La historia muchos países del sur, desde los tiempos de la colonización hasta la actualidad, ha estado marcada por la producción para la exportación. Nicaragua es un ejemplo más, tal vez paradigmático, de este modelo basado en los monocultivos. Algodón, plátanos, azúcar, café, son algunos de los principales productos que han marcado la historia de […]
La historia muchos países del sur, desde los tiempos de la colonización hasta la actualidad, ha estado marcada por la producción para la exportación. Nicaragua es un ejemplo más, tal vez paradigmático, de este modelo basado en los monocultivos. Algodón, plátanos, azúcar, café, son algunos de los principales productos que han marcado la historia de este pequeño país centroamericano. La imposición de este modelo de producción, al servicio de los intereses de las grandes compañías transnacionales y de las oligarquías locales, ha supuesto la vulneración de la soberanía alimentaria del pueblo de Nicaragua y ha tenido consecuencias gravísimas para las condiciones de vida y salud de sus trabajadoras y trabajadores, así como en el medio ambiente. Frente a este modelo, desde las organizaciones campesinas, se plantea la soberanía alimentaria como una estrategia alternativa, basada en la defensa de la economía familiar campesina y en la producción de alimentos para mercados locales y nacionales. En este contexto el consumidor urbano puede ser un aliado estratégico, aunque el debate sobre el consumo responsable y el comercio justo no deja de ser contradictorio.
Sobre todas estas cosas hablamos en Oaxaca, México, con Peter Rosset, experto en agroecología, miembro de la Red de Investigación-Acción sobre la Tierra y uno de los principales asesores de Vía Campesina. Es coautor de uno de los libros ya clásicos en la literatura sobre desarrollo, Doce mitos sobre el hambre. Durante los años ochenta Peter Rosset vivió seis años en Nicaragua, en tres periodos diferenciados, siempre en tareas relacionadas con la agricultura. Aprovechamos la entrevista concedida para el documental Cosechas amargas, producido Agora Nord / Sud, un consorcio de ONG catalanas entre las que se encuentra Entrepueblos o Veterinarios sin Fronteras, para profundizar en algunos de los temas que ahí quedaron planteados.
– Peter, empecemos por definir qué entendemos por soberanía alimentaria, marco de referencia fundamental del actual debate sobre la agricultura y la alimentación. .
La soberanía alimentaria es el derecho de todos los pueblos a poder definir su propio sistema de producción, distribución y consumo de alimentos. Es el derecho de los pueblos rurales a tener acceso a la tierra, a poder producir para sus propios mercados locales y nacionales, a no ser excluidos de esos mercados por la importación hecha por las empresas transnacionales. Y también es el derecho de los consumidores a tener acceso a alimentos sanos, accesibles, culturalmente apropiados con la gastronomía, la historia culinaria de su país y producidos localmente. Si un país no es capaz de alimentar a su propia gente, si depende del mercado mundial para la próxima comida, estamos ante una situación profundamente vulnerable. Vulnerabilidad frente a la buena voluntad de las superpotencias o las fluctuaciones del mercado. Por eso hablamos de soberanía.
– ¿Cómo se ha ido erosionando históricamente la soberanía alimentaria?
Antes de la colonización todas las culturas del mundo eran soberanas alimentariamente, o sea, producían lo que consumían. Fue con la llegada de la Colonia que las mejores tierras de todos los países del sur, las tierras que antes producían alimentos para las poblaciones locales, se convirtieron en plataformas de exportación. Ya no producían alimentos para la población local sino que se dedicaron a producir productos agrícolas para mercados lejanos. Progresivamente la producción de alimentos y las poblaciones campesinas fueron desplazadas de las tierras planas, las tierras con lluvias, las tierras fértiles, hacia zonas cada vez más marginales para la producción.
– ¿Qué relación existe entre los monocultivos de exportación y la soberanía alimentaria?
El principal atentado histórico contra la soberanía alimentaria ha sido el monocultivo. Un modelo basado en enormes extensiones dedicadas a un solo cultivo, orientado hacia la exportación. Históricamente los países del Sur, sus pueblos, han perdido su capacidad de alimentarse, porque las mejores tierras se destinan cada vez más a la exportación.
– Pero, ¿de qué manera se articulan los distintos monocultivos?
