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Literatura y amianto: un extraño maridaje

Fuentes: Rebelión

… La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad y por lo tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti. John Donne, poeta metafísico   El amianto, presente ya en la Prehistoria, ha dejado rastro en los documentos más añejos.  Plinio el Viejo, famoso naturalista romano de […]

… La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad y por lo tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti. John Donne, poeta metafísico

 

El amianto, presente ya en la Prehistoria, ha dejado rastro en los documentos más añejos. 

Plinio el Viejo, famoso naturalista romano de la Edad Antigua, mencionaba un material raro, que se usaba para confeccionar las mortajas reales; se decía que era inmaculada, porque el fuego la ponía blanca, y no la quemaba nunca. También se la usaba como mecha de las luminarias de aceite, en los santuarios.

Existen escritos de Herodoto (456 a.C.) sobre el uso de ropas de amianto/asbesto en las ceremonias de cremación.

Otras fuentes antiguas, lo reflejan igualmente:

Echad a suertes sobre cuál hilará el oro, el jacinto, el amianto, la seda… (X.2 «El velo del templo» – Evangelios Apócrifos).

La historia escrita del asbesto o amianto, comienza con Teofastro, un discípulo de Aristóteles, que lo describió en su obra clásica, De las piedras, escrita hacia el año 300 antes de Cristo. Posteriormente, en el siglo I, el geógrafo Estrabón localizó, en la isla griega llamada Eubea, el primer yacimiento de asbesto, que se explotaba para fabricar prendas ignífugas.

Dioscórides, medico griego, contemporáneo de Estrabón, mencionaba, en su obra De Materia Médica, los primeros lienzos y los primeros pañuelos reciclables de la Historia, los cuales se entregaban a los espectadores del teatro, ya que, al ser de amianto, se limpiaban y blanqueaban mediante fuego, para su reutilización en otra función. También mencionaba a otra cantera de asbesto, situada en Chipre. Este autor es quien bautiza al mineral flexible, con el nombre de amianto.

Plutarco (46-120 a.C.) describió las mechas de las lámparas de las vestales, elaboradas con «asbesta», un material «inextinguible».

El amianto ha tomado carta de naturaleza en las obras de ficción, frecuentemente de la mano de interpretaciones míticas de sus reales propiedades. Así, por ejemplo, San Agustín, obispo de Hipona, en La Ciudad de Dios, 21,5, escribió: Una piedra de la Arcadia es llamada amianto, porque, una vez encendida, no se puede apagarla de nuevo.

El marqués de Sade, en su obra teatral «Les antiquaires», hace referencia al amianto, en lo que sin duda era un tributo de admiración por ser una substancia incombustible, por sus propiedades ignífugas, (que algunos atribuyeron erróneamente a la salamandra, pese a que Marco Polo ya había puesto de manifiesto la existencia de una mina de amianto, por él visitada). En los «gabinetes de curiosidades» de época (antecesores de nuestros actuales Museos de Ciencias Naturales), el amianto se codeará con el polvo de momia, las reliquias de lignum crucis, o los fetos de deformes embriones abortados.

Una valoración positiva del asbesto, puede ser deducida indirectamente, atendiendo a ciertos textos: De sucia tierra, en tanto, queda un resto, y así fuese de amianto, es bien molesto (Goethe, en Fausto, II).

El nexo entre literatura y amianto, a veces es tan leve, como cuando Rosa Chacel (1898-1994), en su cuento Relación de un arquitecto, viene a decir: Atrincherado en el barracón, improvisé una chimenea con tubos y chapas de amianto…, queriendo significar con esa expresión, que se trataba de materiales de amianto-cemento.

Similarmente, pero con una absoluta incongruencia, Gabriel García Márquez (1927-2014), en su cuento El último viaje del buque fantasma, nos desconcertará con su: la descomunal ballena de amianto

Horacio Quiroga, en el cuento El crimen del otro, dejará escrito: dos o tres nubes de amianto erraban por el cielo purísimo…

El literato sevillano Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), en su Leyenda nº 5 El caudillo de las manos rojas, nos habla de Cachemira, la virgen de los siete chales de amianto.

Carlos Rubio (1831-1871), periodista, político y literato, bajo el seudónimo de Pablo Gámbara, en el año 1864, en la revista El Museo Universal, publica su La piedra filosofal. Cuento de niños, en el que hará alusión a una túnica de amianto encantado, con poderes mágicos.

Sergio Gaut vel Hartman, escritor, editor y antólogo argentino, en su cuento Paisaje perdido, narra: Recorrió todas las habitaciones en busca de la bolsa de amianto en la que había escondido las píldoras que le había dado Lila, para añadir más adelante: Pero la bolsa de amianto estaba en el fondo del horno

Adriel Gómez, en su cuento Una lágrima de Gretel, ha escrito: Un Caronte, boteando en una barca forrada con chapas de amianto, te extendió los huesos de su mano.

Modernamente, el asbesto, en la prosa de ficción y en la pluma de autores famosos, ya no es tomado como referente de propiedades sorprendentes, sino por algo muy diferente; por sus nefastas características de cancerígeno potente.

Italo Calvino (1923-1985), sobre la mina «Amiantifera di Balangero», en 1954, dejó dicho: «La montaña descendió, pieza por pieza, en los molinos de la fábrica, y se escupió en enormes pilas de desechos, para formar un nuevo e informe sistema montañoso gris mate». Editor del periódico La Unidad, realizó el reportaje sobre una huelga de 40 días, de los mineros del asbesto, titulado La fábrica de la montaña.

