A Rubalcaba se le compara muchas veces con Maquiavelo. Anteayer afirmó públicamente que la redada tenía tres objetivos, pero escondió un cuarto. Es tan burdo que prefirió colarlo de modo indirecto, a través de medios como «El Mundo», «Público» o «El País», que tituló así: «El golpe hunde al ala dura de la izquierda abertzale». […]
A Rubalcaba se le compara muchas veces con Maquiavelo. Anteayer afirmó públicamente que la redada tenía tres objetivos, pero escondió un cuarto. Es tan burdo que prefirió colarlo de modo indirecto, a través de medios como «El Mundo», «Público» o «El País», que tituló así: «El golpe hunde al ala dura de la izquierda abertzale». Rubalcaba se lo juega todo al «divide y vencerás». Pero la izquierda abertzale también es consciente de eso.
Dicen que fue Julio César quien patentó la máxima «Divide y vencerás» como táctica frente a sus enemigos, pero quien la popularizó quince siglos después sería Nicolás de Maquiavelo. De Rubalcaba no se sabe si se cree emperador romano o diplomático florentino, pero sí es muy conocida -y muy reconocida- su afición por la intriga y la trampa política. Un don que le ha convertido en imprescindible para el PSOE a la hora de abordar su estrategia en Euskal Herria.
La redada de anteayer es su última jugada. Rubalcaba afirmó que con la oleada de detenciones y registros buscaba tres objetivos: impedir que Segi se reconstruya, obstaculizar que «ETA tenga una cantera» y combatir la kale borroka. Pero para entonces los partidos vascos, incluida la izquierda abertzale, ya habían visto otra cuarta intención todavía más retorcida que las anteriores, que ya es decir: tratar de condicionar el debate interno de la izquierda abertzale. Y por si hacían falta pruebas para confirmarla ahí estaba ayer la coincidencia -demasiada casualidad- de «El País», «El Mundo» y «Público». El diario de Prisa tituló en primera «El golpe a la cantera de ETA hunde el ala dura de la izquierda abertzale» y argumentó que con ello «el Gobierno fomenta el debate interno sobre el fin del terrorismo». El periódico de Pedro J. Ramírez editorializó con que «se está facilitando el camino a quienes son partidarios de abandonar las armas». Y «Público» añadió que «la operación barre del debate a quien los servicios antiterroristas consideran un firme oponente a que ETA deje la `lucha armada'».
A ninguno de ellos, dicho sea de paso, parece resultarles escandaloso que se mande a los calabozos a 34 jóvenes y se irrumpia en decenas de sedes para condicionar un debate político interno. El fin sí justifica los medios en este caso. Maquiavelo otra vez.
La literatura sobre «duros» y «blandos» es tan extensa en la prensa española que habrá quien piense que no merece darle más pábulo al tema. Todos recordamos los espectaculares giros en los que -ale hop!- duros pasan a ser blandos y viceversa al simple toque de corneta del Ministerio del Interior. De hecho, hace sólo un mes el mensaje oficial en boga era que Arnaldo Otegi, Rafa Díez, Sonia Jacinto, Miren Zabaleta y Arkaitz Rodríguez habían sido sacados del tablero público porque no tenían «nada importan- te» entre manos. «Sólo mandangas», según palabras del portavoz del PSOE en el Congreso y ex ministro del Interior, José Antonio Alonso, apenas unas horas antes de la macrorredada del martes.
Evidentemente, era mentira. Tan mentira como intentar hacer creer ahora que Otegi, Díez y el resto son la gran esperanza blanca del ministro del Interior. De hecho, tanto para los detenidos en octubre como para los arrestados anteayer se ha aplicado un mismo tratamiento: enviarlos a prisión (curiosa manera, qué duda cabe, de «fomentar el debate»). Intoxicaciones al margen, lo cierto es que unos y otros no sólo coinciden en sufrir el azote de la represión, sino que también comparten militancia política y objetivo: hallar una estrategia eficaz para llegar primero al derecho a decidir y luego a la independencia.
La izquierda abertzale, por tanto, no puede despistarse, y de hecho no lo hace. Las explicaciones presuntamente didácticas de «El País», «El Mundo» y «Público» sobre los objetivos reales del Gobierno español eran innecesarias. En una sociedad tan informada como la vasca, al PSOE se le ve venir hace mucho tiempo. La declaración de anteayer de la izquierda abertzale le destapaba: «Era evidente que el Estado iba a desarrollar operaciones policiales de este tipo para condicionar este debate y la iniciativa política de la izquierda abertzale, y es que la represión es la única herramienta con la que cuenta». Y añadía: «Aunque ladren, no nos desviarán de nuestro camino».
De hecho, alguien como Jesús Eguiguren -erigido de nuevo estas semanas en oráculo de Delfos del PSOE contra la izquierda abertzale- admite que «es absurdo» pensar que la represión va a condicionar el debate interno: «Desde fuera hay muy poca capacidad para influir en Batasuna, que está en un debate en ebullición y es una organización muy colectiva». Eguiguren tendría que explicar cómo casa esto con sus intentos paralelos de manipular el indiscutible apoyo social a Arnaldo Otegi, pero eso es otro cantar.
En fin, Maquiavelo Rubalcaba parece pensar que aunque no logre meter la cuña en el debate, en última instancia siempre podrá alegar que todo lo que él ha hecho (o deshecho) en el camino ha servido para algo. Quizás confíe en que, como ocurrió al inicio de esta década, a fuerza de golpes en la izquierda abertzale se imponga el criterio ignaciano de «en tiempo de crisis, no hacer mudanza». Pero quien haya leído su documento de debate -y se supone que Rubalcaba lo ha hecho- habrá constatado con claridad que la izquierda abertzale no está para esperar eternamente. Quiere «un cambio de ciclo lo antes posible».
La redada intenta dividir, por tanto, pero sólo consigue retratar la estrategia de sus promotores. Una estrategia claramente «a la desesperada», como evidencia el récord de detenciones y registros, así como las intoxicaciones policiales que ya han comenzado y que, como es norma, se ceban en quienes están presos y, por tanto, no pueden desmentirlas ni zanjarlas.
Hay algo que sí es cierto. Según una tesis que circula en el ámbito político vasco, Rubalcaba sí vio con buenos ojos el inicio del debate interno en la izquierda abertzale. Pero sólo por una cosa: pensó, como Maquiavelo, que podría provocar su división. El ministro se empezó a preocupar cuando vio que la apuesta por las vías políticas ganaba fuerza, que toda la izquierda abertzale podía ir junta por ese camino y que lo que gana en esta fase lo puede perder en la siguiente. Conforme pasan las semanas, esa preocupación ya llega al grado de alarma. Por eso detiene y detiene.
Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20091126/168714/es/Los-nervios-Maquiavelo