El crecimiento de un producto de exportación en un determinado territorio desplaza al sector campesino, provocando una situación de crisis social. Este sector es absorbido, por un lado, por la frontera agrícola y, por otro, por la generación de empleo en el siguiente monocultivo. Llega un cultivo cuando el precio está alto, desplaza a parte de la gente de la zona, pero luego, debido a la sobreproducción a nivel internacional, se desploman los precios y los trabajadores quedan sin empleo. A la vez, la tierra se vuelve más barata debido a la caída de los precios. De este modo se crean las condiciones para invertir en el siguiente «boom»: mano de obra barata y tierra accesible.
El caso de Nicaragua
– Nicaragua sería un buen ejemplo de lo que ha ocurrido en muchos países del Sur con la imposición de este modelo agroexportador.
Así es, empezando por la implantación de los monocultivos en los tiempos de la colonización y terminando, hoy en día, con el monocultivo de la agroempresa, del agronegocio. Durante la Colonia lo primero que se impuso fue el cacao y el añil. Después de la Independencia, el café, la caña de azúcar, el plátano, la ganadería y el algodón. Cada uno de esos cultivos de agroexportación fue tomando un pedazo del territorio nacional, zonas con suelo fértil. Progresivamente se fue excluyendo a la gente de esos territorios, primero de una zona, luego de otra, sin más alternativa que convertirse en jornaleros agrícolas, mal pagados, con trabajo únicamente dos o tres meses al año. O bien marchar hacia la frontera agrícola, tumbando bosques y sembrando maíz y fríjol, hasta la incorporación de esos terrenos en el siguiente cultivo de agroexportación.
En Nicaragua, igual que en un sinnúmero de otros países, es precisamente donde abundan los recursos naturales, como la tierra o el agua, donde existe una mayor pobreza, porque fueron estos lugares tan productivos los que fueron el objeto de la conquista, de la colonización. Los pueblos que antes gozaban de esos recursos, por ese mismo proceso histórico, acabaron excluidos de su propia riqueza. Como dice Eduardo Galeano «los países pobres, son pobres porque son ricos». Fue su riqueza de recursos lo que atrajo a los colonizadores, la misma que hoy en día atrae a las empresas transnacionales. Es este proceso el que genera la exclusión social y pobreza en medio de la riqueza.
– Sin embargo, Nicaragua pasó por una «revolución popular», ¿en qué medida esta particular historia alteró el desarrollo del modelo agroexportador?
Bueno, en alguna medida el modelo agro-exportador tuvo que ver con la Revolución Sandinista. Fue precisamente la exclusión social generada por la caña de azúcar en algunos lugares, por el algodón en otras, por café en la montaña, lo que dejó a la gente sin salida. En ese sentido se puede trazar una línea directa entre la expansión del monocultivo y el malestar que llevó a la insurrección.
Ahora, uno se debe preguntar si la Revolución logró o no cambiar este modelo basado en el monocultivo de exportación cultivado en grandes áreas. Mi opinión es que no. El gran talón de Aquiles de la Revolución fue su incapacidad de cambiar realmente la estructura agraria del país. A pesar de la reforma agraria, las áreas de agroexportación fueron protegidas, tanto si eran fincas estatales como si se trataba de explotaciones de una parte la burguesía que no huyó del país. De alguna manera u otra, se mantuvieron las grandes áreas dedicadas al algodón, la caña de azúcar, la ganadería, el café y la reforma agraria acabó realizándose en los márgenes. Si se hubiera cambiado esta estructura de agroexportación tal vez la Revolución aún perduraría, porque el coste de su mantenimiento fue la progresiva pérdida de apoyo de su base social en el campo, precisamente por su incapacidad de cambiar dicho modelo.
Impactos ecológicos y en la salud humana
– Una de las consecuencias más negativas de este modelo de agroexportación ha sido su impacto ecológico. El caso del algodón en Nicaragua resulta revelador.
Cuando el algodón llegó a Nicaragua en los años cincuenta encontró tierras fértiles, tanto por la calidad del suelo como por las pocas plagas existentes. Al principio sólo dos o tres especies de insectos atacaban al algodón. En ese momento ya había llegado el DDT y los agricultores lo aplicaban una, dos o tres veces como máximo. Pero rápidamente su uso eliminó la biodiversidad benéfica, o sea otros insectos que eran depredadores de las plagas de algodón y de aquellos que potencialmente podían llegar a serlo. La consecuencia fue el incremento en la diversidad de plagas. En los años ochenta la situación era realmente grave con la existencia de más de quince especies de plagas y la aplicación de insecticidas de cuarenta a sesenta veces por ciclo agrícola.
