos. Es sorprendente que el pozo de quema haya podido operar sin restricciones durante los últimos años. También existe la posibilidad de peligros crónicos para la salud asociados con el humo.»
En junio de 2009, tres soldados de Charleston presentaron una demanda conjunta contra Kellogg, Brown & Root (KBR). La demanda afirma que KBR quemaba desechos peligrosos en Iraq y Afganistán que incluían cadáveres humanos, suministros médicos biológicamente peligrosos, poliestireno expandido, neumáticos, baterías de litio, aislamientos de asbesto, pintura, e ítems que contenían pesticidas y desechos de letrinas.
Desde entonces, docenas de miembros del personal militar de EE.UU. han presentado 34 demandas contra KBR por la supuesta incineración de desechos tóxicos, liberándolos a la atmósfera en Iraq y Afganistán. Una portavoz de KBR respondió por correo electrónico que la «afirmación general de que KBR haya dañado a sabiendas a soldados carece de fundamento.» KBR, dice, no operó la mayor parte del pozo de quema de Balad, y el resto se hacía bajo la dirección de los militares.
Según el artículo del 12 de junio de 2009 en el Post and Courier: «Pozo de quema causó heridas, dice demanda: La eliminación de desechos tóxicos es inadecuada, afirman soldados,» también hay un centro de reciclaje dirigido por iraquíes en la base Balad. Los iraquíes seleccionan reciclables arrojados al pozo de quema -como las casi 90.000 latas de aluminio producidas a diario en la base- y los revenden en el mercado local.
¿Se suman simplemente las emisiones de esos pozos de quema y el material del centro de reciclaje al cóctel tóxico que ya inunda Iraq?
Los hospitales de Faluya informan de una ola de recién nacidos con deformidades crónicas y cánceres. El doctor Bassam Allah, jefe del pabellón infantil de Faluya, insta a los expertos internacionales a que tomen muestras de suelo en toda la región, y a los científicos a que comiencen una investigación de las causas de tantas dolencias. «Semejantes anormalidades,» dice, se «adquieren por las madres antes o durante el embarazo.
El Guardian británico informa de que los doctores en Faluya, «están tratando hasta 15 veces la cantidad normal de deformidades crónicas que pueden relacionarse con materiales tóxicos abandonados en los combates… de dos admisiones [al hospital] por quincena hace un año a dos diarias en la actualidad.» La mayoría de las deformidades son en la cabeza y en la columna vertebral… y «también hay un aumento muy pronunciado en la cantidad de casos de [niños] de menos de dos años con tumores cerebrales.»
La pediatra Samira Abdul Ghani mantuvo registros detallados durante un período de tres semanas y reveló que 37 bebés nacieron con anomalías, muchos con defectos del tubo neural que llevan a que se encuentre masa encefálica en la columna y a extremidades inferiores disfuncionales.
También se han citado grupos anormales de tumores infantiles en Basora y Najaf -áreas que en el pasado también fueron zonas de intensos combates en los que se utilizaron grandes cantidades de municiones modernas.
Los hospitales de Bagdad también reciben niños pequeños con cánceres fuera de lo común. Visité el pabellón de oncología pediátrica de Al Mansour en enero de 2004. Las madres amamantaban a niños con leucemias, neublastomas, linfoma no Hodgkin, y otros cánceres pocas veces vistos en niños pequeños. Padres iraquíes vendían sus coches, sus casas, y otras posesiones para pagar la quimioterapia cuyos componentes se negaba a suministrar EE.UU. porque, afirmaba, eran ingredientes potenciales para la fabricación de Armas de Destrucción Masiva.
Los doctores en Faluya repiten lo que escuché de doctores en Bagdad: se muestran renuentes a establecer vínculos directos con contaminantes químicos de la zona de guerra. «Simplemente todavía no tenemos las respuestas… Necesitamos fondos para realizar estudios científicamente exactos.»
Los bebés de Bagdad no fueron, claro está, víctimas de las batallas de mayo y noviembre de 2004 en Faluya. ¿Son víctimas de las sanciones económicas de los años noventa? ¿O víctimas de contaminantes de los continuos bombardeos sobre las zonas de no vuelo durante el mismo período? ¿O víctimas de contaminantes llevados por el aire producido por petróleo ardiente durante la Primera Guerra del Golfo? Soldados de EE.UU. siguen sufriendo del Síndrome de la Guerra del Golfo de modo que ¿por qué iban a ser inmunes los niños de la región? ¿Tienen más suerte los iraquíes en la recepción de compensacioes por sus enormes desastres sanitarios que los vietnamitas? ¿O será su sufrimiento similar al de los vietnamitas e ignorado en el furor por la exposición de los soldados estadounidenses? ¿Y Kuwait? ¿Y Bosnia? ¿Y Gaza? ¿Y Afganistán?
Durante más de ocho años el gobierno de EE.UU. ha sostenido la falacia de que es necesario bombardearbar Afganistán, de que se trata de una guerra «justa» contra el terrorismo. El juicio contra KBR incluye pozos de quema en Afganistán y es cuestión de tiempo que el mundo conozca los efectos sobre soldados y civiles en ese país. Es probable que la ola de deformidades en recién nacidos afganos no se detecte durante períodos más largos que en Iraq, ya que muchos bebés afganos nacen en casa y en regiones remotas. Un nuevo estudio de la organización benéfica independiente basada en EE.UU. Save the Children dice que mueren 60 de cada 1.000 bebés afganos; ya representa una de las mayores tasas de mortalidad infantil en el mundo.
Cuando comencé a investigar el modo de pensar militar, sostuve que grandes instituciones son inherentemente caóticas, que la administración de millones de hectáreas de bienes raíces militares en todo el mundo y del personal que las ocupa -y sus cadenas de aprovisionamiento- dan lugar a errores inevitables y que los responsables de los dineros públicos cometen, ocasionalmente, flagrantes errores que prefieren ocultar. Pero, nosotros el pueblo, ya no podemos mantener esa forma de pensar y esa cultura. Nosotros el pueblo, hemos llegado al callejón sin salida de nuestra «expansión hacia occidente.» Ya no hay hacia dónde ir. Debemos dar vuelta y enfrentarnos… a nosotros mismos. Debemos comenzar el verdadero trabajo de reconocer nuestra compleja humanidad e interdependencia mutua… y responsabilizarnos por nuestra gloria innata… y vanagloria, intoxicación propia, denegación, egoísmo y nuestras características menos que perfectas que trascienden las fronteras políticas. Al reconocer la evidencia incontrovertible en el arca de degradación que es la guerra debemos aceptar nuestra responsabilidad por ella… y asegurarnos de que ya no contaminemos nuestro mundo o a su gente.
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Susan Galleymore es autora de «Long Time Passing: Mothers Speak about War and Terror,» presentadora de Raising Sand Radio de la Universidad Stanford, ex «madre militar» y ex abogada por los derechos de los soldados. Para contactos: media@