Primo Levi (1919-1987), en el cuento Níkel, de la colección La Tabla Periódica, escribió:

Había amianto en todas partes, como una nieve de color pizarra: si se dejaba por unas horas un libro sobre una mesa, y luego lo quitabas, quedaba su perfil en negativo; los techos estaban cubiertos de una gruesa capa de polvo, que en los días de lluvia se empapaba como una esponja, y de repente se derrumbaba violentamente al suelo.

En su reflejo en la narrativa, el amianto ha cobrado también protagonismo, a través de su más trágica secuela: el mesotelioma.

El mesotelioma ha llegado a tomar carta de naturaleza en nuestras sociedades actuales, hasta el punto de que dicha dolencia mortal ha llegado a ser clave argumental de una novela, de la escritora Lionel Shriver: So much for that.

Shriver comentó que deseaba que los elementos de no-ficción fueran lo más correctos posible, y que, para ello, utilizó la historia real de un amigo suyo, que falleció de mesotelioma peritoneal, por exposición al amianto, haciéndose eco de su exasperación ante el sistema de salud norteamericano, basado en el dinero y en los seguros de vida.

En esta obra literaria, en la que una de las patologías asociadas al amianto, el mesotelioma peritoneal, es ingrediente argumental principal, y publicada en nuestro país por la editorial Anagrama, bajo el título Todo esto para qué, se denuncia la miserable condición a la que se ven abocadas las familias de ese tipo de enfermos, allí donde sólo un costoso seguro privado permite afrontar los gastos de asistencia médica y hospitalaria de un prolongado tratamiento. El relato, de una crudeza inusual, trata de transmitir al lector toda la rabia que un sistema, tan injusto con las clases populares, provoca en quienes son potenciales candidatos a sufrirlo en sus propias carnes. Desde nuestra perspectiva española, en tiempos de crisis en los que nuestros sistema de salud pública y seguridad social están sometidos a continuas agresiones y substanciales mermas, resulta aleccionadora la lectura del mencionado texto de ficción que, no obstante esa condición, refleja con fidelidad, denunciándola, esa inhumana realidad.

Las víctimas del amianto, actuales o potenciales, también tienen mucho que perder, ante un desmantelamiento progresivo y brutal de nuestro sistema público de salud y seguridad social.

Al propio tiempo, y aun sin mencionar específicamente al mesotelioma, no obstante, su causa principal y prácticamente exclusiva, el amianto, es elemento esencial en el escenario narrativo de otra novela, Salamander Cotton, del autor Richard Kunzmann, novelista natural de Namibia.

La novela Le Feu dans l’amiante, del autor canadiense Jean-Jules Richard (1911-1975), tiene como escenario espacio-temporal, el desarrollo de las luchas obreras en la huelga del amianto del año 1949 en Quebec, en la que una de las reivindicaciones era, evidentemente, la eliminación del polvo de amianto, como prominente ingrediente de sus deplorables condiciones de trabajo.

Como expresión del absurdo inherente a la situación del entorno quebequés, la novela Poussière sur la ville, del escritor canadiense André Langevin (1927-2009), se desarrolla en el fondo de una cuba, bajo el polvo del amianto.

Otra novela con prominente protagonismo por parte del amianto, es la denominada Rock Reject, escrita por Jim Williams, y ganadora inaugural del premio Beacon 2011 de Literatura sobre Justicia Social.

Se trata de un relato de ficción, inspirado en las propias vivencias del autor. Ambientada en la década de los años 70 del pasado siglo, en un momento en el que los peligros del amianto comenzaban a ser de conocimiento más o menos generalizado, su escenario es el molino de la mina de asbesto Cassiar, en la Columbia Británica, mina en donde, en la vida real, Jim había trabajado.

Sus personajes, son los propios del mundo masculino de la minería, y sus acciones versan sobre la irresponsabilidad empresarial y la búsqueda ciega de ganancias, a costa de la salud física de sus trabajadores y de la agresión ambiental. A través de los vericuetos de la política sindical, Rock Reject nos muestra cómo el trabajo no termina en un recibo del sueldo, sino que llega hasta los rincones lejanos de la sociedad a la que se permanece unido, para bien o para mal.

Ser «un mono» gruñidor, en una mina de asbesto en el país del norte salvaje, en una mina de amianto en el Territorio del Yukon, es un infierno en la Tierra, un intento de suicidio de clase, es el agotamiento áspero, sentido como un aturdimiento, que viene a desembocar en un compromiso singular, para romperse la espalda en la actividad laboral, en pugna con el choque de clases sociales, la contaminación por el polvo de amianto, el racismo anti-Reserva y el caciquismo; estos son los factores que eventualmente llegan a politizar al joven protagonista. La historia es buena, y es una oda importante, para los hombres cuya salud ha sufrido por la avaricia de la industria, especialmente por la de la minería del asbesto en Canadá.

Otra novela, cuyo argumento gira en torno al amianto, es la de Stefano Valenti, expresivamente titulada: La fabbrica del panico, publicada por la editorial Feltrinelli en Milán (Italia), en el año 2013.

De forma análoga, también tendremos a la obra de Alberto Prunetti, escritor y traductor italiano, titulada: Amianto. Una storia operaia, igualmente editada en Milán, un año antes, en 2012.

