Pese al despliegue de las autoridades japonesas, los reactores de Fukushima siguen ardiendo y emitiendo radiación cada vez a niveles más elevados. La situación es tan delicada que hasta el emperador Akihito tuvo que pedir calma a la población, en su primera intervención desde que accedió al trono hace 22 años. La alta radiación impidió […]
Pese al despliegue de las autoridades japonesas, los reactores de Fukushima siguen ardiendo y emitiendo radiación cada vez a niveles más elevados. La situación es tan delicada que hasta el emperador Akihito tuvo que pedir calma a la población, en su primera intervención desde que accedió al trono hace 22 años. La alta radiación impidió emplear helicópteros para arrojar agua de mar a los reactores para poder refrigerarlos.
Los responsables de la central japonesa de Fukushima trabajaban ayer para evitar que escapasen a su control los seis reactores, si bien fotografías de los números 3 y 4 muestran importantes destrozos.
Mientras, las autoridades elevaron a 12.000 las víctimas del terremoto de 8,9 grados y el posterior tsunami y el emperador Akihito se mostró «profundamente preocupado» por la situación. Era la primera vez que el emperador pronunciaba un discurso televisado a la población en 22 años de mandato, lo que muestra la excepcionalidad de la situación que se vive actualmente en Japón.
El ministro portavoz japonés, Yukio Edano, aseguró en rueda de prensa que el nivel de radiactividad registrado, hasta ayer, en un radio de entre 20 y 30 kilómetros de la central, en una zona en la que se ha pedido a la población que se quede en casa con las ventanas cerradas, «no supone un riesgo inmediato para la salud».
Ante las dificultades para inyectar agua marina en el reactor 3 desde la propia central por el alto nivel de radiación, un helicóptero de las Fuerzas de Autodefensa (denominación que recibe el Ejército desde su derrota ante EEUU en la Segunda Guerra Mundial) partió ayer desde la vecina ciudad de Sendai para arrojarla desde el aire.
Sin embargo, los altos niveles de radiactividad detectados en esa zona llevaron en el último momento a abortar el intento, según la televisión pública NHK, que citó fuentes del Ministerio de Defensa.
Según la agencia Kyodo, se teme que el reactor haya liberado vapor radiactivo debido a daños en su sistema de contención.
De este reactor salieron ayer columnas de humo blanco, que, según Edano, eran vapor procedente de la piscina donde se almacenan barras de combustible atómico ya utilizadas.
El edificio que alberga ese reactor quedó sensiblemente dañado el lunes a causa de una explosión de hidrógeno y el martes se detectaron altos niveles de radiación en sus inmediaciones.
Por otra parte, el reactor 4 registró ayer un incendio y la empresa operadora, Tokyo Electric Power (Tepco), publicó una fotografía del edificio en la que se ve que una gran porción de la pared exterior se ha caído.
En el cuarto piso hay un agujero de ocho metros de diámetro y se puede ver el interior a través del boquete, causado ayer por otro incendio.
En los reactores 1 y 2 las barras de combustible atómico también han quedado total o parcialmente dañadas.
En el reactor 5, apagado igual que el 6 pero en el que también hay problemas, el nivel del agua continúa bajando.
Medios japoneses informaron, asimismo, que ayer comenzaron a emplear un camión-cisterna provistos de cañón de agua para rociar el reactor 4. Se trata de un vehículo especial del Ayuntamiento de Tokio y es un recurso técnico inédito después de que fracasase el recurso de los helicópteros.
La agencia Kyodo, por su parte, informó de que aviones estadounidenses sin piloto (drones) Global Hawk volarán por encima de la central de Fukushima para aportar datos esenciales sobre la situación del complejo.
Al igual que hizo el martes, el Gobierno francés volvió a señalar que Japón está perdiendo el control de la central de Fukushima y pidió a la aerolínea Air France que aumente la capacidad de sus vuelos entre Tokio y París para responder a un posible incremento de ciudadanos franceses que quieran salir de la capital japonesa.
«No nos andemos con rodeos. Está claro que han perdido el control de la situación. En cualquier caso, éste es nuestro análisis y no es lo que están diciendo ellos», declaró el ministro francés de Industria, Eric Besson, a la televisión BFM.