Además, el suelo, que originariamente era muy fértil en esa zona, quedó destruido por el sobreuso de maquinaria pesada y la falta de rotación de cultivos. El algodón llegó al fin de su ciclo dejando un área devastada: suelos erosionados, sin árboles, tormentas de polvo, insectos resistentes a los químicos, olor a plaguicidas por todos lados, … una destrucción ecológica casi absoluta.
– Pero este tipo de impacto no es exclusivo del algodón, más bien parece el patrón de un modelo concreto de producción agropecuaria. Consecuencias similares ha tenido el banano.
Así es, el banano en Nicaragua ha supuesto una destrucción ecológica comparable a la del algodón. Después de producir banano de modo intensivo durante dos o tres décadas cualquier territorio queda inservible: se reorganiza y nivela la topografía de la zona; el suelo queda contaminado por el uso intensivo de fungicidas. La falta de rotación de cultivos incrementa las plagas, que se vuelven incontrolables, y entonces se aplican cada vez más productos y cada vez más tóxicos. Este fue el caso del nemagón, uno de los más tóxicos, y que se utilizó con una frecuencia y dosis peligrosamente altas.
– En el caso de las bananeras, los impactos en la salud humana, por el uso intensivo de plaguicidas como el nemagón, han resultado especialmente graves, con miles de trabajadores afectados.¿Qué responsabilidad cabe atribuir a las empresas en el uso de estos productos?
En el caso de Nicaragua, la industria bananera es particularmente irresponsable. Cuando el nemagón empezó a utilizarse de forma intensiva ya se conocía su terrible impacto entre los trabajadores de Costa Rica, entre los que produjo graves problemas de esterilidad. Hubo rumores de que cuando se logró prohibir en Costa Rica las empresas exportaron este producto hacia Honduras y Nicaragua, donde todavía no había sido prohibido. O sea, que ya sabían los problemas que provocaba y no les importó.
– Algo similar ha ocurrido con los trabajadores de las plantaciones de caña de azúcar, donde hoy a consecuencia de la aplicación de plaguicidas encontramos gran cantidad de trabajadores afectados por la creatinina, provocando insuficiencia renal crónica. ¿Pero no podía haberse manejado de otro modo su producción?
Es lamentable que la caña de azúcar haya tenido impactos tan graves para el medio ambiente y la salud humana, cuando es un cultivo de facilísima producción ecológica. Las plagas fácilmente se controlan biológicamente como se está haciendo en Cuba y el problema de la fertilidad del suelo se resuelve fácilmente con la simple rotación de cultivos. En Nicaragua, las grandes familias productoras de caña, no aplicaron esas técnicas, provocando una destrucción ecológica innecesaria y un problema de salud gravísimo para los trabajadores, totalmente innecesario también.
Vulnerabilidad económica
– El café, sin embargo, no parece haber tenido impactos tan graves a primera vista, pero la especialización productiva en este otro tipo de monocultivo no parece tampoco una alternativa muy adecuada. ¿Qué problemas específicos encontramos en el monocultivo de café?
En el caso del café, como en otros monocultivos de exportación, la tendencia del mercado global empuja hacia la sobreproducción y la caída de precios. Sin embargo, durante décadas su precio se mantuvo más o menos estable porque existía un acuerdo internacional entre países productores y exportadores que garantizaba una negociación de precios que no resultaba ni tan caro para los consumidores ni tan bajo para los productores. Sin embargo, en los ochenta, el principal país importador, Estados Unidos, conspiró con el país principal productor, Brasil, para quebrar el acuerdo. Desde ese momento entraron en juego las leyes del mercado: sobreproducción, acelerada con la introducción de Vietnam como gran productor a nivel internacional, y desplome de los precios.
– ¿Y qué consecuencias tuvo ese desplome de los precios del café en Centroamérica?
La caída del precio del café ha provocado mayor pobreza. Mucha de la población rural de la región dependía de los pocos pesos que podían ganar en la época de su cosecha. Aunque uno tuviera su propia parcelita, ésta resultaba insuficiente para mantener a la familia y el trabajo en el café, aunque pequeño, era lo que permitía a la familia no morirse de hambre. Cuando se desplomaron los precios, los grandes productores prefirieron abandonar sus cafetales antes que contratar mano de obra estacional. De este modo, toda esa gran masa campesina que dependía de dichos ingresos para completar el año, se quedaron sin ellos, provocando unos niveles de miseria y hambruna como no se habían visto en crisis anteriores.
