En entrevista realizada a Omar González, poeta, estudioso de los medios de comunicación y presidente del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), éste se refirió a la banalización de los medios, a la necesidad de apostar por los «nichos» culturales, a Internet y al aporte del ser humano para volver a creer que […]
En entrevista realizada a Omar González, poeta, estudioso de los medios de comunicación y presidente del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), éste se refirió a la banalización de los medios, a la necesidad de apostar por los «nichos» culturales, a Internet y al aporte del ser humano para volver a creer que se puede cambiar al mundo
Al abrir la puerta de su oficina, vi dibujarse a trasluz su silueta. Detrás del buró, un hombre delgado y canoso sonríe, extiende la mano e invita a sentarse y conversar. Omar González, presidente del ICAIC y buceador en mares de reflexiones sobre los medios de comunicación ordena unos papeles: «Mire, este es un articulito que estoy escribiendo y que me van a publicar en unos días. No quisiera dejar de escribir nunca», dice sin grandilocuencia y comienza a hablar sobre lo último que ha leído. Y luego cuenta cómo es que desde San Antonio de las Vueltas y Camajuaní, en la provincia de Villa Clara, llegó a esta presidencia.
Hombre siempre ligado a la cultura nacional, se dice que el propio Fidel Castro le asignó la misión de llevar adelante el ICAIC: «Es que es un lugar muy caro a sus sentimientos», señala. No en vano la primera ley cultural de la Revolución fue la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.
Omar González habla pausado y en tono bajo, de modo que aceptó sostener en su mano la grabadora, que solamente para él inició su giro cadencioso.
– ¿Qué o quiénes determinan actualmente lo que es arte y lo que no?
– Hoy en día existe una gran confusión estética. Una confusión bastante generalizada en el mundo, que ha borrado géneros, paradigmas, modelos, y que ha terminado mezclando de un modo u otro los referentes y los límites, hasta difuminarlos. Hoy prácticamente no se sabe distinguir entre lo que es el arte y lo que no es… Basta que alguien con poder de mercado sentencie: «Esto es arte y se vende en tanto», y empiezan a funcionar los sistemas de validaciones y de congratulaciones, hasta convertirlo en un referente poco menos que universal. Y quien lo dude, deviene un conservador. En mi opinión, hoy se hace más difícil determinar lo que no es arte que aquello que realmente lo es. No sólo el escenario, también el punto de vista ha cambiado radicalmente. Y lo mejor: no siempre el resultado es reprobable.
– ¿Considera que los grandes medios, que la televisión se han convertido en conductores de esta confusión?
– Los medios han pervertido, han confundido mucho porque se han trivializado, se han banalizado en todas sus manifestaciones, que son esencialmente cotidianas. Bueno… yo tengo dudas de si la televisión podrá desprenderse alguna vez de la banalidad del espectáculo, incluyendo los llamados informativos. Es imposible concebir la televisión sin esos programas tontos de participación que uno sabe que son triviales, pasajeros, que no ahondan (pero abundan), que no tienen calado psicológico ni intelectual, y mucho menos sin la manipulación informativa y sin la construcción de un imaginario decadente. (Y que conste, en esto el cine fue el primero). No obstante, todos sabemos que en la televisión también se realizan obras maestras, lo que introduce una complejidad adicional: las cosas no son en blanco o negro, también existen gradaciones. Pero no cabe duda de que la televisión está signada por la banalidad a nivel mundial, y que ha entronizado procedimientos estéticos y mediáticos que le son inherentes, que no provienen del cine, ni de ninguna otra manifestación, y que hacen del espectáculo –en una sociedad de espectáculos, como la actual–, su razón de ser. De ahí su forma peculiar de entretenernos más en la misma medida en que nos embrutece y aleja de la realidad. Vivimos una época en la cual lo más deslumbrante y meritorio, suele ser lo menos importante para el género humano. Resulta que el que más sabe, por ejemplo, no es el paradigma, sino el que más tiene. Y como casi siempre el que más tiene, suele ser el más idiota, éste se convierte en el modelo de sociedades enteras, por obra y gracia de los medios, en primer lugar los audiovisuales, incluyendo Internet. Hoy día todo se convierte en una ceremonia, en un espectáculo, cualquier cosa, una tragedia humana, un cataclismo, un desastre natural, un acontecimiento, aun con la mejor voluntad… Y el espectador ve aquello, y lo vuelve a ver una y otra vez, hasta que el ritual se convierte en letanía, y aburre. Aburrir forma parte del espectáculo, sólo depende de los objetivos que se persigan.
– ¿Qué opina de Internet?
