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Entrevista al escritor Javier Munguía

«Los Modales de mi piel narran lo inconfesable»

Fuentes: Clarín de Chile/Rebelión

México DF.- En entrevista con Clarín.cl Javier Munguía (1983), habla del libro Modales de mi piel: «El título alude a esos impulsos gobernados no por la razón, sino por el instinto, que en ocasiones parecen no atender a nuestra propia voluntad. No es que esos impulsos nos traicionen; es que reflejan nuestros deseos más recónditos […]

México DF.- En entrevista con Clarín.cl Javier Munguía (1983), habla del libro Modales de mi piel: «El título alude a esos impulsos gobernados no por la razón, sino por el instinto, que en ocasiones parecen no atender a nuestra propia voluntad. No es que esos impulsos nos traicionen; es que reflejan nuestros deseos más recónditos en toda su complejidad. Pese a la necesaria contención, nos queda el recurso de la imaginación para darle consistencia a nuestras fantasías más salvajes: en ese territorio libre nadie nos pide cuentas»

Autor de las antologías: Gentario (2006), Mascarada (2007) y Modales de mi piel (Editorial Jus, 2011), Javier Munguía estudió Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora y cursó un magíster en Literatura Hispanoamericana; en la actualidad publica sus reseñas y críticas en el blog Libroadicto: «Mis lecturas me definen no sólo como aspirante a escritor, sino como ser humano. Estoy convencido de que mi biblioteca representa de modo tan fiel mi biografía como las cosas que he hecho y dejado de hacer. En Modales de mi piel creo percibir deudas contraídas con autores como Cervantes, Cortázar, Marsé y Vargas Llosa. Leyendo a estos autores me resultó más evidente el poder de la ficción, de la imaginación, para defendernos contra las ofensas o precariedades de la realidad»

MC.- ¿Los modales de la piel suelen ser maleducados?, ¿al erotismo y al amor poco le interesan los protocolos y prejuicios?

JM.- Hay modales bien educados, mientras que otros son resueltamente maleducados. Supongo que estos últimos son los más interesantes, pues por lo general nos exigen ocultarlos lo mejor posible para no quedar tan expuestos, para no ser tan vulnerables, para evitar el miedo a ser censurados, descalificados o ridiculizados. Desde mi primer libro, uno de mis intereses centrales ha sido -no sé si lo logro- tratar de narrar lo inconfesable, aquello que sentimos o pensamos con meridiana claridad, pero que difícilmente compartiríamos para evitar el escándalo de quienes rodean. Me interesa mucho el proceso mediante el cual nos ocultamos a través de máscaras que, en ocasiones, se vuelven nuestro propio rostro deformado. Por eso en la portada de mi primer libro aparecen seres enmascarados; por eso mi segundo libro se llama Mascarada.

Modales de mi piel encaja también en ese designio. El título alude a esos impulsos gobernados no por la razón, sino por el instinto, que en ocasiones parecen no atender a nuestra propia voluntad. No es que esos impulsos nos traicionen; es que reflejan nuestros deseos más recónditos en toda su complejidad. Claro que, para vivir en comunidad, es necesario poner freno a esas tentaciones; si no, todo sería el caos y la anarquía, como en ese mundo imposible y tentador propuesto por Sade en Filosofía en el tocador. Pese a esa necesaria contención, nos queda el recurso de la imaginación para darle consistencia a nuestras fantasías más salvajes: en ese territorio libre nadie nos pide cuentas.

MC.- La tendencia de la narrativa mexicana es incluir como personajes a escritores consagrados o heterónimos sofisticados; sin embargo, en los cuentos «Sospechas», «Sin guitarra» y «La novia virgen», el personaje es un aprendiz de escritor frente a la hoja inmaculada. ¿Cuándo tienes la certeza de que una historia debe ser contada de cierta forma?

JM.- No creo que haya una sola forma válida y efectiva de contar una historia, la cual uno debería buscar hasta encontrarla, sino más bien una diversidad de formas legítimas y adecuadas, entre las cuales uno elige según su sensibilidad y preferencias literarias de la época en que escribe.