Similarmente, en España, el amianto y las patologías asociadas al mismo, en general, han sido ingrediente destacado en la novela Ciudad retrete, del escritor navarro Patxi Irurzun, y cuyo argumento presentamos seguidamente, en una exposición, que es la síntesis de varios textos promocionales de dicha obra.

Las disparatadas grabaciones de un enfermo mental, el diario de un ex presidiario, y las cartas de amor de un jugador de baloncesto frustrado, tejen los planos y registros literarios de esta novela. Seres anónimos, los olvidados y sin voz, que sólo aparecen en los telediarios para engrosar cifras como las del paro, los accidentes laborales, o las muertes por sobredosis, etc., pero que en las páginas de la novela tienen la oportunidad de narrar aquello que no reflejan las estadísticas: sus vidas en primera persona.

Ciudad Retrete es la crónica, ambientada en la década de los 80 del pasado siglo, de un encierro de trabajadores en POZAL, S.A., la fábrica de tazas de baño, de la cual depende completamente la economía de Jamerdana, la ciudad imaginaria donde el autor sitúa la narración, la ciudad que es todas las ciudades, y por lo tanto, ninguna real, y que es la misma en la que el autor ya situara su primera novela, titulada: Cuestión de supervivencia.

Polígonos industriales, cementerios de coches, calles de casco viejo o de barrio obrero, son los paisajes urbanos por los que deambulan los personajes de esta novela.

En 1986, los trabajadores de la fábrica de retretes POZAL, S.A., que formaban parte de un programa de «reinserción laboral», paran la producción, y se encierran durante casi todo un mes. Lo que había motivado este hecho, era que los materiales con los que trabajaban, contenían amianto, y como consecuencia de su manipulación, comenzaron a enfermar uno tras otro. Al tratarse de una obra de ficción, los tiempos de latencia no tienen por qué ser respetados. En cualquier caso, aunque con un retraso que presupone la inutilidad de casi toda medida preventiva posterior, al final, en definitiva, sí que es real la percepción por parte de los trabajadores, de que, uno tras otro, a lo largo del tiempo, van sucumbiendo a la mortal epidemia laboral.

Al cabo de casi un mes de encierro, se produjo el violento desalojo en el que murieron dos trabajadores, sin que a nadie le importara su trágico final, ni el de todos los afectados por la contaminación laboral.

El fino olfato sociológico/ literario del autor, nos viene a mostrar así la general indiferencia social, que en la vida real se puede apreciar, hacia los padecimientos y muerte de las víctimas del amianto, a causa de todas las patologías asociadas al mismo, en general, y del mesotelioma, en particular.

Véase la reseña de esta obra, publicada en «Rebelión»: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=105871

Otro nexo entre el amianto y la creación artística, lo tendremos en la canción Asbestos Poisoning («Envenenamiento por Amianto»), del actor, director, músico y autor holandés Jean Koning, e incluida en el álbum «Industrial City in the Clouds» («Ciudad Industrial en las Nubes»).

En la discografía del cantaor de flamenco Antonio Mairena (1909-1983), nos toparemos con Cinco grabaciones en disco de amianto para uso personal de Antonio Mairena (1960).

El vínculo entre literatura y amianto, en España, cuenta con un precedente: el escritor gaditano José María Pemán (1897-1981), en su primer cuento publicado –Un milagro en Villachica– crea una localidad imaginaria, Villachica, que muchos años después retomará como espacio literario en el guion de un famoso serial televisivo, de 43 capítulos, llamado EL SÉNECA. En ese contexto de ficción literaria, sitúa a una empresa imaginaria, «Fibrocementos de Villachica», dedicada a la fabricación de productos de amianto-cemento.

El autor toma su inspiración en su propia condición de miembro del consejo de administración y uno de los principales accionistas de la empresa JEREZITA, S. A., que tenía su sede en la ciudad de Jerez de la Frontera, en la calle «Ronda de las Delicias», y con la fábrica instalada en el encuentro de las calles «Valdepajuelas» y «Ronda de los Alunados» de dicha ciudad. Una doble condición, de escritor y de co-propietario de una industria del amianto, que compartió con Franz Kafka, como podremos ver en su momento.

Los bodegueros de los afamados vinos de Jerez, buscando la sinergia con su propio negocio central, promovieron o participaron en diversas industrias locales, relacionadas con su producto: vidrieras para la fabricación de las botellas, cartonajes para el embalado, artes gráficas para las etiquetas y envases, etc.

Sus bodegas de crianza y sus almacenes, precisaban de amplias cubiertas, que, con la puesta en marcha de la producción de Jerezita, fundada por ellos, pasaron a ser instaladas, haciendo uso de las placas de amianto-cemento que constituían la mayor parte de la producción de dicha empresa, con una diversificación secundaria hacia la elaboración de otros productos de la misma composición. Primero elaboraron las placas con una fabricación manual sobre «camas» de moldeo, y luego mediante fabricación mecanizada.

A la larga, la manifiesta insuficiencia de ese espacio comercial, llevó a esa empresa a su desaparición.

Jerezita terminó siendo adquirida por Uralita, que la desmanteló, asegurándose, mediante una acusada destrucción, de que su maquinaria, vendida como chatarra, no volviera a poder ser reutilizada por un eventual competidor. Sus trabajadores se marcharon con un finiquito, unos ya con asbestosis, y algunos, sin saberlo, con una letal «paga extra» en el cuerpo: la anaconda interna, la bota malaya respiratoria, el mesotelioma. Esta historia tuvo un estrambótico remate. Al parecer, Jerezita, antes de su desaparición, había compensado a algunos de sus acreedores (incluyendo el finiquito a alguno de sus técnicos), mediante la entrega de una parte de su maquinaria de fabricación, que quedó depositada en un emplazamiento cercado. Ese fue el origen de una parte de la dotación patrimonial aportada para la constitución de la empresa «Amianto y Cementos del Atlántico», la cual no llegó a iniciar fabricación, hasta desaparecer, consumida en la pura inviabilidad económica del proyecto.

