Giaime Pala es doctor en Historia por la Universidad Pompeu Fabra y profesor asociado en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la Universidad de Girona. Forma parte del consejo de redacción de la revista Mientras tanto . Nuestra conversación se centra en su último libro Cultura clandestina, Granada, Comares 2016. *** Tu último […]
Giaime Pala es doctor en Historia por la Universidad Pompeu Fabra y profesor asociado en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la Universidad de Girona. Forma parte del consejo de redacción de la revista Mientras tanto . Nuestra conversación se centra en su último libro Cultura clandestina, Granada, Comares 2016.
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Tu último libro ha sido publicado por Comares. Mi más sincera felicitación. Me centro en él si te parece, admitiendo de entrada que son centenares las preguntas que suscita tu excelente ensayo (¡y no podré formularlas todas por supuesto!). Empiezo por el título ¿Por qué «cultura clandestina»?
Escogí el título «Cultura clandestina» porque, a través del libro, quería averiguar qué significaba hacer cultura militante en un partido ilegal. Es decir, producir cultura en el marco, y en función, de un proyecto político destinado a modificar el statu quo, y por eso mismo perseguido por los aparatos de seguridad del franquismo. Hacer cultura en un contexto democrático tiene poco que ver con hacerlo bajo una dictadura. Y más si quien la hace pertenece a un partido revolucionario como el PSUC. La clandestinidad pesó enormemente en la vida de los intelectuales comunistas: les impidió mantener una relación fluida y sosegada con el resto de compañeros y la dirección en el exilio, endureció la vida interna de la organización e influyó en sus decisiones políticas, dificultó el desarrollo de carreras académicas y costó años de cárcel a algunos de ellos, orientó los intereses de los intelectuales hacia algunos temas más que otros, etc. En definitiva, la clandestinidad, consecuencia de la adhesión a la lucha antifranquista, fue un elemento de peso en la labor cultural-política de aquellas personas y es el hilo rojo que recorre todas las páginas del libro. De modo que el libro trata tanto de la producción cultural como de las características de la militancia de aquellos intelectuales. Vamos, de su teoría y de su práctica militante. No se entiende la una sin la otra.
El término «intelectuales» que usas en el subtítulo, ¿a qué grupos sociales se refiere? ¿Qué tipo de intelectuales eran los intelectuales militantes de aquellos años?
Los intelectuales del PSUC eran −y se veían ellos mismos como− intelectuales de tipo gramsciano, es decir «orgánicos». En efecto, para Gramsci los intelectuales no son un grupo social independiente, sino que cada clase social (a través de sus organizaciones políticas y sindicales/patronales), para asentar una propia función en la producción económica forma a sus intelectuales, quienes, además de su tarea profesional, proporcionan a su clase homogeneidad política y conciencia de sí en la escena social. Con lo cual, el intelectual orgánico no es, como piensan muchos, sólo un intelectual «politizado» ni necesariamente tiene que proceder de las capas sociales al que se dirige políticamente su partido. Es una persona que apuntala, con sus capacidades y conocimientos, un proyecto de clase determinado al cual se adhiere libremente. En el caso de los intelectuales del PSUC, un proyecto político pensado por y para las clases populares.
¿Por qué te has interesado específicamente por los intelectuales del PSUC? ¿Alguna característica especial y destacada? ¿No hubo intelectuales importantes en otras fuerzas de la oposición antifranquista de orientación socialista y comunista?
Desde luego que los hubo. Pero a mí me interesaban los intelectuales del PSUC porque, como te he dicho, además de averiguar qué significaba hacer cultura en la clandestinidad partiendo de su caso concreto, quise investigar, para mi tesis doctoral, al PSUC durante el franquismo. Y consideraba que no era posible trazar un retrato convincente de este partido sin conocer también a sus intelectuales, que fueron muchos y de talento. El libro, pues, tiene su origen en una parte de mi tesis.
¿Fue tan importante el PSUC durante el franquismo? ¿No exageramos en ocasiones?
Digamos que fue importante en la medida en que adquirió consistencia cuantitativa y cualitativa, es decir, a partir de mediados de los años cincuenta. Antes fue una organización pequeña, permanentemente golpeada por la policía y con una limitada capacidad de acción. Para decirlo gráficamente, el PSUC fue: 1) marginal en los años cuarenta; 2) incisivo en los cincuenta, cuando supo crear nuevas y activas células de obreros, estudiantes e intelectuales; 3) importante en los sesenta, ya que contribuyó decisivamente a la creación de movimientos como Comisiones Obreras, el Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona y la Comisión Coordinadora de Fuerzas Políticas (que dio vida a la política unitaria en Cataluña); y 4) fundamental para crear una dinámica de fuerte oposición política en los últimos años del franquismo.
¿Los intelectuales del PSUC tuvieron vinculaciones con los intelectuales del partido hermano, PCE? ¿Cabe separarlos o trazamos una ficticia línea de demarcación para estudiarlos mejor? Si quieres, preguntando más en general, ¿el PSUC fue durante el franquismo un partido autónomo del PCE?