– Esta especialización supone una situación de enorme riesgo…
El modelo de agroexportación genera una terrible vulnerabilidad, porque hace que el país dependa de la fluctuación de precios en el mercado global de lo que exporta y de la necesidad de importar alimentos de mercados cuyos precios varían. Pobre el país donde se cruzan estos dos factores, una fluctuación para abajo de lo que exporta y una fluctuación para arriba de lo que importa. El resultado es la hambruna.
– Para terminar con el caso de Nicaragua, ¿cuál es el principal legado que le ha dejado este modelo agroexportador?
Lo que ha pasado en Nicaragua es una versión en pequeño de lo que ha ocurrido en muchos otros países. Por un lado, los ciclos de monocultivos de agro-exportación han desplazado, poco a poco, a las masas campesinas de todas las tierras productivas. Han dejado al país sin soberanía alimentaria: si las mejores tierras producen para la exportación, eso significa que el país no tiene recursos para alimentarse. También ha dejado un legado de destrucción ecológica, de degradación de los propios recursos naturales, suelo, agua, biodiversidad, que son necesarios para que haya sustentabilidad de la producción en el futuro.
Las amenazas a la agricultura familiar campesina
– Pero la agroexportación no es el único modelo posible.
En la actualidad nos encontramos ante una encrucijada entre dos maneras de concebir la producción de alimentos y la agricultura. Estamos viviendo un choque, una confrontación entre dos grandes modelos sobre cómo utilizar la tierra y cómo producir. Por un lado está el modelo dominante de la agroexportación, del monocultivo de la empresa transnacional, del uso de agrotóxicos, de semilla transgénica, de productos procesados dañinos para los consumidores, llenos de grasas, de azúcar, de sal, de conservantes cancerígenos. Y por otro lado tenemos el modelo campesino de producción de agricultura familiar, con vocación productora de alimentos, cultivados con técnicas mucho más sustentables en términos ecológicos. Desde el movimiento campesino se propone la soberanía alimentaria como paradigma alternativo al modelo agroexportador, partiendo de la base que los pueblos tienen derecho a decidir quién produce, cómo produce y para quién produce. En este momento estos dos modelos se enfrentan, como en una pelea a muerte, en todos los países del mundo, tanto en el Norte como en el Sur.
-¿Cuáles son las principales amenazas que tiene hoy en día la producción campesina?
Fundamentalmente las importaciones de alimentos baratos subvencionados ante los que el campesinado no puede competir; la expansión de nuevos monocultivos de exportación que los desplazan de sus tierras y las políticas neoliberales de privatización de todo lo que es importante para la agricultura, como la tierra, el agua, el crédito o la asistencia técnica.
– ¿Cuáles son esos nuevos monocultivos de agroexportación?
Bueno, una de las nuevas dinámicas de la agroexportación son los cultivos no tradicionales. En general son frutas y vegetales fuera de estación para los países del norte. Por ejemplo, el melón, la col de Bruselas, el maracuyá, el mango. Esos cultivos son de muy alta inversión, intensivos en el uso de agrotóxicos y con precios que fluctúan tanto que la mayoría de los pequeños productores que se metan a esos cultivos acaban quebrando.
– Pero al mismo tiempo la industria maquiladora cada vez adquiere mayor protagonismo como fuente de empleo en las zonas rurales de muchos países del Sur. ¿En qué se parece su funcionamiento al del monocultivo de agroexportación?
La maquila, o sea las fábricas de ensamblaje sencillo, se basa en el mismo tipo de exclusión social que los monocultivos de agroexportación, la cual permite salarios de hambre. Además se alimenta de ese mismo modelo, porque es precisamente la masa campesina expulsada del campo que constituye la mano de obra barata que hace posible la maquila.
– ¿Cómo actúan los organismos multilaterales para favorecer esa dinámica de la agro- exportación y de la agroindustria?
Los organismos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio (OMC) o los acuerdos regionales de comercio libre, refuerzan el modelo agroexportador. Por un lado, se impone a los países del Sur la apertura de sus mercados, lo que supone recibir en sus propios mercados productos subvencionados con los que el campesino local no puede competir. Y por otro lado imponen también la privatización de los servicios y bienes que necesitan los campesinos para seguir produciendo.
Alternativa: la agricultura familiar campesina
– Lo que estás planteando es que la alternativa frente a este modelo agroexportador es la agricultura familiar campesina, ¿pero hasta qué punto este tipo de modelo es capaz de garantizar las necesidades de alimentación de una población creciente?
