Cambia todo cambia… ¿Qué pasaría si los árboles, trajeran consigo más daño de los beneficios que en realidad pueden generar? Desde siempre los árboles han sido uno de los sinónimo de lo natural, han servido a la especie humana en mil y una formas, nos han proporcionado alimento con sus frutos, hemos utilizado su […]
Cambia todo cambia…
¿Qué pasaría si los árboles, trajeran consigo más daño de los beneficios que en realidad pueden generar? Desde siempre los árboles han sido uno de los sinónimo de lo natural, han servido a la especie humana en mil y una formas, nos han proporcionado alimento con sus frutos, hemos utilizado su madera para calentarnos en tiempos de frío o para cocer alimentos, los hemos usado para hacer nuestras casas, nos han proporcionado medicinas, e incluso nos hemos vestido con algunas de sus fibras, con todo esto, parece impensable que se hayan vuelto contra nosotros, ¿Será que ya no son los mismos? ¿Será que ya no somos los mismos?
En la actualidad, son muchos los bosques que están siendo talados para plantar árboles. Suena extremadamente incoherente, pero el sacar beneficios a toda costa está operando, y cuando esto ocurre, la lógica cultivada durante siglos por ilustres y cotidianos filósofos, poco importa.
«Las plantaciones de árboles no son bosques«, aclaman cientos de personas que se están viendo obligadas a hacer pozos en los lechos de los hasta hace poco acaudalados ríos, ¿el motivo?, las plantaciones masiva de eucalipto están dejando sin agua la mayoría de arroyos e incluso algunos ríos ven fuertemente disminuido su caudal. Las principales especies que se plantan son eucalipto y pino, ¿para qué? para proporcionar desde pasta para celulosa, utilización como biomasa y la extracción de biocombustible, pasando, como no, por la producción de carbón vegetal.
Las grandes empresas que llevan a cabo estos proyectos, están fuertemente brindadas, haciendo extremadamente difícil el poder «elevar las quejas» y en el caso de hacerlo, como ya se dijese en Martin Fierro «son campanas de palo las protestas de los pobres» [1] . El control que poseen sobre el propio territorio, es la muestra de una alarmante acumulación tanto de las materias primas como de su capacidad para transformarlas en productos, todo ello en manos privadas, de un consorcio que tiene su sede central a miles de kilómetros.
Los casos parecen propios de una distopía, como hiciera Aldous Huxley en Un Mundo Feliz, pero tampoco es algo tan extravagante la idea si echamos la vista atrás. Henry Ford ideo Fordlandia [2] siendo éste un proyecto real. Finalmente no funcionó, pero tenía como finalidad establecer miles de hectáreas de plantaciones de caucho en la Amazonia en los años treinta, y con trabajadores alejados de las «distracciones» de las ciudades. Las ruinas perduran hoy en día, pero el ideal parece mantenerse cuando aun hoy las grandes haciendas cuentan incluso con mano de obra esclava, después de siglos de estar abolida.
Miles y miles de hectáreas, de vidas, se esquilman en ese gran juego del capital en donde se destruye para «construir», bajo el yugo de una nueva dominación, que hará cerrar el círculo de la dependencia. Se pagan con miles y miles de dólares que van a parar a los mismos bolsillos que hacen posible este saqueo a plena luz del día, incluso con vítores del gran público. Quizás sea porque los dólares son verdes…
Verde parece, verde no es…
Las hectáreas hoy en día dedicadas al cultivo de agrocombustibles, permanecían en barbecho cuando se clamaba por alimentos, miles de automóviles están mejor «nutridos» que millones de personas, y aun así, hablamos de los agrocombustibles como los salvadores de la humanidad, no contaminan, dicen…
Se presentan como inocuos para el ecosistema, y al mismo tiempo como garantes de importantes beneficios a nivel social: «se afirma que crearán miles de empleos, especialmente en los países del sur, donde harán producir las «tierras ociosas» de miles de campesinos pobres; se supone al mismo tiempo que limpiaran el aire y permitirán combatir efectivamente el cambio climático« [3] . La experiencia ha demostrado que no son reales estas promesas, los productos más básicos han aumentado en muchos casos más del cien por cien, el impacto ambiental que genera tiene repercusiones sobre las personas incluso mucho antes que el propio cambio climático, con graves enfermedades como el cáncer, intoxicaciones, así como la contaminación y gasto de recursos tan indispensables como el agua, «son necesarios 7 mil litros de agua para cultivar 12 kilos de caña, que son usados para la producción de un litro de etanol, cada litro de etanol genera 10 litros de agua residual contaminada« [4] , incluso se ha constatado que los biocombustibles pueden ser más perjudiciales para la salud que los combustibles fósiles, por la necesidad de fertilizantes nitrogenados y con amoníaco, que al expandirse por el aire entran en nuestro organismo con gran facilidad provocando numerosas enfermedades.
