En abril de 2016 parecía estar definido el «qué» de la «actualización», sabiéndose desde antes que existía un enfoque pragmático del «cómo». El año transcurrido desde entonces ha servido para constatar que el tiempo pasa demasiado rápido y que lo que entonces se pensó respecto al «qué» y al «cómo» parece necesitar una reconsideración. Existirían […]
En abril de 2016 parecía estar definido el «qué» de la «actualización», sabiéndose desde antes que existía un enfoque pragmático del «cómo». El año transcurrido desde entonces ha servido para constatar que el tiempo pasa demasiado rápido y que lo que entonces se pensó respecto al «qué» y al «cómo» parece necesitar una reconsideración.
Existirían varias razones para ello, pero al menos hay una que es fácil de entender: con su actual trayectoria económica, el país no alcanzaría las tasas de crecimiento promedio anuales, superiores al 5 por ciento, que le permitirían llegar a 2030 con un estatus de país desarrollado, o próximo a ese objetivo.
Las cuentas simplemente no salen. Asumiendo un crecimiento anual de 3 por ciento anual (mejor que el promedio real de años recientes) para 2030 el Ingreso Nacional Bruto (INB) per cápita de Cuba habría crecido desde los 7,455 USD actuales hasta aproximadamente 11,000 USD per cápita, o sea, un incremento muy modesto del INB para un periodo relativamente tan largo.
Sería, el de 2030, un INB per cápita muy parecido al que ya tiene hoy San Vicente y las Granadinas, e inferior al nivel actual que registran Barbados, Costa Rica y Granada.
Una causa central de tal incapacidad también estaría clara: la imposibilidad de cerrar el «boquete» de inversión de aproximadamente 10 mil millones anuales de pesos que se necesita para crecer económicamente a un 5 por ciento anual, o superior.
La implicación, en términos del «qué», parecería desembocar en tres posibles opciones:
- Ajustar el «qué» actual, que plantea la factibilidad de una aproximación al estatus de país desarrollado para 2030, para pasar a reconocer -en su lugar- que el «qué» no podría consistir en alcanzar el desarrollo («sincerar» la narrativa)
- Mantener el «qué» actual, asumiendo que se trata de un discurso alejado de la realidad («desconectar» la narrativa respecto a los hechos)
- Ajustar el «qué» y el «cómo» («reformar» la narrativa)
He afirmado, al principio, que el «cómo» de la «actualización» -que ya había sido expresado con mucha anterioridad a los documentos de 2016 sobre la «conceptualización» y el «plan de desarrollo hasta 2030″- expresa un enfoque esencialmente pragmático, en el sentido de representar una exploración práctica de los medios para transformar la economía que incluye la experimentación, la retroalimentación y la adaptación.
En este punto difiero de otros análisis que consideran que el «cómo» -cuya mejor síntesis quizás sea la expresión «sin prisa, pero sin pausa»- es un enfoque ideológico. En mi opinión no lo es; para nada.
Esa es una visión pragmática del cambio, que de hecho refleja un proceso relativamente reciente y compartido ampliamente a nivel mundial, que ha relegado el concepto de «mejores prácticas» (imitar a otros) y de «grandes planes maestros», que se sabe que no funcionan bien debido a la existencia de causalidades no lineales (A no es el resultado de B, sino de B, de C, de D, de E. etc.) en el marco de los sistemas sociales complejos que se intentan transformar.
Este enfoque pragmático coloca el acento de las políticas públicas en el cambio «incremental», tratando de alcanzar cambios modestos que pudieran resolver problemas específicos, y tomando el conjunto de las instituciones existentes como restricciones para el cambio que desea hacerse, y no tanto esas instituciones como objetivos priorizados del cambio. Esto no es incompatible con una visión global del cambio, pero el énfasis no consiste en las «grandes promesas».
Una importante expectativa del «incrementalismo» consiste en asumir que cada avance -por modesto que sea- es valioso en sí mismo. Quizás más importante aún, se considera que esos pequeños avances pudieran funcionar como catalizadores de cambios mayores.
