En las últimas elecciones generales, mientras en Francia la participación fue del 85 por ciento, en Alemania del 86, en Italia el 90 y en España el 75, en Estados Unidos, donde la población negra e hispana prácticamente no vota, la participación no pasó del 52 por ciento… La participación alta se produce cuando se […]
En las últimas elecciones generales, mientras en Francia la participación fue del 85 por ciento, en Alemania del 86, en Italia el 90 y en España el 75, en Estados Unidos, donde la población negra e hispana prácticamente no vota, la participación no pasó del 52 por ciento…
La participación alta se produce cuando se tiene confianza en la política. El desinterés por la política es porque la ciudadanía percibe que los políticos mienten habitualmente, que la financiación de los partidos políticos es escandalosamente opaca y no se entiende el gasto desmesurado de los partidos en campaña, que hay complicidad por pactos secretos entre los grandes grupos de comunicación y los grandes partidos, y porque lo que menos interesa a los políticos es servir a la sociedad.
Todo eso lo piensa el abstencionista detrás del que hay pobreza, precariedad crónica y dramática, y a menudo una vida deprimente. En España, en números redondos y con las salvedades de rigor (pues hay personas acomodadas con sensibilidad humanista que votan a la causa de los desheredados de la fortuna, y desgraciados que votan a quienes con sus políticas fuerzan a desheredarles), el número de ciudadanos españoles que viven por debajo de la dignidad del resto es muy elevado. En las pasadas elecciones generales, de un censo de 34 millones y 26 millones de votos, 8 millones de inscritos se abstuvieron. Si a esos sumamos los 3 millones que votaron al partido cuya ideología encierra el propósito (y por eso se le considera radical) de acabar con la precariedad, con la pobreza involuntaria y con la indignidad social, 11 millones de ciudadanos y ciudadanas viven al día, no saben qué será de ellos el siguiente, viven con el temor a perder el empleo basura que consiguieron quizá con sudor y lágrimas, no se atreven responsablemente a traer hijos al mundo porque no pueden ofrecerles un futuro cegado para ellos, y se sienten, en fin, como un títere en manos de titiriteros. La condición del antiguo esclavo o del antiguo siervo no está muy alejada de esas miserias…
La democracia española, para ser creíble como marco, necesita de la movilización dirigida a amparar a millones de personas que, en la carrera de la vida y por imperativo del propio sistema que en teoría nos iguala a todos pero no en la práctica parten con un retraso estructural insalvable de otra manera. Es decir, precisa de señales de esfuerzo por conseguir la menor desigualdad posible. Pero en España, los partidos conservadores no sólo no lo intentan, es que ahondan la desigualdad. Y los partidos progresistas no pueden, pues ante ellos se levantan dos empalizadas: el muro férreo de los poderes financieros y la cortina inconsútil del poder eclesiástico. En cuanto a los políticos, o son ladrones de lo público, o prometen lo que no pueden cumplir. Así, no se avanza, o se avanza sólo en lo irrelevante o sólo en aspectos meramente formales. Por ejemplo, en el año 89 el presidente del Congreso, del partido socialista, invalidó el juramento de un diputado vasco por emplear la fórmula «por imperativo legal», mientras que en 2019 la presidenta del Congreso, asimismo socialista, la ha considerado válida en el juramento de diputados catalanes en base a la apelación al TC que prosperó, de aquel diputado vasco. Pero, en cuestiones de fondo e interpretación de normas fundamentales, cualquier intento de avance tropieza con la rigidez y con el establishment; como si España estuviese «terminada», como si el modelo no precisase ya de evolución, o más bien de una revolución…
Hablaba antes de la cifra de 11 millones virtualmente excluidos del sistema que no votaron. Once millones de abstencionistas, de débiles sociales que no cuentan. Y es que al sistema le sigue bastando la beneficencia, la filantropía, el altruismo y la caridad de los pudientes para no reventar y no dar lugar al levantamiento de las masas. Que sectores de población queden literalmente al margen del reparto de la riqueza y malvivan, al sistema ni le importa ni le preocupa. Lo que el sistema neoliberal en el fondo desea es que se oculten, desaparezcan o se mueran. Así lo dijo, más o menos, la Directora gerente del FMI, Christine Lagard. Por eso, ningún partido en el gobierno se atreve a forzar lo suficiente la máquina del progreso en materia de impuestos y distribución de la tarta, pues ello atentaría tanto contra el interés del propio sistema como del suyo. Por eso nunca pasa del amago. Por eso, cuando se hacen cambios fiscales son irrelevantes, apenas se notan. Por eso llega un ricachón en periodo electoral y dona a la Sanidad Pública 320 millones. Poco importa que las donaciones al ente público deben ser anónimas y no responder a ningún propósito ideológico o electoralista. Poco importa que cuando de la donación se da noticia a bombo y platillo y además se dice el nombre y apellidos del benefactor, aparte de que detrás de ella haya una segura evasión de impuestos o blanqueo de capitales porque ningún sistema impositivo del sistema permite un enriquecimiento descomunal a lo largo de lo que dura una vida, se cometa una bajeza, un miserable golpe bajo a la causa de los partidos que, aceptando la economía mixta, defienden lo público por encima de lo privado en bienes básicos, como la energía, la sanidad y la enseñanza, dejando todo lo demás para la iniciativa privada. Poco importa que en este país en conjunto se ahonde más y más la desigualdad social. De aquí que los abstencionistas desconfíen, también ya incluso del partido español que se manifiesta claramente al lado de los excluidos y los débiles. Me refiero a esa formación a la que, desde su aparición en escena han asfixiado los demás partidos y sectores de los grandes grupos de comunicación, y ella misma ha terminado contribuyendo torpemente a su estenosis con luchas intestinas. Todo lo que explica que al menos esos 11 millones de abstencionistas, esos que no votaron en las pasadas elecciones, es porque, con indiferencia pero con criterio, renuncian a participar en lo que les parece una parodia insufrible que sólo disfrutan los comediantes; primero representándola y luego recogiendo el importe de la recaudación…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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