– Internet es ya un metamedio, el más importante de todos, gracias al cual no hay secreto seguro, o sea, no hay secreto secreto, ni lugares oscuros o irrelevantes, aunque todo esto parezca tautológico y la desigualdad y la exclusión también existan. Como consecuencia de la hostilidad de Estados Unidos contra nuestro país, en Cuba el ancho de banda es muy estrecho; por lo tanto, se dificulta que podamos navegar o entrar a sitios donde se cuelguen videos e interactuar con los nuestros. Desde las terminales del ICAIC, por ejemplo, es prácticamente imposible acceder a YouTube. Demasiado larga e infructuosa la espera. Y se supone que este sea un lugar privilegiado. Uno lo dice y no resulta creíble. En algunos campos, los de mayor velocidad y desarrollo, Internet es prohibitivo para nosotros, principalmente por razones de conectividad y porque el bloqueo del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba no es una abstracción, se expresa en cosas concretas. Esto es un gran obstáculo, pero cuando entre en funcionamiento el cable de fibra óptica que nos unirá con Venezuela, es de asegurar que se multiplicará por miles la capacidad actual de las telecomunicaciones en nuestro país, incluyendo el acceso masivo a Internet. Nuestro país está mucho mejor preparado que otros con similar grado de desarrollo para asumir Internet como fenómeno masivo, independientemente de los desafíos que comporta. Recuérdese que aquí comenzamos por la alfabetización informática, que es uno de los primeros acuerdos que se adoptaron en las Cumbres de la Sociedad de la Información. Ahora bien, a riesgo de parecer distinto, debo decir que no todo lo que trae y representa Internet es ventajoso desde el punto de vista cultural, entendida la cultura como mucho más que arte y literatura; en general, yo no creo mucho en esa seducción a priori que ejercen determinadas tecnologías sobre ciertos sectores de las sociedades contemporáneas. De hecho, pienso que la asunción mecánica de las nuevas tecnologías puede llevarnos a olvidar la eficacia de otras, ciertamente menos novedosas, pero más efectivas y probadas durante miles de años. Internet es, sobre todo, acceso, lo que no es poco; acceso, por ejemplo, al otro (que puede ser uno mismo), acceso a diferentes fuentes de información (y de desinformación), al conocimiento (y a la ignorancia más regresiva); pero Internet es el espejo, la hipérbole del mundo, hay aspectos que en ella están mucho más concentrados, se manifiestan de una manera mucho más exagerada, que en la realidad: la pornografía, la xenofobia, la banalidad, el caos del mundo actual. Todo, absolutamente todo. A niveles que en la realidad es difícil encontrar de una manera tan exacerbada, tan agresiva. Internet magnifica, hace que la realidad sea ubicua y, al mismo tiempo, oblicua. Internet es beneficioso en la misma medida en que nos perjudica. Como la propia vida, que contiene la muerte.
– ¿Y qué ocurre con el público de Internet?
– Hay un público que ve la realidad, o su representación, en el cine, la televisión o Internet, que se informa o lee esa misma realidad en los periódicos y en la propia Internet; en fin, que se adentra en la cultura de otra manera a como lo hicieron otras generaciones. Las nuevas tecnologías han determinado un tipo de relación distinta entre el sujeto social y su realidad. Existen varios estudios que abordan la estupidización que implica la web, específicamente Google. El individuo de hoy ha perdido capacidad de concentración, de laboriosidad intelectual, pues todo es más rápido y efímero, y pocos tienen la resistencia suficiente como para leer un libro más allá de los textos de solapa. Las diferentes pantallas no sólo no han logrado sustituir la eficacia del libro, sino que han ido transformando las habilidades del ser humano para la lectura en algo completamente distinto a lo que ha sido hasta hoy. Ojear es mucho más fugaz que hojear. No quiero parecer nihilista, pero lo que está ocurriendo con la cultura digital no me entusiasma de la misma manera en todos los campos en que acontece. Además de la dispersión, hoy se da una pereza intelectual contagiosa. Se nos va el tiempo en las ceremonias propias del oficio, y en las ceremonias que promueven los profesionales de las ceremonias. En medio de tal caos, de tanta confusión, las jerarquías se confunden, y sólo algunos elegidos saben a ciencia cierta qué es lo verdaderamente trascendente. La función crítica se ha extraviado de tal modo, que ha devenido rareza y se ha convertido en una herramienta del mercado. Hoy, más que nunca, hay que dudar del éxito fácil y de los juicios absolutos, tanto como de los falsos Mesías y los visionarios reciclados. La crítica debería servir para llamar las cosas por su nombre.
