Autor: Peter Weis./ Versión: Alfonso Sastre./ Intérpretes: Alberto San Juan, Pedro Casablanc, Nathalie Poza, Lola Casamayor, Javier Gil Valle, Pepe Quero y otros. Grupo Animalario./ Dirección: Andrés Lima./ Escenografía: Beatriz San Juan./ Escenario: María Guerrero./ Fecha: 22 de febrero. Calificación: **** Animalario recuperó ayer en el María Guerrero el mítico Marat-Sade de Peter Weis; ayer […]
Autor: Peter Weis./ Versión: Alfonso Sastre./ Intérpretes: Alberto San Juan, Pedro Casablanc, Nathalie Poza, Lola Casamayor, Javier Gil Valle, Pepe Quero y otros. Grupo Animalario./ Dirección: Andrés Lima./ Escenografía: Beatriz San Juan./ Escenario: María Guerrero./ Fecha: 22 de febrero. Calificación: ****
Animalario recuperó ayer en el María Guerrero el mítico Marat-Sade de Peter Weis; ayer pudo, al fin, Alfonso Sastre firmar públicamente la versión que en 1968 rubricó como Salvador Moreno Zarza en El Español.
No es que esto suponga la normalización de la figura de Sastre, y mucho menos la normalización democrática de este país envenenado; pero algo es algo. El montaje de Andrés Lima es, si cabe, más radical que el texto de Weis y la versión de Sastre. Introduce algunos elementos que potencian el fuerte y duro mensaje de Sade y de Marat. Tras los primeros minutos amenazantes de excesiva musicalidad y despropósitos, la función cobra altura y grandeza. Y ya no la pierde hasta el final en el que acaso le sobre un cierto estruendo, pero no la directa provocación contra el público. El Marat-Sade es una bandera del teatro radicalmente político y radicalmente dialéctico, partícipe, en su tórrida formalización, de la crueldad de Antonin Artaud. Y esto lo ha entendido Andrés Lima y lo ha entendido también el extraordinario grupo de actores encabezados por Alberto San Juan (Sade), Pedro Casablanc (Marat) y Nathalie Poza (Carlota Corday).
El título es abreviatura y síntesis de uno más largo: Persecución y asesinato de Jean Paul Marat representado por el grupo teatral de la Casa de Salud de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade. Este larguísimo título no es una retórica descriptiva: expresa una realidad dúplice, una idea de teatro dentro del teatro y expresa también la superior jerarquía de el Marqués de Sade, menos loco que los demás. Cierto que Sade también estuvo internado, pero su reclusión obedecía a razones políticas y morales más que a estricta locura; aunque nunca sepamos muy bien donde están los límites de ésta y la voluntad de quienes la determinan.
La realidad escénica, la verdadera madre del cordero, es la acerada dialéctica entre un escéptico, individualista y amoral (Sade) y un agitador entregado a la revolución política y social (Marat), entre un intelectual reflexivo y un hombre de acción violento: dos formas de utopía y de revolución, el placer y el dogma. En lo que quizá no nos hemos detenido es en la radicalidad del individualismo de Marat que afirma ser la revolución, por sí mismo, y la encarnación de las aspiraciones del pueblo.
Alberto San Juan y Pedro Casablanc asumen formidablemente la complejidad de sus personajes con momentos verdaderamente memorables; por ejemplo, el patetismo de Sade en el monólogo de su derrota; por ejemplo, las alucinaciones y algunos discursos de Marat en la segunda parte. Nathalie Poza, alucinada y sonámbula; y no sería justo silenciar a Bermejo, Javier Gil, Lola Casamayor… Destaca la capacidad de San Juan y Casablanc, especialmente del primero, para mutar de loco a cuerdo, incendiados por la rotundidad y convicción de sus argumentos.
En el lejano estreno de 1968 (Adolfo Marsillach) parte del público se contagió de la temperatura del escenario y Madrid vivió tres noches de turbación escénica y política en las que el teatro recuperó su función agitadora. Al tercer y último día de las representaciones se cerró la taquilla al público y las butacas las ocuparon burócratas de los ministerios, funcionarios de pelaje vario y policías.
Anoche se recuperó esa capacidad de agitación, pero la emoción era otra, el público era otro. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. O acaso nadie cree ya en la revolución, aunque sea a través de la copulación universal. Acaso todos estamos convencidos de que las revoluciones son de atrezzo y figuración. Pero sobre una escenografía espectacular, montones de trapos blancos y una violenta plasticidad, en el escenario del María Guerrero se vivió una gran noche de teatro.