La mítica revista que fundó Federico Vogelius y dirigió Eduardo Galeano apareció por primera vez allá en la primera quincena de mayo de 1973. Cómo fue su inicio, qué paso en los 40 números aparecidos y por qué cerró.
Eduardo Galeano recuerda: «Hoy me entero de que todos los meses, el día que sale la revista, un grupo de hombres atraviesa el río Uruguay para leerla. Son una veintena. Encabeza el grupo un profesor de sesenta y pico de años que estuvo largo tiempo preso. Por la mañana salen de Paysandú y cruzan a tierra argentina. Compran, entre todos, un ejemplar de Crisis y ocupan un café. Uno de ellos lee en voz alta, página por página, para todos. Escuchan y discuten. La lectura dura todo el día. Cuando termina, dejan la revista de regalo al dueño del café y vuelven a mi país, donde está prohibida. -Aunque sólo fuera por eso -pienso-, valdría la pena».
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En los primeros días de mayo del ’73, la escena se repetía en varios bares de la avenida Corrientes. La Paz, Politeama, Ramos, Ópera. Algunos ejemplares de la revista iban quedando sobre las mesas que, hasta hacía un ratito, ocupaban no pocos uruguayos, mezclados con varios argentinos que cantaban, sonrientes, el consabido «se va a acabar, se va a acabar» cuando alguien les informaba que el costo de vida había aumentado, en lo que iba del año, casi un 30 por ciento.
Algo los unía más allá de un triunfo electoral o de una cercana asunción presidencial. Era la certeza de saber que había palabras que no necesitaban ser definidas con exactitud. «Compromiso», por ejemplo, «política». O, más redondamente, «revolución». Palabras que se respiraban día a día, que se vivían. Y una, básica, elemental, insustituible: «nosotros». Una palabra que, por paradójico que resultara, acuñó una revista. Una revista escrita por un puñado de tipos reunidos bajo el ala de Federico Vogelius, Fico (uno de esos raros y escasísimos empresarios que creían en la igualdad de oportunidades), y Eduardo Galeano (uno de esos raros y escasísimos intelectuales que creían en la igualdad de oportunidades). La revista se llamaba Crisis, su primer número salió el 3 de mayo de 1973. Podría haberse llamado «nosotros», pero entonces no habría tenido mucho sentido que los que la leían la llamaran «nuestra revista». Cuestión de palabras. Y, en mayo de 1973, todo el mundo lo sabe: las palabras se decían o se vivían.
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La cosa, como empezaron muchas cosas, había arrancado unos años antes, terminando la década del ’60. Vogelius quería plasmar un proyecto cultural; Ernesto Sabato andaba con ganas de armar una revista. El cóctel se estaba preparando. Ahora lo recuerda Julia Constenla. «Fico y Sabato armaron un comité de notables que discutía cómo debía ser la revista: Jorge Romero Brest, Ernesto Epstein, Francisco Romero, Víctor Massuh, José Luis Romero. Se habían contratado oficinas y personal administrativo».
Y lo recuerda, mucho más, Amalia Ruccio, Lita, por entonces esposa de Vogelius. Esa mujer a la que Fico le repetía la necesidad de un sacrificio emocional y personal importante. Tan importante como feliz. «Lita, quiero que me duela -dice, hoy, Amalia, que le decía Fico-. La cosa se acentuó en 1968. Fue un largo proceso, una búsqueda angustiada y dolorosa. Fico anduvo desasosegado, intranquilo, descentrado, era evidente que se trataba de un salto a otra dimensión, donde la dignidad civil, la responsabilidad por el país, su fe en la cultura y el amor eran sus pilares. No creía en nada obtenido por las armas; sí por la cultura, aunque llevara cien años conseguirlo».
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Crisis, el nombre con el que el equipo de notables reunido por Vogelius y Sabato se había puesto de acuerdo, ya existía como marca. Las discusiones, inevitables ante la gran pregunta, «qué hacer», no terminaban de disiparse cuando ya aparecían otras nuevas. Hacía falta alguien que llevara a buen puerto las ideas de «todos» hacia ese «nosotros» que estaba ahí, pero parecía cada vez más lejano.