Para comprender la virulencia de las repetidas críticas francesas a la gestión japonesa de la crisis, hay que tener en cuenta que el Estado francés es el segundo productor mundial de tecnología nuclear, seguido precisamente de Japón, y que podría estar intentando incrementar su posición en el mercado.
El propio presidente de la República, Nicolas Sarkozy, destacó el lunes que la tecnología nuclear francesa era más cara pero más segura que la japonesa y que por ello perdió contratos en Emiratos Árabes Unidos para construir nuevas centrales.
La Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) negó que la situación esté fuera de control, aunque reconoció que los reactores 1, 2 y 3 están dañados y que la crisis es «muy seria», según señaló su director general, Yukiya Amano.
La autoridad de EEUU de control nuclear (NRC) destacó que las radiaciones en el reactor 4 eran «extremadamente elevadas» y que la piscina de este reactor estaba sin agua, generando una situación potencialmente catastrófica.
Paralelamente, las autoridades japonesas siguen incrementando el número oficial de muertos por el terremoto y el tsunami, elevándolo a 4.255 muertos y 8.194 desaparecidos, aunque el balance puede aumentar todavía en algunos municipios de las prefecturas más afectadas, como Iwate, Miyagi o la propia Fukushima, donde miles de personas siguen sin poder ser localizadas.
Unos 100.000 militares japoneses, ayudados por voluntarios extranjeros especialistas en salvamento, peinan la zona devastada por el terremoto y el tsunami, donde ya han sido rescatados unos 26.000 supervivientes.
Los equipos de rescate tienen que luchar además contra las constantes réplicas. Así, un terremoto de seis grados en la escala de Richter sacudió ayer la costa oriental de Chiba, en la bahía de Tokio, sintiéndose con claridad en la capital japonesa.
Unos 50 trabajadores arriesgan sus vidas para intentar frenar la radiación
El personal de la central de Fukushima, que fue evacuado ayer por la mañana debido a que aumentó el nivel de radiactividad medida en el lugar, regresó horas después para seguir intentado controlar los vertidos.
Oficialmente, la versión difundida por el Gobierno japonés y la empresa Tokyo Electric Power (Tepco), es que se produjo un brusco aumento de los niveles de radiación, que se atribuyó a un error en la medición.
Sin embargo, sólo 50 de los 800 trabajadores de la central son los que se están encargando de la peligrosa tarea de intentar enfriar los descontrolados reactores de Fukushima.
Su tarea consiste en bombear agua de mar en los reactores fuera de control para contener el calentamiento de los núcleos. Puesto que los sistemas de refrigeración habituales quedaron inoperativos tras el terremoto y el tsunami, estos 50 trabajadores están accionando bombas manuales.
Debido a los elevados altos niveles de radiación, trabajan en turnos y descansan en las pausas en dependencias de la central que tienen una protección mayor frente a la radiación.
Sin embargo, trabajar en estas condiciones previsiblemente les ocasionará severos daños a su salud y, muy probablemente la muerte.
Su labor recuerda a lo de los denominados «liquidadores» en el accidente de Chernobil, en 1986, cuando poco después del siniestro, unos 600 trabajadores soviéticos, hombres y mujeres, trabajaron denodadamente para intentar enfriar el reactor y evitar un mayor daño a la población del entorno. Esta tarea se hizo, en la mayoría de los casos, sin la protección adecuada. El balance oficial señala que de ellos, 28 murieron a los pocos días, aunque otras fuentes elevan notablemente esta cifra. En cualquier caso, el número total de fallecidos entre quienes realizaron estas tareas en Chernobil sigue siendo objeto de controversia.
Durante 206 días, entre 300.000 y 600.000 personas, en su mayoría militares, trabajaron en Chernobil para construir un sarcófago de hormigón para evitar que la radiación siguiera saliendo al exterior. El médico bielorruso Georgi Lepnin cifró en 100.000 los liquidadores muertos. El Gobierno ucraniano rebajó este número hasta los 60.000 muertos y 165.000 discapacitados. Su esfuerzo se vio reconocido con una medalla soviética en la que se representan las tres clases de radiación que recibieron junto a una gota de sangre.