– Entonces, en esta nebulosa, ¿cómo hace la Cultura para sobresalir? Como presidente del ICAIC, ¿de qué manera piensa que puede abrirse camino el cine cubano en medio de esta vorágine informativa?
– Sigo creyendo mucho más en la eficacia multiplicadora de los pequeños espacios, de los nichos de legitimidad, en trabajar con públicos específicos, que es nuestro verdadero destino. El destino de nuestra cultura no es aspirar a un espectador global, quien tiene muy pocas probabilidades de ser un entendido en cine cubano, sometido como vive a un aluvión de intervenciones monoculturales. En cambio, por el camino de la summa, podemos esperar una acogida más querenciosa, encontrar gente informada, o que se informa sin prejuicios, que tiene acceso y que se relaciona con el cine cubano de la misma forma como se relaciona con el cine asiático, con el cine argentino, húngaro, polaco, alguien que puede tener una visión realmente universal, sustentada en la diversidad. Porque, en última instancia, la cultura, en su acepción más perdurable, va a partir siempre de un fundamento cultural diverso, plural, múltiple. Esa diversidad es la que le confiere una vitalidad gnoseológica, espiritual, a la cultura. Yo sigo pensando que, ahora más que nunca, se debe trabajar en esos reductos de sensibilidad, en esas parcelas del saber. Porque nosotros hemos pasado a ser la periferia absoluta, ya que, además de todo lo que digo, usted no puede sustraerse a la realidad de que hoy el mundo está dominado en el campo audiovisual por un solo país: Estados Unidos. En Europa, cuna del cinematógrafo, el cine que más se ve es el norteamericano. O sea, el cine nacional allí también es marginal. Pienso que hay que refundar muchas cosas, e inaugurar nuevas formas de circulación de la cultura. Sin subestimar ningún espacio, por pequeño que sea. ¿Qué estamos haciendo nosotros? Trabajamos con las universidades y las organizaciones estudiantiles, jerarquizamos precarios (pero muy interesantes) festivales, formamos públicos, trabajamos con las instituciones, personalizamos al espectador, y le conferimos una importancia estratégica a los ámbitos académicos. Se precisa de la devoción de los antiguos misioneros, de una conciencia clara del problema y de responsabilidad a la hora de solucionarlo. Existe una generación, no ya en el mundo sino en Cuba, que desconoce la magnitud del cine cubano, y del mejor cine universal. Por diversas razones; principalmente porque hasta ahora, momento en que se ha producido un cambio determinante en la televisión cubana, la programación del cine nacional había sido una tarea únicamente del ICAIC. De hecho, el medio donde venía ocurriendo una de las mayores revoluciones tecnológicas de los últimos 50 años, no consideraba al cine cubano en sus planes de difusión; no lo jerarquizaba debidamente, así fuera para enjuiciarlo. No obstante, la lealtad del público cubano a su cine ha sido constante. El saldo principal del ICAIC, y lógicamente de la Revolución, es haber formado un público interesado en el hecho cultural cinematográfico, en tanto arte, partiendo de que ese espectador debió ser alfabetizado, educado, instruido, al mismo tiempo que se desarrollaba una industria cinematográfica nacional y se construían decenas de instalaciones imprescindibles para poder apreciar el cine, que llegaba, incluso, a las montañas y a las cooperativas pesqueras.
– ¿Por qué usted considera que el público cubano sigue siendo leal a su cinematografía nacional?
– En primer lugar, por razones culturales. Nos gusta vernos representados en la pantalla, y en este país, mucho más, porque hemos sido parte de un proceso histórico muy intenso, de sacudidas sin precedentes desde el punto de vista humano, psicológico, sociológico; por lo tanto, este individuo que somos, quiere que su vida, que es tan fuerte, tan descarnada, y a veces tan placentera, se vea representada en la pantalla; entre otras cosas, porque resulta interesante, mucho más si tomamos en cuenta que el proyecto de dominación imperialista ha conseguido hacer de la indiferencia una religión universal. En Cuba es muy difícil encontrarse con alguien que sea indiferente a su realidad. Ni siquiera los que reniegan de ella. Es muy difícil vivir al margen de los acontecimientos, sin implicarse a fondo. Esto, a pesar de que hemos retrocedido en este sentido, pues, al fin y al cabo, no somos criaturas de laboratorio. Del mismo modo que las ventajas o beneficios son nuestros, las dificultades también nos definen y pertenecen. Somos un país pequeño, una nación todavía joven, pero pródiga en Historia. Los cubanos siempre hemos sido parte de una batalla, la de conquistar o defender nuestra independencia todos los días. Uno siente orgullo de pertenecer a este país.