«Yo era secretaria de redacción de la revista Gente y me habían despedido -cuenta Constenla-. Sabato me pidió que colaborara con el grupo en 1972. Después de tres o cuatro reuniones, ya habían pasado varios meses, les expliqué que necesitaban un director. Fico quería a Sabato. Sabato se negaba a aceptar».
Entre los tantos nombres que se barajaron, estaban el de Juan Gelman (director del suplemento cultural del diario La Opinión), Tomás Eloy Martínez (que había trabajado en Primera Plana) y Eduardo Galeano (que acababa de publicar Las venas abiertas de América Latina). Mientras todos discutían, Vogelius tenía la certeza de los que ya saben cómo van a ser las cosas. La certeza de los que no se equivocan.
Fico y Eduardo se conocieron, como ocurren las muchas cosas de la vida de Galeano, en un bar. Él mismo lo dice: «En un bar de Montevideo, una noche de fines de 1972, se selló la revista. Yo no sabía quién era Vogelius. Pero hubo un buen enganche y esa noche, cenando, empezó la historia».
No bien llegó a Buenos Aires, a la quinta de San Miguel donde vivía con Lita, Fico no pudo contener su entusiasmo: «Lita, Lita tengo al director de la revista», le decía Fico a su mujer mientras la sacudía para despertarla. Y el diálogo, entre el sueño y la realidad, siguió, más o menos, así:
-¿Cómo se llama?
-Eduardo Galeano.
-¿Aceptó?
-No, él no lo sabe, lo acabo de decidir en el viaje de vuelta de Montevideo.
Pero Montevideo no era una fiesta. Lo afirma Galeano: «Un par de días después me subieron a un auto. Me trasladaron, me encerraron en una celda. Rayé mi nombre en la pared. Por las noches escuchaba gritos. Empecé a sentir la necesidad de conversar con alguien. Me hice amigo de un ratoncito. Yo no sabía si podía estar encerrado días o años, y al poco tiempo se pierde la cuenta. Fueron días. Siempre tuve suerte. Caminé hasta mi casa. Era una noche cálida y serena. En Montevideo empezaba el otoño. Me enteré de que hacía una semana que había muerto Picasso. Pasó un tiempito y empezó el exilio».
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En ese exilio porteño de Galeano, un exilio de largas charlas con Vogelius, comenzó a tomar forma la revista. Ante el registro existente de la marca Crisis, Sabato planteó transformarla en Krisis. Dice Constenla: «Para Eduardo, Crisis con ka era una ridiculez. Y dijo que había que completar el título: Ideas, letras y artes en la Crisis«. No había caso: Eduardo y Ernesto no estaban hechos para entenderse. Ni Vogelius podía con ellos.
«Yo proponía una revista crítica de los grandes problemas de entonces -recordó luego, y bastante enojado, Sabato-. Pero, en determinado momento, sentí que no podría hacerse como yo quería: Vogelius quiso llevarla adelante con una dirección marxista que llegó a difamarme a través de los estalinistas de turno. Eso es lo que ellos llamarían dialéctica». Lita Ruccio también lo recuerda, pero no tan enojada: «El proyecto de Sabato desapareció con la entrada de Galeano como director, a quien Fico le dio libertad total».
Esa libertad total de la que habla Lita produjo la unión casi imposible de tipos en una redacción. Vicente Zito Lema, uno de ellos, dice: «Había, claro, diferencias. Aníbal Ford, por ejemplo, seguía la línea del nacionalismo revolucionario; Juan Gelman estaba más ligado a las FAR y Montoneros; Galeano tenía un compromiso latinoamericanista; Haroldo Conti traía una lectura marxista de la realidad; yo provenía del peronismo de base. Parecía que nos íbamos a matar, pero había cosas profundas que nos unían, el espíritu de la época».
