Traducido para Rebelión por Christine Lewis Carroll
Los autores exploran el énfasis creciente sobre la seguridad y el control de los recursos en respuesta al cambio climático y la necesidad de cuestionar el miedo y la inseguridad que llenan el vacío creado por la falta de acción de los gobiernos.
Los dirigentes políticos mundiales no pueden alegar que no se les había advertido. Antes de las negociaciones de la ONU sobre el clima celebradas en Catar en diciembre no sólo fueron el Banco Mundial, la Agencia Internacional de la Energía y la compañía global de contabilidad PricewaterhouseCoopers los que predecían niveles peligrosos de cambio climático. Hasta la naturaleza misma parecía hacer sonar las alarmas mediante los huracanes fuera de temporada que devastaron Nueva York y las islas del Caribe y Filipinas. En vista de estos hechos se podría haber esperado una respuesta de los gobiernos mundiales. En cambio la cumbre pasó casi desapercibida por los medios internacionales y el resultado fue otra declaración vacía, descrita por Amigos de la Tierra como un «simulacro de pacto» que «fracasa en todos sus apartados».
Confrontados con uno de los mayores desafíos para nuestro planeta y sus pueblos nuestros dirigentes políticos nos han fallado estrepitosamente. En contraste total con la acción radical coordinada para rescatar a los bancos y apuntalar el sistema financiero, los gobiernos han elegido ceder el paso a los mercados y a los gigantes del combustible fósil en vez de planificar una conversión cuidadosa de nuestras economías basadas en el carbono. Su elección no es no actuar, como se sugiere a menudo, sino asegurar activamente el peligroso cambio climático. Cada instalación de carbón en China, cada campo petrolero en el Ártico o cada campo de gas de esquisto fracturado encierran el carbono en la atmósfera durante 1.000 años, lo que significa que hasta los pasos más radicales para reducir el carbono en el futuro pueden no ser suficientes para impedir el calentamiento global desbocado.
El presidente del Banco Mundial, el Doctor Jim Yong Kim, dijo que el aumento previsto de la temperatura de 7,2 grados Fahrenheit para finales de siglo que recogía el informe crearía un mundo «espantoso». Por primera vez el tema de cómo compensar «las pérdidas y los daños» causados por el cambio climático a los más pobres y vulnerables de todo el mundo robó el escenario en Doha. Es una ironía trágica que las discusiones sobre cómo parar o prepararse para el cambio climático global (denominado «mitigación y adaptación» en el lenguaje de la ONU) han sido eclipsadas por las exigencias de reparación y por averiguar a quién compete, sobre todo desde el sector del seguro, pagar el daño.
Estos discursos son angustiosos y despojan a las personas de sus derechos. Es ahora mucho más fácil para la gente imaginar un futuro distópico para sus hijos que un mundo unido contra los peores efectos del cambio climático. Lejos de incitar a la acción masiva, el miedo y la inseguridad impulsan a las personas a hacer oídos sordos o refugiarse en las teorías de la conspiración.
Beneficiarse de la inseguridad
Esta apatía la explotan las personas que acogen -o como mínimo se benefician de- la política de la inseguridad y lo que el Pentágono llama «la edad de las consecuencias». Por todo el mundo y a menudo detrás de puertas cerradas, los burócratas de la seguridad y los estrategas militares llevan a cabo ejercicios de «previsión» que -a diferencia de sus amos políticos- dan por sentado el cambio climático y desarrollan opciones y estrategias con el objetivo de adaptarse a los riesgos y a las oportunidades que éste ofrece.
Apenas un mes antes de las negociaciones sobre el clima de Doha, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos emitió un informe encargado por la CIA que pretendía «evaluar las posibles conexiones entre el cambio climático y la seguridad nacional de Estados Unidos». El estudio concluyó que sería «prudente que los analistas de seguridad anticiparan las sorpresas climáticas previsibles en la próxima década, lo que incluye acontecimientos únicos imprevistos y potencialmente perturbadores además de sucesos que podrían ocurrir simultáneamente o en secuencia y que éstos se volviesen progresivamente más graves y frecuentes posteriormente».
La disposición de la comunidad militar y de inteligencia de tomar en serio el cambio climático se ha acogido a menudo sin crítica dentro de la comunidad del medio ambiente; las propias agencias dicen que sólo hacen su trabajo. Lo que pocos se preguntan es, ¿cuáles son las consecuencias de enmarcar el cambio climático dentro del contexto de seguridad en vez de uno de justicia o derechos humanos?
