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«Me llevaron por ser de izquierdas»

Los 107 años de Araceli, la última voz de la represión de Franco en San Marcos de León

Fuentes: El Diario

Nacida en Vegacervera (León) en 1918, esta semana se han cumplido 88 años desde que fue encarcelada en la prisión franquista de la capital leonesa, condenada a muerte y trasladada a la cárcel de mujeres de Saturrarán (Guipúzcoa), donde pasó casi seis años. En el 51 emigró a Chile, donde sigue, conserva intacta su memoria y cuenta su historia, que es la de tantas personas.

Araceli López González nació el 26 de marzo de 1918 en Vegacervera (León) en la enorme y muy humilde familia de 15 hijos que conformaron sus padres, Agustina y Tomás. Cuatro de sus hermanos fallecieron siendo solo unos bebés de menos de dos años, otros cuatro perecieron antes del golpe de Estado a la República a las edades comprendidas entre los 7 y los 41 años, tres fueron asesinados por los falangistas durante la Guerra Civil, y cuatro, con ella, decidieron emigrar a Chile para mantener lo único que el franquismo no les había quitado todavía: la vida.

A sus 107 años, desde el exilio chileno, Araceli sigue viva y habla en primera persona, poniendo voz y rostro a una memoria que durante décadas fue silenciada. No podemos afirmar con rotundidad que sea la última represaliada que sobrevivió a la prisión de San Marcos, si bien este medio no ha podido confirmar que haya más, después de hablar con varios historiadores y con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Hoy, más de un siglo después de su nacimiento, relata ella misma su historia en unas grabaciones inéditas realizadas por su sobrina nieta, Charo López. Su testimonio recupera no solo su memoria, sino la de tantas mujeres y hombres anónimos que sufrieron la represión franquista.

Recién cumplida la mayoría de edad, fue detenida junto a su padre “por ser rojos”. Tomás, gravemente enfermo, quedó en libertad a cambio de que Araceli fuese condenada a muerte. Estuvo presa cuatro meses en la cárcel franquista de San Marcos (León) y después fue trasladada a la cárcel de mujeres de Saturrarán (Guipúzcoa), donde pasó casi seis años. Entró cuando tenía 18 y salió en libertad tras varias conmutaciones de pena y un indulto a los 24.

Cuando volvió a Vegacervera, allí ya solo le quedaba su madre; su padre había fallecido mientras cumplía condena y los hermanos que habían sobrevivido habían abandonado el país. Conoció al que sería su esposo, se casó, tuvo a sus dos hijos y, al morir su madre —lo único que la mantenía arraigada a España—, decidió poner tierra de por medio, claudicar también al exilio y empezar una nueva vida muy lejos de su casa, dejando tras de sí silencio.

Tardó casi 30 años en volver, y lo hizo ya una vez muerto el dictador. En su primera visita a León, su sobrina nieta Charo, nieta de uno de sus hermanos, la acogió en su casa y recorrió las calles de la capital con ella para mostrarle cómo había cambiado la ciudad con la vuelta de la Democracia. Cuando quiso invitarla a desayunar en el Parador de San Marcos, sin saberlo, la puso ante el escenario donde había empezado su calvario, y en ese gesto cotidiano se abrió la herida dormida de la memoria.

Así, a través de algo tan banal como tomarse un café, comenzó a iluminarse la oscuridad que durante tanto tiempo había pesado sobre su familia y sobre todo un país. Desde entonces, Araceli y Charo han compartido años de confesiones, de miedo, de vergüenza, de impotencia y de dolor. En su último encuentro, durante un viaje reciente a Chile, Charo decidió grabar el testimonio completo de Araceli: la voz viva de una superviviente que, casi noventa años después de ser injustamente encarcelada, rompe su silencio para contar lo que otros ya no pueden.

Araceli López, de 107 años, junto a su sobrina Charo.
Araceli López, de 107 años, junto a su sobrina Charo. Cedida por la familia

Estallido de la guerra

“Año de 1936. El día 18 de julio comenzó la guerra en España. El día 2 de septiembre me han llevado a mí las tres vacas los falangistas. El día 26 me han llevado 32 cabezas de ganado menudo. El día 27 de septiembre del año 1937 me han llevado las 3 jatas los de arriba para Asturias. Me han dejado sin nada.”

El estallido de la Guerra Civil en España pilló a Araceli y su familia en Vegacervera (León), un pueblo enclavado en las montañas que separan la provincia leonesa de Asturias. Una zona de duro enfrentamiento entre sublevados y republicanos durante la guerra, que obligó a muchos vecinos a dejar sus casas por el temor al conflicto y las represalias. “Cuando volvieron había cuatro casas en pie. La iglesia estaba quemada, la tuvieron que hacer nueva”, explica Charo.

