El pasado 30 de abril, cien mil personas se manifestaron en la localidad argentina de Gualeguaychú contra las plantas de celulosas que se están instalando en Uruguay. Fueron cien mil personas marchando por horas hasta el puente que cruza el río Uruguay, en el límite en Argentina y la República Oriental. Fueron cien mil personas […]
El pasado 30 de abril, cien mil personas se manifestaron en la localidad argentina de Gualeguaychú contra las plantas de celulosas que se están instalando en Uruguay. Fueron cien mil personas marchando por horas hasta el puente que cruza el río Uruguay, en el límite en Argentina y la República Oriental. Fueron cien mil personas bajo un sólo lema: ¡No a las papeleras! Fueron cien mil personas de las más diversas actividades, edades y niveles socio-económicos que marcharon codo a codo para confirmar y ratificar lo que ya han venido expresando durante un año: no quieren que sus vidas, sus trabajos y el futuro de su región y de sus habitantes se vea afectado por los intereses económicos de dos conglomerados europeos: Ence y Botnia.
Fueron cien mil personas con una convicción que ya se quisieran algunos. Muchos se quisieran también esa convocatoria para decir que no o sí a algo. Muchos se quisieran ese nivel de organización, que no dejó nada improvisado, y que mantiene un respeto insoslayable por las decisiones de las asambleas que la rigen. Muchos quisieran poder contar con la fuerza y el ánimo que entrega una marcha de esa magnitud y de gente con esa claridad. Muchos se quisieran la posibilidad de hablar y exponer un mensaje ante tanta gente y con tan buena disposición. Muchos quisieran haber estado allí y regocijarse del espectáculo y comprender que hay esperanzas y que el camino no siempre es cuesta arriba.
Pero en ese escenario, en que una persona no representaba casi nada, pude constatar la real dimensión del trabajo que algunas organizaciones ambientales han realizado en Chile, y pude recibir la atención y preocupación de argentinos y uruguayos sobre la crisis ambiental del Río Cruces y los otros casos de contaminación por culpa de las celulosas. En ese espacio en que miles de voces se alzaban para denunciar la violación de tratados y la vulneración de los derechos ciudadanos, pude recoger el reconocimiento y saludo para Olca, Acción por los Cisnes y Oceana, con frases que hablaban de «la experiencia chilena», «del ejemplo de ustedes» y «del importante apoyo recibido».
Y como ya decía, uno habría querido trasladar eso a otros lugares, a otros temas, mostrárselo a quienes sólo saben quejarse y no son capaces de hacer un aporte o construir su propia organización para lograr sus objetivos. Por eso mientras unos siguen cada día creyendo en una oposición abierta y sin miedos, otros se refugian en las tranzas y la búsqueda de acuerdos miserables.
La marcha de Gualeguaychú, más allá de todo lo que evidencia y de transformarse en un rechazo absoluto, concreto y cuantificable a las distintas formas de contaminación que amenazan nuestras vidas, se puede tomar como un ejemplo a seguir, donde manda la asamblea ciudadana y donde las organizaciones se ponen al servicio de una causa común, y no en función de los mezquinos intereses de unos pocos.
Jordi Berenguer
Coordinador
Oceana, Oficina para América Latina y Antártica