No atinaríamos a saber precisar, si el hecho de que actualmente, en Jerez de la Frontera exista una calle, en el Polígono «Autopista», llamada «Amianto», sea, o no, una reminiscencia de situaciones pretéritas, en las que, como hemos tenido ocasión de ver, el maldito mineral asumió notable protagonismo en la citada ciudad de la provincia gaditana.

Devil’s Dust (Polvo del Diablo) , fue una miniserie dramática, australiana, constituida por dos episodios, siendo estrenada el 11 de Noviembre del año 2012, emitida por la cadena ABC, y que finalizó en el día siguiente.

La serie hace un seguimiento de la actividad del sindicalista Bernie Banton, y de cómo relataba la tragedia de muchos trabajadores australianos y de sus familias, que habían sido afectados por la asbestosis y por el mesotelioma, durante la extracción y procesamiento del polvo de amianto. Bernie decidió tomar acciones legales en contra del fabricante, James Hardie, después de contraer cáncer por trabajar durante años con el amianto. Banton observó, cómo varios de sus compañeros de trabajo y también un hermano suyo, Ted, murieron debido a las enfermedades causadas por el amianto.

Por otro lado, Adam Bourke (un personaje ficticio), se ve obligado a cuestionar su moralidad, cuando descubre que James Hardie, que era una de las compañías más exitosas y respetadas de Australia, en donde, en la ficción, él trabaja como miembro de relaciones públicas, ha creado un producto que puede causar la muerte de miles de personas. Realidad australiana y ficción radiofónica, se mezclan de forma inextricable en la obra.

Mientras tanto, el periodista investigador Matt Peacock (personaje real, al igual que el propio Bernie), decide escribir acerca de la lucha de Bernie con la empresa, y de cómo éste lucha por la indemnización de las víctimas. Se trataba de un periodista inteligente y combativo, que trabajando para la radio y la televisión ABC, había informado el primero, entre todos sus colegas de Australia, sobre James Hardie y sobre los peligros del amianto en el lugar de trabajo, en el año 1977, en un programa de radio, titulado: «El trabajo como un riesgo de salud», realizado para ser emitido por la cadena «ABC Radio Nacional». Otro de los personajes reales intervinientes en la ficción y representados por actores, fue la viuda de Bernie, Karen.

Tanto la miniserie, como sus actores y realizadores, han sido objeto de diversos premios y nominaciones. Su difusión contribuyó sensiblemente a la difusión del reconocimiento del problema, por parte de la opinión pública australiana, y de sus autoridades.

El amianto está ya presente en el propio título de una obrita de narrativa, de 96 páginas, de Sauro Sardi, y titulada Il giardino d’amianto (El jardín de amianto).

El amianto también está en relación con la gestación de una película. En efecto, el film LA CUADRILLA, de Ken Loach, está basado en un guión, de inspiración autobiográfica, escrito por Rob Dawber, un operario que había trabajado durante 18 años en los ferrocarriles británicos; él era un sindicalista, que había vivido todo el proceso de privatización de la empresa estatal «British Rail». Poco después de terminarse el montaje de la película, Rob Dawber falleció de un cáncer, contraído en su trabajo con el amianto, en los ferrocarriles. En la película se narra la dureza de las condiciones de trabajo en la empresa de ferrocarriles, agravadas con el proceso de privatización, pero la propia realidad, vivida por el narrador, la superó en esa dureza, culminada con su propia muerte.

Un ejemplo del protagonismo del amianto en la trama de un relato cinematográfico, lo tenemos en la película muda, del año 1921, EL ROSTRO PÁLIDO, protagonizada por el actor cómico Buster Keaton (1895-1966). En ella, cuando se dedica a la caza de mariposas, Buster es apresado por una tribu de indios, que le atan al poste de tortura, para quemarle vivo, pero mientras los «pieles rojas» buscan la leña necesaria, consigue escapar, si bien es apresado de nuevo, aunque, en previsión, se ha vestido con un traje de amianto. Los indios ven, con asombro, que el fuego nada puede contra él y, tomándole por un ser sobrenatural, le hacen jefe de la tribu.

También la fibra suelta del crisotilo o amianto blanco, ha sido usada para imitar nevadas, en el rodaje de películas, como, por ejemplo, en La quimera del oro, interpretada por Chaplin (1889-1977), o en la de René Claire (1898-1981), Puerta de las Lilas, etc. La industria cinematográfica lo aplicó igualmente en los «efectos especiales» de determinadas películas, como, por ejemplo: en la recreación de las telas de araña de la tumba egipcia, en La Momia, o en la quema de la escoba de la Bruja Malvada del Oeste, en la película del año 1939, El Mago de Oz.

De papel, amianto y pólvora, era la carga de efecto que, por estar excesivamente comprimida, fue expulsada por una de las armas que formaban parte de la escenificación de una representación teatral –Joan Salas, alias Serrallonga-, interpretada por el grupo «Els Joglars» en 1975, y que determinó que se hiriera de consideración, por la espalda, al actor Víctor Martínez, también contaminándolo así con amianto, por esa vía tan insólita. Vemos, por consiguiente, cómo este incidente nos pone de manifiesto la evidencia de que el asbesto era usado también para semejantes menesteres en nuestro país.

