Los cuadros de María Giuffra, que insinúan las violencias sobre los cuerpos pequeños; los collages de Lucilia Quieto, que incluyen a prisioneros y fusiles; fotos de cuerpos en movimiento de Ana Adjiman y textos de Mario Antonio Santucho: la propuesta de Amontonados. Temporalidades de la infancia es reflexionar sobre las marcas impresas en la memoria de los hijos de desaparecidos y asesinados durante la niñez. Y en su diversidad constituye una forma de pensarse, la búsqueda de un «nosotros» después del desamparo.
Es entrar a la muestra y empezar a conjugar en primera persona del plural. Amontonados. Temporalidades de la infancia es una exposición de María Giuffra, Lucilia Quieto y Ana Adjiman, con textos de Mario Antonio Santucho, todos hijos de desaparecidos o asesinados, que se propone una reflexión sobre las marcas impresas en nuestra memoria durante la niñez.
María sigue pintando a «los niños del Proceso», en un ejercicio febril que parece no tener fin. Sus cuadros nos devuelven la noción de la violencia ejercida sobre nuestros cuerpos pequeños. María descubrió en nosotros algo que no queríamos ver, una persistencia del horror que creíamos haber ahuyentado o la cualidad siniestra que poseen nuestros juguetes, mascotas y dibujos para volverse signos de la amenaza. María pinta desde el futuro que proyecta su sombra en ese presente doméstico de los ’70. No hay en sus cuadros abrazo materno que pueda transmitirnos seguridad, porque todos los abrazos contienen ya la promesa del desamparo cada vez más cercano.
Lucilia Quieto, la maga que puede inventarnos esas fotos con nuestros viejos que nunca tuvimos (Arqueología de la ausencia), hace esta vez collages con papel glacé y marcadores, materiales que nos remiten automáticamente a la niñez. Lo perturbador está en el cruce entre la técnica y las imágenes: una rueda de prisioneros, dos hombres con armas, fusiles. Hay una contradicción entre la mano que recorta y pega, que por la ejecución no puede ni intenta ser infantil, y la mirada sobre los objetos, distanciada, extrañada, que nos sugiere la de un niño que no entiende lo que ve. O lo que copia, porque la precisión con la que se retratan armas y presos insinúa la preexistencia de un original fotográfico.
Cuatro obras muestran el paisaje desolado de la ESMA una vez que el exterminio se ha consumado. Si el trabajo de Lucilia inquieta porque el referente no es claramente reconocible, aquí lo que genera una primera sensación de desconcierto es la técnica. ¿Son cuadros o fotografías? Se trata de un óleo de Ana Adjiman que parece una foto y tres fotos de Lucilia que parecen cuadros. Una de ellas, especialmente, de una perspectiva imposible, un arriba y abajo trastrocados que provoca vértigo. Es la escalera que sube a «Capuchita», lo más alto (lo más bajo) del infierno naval.
Para rescatarnos están las fotos de Ana, habitadas de cuerpos jóvenes en movimiento, ejecutando danzas rituales. Alivian. Como sugiere el texto de Mario Santucho a propósito de una novela de Félix Bruzzone, «se precisa otro tipo de cuerpos para encarnar sensiblemente lo que -por su propia desmesura- no admite expresión simbólica eficaz». Estos cuerpos que danzan, y en los que no parece haber ninguna huella traumática que justifique su inclusión en la muestra, me recuerdan sin embargo que alguien se refirió a nosotros estos días como «sobrevivientes». Me había parecido raro, acostumbrada a reservar la palabra para los ex detenidos, pero quizá sea una nueva manera de pensarlo. De pensarnos. Como sobrevivientes de esta historia.
Pero «ustedes hijos de desaparecidos siempre haciéndose las víctimas», nos provoca todavía un cuadro de María, en el que todos los elementos de su universo se dan cita como la pesadilla diurna de una nena. «Siempre hablando de tu papá.» ¿De quiénes son estas voces? «Nosotros también tenemos muertos.» ¿Son los mismos que reclaman memoria completa? «¿Por qué no vas a militar?» ¿O son otras voces que anidan en nosotros? «Siempre pegada al pasado.» ¿De quiénes son estas voces, que se multiplican como los bichos? «El riesgo, pero también el método, parece ser la esquizofrenia», escribe Mario en sus «apuntes metodológicos». Si la esquizofrenia es el método, no hay contradicción en afirmar al mismo tiempo que no hay método, «porque se trata siempre de crearlo». Eso sí: «las probabilidades de éxito son mínimas si el proceso no se despliega de manera colectiva». Amontonados es una apuesta colectiva y diversa para, a través de la creación, poner en cuestión un «nosotros» que no elegimos pero que podemos transformar.
Mariana Eva Pérez es hija de desaparecidos, dramaturga e investigadora.
Amontonados. Temporalidades de la infancia. Pasaje Icalma 2045, Barraca
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