La Casa Blanca echa la culpa de las manifestaciones y desmanes a Irán y Siria, desde luego. Para la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, las caricaturas de Mahoma nada tienen que ver. «No sé por qué nos odian tanto», se preguntó W. Bush al comenzar su cruzada por el dominio del mundo. Las caricaturas de […]
La Casa Blanca echa la culpa de las manifestaciones y desmanes a Irán y Siria, desde luego. Para la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, las caricaturas de Mahoma nada tienen que ver. «No sé por qué nos odian tanto», se preguntó W. Bush al comenzar su cruzada por el dominio del mundo.
Las caricaturas de Mahoma -en particular la que lo muestra con una mecha de bomba encendida en el turbante- siguen provocando indignación, manifestaciones y muertes en el mundo musulmán. Esa ira no descansa. En Occidente se suele defender la publicación de esos dibujos con un acérrimo hincapié en la libertad de expresión, aunque algunos lo entibian con los paños del respeto a la creencia ajena. En efecto, para el Islam es sacrilegio tomar en solfa la imagen del Profeta y, encima, representarlo como un amenazante terrorista.
El tema de la libertad de expresión tiene un tratamiento bastante maleable en el Jyllands-Posten, el diario de Dinamarca que publicó los 12 dibujos el 31 de septiembre del 2005. En abril del 2003, el ilustrador danés Christopher Zieler presentó al periódico una serie de caricaturas sobre la resurrección de Cristo y recibió de Jens Kaiser, director de los números dominicales, el siguiente e-mail: «No creo que esos dibujos gusten a los lectores de Jyllands-Posten. En realidad, creo que provocarán muchas protestas. En consecuencia, no los utilizaré» (The Guardian, 6-2-06). Kaiser no aplicó el mismo criterio a las caricaturas de Mahoma y véase por qué: «En el caso de los dibujos de Mahoma, pedimos que los hicieran. Yo no pedí los otros. Esa es la diferencia». Una mera diferencia editorial, apenas técnica, vaya.
Es imposible desgajar la actitud de Kaiser del racismo occidental y europeo en general, y del danés en particular, que se agravaron de manera creciente desde el 11/9, la invención del «eje del mal», la ocupación de Irak, la construcción del muro en Israel, el terrorismo suicida. El gobierno derechista instalado en Copenhague desde 2001 y reelecto el año pasado mutiló conquistas sociales y laborales, participó en la ocupación de Irak y endureció las medidas antiinmigratorias. Una nueva ley promulgada en septiembre de 2004 limita específicamente el ingreso de inmigrantes musulmanes. El mismo mes, Pia Kjaersgaard -dirigente del Partido del Pueblo Danés, oficialista y de extrema derecha- llamaba a la guerra contra el islamismo, al que comparó con el nazismo y el marxismo (www.globalresearch.ca,
2-6-06). Una encuesta de principios de 2005 mostró que uno de cada cuatro daneses teme que algún día haya más musulmanes que no musulmanes en el país. Es un temor curioso: los 200.000 habitantes de Dinamarca que profesan el Islam son menos del 2 por ciento de la población total, pero esa creencia refleja el clima antiárabe imperante.
El debate libertad de expresión versus respeto a los credos religiosos que las caricaturas desataron en Occidente no carece de rasgos hipócritas. Medios norteamericanos y europeos que nunca se cansaron de repetir y difundir las mentiras de la Casa Blanca sobre Irak, o que callaron o autocensuraron barbaridades como el espionaje interno en EE.UU., hoy lustran esmeradamente el concepto de la libertad de expresión. No mencionan, claro, que la suya propia está acotada por las corporaciones a las que pertenecen y los intereses políticos, no exactamente populares, que defienden. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Afloran también reflexiones autoritarias como la de Roger Koeppel, director del periódico alemán Die Welt: «Debe quedar claro que gobierna la cultura mayoritaria y que la cultura minoritaria tiene que acatar sus reglas. Si éstas no son aceptables, nadie está obligado a vivir bajo ellas» (The Christian Science Monitor, 8-2-06). Sépanlo los millones de árabes que la miseria ha empujado a emigrar a Europa. Políticos y gobiernos del Viejo Continente, salvo alguna excepción, se han lavado las manos: la cuestión es de los medios, dicen, que tienen derecho a ejercer la libertad de prensa.
El Consejo Francés de Culto Musulmán y diferentes organismos presentaron en los tribunales varias denuncias contra el parisino France-Soir y otros periódicos que reprodujeron las caricaturas del diario danés. La Iglesia Católica francesa logró el año pasado que la Justicia prohibiera la difusión de un aviso de modas basado en La última cena. «Es un acto gratuito de intrusión en las creencias más íntimas de las personas», dictaminó el juez de la causa. No estimó lo mismo el magistrado francés que rechazó el recurso del Consejo fundamentando la medida en una ley de prensa que data del año 1881. «Los musulmanes quieren ser tratados como los fieles de otras religiones», explicó Olivier Roy, un especialista eminente en asuntos islámicos del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de París. Finalmente, en Alemania, Francia y Austria, negar que la Shoa se haya producido es un delito penado por la ley.
El boicot a los productos de Dinamarca en el Medio Oriente pareciera más eficaz que las manifestaciones violentas que son violentamente reprimidas. La alimentaria Arla, de capital sueco-danés y una de las más importantes empresas de productos lácteos de Europa, ha multiplicado sus avisos en los medios deslindándose de las caricaturas de Mahoma. Se explica: sus exportaciones a la región ascienden a 480 millones de dólares anuales y en cinco días sus ventas se redujeron a cero (BBC News, 31-1-06). Las agencias de viajes de Dubai informaron que no hay habitante del Emirato que viaje a Dinamarca en estos días.
La Casa Blanca echa la culpa de las manifestaciones y desmanes a Irán y Siria, desde luego. Para la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, las caricaturas de Mahoma nada tienen que ver. «No sé por qué nos odian tanto», se preguntó W. Bush al comenzar su cruzada por el dominio del mundo.