La película ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, basada en la novela del periodista y literato Gary Wolf, titulada Who Censored Roger Rabbit?, tiene un argumento que está basado en una conspiración real, realizada por las multinacionales «General Motors», «Chevron Corporation» y «Firestone», las cuales crearon un holding («National City Lines»), para comprar y destruir a la compañía de tranvías de Los Ángeles, llamada «Red Car Trolley», entre los años 40 y 50 del pasado siglo, e imponiendo, en muchas ciudades norteamericanas, el uso de autobuses accionados con combustible derivado del petróleo, en detrimento del tranvía eléctrico, que cumplía con la función de transporte colectivo urbano, a plena satisfacción de los usuarios. Otra consecuencia adicional, fue la de propiciar la preferencia del público, para el desplazamiento en el interior de las ciudades, realizándolo por medio del transporte individual, en sus respectivos automóviles. Automóviles, recordémoslo, con sus correspondientes pastillas de freno, con guarnición de amianto. Podemos considerar, por tanto, que el citado film, indirectamente también está relacionado con el asbesto, y con la empresa «General Motors», prominente promotora del mantenimiento legal de su uso, ampliamente practicado por ella misma, y una de las firmas responsables de la corrupción de la literatura científica sobre el amianto, promoviendo y financiando espurios trabajos, para negar o minimizar los riesgos del mineral.

En la novela autobiográfica Una novela francesa, de Beigbeder Frédéric, publicada en España por la Editorial Anagrama, podemos leer: El estudio de TP1, en la rue Cognac-Jay, tenía forma de platillo volante de amianto, una expresión que, en su estricta literalidad, no parece tener una interpretación fácil.

En la novela Por la vida de mi hermana, de la estadounidense Jodi Piccolt, publicada en España por Ediciones Minotauro, podremos igualmente leer: Levanta la cazuela con la mano desnuda, como si su piel estuviera cubierta de amianto.

En la novela policiaca Oigo sirenas en la calle, del novelista irlandés Adrian McKinty, publicada en nuestro país por Alianza Editorial, tendremos oportunidad de leer: El estruendo de la escopeta había sembrado el frenesí entre los pájaros, y mientras corríamos a buscar cobijo detrás de una turbina de vapor medio desmontada, contemplamos las torcaces descolgarse del techo desencadenando una fina lluvia de partículas blancas de amianto sobre nosotros, como nieve de un invierno nuclear.

En febrero del año 2008, se estrenó en Valencia, en la sala «Carme Teatre», la obra La Mujer de Amianto, de Eva Zapico. Sobre la misma se realizó la película del mismo nombre, en la que el papel del personaje de La Mujer de Amianto lo asumió Verónica de Andrés.

La película corta brasileña Dulce Amianto, escrita, dirigida y montada por Guto Parente y Uirá dos Reis, en la que se narran las cuitas amorosas de Amianto, un travesti, supone una personalización del mineral, que no fue la primera, dado que ya en torno a 1918 se había creado la figura alegórica de Lady Asbestos, diseñada por el ilustrador británico Bernard Partidge (1861-1945), y cuya imagen sería empleada en su propaganda por la firma «Turner & Newall Ltd.», multinacional de la industria del amianto. Véasela en: http://www.flickriver.com/photos/asbestos_pix/4075638133/

La idea hizo fortuna, toda vez que asimismo, en el mundillo del cómic, otro personaje ficticio similar, el doctor Orson Karloff, más conocido por el sobrenombre de Asbestos Man, fue creado, en agosto del año 1963, por el editor Stan Lee, el escritor Ernest Hart, y el artista Dick Ayers. Se trataba de un supervillano, inventor de una armadura de «super-asbesto» (en la ficción, una combinación de hierro, calcio y amianto crisotilo).

Si la narrativa, el arte de Talía, y la poesía, han tenido nexos con el amianto, otro tanto cabe decir de algunas producciones del séptimo arte, incluyendo las realizaciones para la televisión.

En el año de 1982, en Gran Bretaña, un documental de televisión: Alice – A Fight for Life, presenta la historia de una víctima del mesotelioma, Alice Jefferson. Supone todo un revulsivo y un hito en la concienciación social sobre los peligros del amianto. Abogamos decididamente por una reposición periódica de su emisión, donde quiera que el olvido, la indolencia o la desinformación activa promovida por la industria del crisotilo, demanden esa conveniencia o necesidad (España incluida). Aunque no se trata de una creación de ficción literaria, su pulso narrativo no desmerece lo más mínimo respecto del de una buena novela. Tuvo, en su momento, verdadera trascendencia histórica, y es de obligada inclusión, en esta reseña de los relatos que han tenido por protagonista inanimado al asbesto.

