LA HABANA.- Abundan a quienes los infortunios de la vida no les merman la espontaneidad y el trato afable. Lo anterior lo pudo corroborar un equipo de periodistas, que después de una noche difícil, y sin tomar siquiera un sorbo de café, salió al encuentro de los campesinos habaneros afectados por el paso del huracán […]
LA HABANA.- Abundan a quienes los infortunios de la vida no les merman la espontaneidad y el trato afable.
Lo anterior lo pudo corroborar un equipo de periodistas, que después de una noche difícil, y sin tomar siquiera un sorbo de café, salió al encuentro de los campesinos habaneros afectados por el paso del huracán Charley.
Seguíamos el curso de una carretera rumbo al municipio de San Antonio, rodeada de una imagen indescifrable de desolación, y que semejaba un depósito interminable de postes del tendido eléctrico. A nuestro paso aparecían hombres y mujeres ordenando o buscando pertenencias sobre montones de escombros de los que antes eran sus hogares.
Unos y otros miraban absortos, indiferentes, como tratando de encontrar en los demás su propia resignación. En uno de esos puntos nació un diálogo en el que junto a la preocupación por el dolor de estas personas se hacía evidente nuestro cansancio. Entonces sobrevino un hecho que nos hizo comprender la naturaleza desprendida y bondadosa de los cubanos.
Un anciano de nombre Pedro nos escrutó con esa mirada honda y pícara de los guajiros. De momento, dejó de hurgar en sus despojos, y de inmediato se dedicó a compartir con nosotros las guayabas que Charley le había dejado.
No conforme con ese gesto, tomó un machete, y con sus propias manos nos fue abriendo los cocos que la brutalidad del ciclón les había arrancado a sus plantíos, y fue obsequiándonoslos para que calmáramos nuestra sed. Algo parecido hizo la China, una guajira treintañera y bonachona, que empezó a regalarnos de sus aguacates y limones.
Ante tanto desprendimiento sentíamos una sensación de vergüenza. Aquella gente humilde devolvía al doble la solidaridad de la que nos creíamos éramos portadores. Charley les arrebató casi todo, pero no pudo arrancarles el instinto profundo de la hospitalidad y la solidaridad, aún cuando ya no les quedaba casi nada.
19 de agosto del 2004