Se ha comprobado que la agricultura campesina, al contrario de lo que dicen determinados «expertos», es más productiva que la agricultura del agronegocio, porque el campesino utiliza más intensivamente su parcela, cultivando múltiples productos. No solo cultiva soja, por ejemplo, sino también maíz, fríjol, calabaza, frutales, cultivos de forraje, tiene cerdos, gallinas, alguna vaca. Pienso que si se generan las condiciones para que la agricultura familiar vuelva a ser viable económicamente, protegiendo el mercado contra las importaciones baratas, pude volver a ser atractiva en términos económicos. Hay muchísima gente en los barrios pobres marginales populares de las ciudades latinoamericanas que quisieran volver al campo. Escapar de la violencia, de los atracos, de los barrios pobres y volver a vivir esa vida en los campos. Yo pienso que existe, con un modelo de soberanía alimentaria, una posibilidad real de repoblar el campo.
– Entonces, ¿consideras deseable esa vuelta al campo de la gente de los suburbios de las grandes ciudades latinoamericanas?
Todo depende de lo que quiera la gente. Mi experiencia en América Latina es que la gente que vive en esos barrios marginales, con pandillas, robos, crímenes, vive con un solo sueño, y ese sueño es volver al campo. Pero a un campo donde tengan su propia parcela, donde puedan producir y ganarse la vida con dignidad.
Sin duda la pequeña finca familiar diversificada es la base de un modelo diferente, de otro modelo de desarrollo rural. Pero también es la clave de la solución de los problemas urbanos. La masa campesina desplazada a las ciudades que no encuentra trabajo es también la que está generando considerables problemas urbanos. En la medida que se haga viable económicamente que esa gente vuelva al campo, se aliviarán también los problemas urbanos.
– De forma paralela a esta situación de crisis social y amenazas a la agricultura familiar campesina asistimos a un fuerte resurgir del movimiento campesino a nivel internacional, cuya principal expresión es Vía Campesina. Una de las principales singularidades de este movimiento es el hecho que se haya articulado en un plano de igualdad entre organizaciones rurales tanto del Norte como del Sur. ¿Cómo se explica este fenómeno?
El problema de la agricultura y la alimentación no puede plantearse en los términos clásicos Norte-Sur, es un problema de modelos. Lo mismo que les pasa a los campesinos del sur, les ocurre a los agricultores familiares del Norte. En ambos casos es un modelo dominante de agroindustria, agroexportación que los desplaza y en cada caso ellos defienden un modelo de agricultura familiar, frente a este modelo dominante.
Es por eso que en este momento nos encontramos con alianzas entre productores del Sur y agricultores familiares de los países del Norte, porque el modelo agroexportador se basa en pagar precios muy bajos a los productores, estén en Estados Unidos o en Nicaragua. Esa es la base para que las grandes transnacionales como Cargille, Parmalat o Nestlé, puedan competir: comprar barato para luego vender caro. Esto ha creado las condiciones para una alianza nueva entre organizaciones campesinas en los países del Sur y organizaciones de agricultores familiares en Europa, Estados Unidos o Japón. Por primera vez las organizaciones campesinas tienen una expresión internacional como es Vía Campesina, que une a los campesinos del Sur con los agricultores familiares de los países del Norte en la lucha contra el modelo agroexportador y contra organismos internacionales como la OMC.
Consumir de forma responsable
– ¿Y qué papel se otorga en este otro modelo basado en la agricultura familiar campesina a los consumidores urbanos?
El consumidor debe tener acceso a alimentos en sus mercados locales, producidos localmente. Esto implica fomentar los mercados, ferias de agricultores para que el consumidor tenga acceso a un producto fresco sano, accesible, producido localmente de acuerdo con sus tradiciones culinarias.
– ¿Qué puede hacer la gente de los países del Norte comprometida con ese modelo?
Lo primero es entender que el modelo dominante agro-exportador no sirve ni a los intereses de la gran mayoría de la población en el Sur ni la del Norte. Se trata de un modelo excluyente tanto en una parte como en la otra. En Europa cuatro mil familias campesinas pierden su tierra todas las semanas, en el viejo continente cada tres minutos se pierde una explotación agrícola. La comida basura cada vez contiene más grasa, sal, azúcar, cancerígenos, que están provocando problemas de salud graves. Entonces tenemos que empezar por entender que nos conviene aliarnos con los movimientos campesinos del Sur para cambiar el modelo de agricultura y de alimentación en este mundo.
– Y una vez entendido eso, ¿cómo actuar en nuestro consumo cotidiano de alimentos?