En un mundo ya degradado por los conceptos como «daño colateral», los que participan en estos nuevos juegos de guerra climática no necesitan hablar claramente sobre lo que prevén porque lo que subyace en su discurso es siempre lo mismo: ¿cómo pueden los Estados del norte industrializado, en un momento potencialmente creciente de escasez -y, se supone, de malestar- resguardarse de la «amenaza» de los refugiados climáticos, las guerras por los recursos y los Estados fallidos, mientras mantienen el control de los recursos estratégicos clave y las cadenas de suministro? En el texto propuesto de la Unión Europea sobre el cambio climático y la estrategia internacional de seguridad, por ejemplo, el cambio climático «se ve como un multiplicador de amenazas» que conlleva «riesgos políticos y de seguridad que inciden directamente en los intereses europeos».
Las industrias que prosperan gracias a la fea Realpolitik de la seguridad internacional se preparan también para el cambio climático. En 2011 se sugirió en una conferencia de la industria de la defensa que el mercado del medio ambiente y la energía valía al menos ocho veces más que su propio negocio anual de un billón de dólares. «Lejos de excluirse de esta oportunidad, el sector de la seguridad, de la defensa y aeroespacial se prepara para abordar lo que parece su mercado inmediato más importante desde la fuerte emergencia hace casi una década del negocio civil/doméstico de la seguridad».
Algunas de estas inversiones quizá sean bienvenidas o importantes, pero el discurso de la seguridad climática ayuda también a fomentar el auge inversor en los sistemas de alta tecnología, de control de fronteras, en las tecnologías de control de masas de gente, en los sistemas de próxima generación de armas ofensivas (como los vehículos aéreos no tripulados). Cada año se experimentan nuevas aplicaciones y otras se comercializan. Si observamos la consolidación de las fronteras militarizados por todo el mundo durante la última década, no sólo nadie querría ser refugiado climático en 2050, sino que nadie quiere serlo tampoco en 2012.
No son sólo las industrias coercitivas las que se preparan para beneficiarse del miedo al futuro. Las materias primas de las que depende la vida se entretejen con los nuevos discursos de la seguridad, basados en los temores sobre la escasez, la superpoblación y la desigualdad. Se da cada vez más importancia a la «seguridad alimentaria, energética e hídrica» sin analizar exactamente qué es lo que se protege, para quién y a costa de quién. Pero cuando la inseguridad alimentaria global fomenta las apropiaciones indebidas de tierra y la explotación en África y los aumentos de precio de los alimentos causan gran malestar social, las alarmas deberían sonar.
Ganadores y perdedores
El discurso de la seguridad climática da por sentados estos desenlaces. Se basa en ganadores y perdedores -los protegidos y los malditos- y en una visión de la «seguridad» tan retorcida por la «guerra contra el terror» que prevé en esencia que haya gente desechable en lugar de la solidaridad internacional necesaria para afrontar el futuro de forma justa y cooperativa.
Para encarar esta securitisation [politización en nombre de la seguridad] de nuestro futuro debemos por supuesto continuar nuestra lucha por terminar cuanto antes nuestra adicción al combustible fósil, junto con los movimientos que combaten las arenas petroleras y creando alianzas amplias que ejerzan presión sobre los municipios, los Estados y los gobiernos para que las economías realicen la transición hacia una menor huella de carbono. No podemos parar el cambio climático porque está ya en marcha, pero todavía podemos impedir sus peores consecuencias.
Sin embargo también debemos estar preparados para recuperar la agenda de la adaptación climática basada en los derechos humanos universales y la dignidad de las personas en lugar de una basada en adquirir las cosas mediante el despojo.
La experiencia reciente del huracán Sandy en que el movimiento Occupy puso en evidencia al gobierno federal de Estados Unidos por su respuesta a la crisis, demuestra el poder de los movimientos populares para responder positivamente a los desastres locales. Pero las respuestas locales no serán suficientes. Necesitamos estrategias internacionales más amplias que vigilen el poder corporativo y militar a la vez que universalicemos las herramientas de resistencia. Esto implica proponer soluciones progresistas en torno a los alimentos, el agua, la energía y cómo hacer frente a las condiciones meteorológicas extremas; estas soluciones deberán facilitar alternativas viables a los enfoques gubernamentales basados en el mercado y la obsesión por la seguridad. Y lo que es más importante necesitamos envolver estas ideas en una visión positiva del futuro que dé poder a las personas para rechazar la distopía y recuperar un futuro justo y llevadero para todos y todas.
Nick Buxton y Ben Hayes son coeditores de un libro sobre la securitisation del cambio climático que publicará el Transnational Institute en 2013.
Fuente: http://www.redpepper.org.uk/the-secure-and-the-damned/
rCR