La literatura reciente sobre el tema es variada y recoge diversos términos para este tipo de enfoque «incrementalista» en el campo de desarrollo. Los interesados en leer más sobre el tema pudieran hacer «click» en los vínculos correspondientes a los siguientes términos: «trabajando con el grano» (Brian Levy); «haciendo el desarrollo de manera diferente» (Matt Andrews, Leni Wild, Marta Foresti y Salimah Samji); «adaptación iterativa empujada por los problemas» ( Matt Andrews, Lant Pritchett y Michael Woolcock); y «desarrollo local políticamente astuto» (David Booth y Sue Unsworth).
Algunos pudieran decir que nada de esto totalmente es nuevo y supongo que sería cierto, pero trato de llamar la atención acerca de que el «cómo» incrementalista de la «actualización» está en sintonía con maneras actuales y relativamente populares de concebir la operación de las políticas públicas en el contexto de los procesos de desarrollo.
Añado una aclaración importante: una vez que se acepta esta variante de pragmatismo, pudieran existir criterios divergentes al interior de ese enfoque, los cuales pudieran incluir los ritmos, la amplitud y la profundidad de las acciones «incrementalistas». Tengo la impresión, pero quizás me equivoco, de que a veces se considera erróneamente, en los debates en Cuba, que las críticas al ritmo y a la radicalidad relativa de medidas de la «actualización» son una crítica esencial al «cómo».
En realidad, creo que muchas veces esa percepción de las cosas es exagerada. La mayoría de los comentarios críticos que se hacen a las medidas de la «actualización» se refieren a acciones para resolver aspectos específicos y, en ese sentido, se comparte el enfoque básico «incrementalista» de la «actualización». Creo, por el contrario, que las discrepancias mayores se refieren al «qué».
En cualquier caso, considero que hemos llegado a un momento en que las formas específicas en que funciona el pragmatismo del «cómo» y las definiciones que existen sobre el «qué» pudieran necesitar una revisión.
Para empezar, creo que pudieran haberse idealizado las posibilidades ofrecidas al pragmatismo por el marco institucional existente en Cuba. Es decir, parece haber sucedido que en realidad el contexto institucional hubiese restringido -más de lo que se pensó al inicio- la efectividad de las medidas pragmáticas para el cambio. Probablemente me equivoco, pero es lo que creo interpretar de las críticas que Raúl Castro ha hecho a la existencia de las viejas mentalidades y a la incapacidad -o intencionalidad- de asumir la realidad, por parte de funcionarios, a lo que yo agregaría también de parte de instituciones (entendidas ampliamente como «reglas del juego» y no solamente como organizaciones).
En ese tipo de entorno, se necesitaría un nuevo tipo de balance entre el «qué» y el «cómo». No se trataría de renunciar al enfoque pragmático antes mencionado, que considero que ha demostrado ser capaz de ser sincronizado con la realidad del cambio de una manera superior a como tienden a funcionar los «grandes planes» y la «copiadera».
De lo que se trata es de entender que un funcionamiento demasiado preocupado por el incrementalismo pudiera descuidar importantes componentes del «qué», especialmente la identificación de aspectos claves del funcionamiento de la esfera pública (de la existente y de la que se aspira, como pudieran ser los intereses), de cuáles son las expectativas razonables de modificar la realidad (margen de maniobra que permiten las instituciones), y de cómo involucrar la mayor cantidad de actores sociales en el cambio.
Renunciar a una definición activa del «qué» pudiera conducir a ceder ese importante componente de la explicación de la transformación a los ideólogos de varios puntos del espectro: los de «izquierda», de «centro», los de «derecha», o los de cualquier otro tipo. No tengo nada contra los ideólogos. De hecho, encuentro inspiración en los grandes, pero esos no participan hoy en el debate del desarrollo cubano.
Simplemente expreso mi criterio de que muchas veces las visiones maniqueas ideologizadas del «bien y el mal» muy poco tienen que ver con el interés real de gestionar con efectividad el desarrollo en un lugar concreto y en un momento especifico.
Fuente: http://elestadocomotal.com/2017/05/02/los-economistas-entre-el-que-y-el-como-del-desarrollo/