El problema de la exposición residencial al amianto, está en el meollo del documental titulado: La plaza de la música, cuya reseña presentamos seguidamente, cediendo la palabra a su propio realizador:

«La Plaza de la Música. Historias de Amianto

Juan Miguel GUTIÉRREZ

Nuestra madre murió hace treinta años. Le diagnosticaron inicialmente un cáncer de pulmón. Fueron 14 meses de un sufrimiento atroz hasta que, en sus últimos momentos, el diagnóstico cambió y se convirtió en mesotelioma pleural maligno. Para nosotros, sus hijos, fue un período de angustia y dolor difíciles de superar. El tiempo y la distancia lograron mitigar la pesadilla pasada, hasta que un buen día de enero de este mismo año 2010 una persona experta en amianto nos anunciaba que nuestra madre había sido víctima de la inhalación de fibras de amianto producidas por la fábrica PAISA de Errentería que trabajaba con ese material. Ahora bien, ella no trabajaba en dicha empresa, era ama de casa. Ocurría, sin embargo, que teníamos como a unos 10 metros de la casa familiar un ventilador -yo, era pequeño y lo recuerdo como gigantesco- que lanzaba a la calle el maldito polvo.

Origen de una película

La noticia de que la muerte de nuestra madre tenía culpable fue un impacto emocional importante que me llevó a hacer una película sobre el tema. Para mí las palabras amianto, asbesto y mesotelioma eran totalmente desconocidas, como lo era la existencia de otras muchas víctimas de este producto tan tóxico. Mi hermano y yo mismo comenzamos a investigar sobre las características de este mineral verdadero protagonista del desarrollo industrial en las décadas de los 40, 50 y 60; era incombustible, aislante perfecto, ligero de peso e inclusive barato. El material perfecto para la construcción, las industrias de la automoción, construcción de barcos, trenes o aviones y el material soñado para la industria siderúrgica.

Lo que nadie suponía era que la inhalación de sus fibras producía varias patologías a cual más dañinas y letales: la asbestosis que produce insuficiencia respiratoria y la más temida y devastadora, el mesotelioma de pleura, verdadera sentencia de muerte, acompañada de una tortura que ni los más sofisticados sistemas paliativos de hoy en día consiguen mitigar.

El asesino de las mil caras

Al impacto emocional personal sucedió un largo y apasionante viaje a través del mundo en busca de los rastros de este asesino de las mil caras: la gente del barrio donde vivíamos, los trabajadores y las víctimas por amianto en la industria puntera guipuzcoana (CAF, Cementos Rezola, Patricio Etxeberria, Renfe, La Naval, Vitorio Luzuriaga, Uralita y los miles de edificios todavía hoy repletos de amianto). Las víctimas se agolpaban a mi alrededor. Me convertí en el humilde espacio de una película, en el testigo de tanto sufrimiento inocente.

Pero al mismo tiempo fui testigo de la lucha de estas gentes, lucha para que no se olvidara su presencia, lucha para delimitar responsabilidades, para conseguir indemnizaciones, para abrir los ojos de la opinión pública para conocer la peligrosidad de este material que todavía se encuentra cerca de nosotros, agazapado en nuestras casas, fábricas o lugares de ocio.

El viaje era largo; mi círculo de conocimiento cada vez era más amplio. Recalé en unos Estados Unidos o Europa conscientes desde tiempos remotos -impensables en España, siempre con retraso con respecto al primer mundo- de la peligrosidad de este material.

De la India a Errentería

Concluí mi periplo, para gran asombro mío, en la playas de la India donde se desguazan hoy los navíos occidentales, forrados de amianto que ningún europeo quiere desguazar por miedo al amianto que contienen. Mi capacidad de sorpresa creció al constatar el inmenso cinismo e inmoralidad que supone que el capitalismo salvaje, propietario de las minas de amianto del primer mundo, siga vendiendo al tercer mundo la producción del material cancerígeno que ya no consigue colocar en los países de nuestro entorno que lo han prohibido radicalmente.

Viaje apasionante que concluye, replegándose sobre sí mismo, en la soledad de La Plaza de la Música de Errentería, el solar donde antes se levantaba la fábrica que emitía el polvo de amianto. La fábrica cerró sus puertas en 1975, pero no dejó únicamente un solar vacío y desolado, sino millones de agujillas asesinas que treinta o cuarenta años más tarde iban a sembrar el dolor y la muerte».

El emotivo relato audiovisual puede ser accedido mediante el siguiente enlace: http://vimeo.com/20239482

En el año 1928, el poeta norteamericano Edwin Rolfe (que participó en nuestra guerra civil, integrado en las «Brigadas Internacionales»), publica su poema: Asbestos, en el que algunos han querido advertir que se hace una alusión sugerente de los efectos letales, para los trabajadores, del uso industrial del amianto.

El amianto ha suscitado una extraña predilección por parte de los poetas, en cuya imaginación asume propiedades extraordinarias, relacionadas con su real comportamiento, o imaginadas e inverosímiles. Desde la inspiración de:

Velos de amianto, espanto, ciegos cielos, / cantados himnos ya no más cantados…

de un Julio Cortázar (1914-1984), en su poema Paisaje de guerra, o:

Alta siempre, no caída, / traiga su risa y su llanto; / clave las uñas de amianto /

sobre la vida de Nicolás Guillén (1902-1989), poeta cubano, en su poema Guitarra, o en su Canción filial, con:

Ponme fibras de amianto para mi duro empeño…, o:

Canta y canta, tan loca de su canto, / pájaro sur, tan fuerte, / cisne breve de cólera y de amianto, / que -¡qué embriaguez!- no advierte / que el réquiem es su canto de su muerte, de nuestro Miguel Hernández (1910-1942), en su poema Cigarra, o: 

Duro es el canto que yo canto, / canto de anfíbol o de pórfido: / ¿enajena tus oídos mi ruda cantilena? // ¡Otra ocasión, mi túnica de amianto / y en tu luz, Noche Morena, / y en tu luz, Noche Morena, / y en tu fuego arderé, loca falena…! ,del poeta colombiano Francisco de Asís León Bogislao de Greiff Häusle (abreviado,León de Greiff) -1895-1976-, en Variaciones alrededor de nada. Trova del nocturno sortilegio. Sonatina; autor también del poema titulado Favilas, que incluye: Canto amoroso cuya ardiente flama / hoguera torna el yelo, incendia amianto,… 

O, ya en prosa: Oh Amauta! Sólo. Tan solo. Función de ti, y en ti, so tu manteo asbéstico y en tu toga de amianto.