Debemos empezar por pensar qué estamos comprando, y no comprar sin pensar. Es necesario informarse y pensar si lo que estamos comprando es de un productor local o de una transnacional que desplazó a productores locales en otro país para traer ese producto. Igualmente, ¿cómo se produjo ese producto?, ¿con plaguicidas agrotóxicos, destrucción del suelo y la biodiversidad? ¿O con métodos ecológicos sustentables? Debemos reflexionar si ese acto de consumo está reforzando la agricultura campesina, familiar, sustentable, o bien si la está destruyendo.
– ¿Qué criterio crees tú que debería tener en cuenta un consumidor cuando va a comprar productos alimenticios?
El criterio más importante para el consumidor que quiere cambiar el mundo es el consumo local. De esta manera apoya a los agricultores familiares de su propio país y no perjudica a los campesinos de otro país. Si uno, desde Europa o los EEUU, consume uvas importadas de Chile, fuera de estación, o melón importado de El Salvador o Nicaragua, fuera también de estación, lo que está haciendo es apoyar un modelo excluyente. Porque no es el pequeño campesino quien produce ese alimento, sino la gran empresa transnacional. Si uno deja de consumir ese tipo de producto de la transnacional y en cambio prioriza el consumo de un producto local, de un agricultor familiar, cercano, uno deja de perjudicar a los productores de otro país y comienza a apoyar a los productores familiares del propio país de uno.
– Sin embargo, algunas ONG como Oxfam, por ejemplo, con su campaña «Comercio con Justicia» han planteado la discusión como si lo más importante fuera el acceso a los mercados del Norte…
Lamentablemente hay mucha confusión en el debate sobre alimentos y comercio. Hay muchos que querrían que pensáramos que comprando un producto de Argentina, Nicaragua, Ghana, o la India, estamos apoyando al pueblo campesino de esos países, cuando la verdad es todo lo contrario. Al comprar el producto de agro-exportación estamos apoyando directamente un modelo de exclusión social. Para los campesinos del Sur es mucho mejor que dediquemos mayores esfuerzos en apoyar a nuestros propios agricultores locales, comprándoles a ellos. No se puede seguir creyendo en el mito de que lo que resuelve problemas en el sur, es abrir los mercados del norte. Esto es una falacia. Lo que necesitan los países del Sur es poder cerrar sus propios mercados a las exportaciones subvencionadas de los países del Norte y poder subvencionar su propia agricultura local, para cubrir sus necesidades locales y nacionales de alimentación.
-¿Qué papel puede jugar entonces el comercio justo?
Depende de cómo entendamos el comercio justo. De hecho, existen diversos modos de concebirlo. Uno pone el acento en el mercado internacional cuando, por ejemplo, compramos café importado producido en otro país y pagamos un poco más con la idea de que el productor reciba una mejor retribución. El otro concepto de comercio justo tiene que ver con el mercado local: compramos a productores locales sin intermediario y así el productor recibe más, aplicando la misma lógica en los países del Sur. Yo me identifico con este segundo concepto de comercio justo que considera necesario que cada productor tenga un mercado local y que los consumidores puedan comprar a productores locales.
Lo del comercio justo en el mercado global es útil como herramienta de sensibilización a los consumidores del Norte porque obliga a pensar nuestras opciones de consumo. Pero a fin de cuentas no resuelve los grandes problemas estructurales, en la medida que sigue dentro del mismo modelo agroexportador, con mejores precios, pero sin cambiar esa estructura en la que las mejores tierras se dedican a la exportación y no a la producción de alimentos.
– Sin embargo, hay algunos productos que no se pueden producir en la mayoría de los países del Norte.
Bueno, este otro concepto de comercio justo en el ámbito internacional tiene también sentido para productos tropicales como el café o el cacao, que no se producen en el Norte. En ese sentido es claro: siempre va a haber comercio internacional y es mejor que haya precios más justos. Sin embargo, tampoco deberíamos reforzar demasiado la idea de que países del sur tienen que dedicarse básicamente a la producción de esos productos, porque en realidad, lo más importante es que ellos produzcan lo que consumen y que tengan la posibilidad de crear mercados locales nacionales dentro de su propio territorio.
– Pero no todo puede hacerse desde el consumo. Nuestro consumo es un aspecto más de la lucha contra el modelo dominante de agroexportación.
Para cambiar las estructuras injustas del sistema de alimentación y agricultura, se necesita, primero, entender cómo funciona este mundo; segundo, pensar cuando consumimos y actuar consecuentemente y, tercero, convertir ese pensar en acción. La movilización social es la única fuerza capaz de cambiar estas estructuras.