En cuanto a los personajes escritores, me interesan no sólo en cuanto escritores, sino en cuanto a seres humanos con conflictos semejantes al resto que además escriben. No me convence esa premisa según la cual no se debería escribir sobre artistas porque se corre el riesgo de que los personajes resulten poco vivos, afectados, lejanos de la mayoría de los lectores; tampoco me decanto por esa literatura plagada de citas literarias y demostraciones de erudición, preocupada sólo, como dice Rivera Letelier, por mirarse el ombligo y por abordar problemas estrictamente literarios y artísticos que, por tanto, solo interesan a escritores y artistas.

MC.- Una vez que le pierdes el pánico a la hoja en blanco, ¿cómo convences a los editores de que pierdan su fobia por los nuevos autores?, ¿cuál fue el camino recorrido por tu antología hasta llegar a Jus?

JM.- Mi primer libro lo publiqué en un pequeño taller editorial de la universidad donde estudiaba. Fue un proceso muy rápido, ya que no había muchos aspirantes a publicar; de hecho, con mi libro se estrenó como editor el encargado del taller de aquel entonces. Con mi segundo libro gané un concurso regional, cuyo premio consistía en una dotación económica y la publicación de la obra ganadora. En cuanto a Modales de mi piel, la historia es esta: hace unos años me enteré de que la editorial Jus estaba recibiendo manuscritos de autores jóvenes, tanto novela como cuento, y me animé a enviar mi tercer libro, que había terminado con la ayuda de una modesta beca. No sólo es difícil que una editorial con distribución nacional apoye a nuevos escritores, sino también que publique cuento, un género muy poco popular, como es bien sabido. No mucho después de haber enviado mi manuscrito, recibí una generosa comunicación de don Felipe Garrido en la que me informaba que le interesaba publicar el libro. De ese momento a hoy han pasado tres años. El libro sufrió modificaciones sustanciales que se me fueron ocurriendo mientras esperaba que viera a la luz. La espera fue larga y en ocasiones exasperante, pero se ha visto recompensada.

MC.- ¿Por qué el primer y último cuento tienen como escenario un asilo de ancianos?, ¿ahí cierras el ciclo de memoria, erotismo, reinvención y olvido?

JM.- La vejez me interesa como estadio límite; como umbral entre lo conocido y lo desconocido; como un asomarse, con angustia o estoicismo, a lo efímero, a la desaparición, a la progresiva decadencia. Todas las etapas de un ser humano son susceptibles de volverse literatura, pero esta etapa en particular me resulta muy rica por la nostalgia, el miedo, el desconcierto y la incertidumbre que, intuyo, entraña. Por eso decidí cerrar y abrir el libro con dos cuentos protagonizados por ancianas y ubicados en un asilo, que además están conectados entre sí y de algún modo se complementan.

MC.- ¿La sensualidad y el amor no están distantes del suspenso y del terror?, lo pregunto por los cuentos «La novia virgen» y «Temor de los hombres lobo»…

JM.- Desde que se inventó la figura del vampiro han estado cerca, quizás incluso antes. En ocasiones, lo que más tememos también nos atrae de una manera irresistible, ¿no es cierto? Por eso podemos transfigurar en placer el miedo. Pese a ello, debo decir que no es mi intención escribir relatos sexualmente estimulantes. El erotismo me parece un arte de difícil ejecución si se busca no caer en lo fácil, en lo manido. No es que no recurra a las escenas de sexualidad explícita, pero no busco que ellas tengan la función de alborotar la hormona del lector, sino de evidenciar conflictos que van más allá del sexo.

En cuanto a los dos cuentos que mencionas, creo que en ellos, como en otros relatos del libro, exploro mi interés por la literatura fantástica. Querría que funcionaran como historias fantásticas, en primer término, y no solo como metáforas o símbolos de algo que está más allá de ellos, pero a la vez me gustaría que fuesen capaces de sugerir conflictos compartidos por nosotros, habitantes de este mundo tan pedestre y escaso de magia.

MC.- Leí varios juegos psicológicos y de abandono. Mencionaré mis tres cuentos favoritos: «Grietas», «Soborno» y «Jackie». ¿La seducción narrativa es una manipulación de la vida y las emociones reales?

JM.- En mi experiencia, el atractivo de la ficción es hacer pasar por real, al menos durante la lectura, un ámbito recreado por nuestra memoria y nuestra imaginación que no lo es y que, sin serlo, en toda su riqueza y desmesura, indaga en un sinnúmero de experiencias y conflictos de nuestra realidad más palpable. Espero que esto no suene a galimatías tipo Carlos Fuentes (risas).