Pertenecían al León rural de la subsistencia, al que tenía un puñado de ganado y un pedazo de tierra de labranza para complementar los ingresos que entraban en casa. Su padre había sido minero y empezó a ejercer como sastre tras el nacimiento de Araceli. Su madre dedicó su vida entera a cuidarlos a todos.

Araceli era la más pequeña de los 15 hijos de Agustina y Tomás. Después de ella solo nació José, que era el único que no tenía un nombre que empezase por ‘a’ y que falleció con menos de dos años. Antes lo habían hecho Arsenio (1893-1934), Adolfo (1895-1962), Arturo (1896-1971), Aurora (1898-1899), Argimiro (1900-1936), Adoración (1902-1923), Abdón (1904-2002), Amador (1906-1927), Ángel (1908-1915), Aníbal (1910-1975), Alfredo (1912-1936), Avelino (1914-1936) y Agustina (1916-1916). “Se llamaban todos por ‘a’ porque mi bisabuelo contaba que cuando él estuvo en la guerra, ¡qué guerra sería!, les daban la comida por orden alfabético. Él se llamaba Tomás y, desde entonces, dijo que cuando tuviera hijos todos iban a empezar por ‘a’. ¡Y así lo hizo!”, cuenta Charo.

“Yo tenía 17 años cuando empezó la guerra y llegaron estos…”, recuerda Araceli. “Los militares entraron por Valporquero” y, —ellos—, “tuvimos que salir de Vegacercera. Yo llevaba a tu padre y a mi madre. Estuvimos dos años andando por el monte… No sabíamos nada los unos de los otros. Tu padre tendría tres años…” El padre de Charo, Ismael, apenas era un bebé y pronto tendría un hermano que jamás conoció a su padre, Argimiro, porque fue asesinado durante la defensa de la libertad. La abuela de Charo, viuda de guerra, era nuera de la madre de Araceli y su gran apoyo durante la guerra y la detención y encarcelamiento “injusto” de su única hija viva en España.

Desplazados por la lucha y saqueados por el bando nacional y los republicanos, la familia de Araceli no solo perdió a Argimiro en 1936 en la Guerra Civil, que tenía 36 años. Ese mismo año, los falangistas también asesinaron a Alfredo y Avelino, que tenían 24 y 22 años respectivamente. Primero el padre de Araceli y después ella fueron anotando en un diario los hechos más trascendentes de sus vidas, como el alzamiento militar y el expolio que trajo consigo, que se puede leer de su puño y letra en la imagen, y que Araceli guarda todavía en Chile.

Entre el 18 de julio del 36 que empieza la guerra y el 27 de septiembre del 37, Tomás anota con una frialdad cruda: “Me han dejado sin nada”. Se refería al sustento vital, al poco ganado que tenían. Ya había perdido a tres de sus hijos asesinados, pero lo peor estaba por llegar. Su propia detención y la de su hija, su libertad a cambio de la condena a muerte de Araceli y la ruina familiar.

Pena de muerte por ser “de izquierdas”

Uno del pueblo, “de derechas”, le pidió a Araceli que se casara con él, y ella dijo que no. “La metieron presa por eso y nada más. Y a su padre con ella por ser de izquierdas, porque el resto [de los hijos de Tomás y hermanos de Araceli] se habían ido a Chile”, expone Charo. La propia Araceli reconoce que “yo era de izquierdas y mi padre decían que era de izquierdas, y nos llevaron a los dos”. Araceli y Tomás fueron encausados junto a otras 13 personas, cinco hombres y nueve mujeres, de entre 18 y 76 años. Araceli era la más joven, su padre el más mayor. Todos eran de Vegacervera, salvo uno que era de La Vecilla.

La ‘cabeza de turco’ del proceso fue Benjamín Suárez Marcos, “el Coco”, un minero de 25 años “afiliado a las Juventudes Socialistas, en las cuales figuraba como muy significado, destacandose por su asistencia a manifestaciones, mitines y demás actos de propaganda comunista. En los primeros dias del Movimiento Nacional, intervino en incendios de edificios tomando parte activa en los mismos y de iglesias, así como de saqueos de ellos. Se dedicaba a cachear a las personas de orden, demostarndo el procesado tal adhesión a la causa marxista. Forma parte de la policia roja de la ‘Checa’ de Vegacervera. Entra a formar parte del ejército enemigo como voluntario en un Bon, y derrumbado el frente rojo asturiano es hecho prisionero de guerra”, recoge la sentencia a la que ha tenido acceso este medio.

