El conocimiento ancestral de la naturaleza que desarrollaron los pueblos nativos de Colombia está perdiendo validez ante manifestaciones del cambio climático que desconciertan a sus sabios, afirma la bióloga Brigitte Baptiste.
Se trata de una comprobación a la que llegó por contactos personales con sabios de pueblos indígenas, pues el Estado «no tiene» políticas para facilitar o reconocer el conocimiento tradicional, dijo a Tierramérica esta doctora en ciencias ambientales de 47 años, reconocida catedrática y activista ecologista con estrechos nexos con comunidades campesinas e indígenas.
Lo bueno es que «el diálogo entre sabedores indígenas está fluyendo» sobre estos problemas, agregó.
Baptiste dirige desde enero el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt de Colombia. Ha escrito decenas de artículos y capítulos de libros, incluidos textos sobre bioética y diversidad de género. Tierramérica dialogó con ella sobre algunos puntos de su intervención en el II Congreso Nacional del Clima, que sesionó en Bogotá del 3 al 5 de agosto.
TIERRAMÉRICA: En el Congreso usted afirmó que el conocimiento tradicional está perdiendo validez ante los cambios del clima. ¿Ya han detectado efectos concretos, por ejemplo en la observación tradicional de las comunidades indígenas?
BRIGITTE BAPTISTE: No, porque no lo hemos investigado a fondo. El Estado no tiene ninguna política concreta para facilitar el conocimiento tradicional o para reconocer su importancia. Lo sabemos por relaciones personales con taitas (ancianos sabedores) en el Putumayo, con los curacas en el río Mirití (Amazonas), o con los «mamos» de la Sierra Nevada de Santa Marta, que empiezan a decir que hay señales que están variando respecto a sus patrones con los que tomaban decisiones.
Cuando durante tres o cuatro años ciertas plantas dejan de florecer, ellos dicen: no tenemos memoria de que eso hubiera pasado. El sistema de monitoreo indígena se basa en la memoria de las personas, alimentada por todo su conocimiento ancestral, pero es muy local.
Les toca, como dicen ellos, ponerse a «conversar» si alguien más se acuerda de que eso hubiera pasado en otra parte y qué ocurría después: si era anuncio de una gran sequía, o de deterioro del suelo, o de si iba a haber 10 o 15 años de malaria. La ventaja es que lo están haciendo. El diálogo entre sabedores indígenas está fluyendo. Pero de eso nosotros, realmente, tenemos muy poca noticia.
TIERRAMÉRICA: Usted dijo también que no se sabe cuál es el efecto que tendrá el cambio climático sobre la biodiversidad colombiana. ¿En qué reside esa dificultad?
BB: La vida reacciona de manera sorpresiva a las presiones de cualquier tipo. Las especies no se adaptan una por una. Uno podría decir que si esto se calienta, las especies que son susceptibles al calor se van, desaparecen. Pero no. Las especies tienen una información genética diferenciada en todos sus organismos. Entonces, una parte de la población de una especie puede reaccionar de una manera distinta a la otra.
Y las especies están encadenadas unas con otras. Pensando en las cifras colombianas: 784 especies de anfibios, 1.714 especies de pájaros, 35.000 de plantas, no es una por una que van a reaccionar, sino lo harán en conjuntos ecológicos llenos de interacciones tróficas -quién se come a quién-, de depredación.
Necesitamos cifras y datos de 10, 20, 30 años, y eso es lo que no tenemos. Colombia no tiene ningún sistema de monitoreo de biodiversidad que le indique qué puede estar pasando.
Apenas ahora tenemos imágenes de satélite de buena calidad, de unos 20 años; ciertos registros muy precisos de investigadores del siglo XX, de hace 50, 60 años. Es información confiable con la que se puede comenzar a especular y a hacer modelos sobre cómo va a responder la biodiversidad, en caso que se caliente, llueva más o se deseque.
TIERRAMÉRICA: Usted mencionaba que hay especies de pájaros que están cambiando de piso térmico, de rango altitudinal.
BB: Algunos estudios preliminares han identificado algunas especies que pueden sufrir ese problema. Las aves están asociadas a un tipo de bosque, por ejemplo, el que hay a 1.000 metros de altitud. Eventualmente se desplaza el bosque hacia arriba, e igual suben las aves.
Pero, ¿qué tal que más arriba no haya suelo apropiado para que exista ese bosque? Entonces, ese bosque ya no va a poder subir y por tanto las aves no tienen hábitat.
TIERRAMÉRICA: ¿Cuáles son los «puestos» mundiales de la biodiversidad colombiana?
BB: Colombia es el país más rico en aves. Más de 15 por ciento de los pájaros viven en Colombia. Es probablemente el primero o segundo en anfibios, en ranas; competimos con Indonesia sobre todo en cuanto a endemismos: lo que hace que un país tenga más o menos riqueza tienden a ser las especies exclusivas que se han desarrollado en los ambientes propios del país.
En plantas también somos el primer país o el segundo, solamente equiparable a Brasil. Estamos en el tercer o cuarto lugar en mamíferos. También en peces dulceacuícolas y marinos, aunque estos últimos tienden a ser más compartidos.
El río Magdalena es único en el mundo. Corre de sur a norte cruzando casi todo el territorio ecuatorial. Es tremendamente fértil, recibe todos los aportes nutricionales de las selvas de toda la subregión andina. Casi toda su fauna es endémica. Cerca de 40 por ciento de los organismos que habitan en el Magdalena solo se encuentran en el Magdalena, lo cual hace de la cuenca, en general, un tesoro mundial de biodiversidad.
TIERRAMÉRICA: ¿Pese a lo destruida que está la ribera?
BB: Los datos de extinción total todavía no reportan que la biodiversidad haya colapsado. A pesar del mercurio o de la sedimentación excesiva, el río Magdalena sigue teniendo una biodiversidad importantísima.
TIERRAMÉRICA: ¿La biodiversidad también nos facilita adaptarnos al cambio climático?
BB: Sí, y es muy importante. Tratamos de llamar la atención a los sectores productivos acerca de que en la biodiversidad radica el mejor seguro para la producción. Porque es en ella donde estarán los controles biológicos del mañana, los servicios ecosistémicos que les pueden amortiguar los efectos de la sequía o de alguna disfunción nutricional.
Los sectores productivos deben entender mejor el funcionamiento ecológico en el cual están inmersos y reconocer que, si se pierden esas funciones ecológicas, les va a tocar a ellos ponerse la mano en el bolsillo para remplazarlas. Una diversidad abundante y sana es un indicio claro de que hay menos gasto en controlar procesos productivos.
Porque la biodiversidad amortigua los efectos del clima, aunque no sepamos muy bien cómo. Hay razones prácticas para mantenerla e invertir recursos en su gestión, porque la biodiversidad perdida no regresa.
* La autora es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 13 de agosto por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.