MC.- «Modales de otra piel» narra la transformación de un hombre hasta convertirse en Érika; si bien la literatura te permite ser otras personas, aquí lo importante es la metamorfosis y asimilación de lo femenino. ¿Fue difícil encontrar la voz narrativa desde la perspectiva de una mujer?

JM.- No fue más difícil que escribir desde la perspectiva de un anciano que no soy, o desde la de un niño que no soy, o desde la de un escritor joven que no soy, pese a que también soy joven y escribo. Escribir, me parece, tiene mucho que ver con la empatía, con ponerte imaginariamente en los zapatos del otro, sin importar qué tan distante parezca de ti: a fin de cuentas, en todos hay un sustrato común que nos permite reconocernos en los actos, omisiones, palabras y silencios de otros seres humanos. Como bien dice Octavio Paz en «Piedra de sol»: Para que pueda ser he de ser otro,/ salir de mí, buscarme entre los otros,/ los otros que no son si yo no existo,/ los otros que me dan plena existencia,/ no soy, no hay yo, siempre somos nosotros».

No creo que haya una visión femenina y otra masculina, ni dentro de la literatura ni fuera de ella. No es verdad que los hombres seamos de una manera y las mujeres de otras. Los seres humanos somos de distintas maneras; el sexo no nos divide en dos grupos homogéneos. Si fuera verdad que existe una visión sola fisión femenina que todas las mujeres compartirían, sería imposible que escritores varones hubieran creado personajes femeninos convincentes. Sabemos que no es el caso: Madame Bovary, Ana Karenina y Molly Bloom, por poner tres ejemplos, fueron concebidas por la imaginación de hombres. Lo que menos me importa es el sexo del autor cuando elijo un libro. No leo buscando visiones femeninas o masculinas, sino personajes e historias que exploren la condición común a ambos sexos y me den cuenta de ella. No necesito ser mujer para inventar un personaje mujer y tratar de comprenderlo a profundidad; no necesito ser asesino para fraguar un personaje que lo sea de forma convincente.

Aclarado el punto, en «Modales de otra piel» quise explorar la idea -sin que fuera demasiado explícita, sin que el lector tenga la obligación de compartirla- de que no somos un alma ajena a nuestro cuerpo, no somos una esencia que podría separarse del «cascarón» sin detrimento de nuestra identidad, sino la piel que habitamos y las experiencias que hemos vivido. Si pudiéramos habitar otro cuerpo, no seríamos el mismo ser extraviado en una «casa» distinta», sino otro ser, con otro tipo de necesidades y deseos, puesto que percibiríamos el mundo sensible de una forma inédita. En el cuento, la metamorfosis la vive un hombre que se convierte en mujer, pero igual podría haber sido un hombre que se convierte en anciano, o una mujer que se convierte en niño, o una monja que se convierte en bailarín nudista. No son lo masculino y lo femenino, me parece, el conflicto central, sino el cambio de «cascarón».

MC.- Enrique Serna abordó -por primera vez- el tema del viagra y la disfunción eréctil, en su novela «La sangre erguida»; tú describes la disfunción y eyaculación precoz en los cuentos «Amor de emergencia» y «Uno no conoce hasta que se conoce». ¿A la narrativa mexicana todavía le cuesta trabajo desnudar el tabú?

JM.- Tengo la impresión, no sé si sea justa, de que no hay tabúes para la narrativa actual, de que hay mucha libertad, a pesar de que todavía existen lectores a los que les gustaría que la literatura estuviera libre de majaderías y escenas fogosas, como si ellas no formaran parte de nuestras vidas. Ciertamente, en La sangre erguida Enrique Serna le dio al pene un protagonismo que yo no recuerdo haber visto en otra novela. Es estupenda la forma humorística pero a la vez honda y sin tapujos en que el libro explora las delicias y al mismo tiempo los dolores de cabeza que nos deparan a los hombres nuestros respectivos órganos sexuales. Alguien podría preguntarse si este no es un conflicto que revela la identidad masculina. Creo que revela más bien los prejuicios, las expectativas y los miedos creados por hombres y mujeres en torno al pene, que no necesariamente son propios del sexo masculino y que tienen semejanzas con los conflictos de las féminas con algunas partes de sus cuerpos, como los pechos. No es esta, pues, una novela para hombres ni para descubrir la verdad identidad del hombre, sino que explora ámbitos comunes a ambos sexos, aunque en principio no lo parezcan.