En la misma, se refiere que Araceli era una “significada extremista, que voluntariamente se ofreció desde los primeros momentos al enemigo, prestando servicios como enfermera”. Además, junto a otra procesada, se asegura que “hace frecuentes viajes como espía a la zona nacional, dedicándose a reclutar gente, para pasarla a la zona roja y, de este modo, sirve activamente al enemigo”.

En cuanto a Tomás, “aunque de ideas izquierdistas, no ha observado mala conducta. El procesado es padre de un sujeto que alcanzó la graduación de teniente en las filas enemigas, y fue autor (el referido teniente) de la muerte de un capitán de Caballería del Ejército Nacional. En el domicilio de este procesado, y después del Movimiento Nacional, se reunían los elementos rojos, pero sin que el procesado debido a su avanzada edad (76) interviniera en las mismas ni fuera el promotor de ellas, asistiendo a las citadas reuniones los hijos del mismo”.

Ninguno de los procesados tenía antecedentes penales. A pesar de ello, siete, entre ellos Araceli, fueron condenados a pena de muerte por un delito de adhesión a la rebelión con dos agravantes, “la gran trascendencia de los hechos y la perversidad de los delincuentes”. Dos, dos mujeres, fueron condenadas a 30 años y Tomás y otras cuatro mujeres fueron absueltos por no haber causado “daños al Movimiento Nacional”. Además, los condenados debían responder después “a la Comisión de Incautación de Bienes por el Estado” y tiempo más tarde llegaría el expediente de responsabilidad civil, para quitarles lo que les quedara.

La sentencia emitida por un Consejo de Guerra celebrado en la Diputación Provincial tiene fecha del 18 de diciembre de 1937, pero Araceli y Tomás ya habían ingresado en prisión dos meses antes, el 20 de octubre de 1937, hace ahora 88 años. “Mi padre estuvo poco tiempo [preso] porque era mayor y a mí me condenaron a pena de muerte para darle la libertad a él. Tengo por ahí los papeles… Por ahí están los papeles…” Y los tiene, guardados a buen recaudo en Chile junto al diario que empezó Tomás y continuó ella.

Fragmento del diario de Araceli López.
Fragmento del diario de Araceli López. Cedido por la familia

Su ‘pecado’ de rechazar a un pretendiente y tener una ideología de izquierdas en un sistema democrático le valió una condena a muerte por un tribunal militar con una autoridad autoimpuesta, en plena pugna porque el alzamiento no se hiciese a la fuerza con el poder, como terminó por suceder. En la guerra ya había perdido a tres hermanos, “asesinados por los falangistas”, y lo que más le duele a día de hoy es haber dejado a “mi pobre madre” sola cuando se la llevaron a ella y a su padre.

Cuando su madre, Agustina, supo de su condena a muerte, “marchó a León a hablar con el juez. Se llamaba Ricardo, me acuerdo como si fuera hoy”, y se acuerda bien, porque fue el juez instructor “teniente de Infantería retirado, Don Ricardo Aguilar Martínez” el encargado de dictar su suerte. Fue este quien le dijo a la madre de Araceli: “ ‘A mí no me eches ninguna culpa ni yo tengo ninguna culpa. Los de su pueblo, los de su pueblo fueron’, le dijo. Y me bajaron la pena a 30 años”.

“En San Marcos estuve cuatro meses y, después, nos llevaron a la cárcel al País Vasco. Faltaron cuatro meses para los seis años cuando me dieron la libertad”. Pasó su más tierna juventud en prisión, con un atillo y un pedazo de suelo en el que colocar un raído colchón para dormir por la noche en la prisión de mujeres de Saturrarán. “¿Y en la cárcel os trataron bien?”, le pregunta Charo. “Nos trataron bien…”, le responde con la mirada perdida en los recuerdos y una voz queda.

“Pasé muchas calamidades”. La familia le mandaba un cajón con comida, “cada uno lo que podía y hasta que se acababa”. “Para desayunar nos daban cuatro cerezas. Luego venía la comida, arroz, un pelotón. El café era un tizón que lo metían en el agua para darle color, si lo querías bien y si no…” bromea. “¿Carne os daban?”, la interpela Charo. “¿Carne?”, se ríe. “Nos daban mucho pescado. Yo tuve una intoxicación una vez, estuve un mes acostada en el suelo…”

‘Para redimir su alma de los pecados’, todos los días la obligaban a ir a misa, como buena prisión regentada por la Iglesia. “Por la tarde, cuando hacía bueno, nos llevaban a la playa. Nos daban una bolsita, una cuchara y un tenedor, y el pan que sobraba lo guardábamos”, recuerda. “Después empezaban a dar la libertad y fuimos saliendo. Había que pedir a los falangistas, a los otros, a los otros, cómo éramos antes de la guerra. Si éramos buena gente. Nos dieron informes el alcalde, el jefe de Falage y otros dos o tres, y ahí nos dieron la libertad”, narra. La excarcelaron el 20 de agosto de 1943, habiendo permanecido en prisión cinco años, diez meses y un día.

