Las violaciones en nuestra sociedad se suceden con una frecuencia que espanta y las víctimas son mujeres de todas las edades y condición. Dependiendo de las circunstancias, de lo escabroso que pueda llegar a ser el crimen, se dispara la indignación popular y se oyen propuestas exigiendo la pena de muerte, el linchamiento público, […]
Las violaciones en nuestra sociedad se suceden con una frecuencia que espanta y las víctimas son mujeres de todas las edades y condición.
Dependiendo de las circunstancias, de lo escabroso que pueda llegar a ser el crimen, se dispara la indignación popular y se oyen propuestas exigiendo la pena de muerte, el linchamiento público, la lapidación, la castración y otras medidas semejantes para los violadores.
Sin embargo, por más que la represión del delito es importante, ninguna de estas medidas va a contribuir a que tan canallas conductas desaparezcan porque sus causas están a mayor profundidad y tienen que ver fundamentalmente con la educación en el más amplio sentido de la palabra.
Mientras esta sociedad siga considerando a la mujer como un objeto, como una propiedad del padre, del marido, del hermano, del pariente o del primer imbécil que la pretenda suya; mientras se siga denigrando a la mujer a través de burdas y soeces canciones; mientras siga siendo objeto vil de chistes fáciles de programas de radio, de televisión o de columnistas de prensa; mientras una mujer tenga que escuchar a su paso por la calle las groserías del primer estúpido con el que se cruce; mientras persista la discriminación laboral, jurídica o de cualquier índole; mientras no haya en las escuelas una imprescindible educación sexual; mientras siga utilizándose a la mujer como reclamo sexual de cualquier comercial, concurso o vídeo‑clip; mientras sigamos hablando de «delitos pasionales» que descarguen de culpa al «apasionado»; mientras los celos sigan siendo la más humana de las excusas y el alcohol el más socorrido pretexto; mientras golpear a una mujer siga siendo un infame deporte nacional; mientras las denuncias contra los malos tratos sigan siendo atribuídas a «pleitos de marido y mujer»; mientras el asesinato de una mujer pueda representar para algunos criminales, incluso, prestigio y reconocimiento social; mientras sigamos reconociendo en cualquier sonrisa de mujer una irrefrenable incitación al sexo, mientras sigamos transformando a la víctima en victimaria, mientras no se comience a edificar una relación entre hombres y mujeres equitativa y respetuosa; mientras nada de esto se haga, castrar a los violadores no evitará las violaciones, como no ha podido la pena de muerte reducir la delincuencia en los países donde se aplica.
El canalla que viola no es el problema sino la consecuencia, el triste resultado de una ideología machista que esta sociedad encumbra y esconde en la bragueta de abajo y en la bragueta de arriba.