Un espíritu que encarnaba la gran apuesta de Vogelius por la cultura. Una cultura que buscaba subvertir el rol y el lugar al que el sistema la había acorralado durante siglos. Como dice Galeano: «La cultura no terminaba, para nosotros, en la producción y el consumo de libros, cuadros, sinfonías, películas y obras de teatro. Ni siquiera empezaba allí. La cultura era, para nosotros, la creación de cualquier espacio de encuentro entre los hombres. Eran todos los símbolos de la identidad y la memoria colectivas».
Ese «nosotros» comenzó a funcionar en las oficinas del octavo piso del edificio de Pueyrredón 860, con un equipo básico, un título heredado de Sabato y ningún otro compromiso que el de Vogelius por difundir la cultura. «Nuestra» cultura. Para «nosotros».
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La idea de la revista era no hacer sectarismo ideológico e idear un amplio campo de expresión en el cual se incluyeran marxistas, nacionalistas, peronistas antiimperialistas. La amplitud para reunir devendría, invariablemente, en amplitud para llegar. Sólo una persona como Federico Vogelius podía aguijonear semejante proyecto. Pero, ¿quién era Federico Vogelius?
Dice Rogelio García Lupo: «Fico era la persona que comprometió su propia libertad y su fortuna de empresario exitoso por la cultura. Está bien que en ese momento había muchos entusiasmos, pero no había tantas personas dispuestas a jugarse como lo hizo Vogelius». Confirma Julia Constenla: «El periodismo rioplatense señala solamente la presencia de Eduardo Galeano, sin reparar lo suficientemente y con la debida justicia en el hecho de que sin Vogelius no hay Crisis. Es cierto que, sin Galeano, la revista no hubiera sido lo que fue. Pero, sin Vogelius, directamente no habría existido la revista Crisis. El contenido era de Galeano, con absoluta libertad y coincidencia con Vogelius». Dice Vicente Zito Lema: «Federico era un experto y un amante de las artes plásticas. Una de esas figuras de las que hoy quedan muy pocas, de muy alta posición económica y un profundo costado bohemio, benefactor. Antes que comenzara la revista, yo no tenía amistad con él, pero sí trato. Comíamos bastante seguido y reflexionábamos sobre arte, política y derechos humanos con un grupo formado por Luis Felipe Noé, Ricardo Carpani, León Ferrari, Ernesto Veira, entre otros tantos».
Como refirió Haroldo Conti en carta a Roberto Fernández Retamar: «Crisis es lo único que sobrevive, Federico Vogelius, su director propietario, piensa realizar una gira por Latinoamérica. Naturalmente quisiera entrar en Cuba y establecer relaciones con la Casa de las Américas. Si bien es un hombre rico, es progresista y ayuda mucho. Se puede contar con él ampliamente. No hace todo esto por dinero, sino que le interesa apoyar toda actividad cultural».
O como recuerda Lita Ruccio: «Fue un hombre difícil y maravilloso, bueno y malo, exquisito y sencillo. Fascinante siempre, para todo, el mejor. Soy muy consciente que, con él, pasé del amor más puro al odio más cerrado, para luego encontrar y entender su vida y su alma. Como aconseja un viejo maestro, lo entendí con el corazón, extendiendo la mirada, caminando con mi alma».
Es decir, Federico Vogelius. Fico. El tipo sin el cual no existiría la posibilidad cierta de ese «nosotros».
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«Uno puede ver una tapa de Crisis en Japón y saber de qué se trata», dice Lita Ruccio. Y es cierto. La idea de ese cuerpo físico fue de Galeano -que es decir, ya se sabe, de Galeano y Vogelius-, pero fue interpretada de forma maravillosa por el hermano de Lita, Eduardo Ruccio, Sarlanga, su diagramador: «Los dos Eduardos se entendieron desde el primer momento y su amistad los hermanó para siempre. La elección de ese ‘papel de almacén’ característico de la revista fue de Fico».
