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Los medios nos dan noticias buenas como si fueran malas

Fuentes: Rebelión

En estos días estivales, de este año 2020 de afianzamiento del covid-19, el 80% de las noticias que nos transmiten los medios están dedicadas a lamentar lo triste que es que vengan pocos turistas este verano. Lo hacen añorando la llegada de 80 millones de guiris que nos visitan en años “normales”. Una cantidad que es casi el doble de la población autóctona. Una catástrofe, dicen. Aunque para mí la gran catástrofe es que cada año llegue este desorbitado numero de millones a la “Piel de toro”. Están empeñados en convencernos en que una tragedia que afecta a una reducidísima oligarquía (las grandes corporaciones turísticas globales), es una tragedia para todas y todos los habitantes del suelo patrio.

Sin embargo para la inmensa mayoría de las personas y para nuestra casa común (la biosfera) resulta ser una muy buena noticia. En efecto, un futuro enfocado en ésta dirección de la reducción drástica del turismo es sin duda una buena noticia, pues nos evitará el desastre que supone la desorbitada afluencia (ya normalizada) del turismo masivo y de lejanía, que es una bomba de relojería para la inmediata explosión dos pandemias: la del COVID-19 (ya iniciada, aun que no son descartables otras) y la pandemia que es más grave: la del cambio climático, que no contará con hospitales ni personal sanitario ni vacunas. Pero de este futuro no queremos ni oír hablar, escondemos la cabeza bajo el ala como los avestruces. Nos mostramos ciegos cortoplacistas, no queremos saber que estamos al borde del abismo y que en un futuro corto llegaremos a él y todas y todos nos despeñaremos. No sabemos dónde estamos ni adónde nos dirigimos. Nuestra única meta es el consumismo-productivismo, el terrorismo financiero y el crecimiento oligárquico.

Debemos preguntarnos: ¿dónde estamos?, ¿hacia dónde nos dirigimos?

Decía Lucio Anneo Séneca: “Para ir alguna parte primero tenemos que saber dónde estamos”. Pero esta reflexión sobra cuando lo único que queremos es ir a una playa de las “chimbambas”.

Es imprescindible evitar que llegue a nuestro territorio esa vorágine que viene cada verano a destrozar nuestros ecosistemas, a contaminar masivamente nuestros ríos y mares, a aumentar el efecto invernadero y sus consecuencias: la asesina subida de temperatura, que nos afectará a todas y todos de forma universal e irreversible. Tenemos que pasar de un antropocentrismo a un ecocentrismo. Si nos asomamos al desfiladero de la crisis, al abismo del futuro, podemos oír dos tipos de ecos:

a) El de la economía del crecimiento indefinido, que terminará arrojándonos por el abismo, porque es una economía NO eco-LÓGICA.

b) El de la economía y producción ecocentrista que es una economía eco-LÓGICA.

Los oligárquicos crecentistas y todos los que los admiran (aunque les perjudiquen), es decir todos (que nos son pocos) los que tienen fe en ellos, son unos cortoplacistas que sólo ven pan y circo para hoy, pero no ven hambre y desolación para mañana. Y de pan poco: mochila austriaca, trabajo temporal para un mes o una semana, minijobs, ertes, precariedad, etc. Y de circo poco, porque hasta los más privilegiados, esos guiris que se bañan en un agua marina que no es otra cosa que una infusión de sudor y orina, son unas multitudes humanas compactas sumergidas en este caldo y convencidas por el marketing comercial de que en eso consiste la felicidad y que no hay otro camino para buscarla.

Pero no veo claro que la felicidad consista en el disfrute de recibir codazos sumergidos en un mar que es una pócima de humores humanos.

Y luego los oligarcas y los que tienen fe en ellos te salen enseguida con la preocupación de la defensa de los puestos de trabajo.

Pero, ¿qué puestos de trabajo?, ¿los minijobs, ¿los contrataros por un mes?

Y es que la forma de solucionar la creación de los puestos de trabajo no puede ser aumentando los seudodeseos, las seudonecesidades, el consumismo, la rentabilidad creciente del crecimiento oligárquico a costa de cada vez más precariedad, más esclavismo o la obsolescencia programada.

La única y efectiva defensa de los puestos de trabajo se conseguirá mediante una muy drástica reducción de las horas de trabajo, para así poder repartir el trabajo. Es preciso acabar productivismo esclavista de los minisueldos y las macrojornadas laborales y terminar con el consumismo de cosas innecesarias (más del 50% de lo que consumismos) o necesarias, pero que tienen obsolescencia programada.

En resumen, más que de pan y circo, podemos hablar de esclavitud, hambre y circo bufo. En una palabra: distopía.

Y es que el capitalismo (del que forma parte el turismo masivo de lejanía originado por los guiris), en ciega obsesión de vender lo que sea, como sea y a quien sea, se ha convertido en una auténtica religión basada dos dogmas: por un lado predicando el consumismo-productivismo y por otra parte acumulando con frenesí el crecimiento oligárquico.

Este sistema se fundamenta también en exigir el cumplimiento a los fieles consumistas de sagrados preceptos como pueden ser: viajes a “las chimbamabas” cada verano, estrenar ropa cada temporada, tener coche y casa en propiedad, cuando sería más racional y económico tenerlos alquilados.

Además es una religión que está potenciada por el marketing, que prioriza, por encima de todo, el miedo a quedarse en el paro, en el caso del estamento más debilitado, y que sueña con al menos sobrevivir, o una soberbia vanidad de lo “yo más que tu», de lo competitivo,  en el que tiene un poco mas de resuello económico. Un sistema basado en obtener esta sobrevivencia o, en su caso, conseguir esas insolidaridades. Todos estos objetivos se intentarán conseguir a partir de un trabajo cada vez más exhaustivo, más precario y más esclavo. Nos dicen que es esta la única felicidad posible y nos lo creemos religiosamente.

Todo lo antedicho se puede concretar en dos palabras: decrecimiento feliz obtenido por dos conceptos básicos: trabajar mucho menos y consumir mucho menos… y que precisamente por eso lleguemos a ser felices.