Los intelectuales del PSUC fueron mucho más autónomos de los intelectuales del PCE que la dirección del PSUC respecto de Santiago Carrillo. Me explico. Los intelectuales de Barcelona desarrollaron su labor en completa autonomía, aunque, como no podía ser de otro modo, establecieron contactos y formas de colaboración con los intelectuales del PCE de Madrid. El mismo Jorge Semprún, organizador de los intelectuales comunistas madrileños, apenas intervino en la vida interna del Comité de Intelectuales de Barcelona y en la línea editorial de sus publicaciones. De manera que fueron mucho más autónomos del PCE que la dirección del PSUC, la cual nunca tomaba decisiones de envergadura sin consultar a Carrillo. Es más, como expliqué en otro libro dedicado a la política unitaria de los comunistas, los dirigentes del PSUC insistieron durante años en integrar formalmente al PSUC en el PCE por aquello de «Un Estado, un partido». Si no llegó a realizarse tal operación fue por Carrillo, quien, inteligentemente, siempre tuvo claro el potencial de la marca «PSUC» en Cataluña.
Dos preguntas por capítulo (aunque me queden muchas cosas en el tintero como te decía antes). En el primer capítulo hablas de una publicación de la que apenas se ha hablado hasta ahora, Cultura Nacional. ¿Cuándo se publicó, quiénes la publicaban y escribían en ella? ¿Se leía en el «interior»? ¿Sólo en catalán como en el caso de Nous Horitzons?
Cultura Nacional se publicó entre 1954 y 1955, es decir, antes de que entraran en el PSUC los primeros intelectuales de Barcelona. Escribieron en ella sobre todo los cuadros del partido residentes en Francia o en los países del socialismo real. Y no creo que tuviera una buena circulación en Cataluña, más allá de las copias que debieron de recibir los militantes. Estaba escrita en catalán, como también lo serían todas las demás publicaciones culturales del PSUC.
Te cito: «El interés que pueda tener el análisis de los contenidos de Cultura Nacional reside en la lectura historiográfica de las señas de identidad de una concepción de la cultura con arraigo en el humus ideológico estaliniano». ¿Cuáles eran esas señas de identidad en el caso concreto de CN?
Pienso en el elogio desmedido de sus dirigentes (versión pálida del culto a la personalidad que entonces aún se practicaba en muchos partidos comunistas), en la violencia verbal de sus críticas y juicios, en el apego a un realismo literario y a un figurativismo artístico demasiados esquemáticos, y en unas loas al sistema soviético que hoy parecen exageradas incluso teniendo en cuenta los parámetros políticos de los comunistas de la época. Cultura Nacional fue el fruto más evidente de la cultura del PSUC antes de que Jruschov criticara, en el XX Congreso del PCUS de 1956, algunas de las categorías estalinianas que habían caracterizado la vida del movimiento comunista internacional.
Un paso de la presentación -que tú mismo citas- del número 1: «Fortaleceremos y desarrollaremos la personalidad de la cultura nacional catalana y los vínculos indisolubles con los que el proceso histórico nos ha unido al tesoro inconmensurable de la cultura de los otros pueblos de España, que al mismo tiempo también es patrimonio nuestro». Igual leo muy mal, pero interpretado desde la situación actual -o incluso desde cualquier otra situación- no está nada mal en mi opinión. La izquierda ha solido decir cosas parecidas a lo largo de estos años.
Sí. Históricamente el PSUC fue el partido catalán que mejor supo ligar el desarrollo de la personalidad nacional de Cataluña con una visión republicana, federal y culturalmente enriquecedora de España. El mismo derecho a la autodeterminación de Cataluña era visto por los militantes del PSUC como la mejor vía para reforzar la fraternidad y unión de los pueblos de España sobre la base de la libre y voluntaria asociación política.
En la página 16 haces un pequeño homenaje: «Los Armando López Salinas, Antonio Ferres, Jesús López Pacheco, Alfonso Grosso o el primer Luis Goytisolo, protagonizarían un tipo de escritura hoy injustificadamente menospreciada pero cuya estética se nutría del periodismo de investigación, de la fotografía de denuncia y del cine comprometido de la primera mitad de los cincuenta». ¿Qué papel jugó esa literatura asociada al realismo social? ¿Por qué crees que -salvo excepciones: Belén Gopegui, David Becerra, Constantino Bértolo por ejemplo- es, sigue siendo tan menospreciada actualmente?
Aquella literatura tuvo un impacto extraordinario en la generación de jóvenes que se iban haciendo antifranquistas los años cincuenta y sesenta. Éstos encontraban en aquella una literatura adherente a sus necesidades y su deseo de descubrir realidades sociales ocultadas o deformadas por la propaganda franquista; una literatura fresca y al mismo tiempo rabiosa y deseosa de intervenir en la escena pública. Cierto: aquellos autores no tenían el talento narrativo y lingüístico de un Juan Benet, un Sánchez Ferlosio o un Luis Martín Santos. De ahí los juicios tan negativos de una parte de la crítica literaria. Pero eran buenos narradores y excelentes despertadores de conciencias.