MC.- ¿Por qué Enrique Serna es tu escritor mexicano preferido?

JM.- Uy, qué difícil pregunta. En primer lugar, Enrique es un gran contador de historias. Incluso en sus primeros libros, en los que experimentaba más que ahora con la estructura novelesca, no se olvida de que lo central, lo básico, es contar una historia que atrape, seduzca, revele, cuestione, conmueva. Tiene muy claro que el conflicto es pieza fundamental de un relato y lo maneja con soltura y solidez. Es, además, un narrador que indaga al interior de sus personajes a través sobre todo de sus acciones, omisiones, palabras y silencios, más que de sus pensamientos, a la vez que radiografía los vicios de las sociedades que recrea. Tiene buen sentido del humor sin ser frívolo. Sus temas, técnicas e intereses son muy diversos: lo mismo nos sorprende con una novela histórica que con un cuento distópico que con una novela presuntamente autobiográfica que con una ficción sobre un personaje del que los escritores no suelen ocuparse: una reina de belleza. En fin. Razones para admirar a este gran escritor, que merece mucho más éxito del que tiene, sobran.

MC.- El único escritor mencionado en tu libro -independientemente de los epígrafes- es Mario Vargas Llosa. ¿El website ficticio era un pequeño homenaje al Nobel de literatura del Perú?

JM.- En realidad, la página existió. Durante mucho tiempo fue el portal más completo dedicado a Vargas Llosa. Actualmente ya no está en línea, por desgracia. Su creador es un amigo muy querido que me inspiró el cuento al que te refieres, «Uno no se conoce hasta que se conoce». Pese a que uno de sus narradores comparte algunos rasgos con mi amigo, aprovecho para aclarar que la anécdota es absolutamente inventada. No es mi labor ventilar intimidades ajenas (risas).

MC.- Finalmente, eres un gran lector y crítico literario. ¿Cuántas imágenes, versos, autores y páginas rondan tu imaginario antes de redactar un cuento?, ¿cómo decides las lecturas, o son ellas -lecturas y musas- las que te definen como escritor?

JM.- Cuando le otorgaron el Nobel a Vargas Llosa, el escritor cubano Leonardo Padura declaró que releía Conversación en La Catedral cada vez que estaba por empezar la escritura de una novela con el fin de inspirarse. Ese sí que es un homenaje, ¿no? Quizás también sea una buena forma de conjurar la inseguridad que ataca incluso al mismo Vargas Llosa durante la redacción de un libro. En ocasiones querría hacer algo parecido al enfrentarme a la hoja en blanco: releer algunas de mis novelas favoritas para sentirme menos solo y desamparado con aquel parto placentero a la vez que doloroso y difícil. En otras ocasiones querría olvidarme de mis libros predilectos, que solo graviten en mi inconsciente, para buscar mi propia voz, mis propias técnicas, mi propia aportación.

Mis lecturas me definen no sólo como aspirante a escritor, sino como ser humano. Estoy convencido de que mi biblioteca representa de modo tan fiel mi biografía como las cosas que he hecho y dejado de hacer. En Modales de mi piel creo percibir deudas contraídas con autores como Cervantes, Cortázar, Marsé y, por supuesto, Vargas Llosa -espero que esto no suene pretencioso: lejos de mí el ridículo afán de compararme con estos gigantes-. Leyendo a estos autores me resultó más evidente el poder de la ficción, de la imaginación, para defendernos contra las ofensas o precariedades de la realidad. ¿El Quijote es un viejo loco o un hombre sabio que finge su locura para poder hacer realidad su sueño de convertirse en caballero andante, sueño al que todos quienes se lo topan, sin saberlo y entre burlas, contribuyen?, ¿la madre de «La salud de los enfermos», el cuento de Cortázar, es una pobre viejecita ingenua o alguien que se deja llevar por un feliz engaño para mejor soportar los duros golpes de la vida?

Varios personajes de mis cuentos también se engañan; la autosugestión es una constante en ellos. Dichos personajes, jóvenes o viejos, locos o cuerdos, hombres o mujeres, se inventan historias porque la realidad no llega a satisfacerlos, de modo deben crear una realidad alternativa que les da cierta alegría y cierto sosiego, que los defiende contra la amargura y el desánimo. De cierta forma, ese es el papel de las ficciones en nuestras vidas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons  respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.