El intelectual, exsubdirector de ‘Mundo Obrero’ y exredactor de La Pirenaica, analiza la crisis de España desde las claves que ofrece la historia reciente. «España está sufriendo una especie de diluvio universal, pero de mierda», sentencia. Armando López Salina (1925) lleva una vida dedicada a la lucha «de los humillados de la tierra». A la […]
El intelectual, exsubdirector de ‘Mundo Obrero’ y exredactor de La Pirenaica, analiza la crisis de España desde las claves que ofrece la historia reciente. «España está sufriendo una especie de diluvio universal, pero de mierda», sentencia.
Armando López Salina (1925) lleva una vida dedicada a la lucha «de los humillados de la tierra». A la lucha por aquéllos que han visto pasar un gobierno tras otro, incluso han visto caer una dictadura y han dado la bienvenida a una democracia mientras que su nivel de vida permanecía estancado bajo las promesas de «un futuro mejor». Su batalla, la de la clase obrera, asegura Armando, ya «casi está perdida». Los más de cinco millones de parados, los recortes en Sanidad, el asalto que sufre la democracia o como dice Armando el «diluvio universal de mierda» que sufre España es una muestra de que la lucha de clases nunca desapareció para el capitalismo. «Ellos sabían que estaban en lucha, muchos de nosotros no», asegura.
Ahora, cerca de cumplir los 87 años y con estado de salud «bueno, si no se entra en detalles», Armando pasa las horas en su despacho, devorando libros y plasmando sobre el papel sus pensamientos. «No hace falta ser marxista para darse cuenta de lo que está pasando. Hay que salir a la calle a seguir luchando. Lo que no se gana en peleando en la calle no se gana nunca en la mesa de negociación», emplaza.
A sus espaldas acumula la experiencia de quien con apenas 16 años, en plena posguerra, se juntaba con sus vecinos del barrio para escribir «panfletos» comunistas y lanzarlos a la calle bajo la firma del PCE y a los 50 celebraba la muerte de Franco en un calabozo de Madrid cantando La internacional. «Era el tiempo de posguerra y estaba finalizando la II Guerrma Mundial. El partido pensaría que éramos unos alborotadores, pero éramos unos chiquillos y aunque no recuerdo exactamente que decíamos, seguramente estaríamos llamando a tomar el palacio de invierno», recuerda. Con apenas 14 años, recién terminada la Guerra Civil y con su padre preso, comenzó a trabajar. En fábricas, en el campo, como pintor o como «portador de la maleta de un representante de zapatos por Madrid».
No sería hasta el año 1959 aproximadamente, «porque con la edad y con el activismo político las fechas y los años se juntan y se confunden», cuando comenzaría a trabajar en Radio España Independiente, más conocida como La Pirenaica», donde escribió «más de mil crónicas» que serían leídas para España desde Bucarest. Después vendría el final de la dictadura, las negociaciones con Suárez, con Felipe González, las discusiones con Enrique Múgica o los debates internos en el PCE sobre su papel en la transición.
Transición y monarquía
«Cuando murió Franco no me hice demasiadas ilusiones. Durante la transición sucedió lo mismo en España que en la revolución francesa de 1789, salvando las distancias. Sobre las espaldas de los obreros que derrumbaban un régimen cabalgó la burguesía. Una gran parte de ella cambió de caballo y de la noche a la mañana se hicieron demócratas. Ahora tenemos a Mayor Oreja expidiendo certificados de democracia», asevera.
El resultado de esa transición está a la vista de todos, señala. «Quisieron cambiarlo todo, para no cambiar nada. La historia demuestra que la monarquía es el régimen que más beneficia a la burguesía y que más protege sus intereses. Aquí ni siquiera se pudo elegir. La constitución dice que la soberanía reside en el pueblo, pero es mentira. La Constitución miente, porque al pueblo soberano ni siquiera le permitieron votar si prefería república o monarquía. La soberanía del pueblo está secuestrada», denuncia.
Aunque no todos los males de la España de hoy se deben a los errores de la transición, reconoce. «Otro tipo de transición hubiese abierto otro tipo de caminos. La derecha y el PSOE, los que fueron bendecidos desde Washington, querían hacerla con el menor ruido posible. Para mí era un error. Se tendría que haber constituido un Gobierno provisional sin signo político y haber dejado más tiempo para el asentamiento de los partidos políticos», opina.
Una España federal
Fruto de aquel pacto que fue la transición «poco abierta a la población» y con un rey «que llegó a España como el mesías instaurando la democracia e incluyendo a todas las fuerzas políticas» se tomaron decisiones que acarrean problemas en la actualidad. Para Armando López, finalista del premio Nadal en 1960 con la obra Caminando por las Hurdes, España debería configurarse como un estado federal plurinacional con una Constitución que recogiese «el derecho a la autodeterminación de los pueblos».
No obstante, reconoce, Armando es partidario de la unidad de España porque la historia «demuestra que también podemos estar juntos y que ha habido ocasiones en la que hemos estado de acuerdo como en la defensa de la República» y porque todos los obreros del Estado español hablan el mismo idioma, el del socialismo.
«Independientemente de si hablamos en vasco, catalán, gallego o castellano, creo que hay un idioma que une a todos: el idioma del socialismo. El idioma de los que tienen que hacer un ajuste de cuentas con su burguesía. A lo mejor ahora es el momento de ese ajuste. ¿O es que cree Mas que los que acudieron a la manifestación el día de la Diada no habían salido a la calle contra sus recortes? En este país, los sufrimientos han venido de la derechización global que ha sufrido», reflexiona.