El capítulo 2 lleva por título «Creación y despliegue de intelectuales del PSUC». ¿Por qué tantos jóvenes intelectuales se aproximaron en aquellos años cincuenta a un partido tan duramente perseguido y castigado, y con tan escasa militancia? ¿Cuáles eran sus orígenes sociales? ¿Se la estaban jugando y querían militar en un partido que no les podía garantizar nada? ¿Por qué?
A mí me interesaba sobre todo comprender los motivos que llevaron a la militancia activa a esos primeros intelectuales que entraron en el PSUC en 1956-1957. Porque, a diferencia de los que vendrían después, no tenían referentes políticos ni ayudas para conectar con el partido. Se trataba, sin duda, de jóvenes inteligentes que ejercerían un papel notable en la vida cultural catalana de las décadas siguientes: Manuel Sacristán, Jordi Solé Tura, Josep Fontana, Joaquín Jordá, Luis Goytisolo, Arnau Puig, Octavi Pellissa, Salvador Giner, Víctor Mora, Francesc Vicens, entre otros. Pues bien, éstos se hicieron comunistas por motivos culturales y no de clase. En efecto, la gran mayoría de ellos procedía de familias de la pequeña y mediana burguesía catalana. Y algunos, hasta de la alta burguesía perteneciente al bando de los vencedores de la guerra civil. Pero, como te decía, se politizaron sobre todo por inquietudes de tipo cultural que no podían verse satisfechas en el clima mezquino y estepario de la época. Unos chicos tan inquietos, brillantes, deseosos de hacer y de aprender cosas nuevas no podían esquivar el conflicto con las estructuras y el ambiente mefítico que imponía el régimen. Y de la cultura pasaron al activismo clandestino, sin solución de continuidad. Lo hicieron en el PSUC, que en 1956, cuando todavía no se había formado ni el Front Obrer Català, era el único partido de izquierdas real y que «hacía algo». Soy de la opinión de que, en un contexto democrático, alguno de ellos habría escogido organizaciones diferentes. Pero entonces no había mucha elección. Y, en todo caso, sabían que iban a encontrar en el PSUC un instrumento para incidir en la vida real. Lo interesante es que ingresaron en él siendo conscientes del precio que podían pagar por ello. No eran unos aventureros. Sabían que se la jugaban. En los años cincuenta, los militantes arrestados pasaban por la justicia militar y podían recibir penas más duras que las que dictó el Tribunal de Orden Público, que era civil, a partir de 1963. Aún así, se metieron de lleno en la lucha. Probablemente el mejor documento para entender las sensaciones y el clima que vivieron aquellos jóvenes son los recuerdos y notas personales que, muchos años después, redactó silenciosamente Octavi Pellissa y que publicó hace años El Viejo Topo. Un testimonio interesantísimo que, no sé por qué, no despertó el interés que se merecía.
Tienes razón, yo también pienso lo mismo. Hablamos de mediados de los años cincuenta. ¿Fueron críticos sobre lo sucedido en Hungría en octubre-noviembre de 1956? ¿Podían serlo?
No lo fueron ni podían serlo. Cuando se produjo la invasión soviética de Hungría aquellos intelectuales llevaban tan sólo unos meses de militancia y tenían un entusiasmo a prueba de bomba. Aceptaron la explicación que dio el partido de aquel hecho, es decir, un movimiento contrarrevolucionario que quería desestabilizar el régimen socialista húngaro, y no se formularon preguntas incómodas. Doce años después, y siendo ya más maduros y formados, su juicio sobre la invasión de Praga por parte de las tropas del Pacto de Varsovia sería mucho más duro y razonado.
Haces referencia a la tendencia obrerista de los intelectuales en uno de los apartados de este capítulo. ¿Cómo hay que entender esa tendencia?
Era la tendencia del neófito marxista que tiene una visión mítica del obrero como sujeto protagonista del cambio social. Durante unos cuantos años, los intelectuales del PSUC se avergonzaron de ser intelectuales y de no militar codo con codo con sus camaradas obreros. Creían que la única militancia digna de valor fuera la que se realizaba en las fábricas. Y estaban tan convencidos de la pugnacidad de la clase obrera del área metropolitana de Barcelona, que hasta llegaron a proponer a sus dirigentes una suerte de «propaganda por el hecho», es decir, acciones armadas o cuando menos violentas. Fue el Comité Ejecutivo del partido, que tenía una visión mucho más realista del clima que se respiraba en las fábricas por los informes que recibía de sus células obreras, el que tuvo que empujarles a hacer un trabajo de tipo cultural.
Te pregunto a continuación por el tercer capítulo.
Cuando quieras.
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