La razón de ese papel parece demasiado elaborada. Pero, por absurdo que suene, simple, de tan compleja. La dice Constenla: «Como se trataba de una publicación para tiempos de crisis, pero al mismo tiempo culta, la queríamos elegante y sofisticada pero que no fuera cara. Fico eligió el papel más barato, grueso y amarillento, con tapa a dos colores y sin fotos. Del primer número tiramos diez mil ejemplares, agotados en una semana. Antes de imprimir el número dos, tuvimos que reeditar el primero»: un trabajo sobre el escritor argentino-chileno Manuel Rojas, de Julio Huasi; el anticipo de la novela de Sabato Abaddón, el exterminador; un ensayo sobre teatro, de David Viñas; un análisis sobre los dueños de los medios de comunicación en América latina, de Heriberto Muraro; fragmentos del guión del film-reportaje a Juan Perón realizado por Pino Solanas y Octavio Gettino; un poema inédito de Lenin; ilustraciones de Hermenegildo Sábat, y el humor de Kalondi. Crisis era leída y releída. Buscada, anhelada. Coleccionada o dejada de regalo en los bares donde se leía en voz alta.
O como recordó, muchos años después, un muchacho que se acercó a la revista para ofrecer sus conocimientos de portugués. Un muchacho al que Galeano le dio seis páginas y toda la libertad del mundo. Un muchacho que tradujo un poema de otro muchacho, Chico Buarque, prohibido por la dictadura brasileña. Ese muchacho era, es, aunque un poco distinto, Santiago Kovadloff: «Crisis fue el correlato desde la izquierda de lo que significó Sur desde el liberalismo. Sur y Crisis condensaron el espíritu de momentos fundamentales del país. Sur, el de la preguerra, donde América del Sur y del Norte no se veían como antitéticas. Crisis, el de la posibilidad de transformación ideológica, cultural y política del continente hacia una izquierda progresista». Crisis, el «nosotros» había empezado a funcionar.
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Dice Julia Constenla: «Toda la revista pasaba por las manos de Eduardo Galeano. Yo fui la primera secretaria de redacción. Luego, se hizo cargo Juan Gelman, después Aníbal Ford. Yo pasé a ocuparme de la dirección de los Cuadernos y de la editorial». Una editorial que recuerda muy bien Rogelio García Lupo: «Habíamos charlado con Vogelius sobre la producción esquemática de títulos de libros con la marca de Crisis. El primero fue el del dirigente socialista boliviano Marcelo Quiroga Santa Cruz, El saqueo de Bolivia. Se vendieron 20 mil ejemplares».
Es casi gracioso escuchar a Constenla: «Vogelius no tenía interés en hacer un negocio con la revista. Pero tuvo mala suerte: todo lo relacionado con Crisis se vendió muy bien desde el principio». O como dice, de primera mano, Lita Ruccio: «Fico me repetía cada noche: ‘Encima voy a ganar plata con esta revista, la única vez que estuve dispuesto a perder guita y mirá, mirá Lita, es una maravilla'».
Esa maravilla se repetía día a día en el octavo piso de Pueyrredón 860. «Todos éramos escritores -cuenta Vicente Zito Lema-, no éramos nenes de pecho. Eso provocaba un espíritu de armonía y unidad en el que ni Galeano, ni Gelman, ni Haroldo Conti, ni Jorge Rivera, ni nadie trataba de sobresalir. Se pensaba en función de sacar el mejor número posible de la revista. Como cada uno andaba después en la suya (Gelman con La Opinión, Galeano con sus afectos en Uruguay, yo con mi laburo en la universidad), no quedaba mucho tiempo. Por lo general, nos reuníamos todos a almorzar en la revista. Y a jugar al fútbol y comer asados en la quinta de Fico los sábados. No nos juntábamos a hablar de filosofía o de política, eso lo vivía cada uno. La cosa era a puro fútbol y asado». Jorge B. Rivera, redactor y colaborador en Cuadernos, también recuerda la redacción: «Gran profesionalidad, muchísimo trabajo y un clima de distensión como en pocos medios de comunicación. Existía tiempo de imaginación, pero había una economía de ese despilfarro traducido en los proyectos que se tiraban como puntas. Hasta los boludeos intelectuales funcionaban bien».