La hora de buscar nuevas soluciones
Armando, de voz tranquila y grave, se exalta cuando enumera los males de la España de hoy y golpea la mesa con el puño.
«Hay cinco millones de personas que se levantan sin trabajo. Hay dos millones que no tienen absolutamente nada y que no saben donde enviar a sus hijos. Hay siete u ocho millones de jubilados perdiendo poder adquisitivo. Hay millones de científicos que no tienen que investigar porque no se invierte en I+D+i y cientos de miles de jóvenes sin trabajo tratados como mercancía. La corrupción se ha incrustado en los aparatos del Estado: ayuntamientos, diputaciones, autonomías, gobierno central y la casa del rey. Este país atraviesa un diluvio universal, pero de mierda», relata.
Es la hora, para Armando, de buscar nuevas soluciones, nuevos pactos. Pero aquí puntualiza: «Cuidado. Aquí hablamos muchas veces de hacer un pacto entre empresarios y sindicatos o entre fuerzas políticas. A veces, el pacto o el convenio, en determinadas circunstancias, significan la muerte de la democracia y tienen la misma duración que el tiempo que trascurre hasta que los patronos tienen la fuerza suficiente para romperlo», analiza.
Por ello, Armando, promotor del manifiesto en apoyo a la huelga minera de 1962 que suscribieron 102 intelectuales, el pacto necesario quizá deba dejar fuera a los «partidos dinásticos», es decir, el PSOE y al PP. «Son los Cánovas y Sagasta de la Restauración», denuncia. El pacto que López Salinas reclama se parece más al Pacto de San Sebastián, el que suscribieron en 1930 la mayoría de partidos republicanos y en el que se sentaron las bases para un nuevo régimen: la Segunda República Española.
«Los cambios se organizan. Me parece que el papel que jugaron los intelectuales de la República hay que planteárselo. Una especie de Pacto de San Sebastián que siente las bases de algo nuevo. No puede ser que Rubalcaba hable de que se sienta republicano pero que defienda a Juan Carlos I. Parece una broma, siniestra, pero una broma. Hay que plantearse un pacto con las fuerzas sociales que están en las calles manifestándose y elaborar una Constitución de alcance republicano y carácter federal«, reclama.
El camino de la lucha
Muchas cosas de las que lee y ve a su alrededor le recuerdan a los años 30 cuando «había una canción que decía algo así como «paciencia obrero, paciencia» y la Iglesia contaba que el trabajador tenía el paraíso asegurado. «Yo era un niño por entonces y aunque no eres consciente de todo, te vas enterando», puntualiza, para continuar advirtiendo de que la lucha de clases sigue abierta.
«Vivimos un proceso de concentración de las empresas, están desapareciendo bancos, y se van quedando menos, mientras los derechos sociales van desapareciendo.El ataque va más allá de la clase trabajadora. No planteo asaltar el palacio de invierno. Pero sí digo que hay que luchar y buscar aliados en este camino. La batalla la está ganando el capitalismo, pero no todos una pequeña parte de ellos», añade.
La lucha de Armando la que lleva defendiendo se pelea en las calles, mediante la protesta social, en los círculos intelectuales mediante las ideas, en las instituciones y en el Congreso mediante la política. «La cultura debe disputar en el terreno ideológico las razones del capitalismo porque sino la derrota esta cantada», añade Armando que que «si cinco millones de parados es una clara muestra de la derrota».
«A la gente le digo que luche, que yo no puedo. Ayer, hoy y mañana la única manera de ganar derechos ha sido la calle. Incluso huelgas generales, aquí va a hacer falta mucho más para ganar el pulso. Yo sé que la lucha no garantiza la victoria. Pero la batalla que no se gana es la que no se lucha», concluye.
El conductor de Machado
Armando, que se desenvuelve como pez en el agua analizando la situación actual desde el prisma de la lucha de clases, asevera que no quiere señalar el marxismo como la solución, pero anticipa que nunca en la historia ninguna clase dominante ha cedido poder por su propia voluntad y señala la lucha como el camino.
«Yo, por decencia intelectual ya no hablo del marxismo como solución, pero tampoco condeno la violencia venga de donde venga. Para mí violencia es que la gente esté en los contenedores recogiendo basura, los desahucios de los bancos o las cargas de los antidisturbios que hemos visto estos días. ¿Qué se han creído que eso no es violencia? El mundo está construido a base de violencia. La política no se hace sólo con buenas intenciones, ni sólo con palabra, ni sólo con urnas. Porque lo que está ocurriendo en el mundo, en Libia, Siria, Kosovo… lo están haciendo los poderes fácticos, los poderes reales con armas y con violencia en la lucha que se libra.», analiza.
En este punto y como ha hecho en repetidas ocasiones a lo largo de la conversación, Armado, con mala memoria para las fechas pero no para los autores, las obras y las letras, recurre a Antonio Machado y recita de manera literal la última parte del escrito Los coches locos, incluido en la obra de 1915 Los complementarios en el que Machado arranca con una comparación entre conductores y políticos.
«Si el auriga sabe su oficio, sigamos con él y paguémosle puntualmente su salario. Si guía mal, habrá que despedirlo. Porque dentro de su coche vamos todos. Mas ¿qué haremos con un cochero loco o borracho que nos lleva a galope y alegremente al precipicio? Habrá que arrojarlo a la cuneta del camino, después de arrancarle por la fuerza las riendas de la mano. Revolución se llama a esta fulminante jubilación de cocheros borrachos. Palabra demasiado fuerte. No tan fuerte, sin embargo, como romperse el bautismo», escribe Machado, recita Armando.