Es sabido de sobra además, que para la producción de los agrocombustibles, hace falta plantaciones muy extensas que traen el latifundio de la mano, y con ello la acumulación en unas pocas manos de grandes extensiones de tierra, contrataciones temporales y menos mano de obra por lo tecnologizado de los cultivos (fumigaciones aéreas, grandes maquinarias, necesidad de menos cuidados de las plantaciones, etc.), lo que acentúa las relaciones de poder y dependencia dentro de la propia zona rural.
Comprar semillas-producir-pagar semillas, la banca siempre gana
Parece ser una clave, las relaciones norte-sur, centro-periferia, o simplemente los de arriba y los de abajo, sin trasladar esto a una mera interpretación espacial en el mapa mundial, sino también hacerlo dentro de las estructuras del propio país. El capital, el negocio, no entiende de fronteras, pero le encanta que nosotros sí las tracemos. En este caso, a pesar de que también existen plantaciones destinadas a la producción de biocombustibles en los países del norte, vemos que la mayoría se encuentran en el sur, menos costes y menos riesgos, si vas a ensuciar, mejor que sea en el patio trasero.
Todo parece estar muy fuertemente relacionado, y es que con el avance de la biotecnología y su afán por aplicarla a la máxima rentabilidad y beneficio económico, se han aplicado a las plantaciones destinadas a la producción de biocombustibles, acentuándose significativamente el monocultivo. Al mismo tiempo la utilización de semillas modificadas genéticamente y el uso de pesticidas hacen que el pequeño productor tenga que comprarlos y al no poder acceder a ellos, pierda su modo de vida, perdiendo incluso las tierras que antes trabajaba, dándose en algunos casos la situación de trabajar en las tierras que antes le pertenecían.
Se puede entender estos tipos de cultivos como una nueva forma de colonialismo, no es la primera vez que el monocultivo se impone, tierras que dejaron de producir para el consumo local, y pasaron a ser proveedoras de materias primas para las metrópolis, las plantaciones de cacao, caña de azúcar, caucho, algodón, todo ello recordemos cosechado bajo mano de obra esclava. Hoy, siglos después, la historia se repite. Quizás no veamos grilletes en los pies, pero el sistema sigue siendo el mismo.
Miremos un nuevo escenario en donde nos encontramos con que unas pocas empresas agroindustriales tienen las patentes de semillas genéricamente modificadas, por otro lado tenemos los grandes proyectos de monocultivos destinados a producir biocombustibles o forraje para animales, y en otra esfera, agricultores independientes, a veces unidos en cooperativas, que viven de su relación con la tierra, veamos ahora todo el sistema que se retroalimenta paralelamente en detrimento de los pequeños agricultores e incluso del conjunto de los ciudadanos.