En 1974, apareció por ahí María Esther Gilio. Una mujer que sabía preguntar. Y escuchar para volver a preguntar. A partir de ella, las entrevistas nunca volvieron a ser lo que eran: «Vivía en París, pero cuando Perón volvió al país, yo también volví. Siempre había querido hacer periodismo, y tenía una nota con Pablo Neruda. Cuando murió, corrí a La Opinión: a los pocos días se publicó y les gustó a todos menos a Jacobo Timerman. ‘¡Qué mamarracho esa entrevista que me encajaste!’, me dijo. A Crisis me llevó Galeano y me pidió un reportaje a Borges. Ahí empecé a vivir del periodismo. Viajé al norte para entrevistar a Héctor Tizón y Daniel Moyano. En Buenos Aires, hice una nota con Aníbal Troilo. Cuando la entregué a Crisis, me crucé en el ascensor con Juan Gelman y con esa entonación especial que tiene me dijo ‘recuperaste la voz del Gordo para la historia’. Nunca me lo voy a olvidar».
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La muerte de Perón, la asunción de Isabel como presidenta y el poder total para José López Rega y su Triple A no podían traer nada bueno para el país. El globo de ensayo del terrorismo de Estado tenía terreno libre en el país y, sobre todo, en Buenos Aires. Cuenta Galeano: «Suena el teléfono y pego un respingo. Miro el reloj. Nueve y media de la noche. ¿Atiendo, no atiendo? Atiendo. Es el comando José Rucci, de la Alianza Anticomunista Argentina:
-A ustedes los vamos a matar, hijos de puta.
-El horario de amenazas, señor, es de 6 a 8 -contesto.
Cuelgo y me felicito. Estoy orgulloso de mí. Pero quiero levantarme y no puedo: tengo piernas de trapo. Intento encender un cigarrillo».
Aníbal Ford, que fue secretario de redacción de la revista y director de Cuadernos, también recuerda esa época: «Toda redacción es un mundo de laburantes y amigos que viene a charlar o a carburar proyectos. Esa vida era intensa, marcada por las amenazas en medio de las que había que producir la revista».
A las amenazas, continuaron los hechos. En mayo de 1975, el periodista Villar Araujo publicó en Crisis un informe sobre el estatuto colonial de los contratos petroleros del país. Por donde se lo mirara, el petróleo venía con una histórica mochila de infamias y crímenes. Escribió Villar Araujo: «Cuando hay petróleo de por medio, las muertes accidentales no existen». Y terminaba su nota con una advertencia: «Si usted, lector, se entera de que después de escribir estas líneas, al cruzar la calle, me aplastó un colectivo, piense mal y acertará». No lo aplastó un colectivo: fue detenido-desaparecido por dos días, sin comer ni beber, con una capucha permanente que sólo le permitía ver los zapatos de los hombres que lo interrogaron sin descanso para averiguar quiénes eran sus fuentes. Lo abandonaron en una ruta cerca de Ezeiza. Unos días después, la policía difundió un comunicado: Villar Araujo había sido detenido por error.
En diciembre de 1975, desapareció Luis Sabini Fernández, jefe de producción de Crisis. «Tenemos la esperanza de que esté preso -escribió, por entonces, Galeano-, pero la policía lo niega. Fico y Aníbal Ford revolvieron cielo y tierra. Hace más de una semana y no tenemos novedades. A veces, por las noches, después del trabajo, Luis se demoraba hablándome del padre, que había llegado a Montevideo desde una aldea de Parma que tenía cien casas y una iglesia». Luis había caído en manos del Ejército en una redada en Villa Martelli. No sabían que era de Crisis. Cuando se enteraron creyeron que era el capo. «¿Qué capo?, si no escribo ni una línea», les dijo. Cuando le contestaron «peor, vos hacés que otros escriban», pensó que palmaba. Su trabajo y el hecho de ser uruguayo (en el diccionario paramilitar, uruguayo es sinónimo de tupamaro) eran su propia condena. Lo llevaron esposado hasta el avión y terminó exiliado en Suecia.