O, volviendo a la rima: Y se lanzó…qué caray! / en una larga caída / desde el techo de la vida / y marcó -vaya compendio- / de un incendio a otro incendio / de amianto y valor vestida!-, de Alfonso Echeverri, en Crónica decimaria del paseo familiar a la finca «Cristales«, o bien: Amianto vespertino / crece / en el tumulto de los cielos / hacia un destino en llamaradas, de Miguel Oscar Menessa, poeta, novelista, pintor y psicoanalista argentino.

O: Dadme un espeso corazón de barro, / dadme unos ojos de diamante enjuto, / boca de amianto, congeladas venas, / duras espalda que acaricie el aire , de Ángela Figuera Aymerich (1902-1984), en: Belleza cruel.

O: volviendo el rostro al alba que bajaba / de los veloces sueños del amianto, del poeta español Ángel Pariente, en Oda a Isidore Decasse.

O: de despertares de amianto, habla Joaquín Pérez Azaústre, en su poema Trasplate.

O: Río Barú, marinero que penetra / con influjos hasta las rocas de amianto , del poema Rio Barú, marinero, de José Antonio Valverde, o:

 

Mi corazón latía ayer y hoy viste de morado / se rompió la magia que lo disfrazó de oro / y de color rojo se tornó puro amianto, en el poema Hoy…, de Alicia Rosell.

O: qué clase de sombra piafa por los callejones nocturnos / qué asordado tropel de amianto o de topacio, en Poema Nocturno de fuego y de caballos, del argentino Flavio Crescenzi, o: Mi mujer con nalgas de gres y de amianto, en LA UNIÓN LIBRE, de André Breton (1896-1966), y también del mismo autor: Serán de paja inflamada y lucirán dentro de una caja de amianto, en su poema El revolver de cabellos blancos.

O: Vestido de amianto y terciopelo, recorrió la ciudad, de Álvaro Mutis (1923-2013), poeta y novelista colombiano, en el poema La orquesta… hasta la enigmática poesía del absurdo, de un Oliverio Girondo (1891-1967), poeta argentino, con su: Los pantalones de amianto y los pararrayos testiculares, son iguales a cero, de su poema Espantapájaros.

O: Ahora, / entrar y salir en aspecto rojo del amianto, / eso te basta, en el poema En un lugar no identificado, de César Dávila Andrade (1918-1967).

O: Con traje de amianto elucubra… / Sabe que los discóbolos / y los encantadores de caballos están prohibidos, del poeta y psicoanalista cubano Juan Francisco González-Diaz, en: Escaramuzas; o: Las pestañas caídas hondamente han velado los ojos como una gota de charol y amianto, del poeta, prosista, crítico literario y traductor español Pere Gimferrer, en Yo fundé todos mis deseos.

Toda una galería de despropósitos exentos de toda lógica, llegan a conducir, incluso, a sarcástica contradicción, como en: dónde hallaremos el pulmón de amianto que nos ampare?, del psicoanalista y escritor mexicano Fredo Arias de la Canal, en el poema El mamífero hipócrita XI.

En parecido registro encontraremos lo expresado por Gabriela Mistral (1889-1957), en su poema Noche de metales:

Vamos cargando su amor / como un amianto en el pecho, y de la misma autora: que en los metales y el amianto / nos aupaste las entrañas, del poema: Cordillera. O: …luciendo tangas apretadísimas, hechas con telas de amianto…, en el poema Matando enanos a garrotazos, del escritor argentino Alberto Laiseca.

O: proyectando de todas partes sus lentejuelas de amianto invisibles a todos (de Amour à mort, 1957), de César Moro (1903-1956), poeta y pintor surrealista peruano.

En el año 1992, la Diputación Provincial de Córdoba edita el libro de poemas La floresta de amianto, del poeta cordobés Alejandro López de Andrada.

Todo un elitista afán de epatar, trasluce, a nuestro parecer, tanto «amianto» insólito y estrambótico. Otras menciones, en cambio, responden a un estilo poético más tradicional: Piel seca de uva neutra y amianto de madrugada, de Federico García Lorca (1898-1936), en el poema: Nocturno del hueco; o del mismo autor:

para que los cocodrilos duerman en largas filas / bajo el amianto de la luna, en: Los negros. Oda al rey de Harlem, de Poeta en Nueva York.  

O: Pesadillas de amianto / me llevan con dolor por su camino, en el poema Pesadillas de amianto, incluido en la colección de poemas titulada Laberinto de lluvia, de la poetisa española Ana Muela Sopeña, usando en ello una expresión, que podría suscribir cualquiera de las víctimas del asbesto…

De la misma autora, en el poema Dos mujeres, encontraremos: La otra lleva siempre en la mochila / un sol negro de amianto / que solloza en su gruta por lo ínfimo; o la expresión: hecho de cielos de amianto, en el poema Cuando lloran los atardeceres en la ciudad del cuerpo, de la poetisa española Marian Raméntol Serratosa.