Para colocar los productos en el mercado se necesita de una demanda, el pequeño agricultor encontrará esa demanda en grandes empresas agroindustriales que le aseguran la compra de su producción, pero para que esto sea así, necesita comprar semillas modificadas que le aseguran una cosecha en perfecto estado, resistente y de buena calidad, si no puede pagarlo al instante no importa, podrá pagarlo con lo que le den de la compra de su cosecha. Pero esas semillas necesitan pesticidas especiales ¿Cómo los comprará? No hay problema, la empresa se los proporcionará en algunos casos, luego podrá pagarlos también. Como resultado, antes de la propia cosecha el agricultor está fuertemente endeudado, y con lo recibido por la cosecha no consigue pagar la deuda. Pero no importa, la empresa le proporcionará el mismo trato, teniendo las tierras como aval, es un potencial buen pagador (de todas formas aunque quisiera salirse del circulo le sería muy difícil, las tierras están ya contaminadas y solo semillas propicias nacerán en ellas, además no hay ningún sistema que garantice la compra de su producción). Después de un tiempo su deuda ha crecido y al no poder pagarla, la empresa se queda con sus tierras. El campesino puede ser contratado como jornalero, pero hay mucha competencia así que el salario baja aun más. Su sistema ha funcionado a la perfección, incluso se ha ahorrado los grilletes.
Pero, ¿Cómo se llega a esta situación tan extrema de buscar las propias demandas de los productos y el verse obligado a caer en este círculo? El liberalismo ha actuado, y así, el caso del dumping de alimentos a precios por debajo de su coste de producción ha llegado a estas zonas con lo cual el campesino local no ha podido hacerles frente y se encuentra ahora en esa situación de desprotección aun mayor, podríamos señalar esta como una de las principales causas.
En algunos casos ni siquiera le es necesario el quedarse con las tierras porque esa dependencia le garantiza incluso menos gastos y responsabilidades, además en el caso de existir legislaciones que le hicieran pagar altos impuestos por las propiedades, el no tener las tierras a título personal le escindiría incluso de pagarlos, por lo tanto también saldría beneficiado. Pero miremos otros casos, por ejemplo los casos de quienes se niegan a abandonar sus tierras, y quedan aislados en un mar de transgénicos, su único modo de vida, queda también totalmente coaccionado por lo que está ocurriendo a metros de distancia.
Se dan muchos casos, de pequeñas parcelas de tierras que quedan entre grandes plantaciones de cultivos transgénicos, sobre los que se fumiga desde avionetas. Las pequeñas parcelas se ven afectadas por esas fumigaciones, destruyendo sus plantaciones (sus plantas no están preparadas para soportar pesticidas tan potentes), contaminando el agua, matando animales y dejando un grave impacto sobre las personas con enfermedades, riesgos para la descendencia e incluso la muerte. La utilización de pesticidas prohibidos en muchos países, componentes de las armas químicas, como los químicos utilizados en el Napalm, son los que se vierten sobre las hectáreas de plantaciones. La situación se vuelve insostenible y en muchas ocasiones los resultados son los mismos que en el caso anterior, teniendo que trabajar para la empresa que se lo ha quitado todo.
La contaminación transgénica es otro de los riesgos que atacan directamente a aquellas áreas que no quieren caer bajo los transgénicos, como es el caso de México, quienes en un principio se negaron rotundamente para conservar sus variedades de maíz, pero el TLC firmado con EE.UU y Canadá, el país no puede impedir la importación masiva de maíz norteamericano transgénico, amenazando la producción local ya que su precio viene subvencionado con lo cual es mucho más barato que el producido localmente.
Son muchas las problemáticas que el pequeño agricultor, a menudo campesino ya sin tierra, debe enfrentar, aunque las fuerzas de éstos no merman, y de sur a norte, las organizaciones que luchan por una reforma agraria, caminan su presente.
[1] Extraído de Hernández, J. (1872): Martin Fierro, verso VIII: » En su boca no hay razones . Aunque la razón le sobre; Que son campanas de palo . Las razones de los pobres» .
[2] Se puede leer ampliamente sobre el proyecto en («Fordlandia» de Eduardo Sguiglia).
[3] Agroecology in Action: 2009, Azúcar roja desiertos verdes, FIAM Internacional, p.42.
[4] Agroecology in Action: 2009, Azúcar roja desiertos verdes, FIAM Internacional, p. 124.