Libertad y exilio

Cuando Araceli sale de la cárcel vuelve a su casa, a Vegacervera, pero ya nada era lo mismo. “No teníamos nada. Lo llevaron todo. Mejor no acordarse… Ay, para qué acordarse. Mi pobre madre sola, mi padre enfermo, murió el pobre solo estando yo en la cárcel, después de tantos hijos. No acordarse…” Los hermanos que habían sobrevivido a la represión se habían exiliado a Chile. Mandaban dinero, que “siempre llegaba, eso llegaba bien”.

Conoció a Manuel y se casó con él en 1945, “en la iglesia de Santa Marina de León”. Juntos tuvieron a sus dos hijos, María Agustina (1945) y Arturo (1948),y, al morir su madre, Agustina, a los 82 años, decide marcharse ella también. “Me había quedado sola allí”, dice. Y, “tanto mal nos habían hecho…”, añade.

Araceli López de joven.
Araceli López de joven.

“Lo mismo nos daba trabajar aquí que en otra parte”, por lo que emigraron a un país extranjero que se convirtió en su hogar. Era el año 1951 y todavía recuerda los “28 días” que pasaron en el barco argentino Entre Ríos, que transportó a miles de emigrantes españoles al continente americano. “El barco quedó en Buenos Aires y de ahí fuimos a Mendoza. Nevando como yo qué sé…” Hicieron este recorrido en tren, porque “se le ocurrió a mi hermano Arturo para que conociéramos”. Después cogieron un avión a Santiago de Chile. “¿Ya había aviones?”, le inquiere Charo. “Había esas changarrias…”, contesta ella divertida.

Para las personas que conocieron en el trayecto solo tiene palabras bonitas. “Una gente bien buena… ¡Hicimos una familia!”, sonríe. Y al llegar a Santiago de Chile los estaba esperando Arturo, su hermano. Se detuvieron otros “quince días, para que conociera yo”, y de ahí partieron para Lautaro, donde se instalaron, echaron raíces y continúan.

Manuel empezó a trabajar “en el fundo”, en el campo, con el hermano de Araceli, y ella se quedó “con los chiquillos” y despachando en una tienda que había abierto para dar salida a los productos. “Había que vender. Era grande, tenía de todo”. Y los niños empezaron al colegio. Adolfo fue el primero de los hermanos de Araceli en llegar a Chile y abrió camino para el resto: Aníbal, Adolfo, Arturo y la última, la hermana más pequeña. “Era muy despierto. Le fue bien y se fue llevando al resto”, dice Charo. A día de hoy, la mayoría de la familia López de Vegacervera vive en Chile, salvo siete personas.

107 años de voz y memoria

“Año 1980. Manuel y Araceli salieron de Lautaro hacia su tierra España, después de 37 años en Chile”, una vez muerto el dictador. Volvería un puñado de veces más y todas están anotadas con mimo y detalle en un diario que es ya solo suyo.

Los viajes se prolongaban unas cuantas semanas o unos pocos meses, para ver a la familia y deshacerse de los pocos bienes que les quedaban en España. Pero siempre regresaron a Chile, donde la conocen como “la española”.

Ya fallecido su marido, Araceli continúa viviendo en Chile, como sus dos hijos, sus cinco nietos y diez bisnietos. En España solo quedan Charo y sus hermanos, hijos de uno de los tres hermanos que la Guerra Civil arrebató a Araceli, y tres primos. “López no quedamos más que nosotros siete”.

Hace unos meses, Charo fue a visitarla por sorpresa a Chile, con motivo de su jubilación. Gracias a ese viaje pudimos conocer de primera mano la historia de una de las ultimísimas sobrevivientes de la represión franquista en San Marcos, la prisión por la que pasaron más de 40.000 personas entre presos como Tomás, presas como Araceli y prisioneros de guerra.

Fuente: https://ileon.eldiario.es/actualidad/107-anos-araceli-ultima-voz-represion-franco-san-marcos-leon-llevaron-izquierdas_1_12621769.html?_gl=1*1gprcyp*_gcl_au*NDYyMTc5MzU0LjE3NTQxNDkxODU.*_ga*MjQ0MDg0ODk5LjE2NzMwMjQ3MzQ.*_ga_4RZPWREGF3*czE3NjE0OTgwMTgkbzYxOCRnMSR0MTc2MTQ5ODA5NSRqNjAkbDAkaDA.