O: Lanzar he visto llamas del amianto / al duro cuerpo incombustible y frío… del poema: En un álbum de una dama descreída. Nada creo, de nuestra Carolina Coronado (1820-1911), o: de tu piel de primavera y amianto, del poeta y cirujano extremeño Antonio María Flórez, en el poema: Antes del regreso. 

Octavio Paz (1914-1998), cuando, en su poema «Salamandra» creó la expresión «amante amianto», no estuvo en el mejor momento de su inspiración literaria, por mor de la polisemia que admite esa locución, dado que puede ser entendida como que un amante tiene propiedades simbólicamente similares a las del amianto, como que, alternativamente, es el amianto el que tiene cualidades de amante, lo cual supondría todo un cruel sarcasmo.

Como verdadera pieza literaria debemos considerar la postrera misiva del auto-inmolado Eduardo Miño. En la mañana del 30 de Noviembre del año 2001, un hombre de 52 años, frente al presidencial Palacio de la Moneda, de Santiago de Chile, se clavó en el abdomen un cuchillo de grandes dimensiones, se roció con un combustible, y se suicidó, quemándose «a lo bonzo», haciendo entrega de una carta, a los aterrados transeúntes.

Este es el texto de su última carta:

«Mi nombre es Eduardo Miño Pérez, CI: 6.449.449-K, militante del Partido Comunista. Soy miembro de la Asociación Chilena de Víctimas del Asbesto. Esta agrupación reúne a más de 500 personas que están enfermas y muriéndose de asbestosis. Participan las viudas de los obreros de la industria Pizarreño, las esposas y los hijos que también están enfermos solamente por vivir en la población aledaña a la industria. Ya han muerto más de 300 personas de mesotelioma pleural, que es el cáncer producido por respirar asbesto. Hago esta suprema protesta denunciando:

1.- A la industria Pizarreño y su holding internacional, por no haber protegido a sus trabajadores y sus familias del veneno del asbesto.

2.- A la Mutual de Seguridad, por maltratar a los trabajadores enfermos y engañarlos en cuanto a su salud.

3.- A los médicos de la Mutual, por ponerse de parte de la empresa Pizarreño y mentirle a los trabajadores, no declarándoles su enfermedad.

4.- A los organismos de gobierno, por no ejercer su responsabilidad fiscalizadora y ayudar a las víctimas.

Esta forma de protesta, última y terrible, la hago en plena condición física y mental como una forma de dejar en la conciencia de los culpables el peso de sus culpas criminales. Esta inmolación digna y consecuente la hago extensiva también contra:

Los grandes empresarios, que son culpables del drama de la cesantía, que se traduce en impotencia, hambre y desesperación para miles de chilenos. Contra la guerra imperialista, que masacra a miles de civiles pobres e inocentes para incrementar las ganancias de la industria armamentista y crear la dictadura global.

Contra la globalización imperialista hegemonizada por Estados Unidos. Contra el ataque prepotente, artero y cobarde contra la sede del Partido Comunista de Chile. Mi alma que desborda humanidad, ya no soporta tanta injusticia.

Eduardo Miño Pérez».

Su acción suicida inspiró el poema Fuego mortal:

A Eduardo Miño

El mediodía y el desgarro mortal,

el fuego y la indiferencia.

Muchas muertes

dentro de una sola muerte.

Ardió como un hombre sin identidad

frente al Palacio de Gobierno,

sin sombra ni pan en los bolsillos.

Su alma inmensa de humanidad,

se fue de viaje hacia

donde otros hombres murieron antes.

Ardió como la erupción de la tristeza

en los vestigios del que nunca tuvo nada.

Se marchó solitario de soledad

y con los dientes apretados

de rabia e impotencia,

con la esperanza y la tragedia

entre sus manos.

(del libro A buen paso atraviesa la noche, de Alejandro Lavquén, escritor y poeta chileno, asiduo colaborador de «Rebelión»).

 

Cementerio de barcos

Y nos duermen con cuentos

y los gritos de angustia del hombre

los ahogan con cuentos.

León Felipe

 

Dedos de amianto arenas de la India

dedos mudos varados

en playas de miseria.

Buque ofrenda en bandeja

plata muerte anunciada.

El desguace artesano

de un batallón de parias

reciclando el acero.

Polvo de amianto al aire.

Polvo de amianto alvéolo

donde lesivo extraño

silente y asesino

se dormirá moroso.

Y nos duermen con cuentos

y los gritos de angustia del hombre

los ahogan con cuentos.

Como un cepo en la arena

como un queso veneno

verdugo en la distancia.

Sedimento de amianto

taponando los poros.

Embebiendo la tierra

mientras al sol se secan

los fragmentos del barco.

Del barco que a mordiscos

se esfuma en el oriente.

María José Pastor

 

Coda final

Delirio: Esperpento valleinclanesco. La España negra, pintada por Gutiérrez Solana. La Hispania profunda e inquisitorial, la Iberia goyesca de Los Desastres; la España bananera, caciquil y cortijera; la España que huele a moscas, a caballerizas, a esparto, y a orina de jumento, acoge al aquelarre judicial de las caras de docta ignorancia, pintadas o grabadas por Brueghel el Viejo. Almidón y encajes blancos. Corrida de toro humano, en la que los campanudos cuervos agitan sus mazos, haciéndolos retumbar sobre el ataúd caoba, con estruendo que ahoga el grito desgarrador… de la víctima del asbesto.

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