Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En el centenario del hundimiento del Titanic, The Japan Times publicó ayer un editorial titulado «El Titanic y el fiasco nuclear» que dice: «La presentación de la tecnología como completamente segura, fiable y milagrosa podrá parecer cosa del pasado, pero los paralelos entre el Titanic y la industria de energía nuclear de Japón no podrían ser más evidentes».
«Las plantas de energía nuclear de Japón fueron, como el Titanic, publicitadas como maravillas de la ciencia moderna que eran totalmente seguras. Ciertas tecnologías que prometen hacer que flote un transatlántico de lujo o suministrar energía segura, nunca pueden llegar a ser totalmente seguras», dice.
Cita un artículo de Joseph Conrad escrito después del hundimiento del Titanic en el que señala la «influencia aleccionadora que debería tener sobre la autoconfianza de la humanidad». The Japan Times insta a que «se aplique esa lección a todos los proyectos ‘insumergibles’ que puedan beneficiar a unos pocos poniendo en peligro a la mayoría». http://www.japantimes.co.jp/
Sí, el mismo tipo de paparruchadas tras la afirmación de que el Titanic era insumergible se encuentra tras el bombo de que las plantas de energía nuclear son seguras. Los promotores de la energía nuclear lo siguen diciendo a pesar del hundimiento de los «titanics» atómicos:
Three Mile Island, Chernóbil y ahora las plantas nucleares de Fukushima Daiichi.
De hecho, tras la ofensiva de relaciones públicas se encuentran documentos que admiten que las plantas de energía nuclear son mortalmente peligrosas.
El primer análisis de las consecuencias de un accidente en una planta nuclear fue hecho en 1957 por Brookhaven National Laboratory, establecido una década antes por la Comisión de Energía Atómica de EE.UU. para desarrollar usos civiles de la tecnología nuclear, que se disolvió entonces. Su informe «WASH-740» dice que un gran accidente en una planta nuclear puede causar «3.400 muertos y unos 43.000 heridos» y que el daño a la propiedad «podría ser de unos 7.000 millones de dólares». Sin embargo, este análisis se basó en plantas de energía nuclear entre cinco y diez veces más pequeñas que las que se construyeron en los años sesenta.
Por lo tanto Brookhaven National Laboratory realizó un segundo estudio a mediados de los años sesenta: «actualización de WASH-740». Señala repetidamente que en cuanto a un accidente en una gran planta nuclear, «el posible tamaño de un desastre semejante podría ser igual al Estado de Pensilvania». Aumentó la cantidad de muertos a 45.000, los heridos a 100.000 y el daño a la propiedad a 280.000 millones de dólares.
Luego, en 1982, la Comisión Reguladora Nuclear (NRC) de EE.UU. y Sandia National Laboratories del Departamento de Energía hicieron un estudio que titularon «Cálculo de consecuencias de un accidente en un reactor», que analizó las repercusiones de accidentes en cada planta nuclear de EE.UU. Proyectó, por ejemplo, una fusión con ruptura de la contención en la planta Indian Point 2 al norte de la Ciudad de Nueva York: «un máximo de 50.000 decesos iniciales», un máximo de 14.000 «de muertes por cáncer» y 314.000 millones de dólares en «costes escalonados» en daños a la propiedad en, señaló, dólares de 1980″.
En cuanto a la probabilidad, en 1985 hubo un intercambio escrito formal entre el Subcomité sobre Supervisión & Investigaciones del congresista Edward Markey y la NRC en la cual el Sucomité preguntó: «¿Cuál creen la comisión y el personal de la NRC que es la probabilidad de un accidente grave de fusión del núcleo en los próximos veinte años en los reactores que actualmente operan y los que se espera que operen durante ese tiempo?»
La respuesta de la NRC: «En una población de 100 reactores que operen durante un período de 20 años, la probabilidad acumulada bruta de un accidente semejante sería de un 45%». Pero siguió diciendo que eso podría variar en «un 10% más o menos». Por lo tanto las probabilidades de una fusión durante un período de 20 años en 100 plantas de energía nuclear en EE.UU. (hay 104 actualmente) sería del 50%.
Steven Starr, miembro del consejo de Médicos por Responsabilidad Social, habla además del «defecto fatal y letal» de la energía nuclear «que no se puede remediar a través de ningún ajuste o rediseño tecnológico. Las plantas de energía nuclear fabrican venenos miles y millones de veces más letales para la vida que ningún otro proceso industrial, y algunos de esos venenos duran cientos de milenios, y por lo tanto tienen gran potencial de convertirse en omnipresentes en el entorno global». Y la «evidencia obvia» es que está «más allá de los medios de la industria nuclear contener esos venenos incluso durante la vida útil promedio de un reactor nuclear. Es increíble que alguien pueda prometer que podemos contenerlos durante decenas o cientos de miles de años».
La edición actual de Popular Mechanics publica un artículo titulado «Por qué el Titanic todavía importa» de Jim Meigs, editor y jefe de la revista, que señala: «En un aspecto, poco ha cambiado. Como demuestra la reciente pérdida del crucero italiano Costa Concordia, la toma de decisiones equivocadas puede doblegar incluso a una construcción sólida. Virtualmente en todos los desastres hechos por el hombre -incluidos el accidente nuclear de Three Mile Island, la explosión del transbordador espacial Challenge y el derrame de petróleo de BP- se pueden rastrear las mismas fallas humanas que destruyeron el Titanic. Después de 100 años, todavía debemos recordar -y demasiado a menudo, volver a aprender- las trágicas lecciones de aquella noche».
Por cierto, el error es una gran parte de lo que puede ir mal en una planta de energía nuclear. Sin embargo, incluso sin error humano, la energía nuclear conlleva el potencial de una inmensa catástrofe. Una falla mecánica simple o compleja, un terremoto, un tornado, un tsunami, un huracán, una inundación, un ataque terrorista, estas y otras amenazas pueden producir una catástrofe. Las plantas de energía nuclear y el proceso de fisión atómica en ellas son inherentemente peligrosos a una escala de desastre tecnológico que no tiene igual.
En el Titanic se perdieron unas 1.500 vidas. En un accidente de una planta nuclear se prevé que podrían morir decenas de miles de personas y los cálculos más recientes de científicos independientes es que ya han muerto un millón de personas como resultado del desastre de Chernóbil. Se espera que mueran todavía más como resultado de la catástrofe de las seis plantas nucleares de Fukushima.
Y no se trata de un barco que se hunde en el fondo del mar, sino de una parte de la Tierra convertida en inhabitable durante milenios -como ha sido el caso de un área inmensa alrededor de Chernóbil y lo será ahora en una gran área alrededor de Fukushima- Se convierten en «zonas de sacrificio».
¿Y para qué? En 1912 no había otro medio de cruzar un océano que un barco, no había aviones que llevaran pasajeros de un continente al otro. Pero ahora hay numerosas tecnologías energéticas limpias, verdaderamente seguras, que pueden hacer que la energía nuclear sea totalmente innecesaria. Por lo tanto, podemos evitar que nos hundamos con los titanics atómicos en los insisten en embarcarnos los defensores de la energía nuclear.
Karl Grossman, profesor de periodismo en la State University del New York/College of New York, es autor del libro The Wrong Stuff: The Space’s Program’s Nuclear Threat to Our Planet (Common Courage Press) y escribió y presentó el programa Nukes In Space: The Nuclearization and Weaponization of the Heavens en la televisión ( www.envirovideo.com ). Es colaborador de Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion, que será publicado por AK Press.
Fuente: http://www.counterpunch.org/
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