«Casi todas las mañanas teníamos que contarnos para saber si éramos los mismos del día anterior», evocó hace ya algunos años, otro de los hombres de Crisis, Horacio Achával.
Una mañana, Gelman apareció por la revista y dejó sobre el escritorio de Galeano un paquete envuelto en papel de diario y atado con piolines. «Me tuve que mudar de casa. No sé adónde. Salgo a buscar. Cuidame las pertenencias», le dijo. El paquete era toda su ropa, todo su mobiliario. Cuenta Galeano: «Se dio vuelta, la mano en el picaporte y agregó: ‘Pero, antes, contame la historia de la gallina, que ando triste’. Era una historia de Paco Espínola, otro uruguayo que se había ido. Juan se la sabía de memoria, pero igual se ahogaba de risa cada vez que yo la repetía. Paco había lavado el honor de la familia degollando a una gallina bataraza que lo había mandado a la puta madre que lo parió».
Unos meses después, la carta de Gelman llegó de Roma, donde lo dejó el avión que lo salvó raspando de la condena a muerte: «Como ves, soy jodido para querer. La mayor parte del tiempo, me basta con hacerlo. Sé que no es suficiente. Somos muchos los que andamos con el cariño estropeado, pero hay que tener valor para sacarlo de adentro con estropeaduras y todo».
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Según el Instituto Verificador de Circulaciones, la revista vendió, en marzo de 1974, 17.468 ejemplares. Según el mismo Instituto, las ventas crecieron hasta un tope de 24.637 en julio, y mantuvo, después de esa fecha, un promedio de 22 mil ejemplares. Federico Vogelius pasó 1974 y 1975 evitando dos cosas: que Crisis fuera financiada por Montoneros y que la Triple A volara el edificio de Pueyrredón al 800 donde funcionaba la redacción.
Mientras tanto, la revista conversaba con la gente, le devolvía la palabra a la gente. «La cultura es comunicación o no es nada -dice Galeano-. Para llegar a no ser muda, una cultura nueva tenía que empezar por no ser sorda. Publicábamos textos sobre la realidad, pero también, y sobre todo, textos desde ella». Palabras de los indígenas del Alto Paraná acorralados por una civilización que los consideraba esclavos, palabras de presos políticos y de manos anónimas que dejaban su huella en las paredes de toda América, palabras de niños y palabras de internos de los manicomios y palabras de obreros en las fábricas.
En marzo de 1976, el país fue otro. El «nosotros» se había perdido en el terror fundante del «por algo será». La dictadura militar dictó nuevas normas para los medios de comunicación: «Quedaba prohibido publicar reportajes callejeros y opiniones no especializadas sobre cualquier tema».
En ese contexto, Eduardo Galeano y Vicente Zito Lema debían entregar las pruebas de galera de la revista en la Casa Rosada. Allí, un militar decía «esto no», «esto tampoco». Para esos mismos militares, Haroldo Conti no había desaparecido. Así se los hicieron saber cuando preguntaron por el compañero periodista que no estaba más.
La revista siguió cinco números más después del golpe de marzo del 76, hasta el número 40, salido en el mes de agosto. Cuenta Galeano: «Por la mañana, reúno a los compañeros y les hablo. Quiero mostrarme firme y decir esperanzas, pero se me sale la tristeza por los poros. Explico que ni Fico, ni Vicente, ni yo tomamos la decisión; que deciden las circunstancias. No aceptamos la humillación como epílogo de la hermosa aventura que nos reunió durante más de tres años. A Crisis no la agacha nadie; la vamos a enterrar parada como vivió».
Entonces, el fueguito de ese «nosotros» comenzó a apagarse.
Fuente: http://sur.infonews.com/notas/los-cuarenta-anos-de-crisis