– A ver… tenemos una nebulosa informativa, tenemos un dominio audiovisual por parte de los Estados Unidos, tenemos una falta de diferenciación de jerarquías, pero al mismo tiempo tenemos, aún, personas leales, aún pervive la esencia humana…
– Mire, yo pienso que el mundo se está acabando. Se lo digo sin dramatismo, sin vocación de agorero. Los datos hablan, las catástrofes y la degradación de los sistemas naturales lo confirman. Hay quien confía en la capacidad de los seres humanos para adaptarse, históricamente hablando, pero los cambios que se producen en nuestra época son vertiginosos, alucinantes. Ni siquiera hay tiempo para mudarnos a otra galaxia, a otros mundos posibles. Esto no quiere decir que la vida humana va a desaparecer en apenas un par de siglos, en un abrir y cerrar de ojos –aunque pudiera ocurrir, todo depende de algunos poderosos y de nosotros mismos–, sino que jamás había estado tan cerca, y a tal ritmo de deterioro, el fin de los tiempos del hombre. Estos asuntos me preocupan demasiado, pues se trata del futuro en su dimensión más plena, y yo soy un optimista insobornable.
– Imaginemos que el mundo se ha salvado. ¿Cómo avizora a Cuba?
– El mundo se va a salvar, no le quepa dudas; se está acabando, pero se va a salvar. Así, hasta que se produzca la fusión final entre Andrómeda y la Vía Láctea, dentro de 3 mil millones de años, lo que, no obstante su lejanía en el tiempo, relativiza la seguridad del universo y pone límites a la vida humana. O sea, sabemos que este suelo que pisamos, algún día será polvo, y no precisamente polvo enamorado. O quién sabe, pues será el resultado de una fusión intergaláctica. En cuanto a nosotros, sólo voy a hablarle de un aspecto: ¿usted se imagina una sociedad como la nuestra, con el alto nivel de instrucción que posee, con la densidad de conocimiento de que dispone, que es nuestro principal recurso incombustible, informatizada completamente -porque lo va a estar, no le quepa duda-, produciendo y circulando contenidos con nuestros puntos de vista y nuestras revelaciones acerca de las más diversas realidades y problemas del mundo contemporáneo? ¿Usted se imagina a Cuba contribuyendo al desarrollo tecnológico y humano mucho más que ahora, cuando es uno de los países que más aporta a escala mundial? Pero primero tendremos que solucionar no pocos problemas, varios de ellos inexplicables en nuestra circunstancia. Las instituciones culturales, por ejemplo, están rebasadas por el talento existente. Vivimos una típica crisis de desarrollo en condiciones de subdesarrollo. Este es un serio problema, porque incide directamente en la participación de las nuevas generaciones en el crecimiento de la sociedad. Hay que buscar, entonces, soluciones nuevas a este tipo de problema, que también es nuevo. Desde luego, siempre será más fácil construir un teatro, un cine, una casa de cultura, que formar dramaturgos, actores, músicos, cineastas, bailarines, escritores y contar con un público avezado. Tenemos lo fundamental. Los problemas de la mayoría de los países latinoamericanos y africanos son otros; ellos carecen, precisamente, de este capital humano. De ahí la importancia de la solidaridad que Cuba practica.
– En medio de este mundo que todavía – creemos – se puede salvar, ¿qué continúa definiendo al ser cubano?
– Un amigo, muy entendido él en los menesteres de arte e identidad, dice que al cubano lo define el antiimperialismo: usted puede ser materialista, puede ser ateo, laico o religioso, puede simpatizar con Industriales o con Santiago de Cuba, o con Villa Clara, como en mi caso, puede gustar del reguetón o de la salsa, del bolero o el son, pero, según este amigo, donde de verdad se define su cubanía es en saber si está a favor o en contra del imperialismo yanqui. Eso dice este amigo, que, por cierto, no es muy dado a los análisis reduccionistas. Claro, la cubanía es mucho más que esto, pero no deja de ser lo que el amigo piensa. La cultura es quien mejor la define, ya que la sustenta desde la identidad, como hecho orgánico, consustancial, definitorio e insustituible. La cubanía somos nosotros dos al amparo de un son, y sin saber bailar; la cubanía es, quiérase o no, otro misterio que nos acompaña, y que jamás nos abandona.
Y Omar González tiene que seguir zambulléndose en sus papeles, revisitándolos, perfeccionándolos siempre. Ha de seguir investigando y dirigiendo el ICAIC. Frente a él, parece estar observándolo el Che, desde un bello retrato, obra del dibujante cubano Ernesto Rancaño. Precisamente el Che, que se anticipó a su tiempo, que llegó tan lejos, que lo dio todo como mejor prueba de lealtad a sus ideas.