La madrugada del 24 de abril de 1974, el Movimiento de las Fuerzas Armadas de Portugal, que se había fundado poco más de un año antes en la conspiración de los capitanes del Ejército del régimen salazarista, inicia un golpe de Estado contra la dictadura portuguesa, con la firme voluntad de derrocar al régimen e […]
La madrugada del 24 de abril de 1974, el Movimiento de las Fuerzas Armadas de Portugal, que se había fundado poco más de un año antes en la conspiración de los capitanes del Ejército del régimen salazarista, inicia un golpe de Estado contra la dictadura portuguesa, con la firme voluntad de derrocar al régimen e instaurar la democracia sin pasar por una nueva guerra civil. El llamamiento que los militares transmitieron a la ciudadanía para que permaneciera en sus casas fue desbordado por las gentes en las calles mezclándose con la tropa y repartiendo las flores que darían nombre a la revolución.
Este acontecimiento fue crucial para el inicio del camino a la democracia en nuestro país, y así lo interpretaron las generaciones más jóvenes de aquella España negra y a la vez llena de fogonazos de luz que fue el tardofranquismo.
En aquellos años setenta, generaciones de veinteañeros empezaban a fundar sus hogares, se enfrentaban a las consecuencias de las primeras crisis económicas y soñaban con un país más europeo y moderno, en el que no tener que acudir al guateque con carabina y donde la visita de un grupo musical para adolescentes no se convirtiera en un acontecimiento histórico, sino que fuera norma del sábado noche. Muchos de esos jóvenes, además de iniciar su vida laboral, casarse con sus novias de toda la vida del barrio y salir con los amigos, militaban en organizaciones clandestinas y dieron con sus huesos en cárceles en las que soportaron brutalidades nunca reconocidas.
Todos ellos, todas ellas, quienes sufrían torturas a manos de la brigada de información, y quienes sólo se enfrentaban a unas familias carcas que no les comprendían, compartían un mismo sueño: un nuevo país, libre y democrático.
Soñaban con ser libres para conocer mundo, tener nuevas experiencias, trabajar en lo que quisieran; y sobre todo, con ser felices, tan felices como para borrar 40 años de país en blanco y negro. Cuando imaginaban la democracia, imaginaban que podrían votar, tomar juntos las decisiones de un tiempo que se adivinaba decisivo, acordar discutiendo el futuro colectivo… En un país sin cultura democrática no había mucho más que imaginar.
37 años y 20 días después, Madrid fue el epicentro de una nueva revolución crucial para el conjunto de Europa, y una vez más las generaciones más jóvenes, los nacidos después del 74, los que no tienen recuerdo vivo del último periodo de cambio de este país, así lo interpretaron.
En ese 15M, los veinteañeros no estaban planificando su boda ni su futuro, ni fundando su nuevo hogar. Aquel 15M, los veinteañeros eran el vagón de cola de una larga sucesión de generaciones que habían sufrido en sus carnes las consecuencias de sucesivos ciclos de burbuja-crisis. Ciclos a los que nos ha condenado el modelo económico que se impuso en Europa una vez que la Revolución de los Claveles y la Transición española se resolvieron con la victoria de los aliados de aquella socialdemocracia alemana que pronto se convertiría en la cabeza del proyecto liberal que ha destruido cualquier sueño de construir la Europa de los pueblos.
Los veinteañeros del 2011 no podían iniciar su futuro porque nada apuntaba a tenerlo, pero lo que sí tenían, y compartían con los veinteañeros de 1974, era el sueño de sabernos capaces de construir un país mejor, libre de las imposiciones económicas que negaban nuestro futuro, y democrático para garantizar que nuestros gobiernos están al servicio de nuestra gente.
Cuando no puedes terminar tus estudios porque tus padres se quedaron en paro, cuando en lugar de soñar con independizarte tienes pesadillas con agentes judiciales desahuciando tu hogar, cuando tu libertad se reduce a elegir el medio de transporte que te llevará al exilio, entonces uno piensa si de verdad esto es lo que da de sí la democracia, si de verdad éste es el proyecto de país decidido colectivamente, si la imposición de la pobreza de nuestra gente para garantizar la riqueza de las élites al servicio de las bancas española y alemana son lo que democráticamente queremos definir como lo común.
El día en que la movilización espontánea copó las plazas, tres lemas recorrieron el mundo: «No nos representan», «lo llaman democracia y no lo es» y «esta crisis no la pagamos.»
Sobre estas tres sencillas declaraciones se volvieron a conectar los designios de las generaciones pretransicionales y postransicionales, que habían permanecido demasiado tiempo aisladas.
Estas sencillas frases fueron las que permitieron entender a los protagonistas de la Transición que el bienestar y el progreso del que fuera su presente se construyó sobre la inestabilidad y la precariedad que ha hipotecado el futuro de sus hijos, y permitieron señalar a los más jóvenes que nuestra infancia de derechos se conquistó y consolidó porque el pueblo confió en que les representaran quienes finalmente han vendido el país a trocitos a cambio de suculentas comisiones, a mayor gloria del patriotismo suizo. Juntos comprendimos que, frente a eso, sólo el protagonismo popular, el empoderamiento de las mayorías en la definición del cambio que viene, alumbrará un futuro de dignidad.
Cuatro años después de ese 15M, 41 años después de ese 25 de abril, tenemos la obligación de mantener esa conexión vital entre generaciones, de mantener la ilusión por una nueva patria que se movilice de barrio en barrio para conquistar, libre y democráticamente, nuestro futuro el próximo 24 de mayo. En cada pueblo y ciudad es donde comienza el camino de la unificación de nuestra gente, para actuar como un solo hombre, como una sola mujer contra los que quieren una segunda Transición sin pueblo de fondo.
Frente a quienes quieren cambiar personajes sin que cambie la política, levantemos la bandera del cambio de futuro, de la dignidad de un pueblo que se constituye en patria de la libertad, símbolo de la democracia; que llena las calles de alegría para alumbrar un país mejor, que actúa como Fuenteovejuna para decirle a los poderosos que ni los que se olvidaron de nosotros por el camino, ni el relevo que nos han preparado desde los mismos despachos de siempre, son de los nuestros. El 24M, nuestra gente, la de la calle, la común, llenará los ayuntamientos y las comunidades de claveles de libertad y democracia popular.
Vamos con moral de victoria porque podemos.
Tania Sánchez Convocatoria por Madrid. Manolo Monereo es politólogo.