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El presidente de Castilla La Mancha abanderado del progreso militarista

Los sueños de don Jose María Barreda

Fuentes: Rebelión

Quienes imaginaban que don José María Barreda soñaba con un mundo sin la división entre ricos y pobres, sin hipotecas a 35 años, sin enfermedades y dolencias fácilmente evitables, sin alimentos contaminados o desnaturalizados, sin guerras habrán comprobado recientemente que no van por ahí los tiros. Y es que, en un mundo globalizado, ya no […]

Quienes imaginaban que don José María Barreda soñaba con un mundo sin la división entre ricos y pobres, sin hipotecas a 35 años, sin enfermedades y dolencias fácilmente evitables, sin alimentos contaminados o desnaturalizados, sin guerras habrán comprobado recientemente que no van por ahí los tiros. Y es que, en un mundo globalizado, ya no hay que buscar a los enemigos fuera de las fronteras. Están apalancados en las instituciones, bajo el prurito de dignos representantes del pueblo, dispuestos a atender las peticiones de los grandes negocios nacionales y transnacionales.

Lo que para don José María Barreda es un gran sueño constituye una pesadilla hecha realidad para otros, que soñábamos con una ciudad y provincia libres de fabricantes de armas, de campos de tiro, de bases militares, de escuelas de pilotos entrenados para matar y, dicho sea de paso, libres de la guerra química de los pesticidas de síntesis (glifosato, endosulfan, organofosforados) y biológica de los transgénicos, que multinacionales como Monsanto están propagando por el mundo bajo el pretexto de que es la solución para el problema del hambre (como si le preocupara lo más mínimo a Monsanto la suerte de los pobres o de sus clientes arruinados).

¿Qué sentido tiene esta apuesta por un complejo industrial-militar en Albacete ahora que la globalización económica lo envuelve todo con sus leyes de mercado y hasta rusos y chinos se han rendido a la vorágine del capitalismo más depredador? Ante todo, conviene recordar algo que a menudo no se tiene en cuenta y es que la II Guerra Mundial, ese gran referente para el mundo contemporáneo, la ganó una poderosa economía de guerra, básicamente de carácter privado, que aprovechó su posición de privilegio para oponerse a la reconversión y mantener una importante cuota de mercado. Muchas veces se ha reconocido, incluso por autoridades norteamericanas, que la amenaza comunista fue más un pretexto que una realidad a la hora de justificar la carrera de armamentos, lo que constituía un descomunal ingreso para la industria armamentística y una carga equivalente para los presupuestos públicos, sobre todo de las naciones más desarrolladas (en especial EE.UU.). Guerras como la de Vietnam (donde EE.UU. arrojó más bombas que en toda la II Guerra Mundial) supusieron una extraordinaria fuente de ingresos, con cargo al presupuesto Federal, sin cuya consideración no sería posible comprender su larga duración ni tampoco su propia existencia (Vietnam era por entonces una colonia francesa que no suponía una amenaza para EE.UU. frente a la que podía representar la vecina China). Y así llegamos hasta la disolución de la URSS y la globalización económica. Sobre la economía de guerra se cernía una sentencia de muerte, pero, como en anteriores ocasiones, aprovecharon su posición de privilegio para construirse un guión con el que seguir saqueando los presupuestos públicos y contribuir al saqueo de las naciones reticentes al capitalismo depredador (como Yugoslavia o Iraq).

Este es el marco referencial bajo el que nuestros gobernantes han aceptado construir en Albacete un complejo industrial-militar, una estructura económica y militar especializada en el saqueo económico, primero el saqueo del dinero público castellano-manchego (por ejemplo, la donación de los terrenos de la fábrica de helicópteros por la corporación municipal de Albacete) y, sobre todo, el dinero de los presupuestos generales del estado español, que tiene comprometida la adquisición de una cantidad importante de helicópteros de combate Tigre y de transporte NH-90. Luego serán los presupuestos de otros estados. Estas grandes empresas trabajan sobre seguro y con las mayores plusvalías del mercado. Podrían, si quisieran, rendir cuenta de resultados antes de comenzar el ejercicio, ya que son las que planifican el ciclo económico de la producción de armamentos. Aquí hay que recordar al brillante economista norteamericano J. Kenneth Galbrait y su teoría del nuevo estado industrial. Las grandes empresas capitalistas tienen que saber con antelación que sus voluminosos proyectos de inversión serán finalmente amortizados, por lo que no se puede dejar su suerte a las veleidades del mercado. En un sector donde no es posible influir sobre la voluntad de los consumidores a través de la publicidad, es fundamental asegurar las ventas de alguna forma. No debe extrañarnos por ello que financien campañas electorales, sobornen a políticos con dinero u ofertas de trabajo futuras, utilicen la administración del estado como agencia de ventas (sobre todo la norteamericana), controlen directa o indirectamente los más importantes medios de comunicación del mundo y ejerzan todo tipo de presiones y sobornos para que los políticos de países amigos contribuyan a financiar el saqueo que representa su negocio y, en compensación, les ofrecen seguridad y la participación en el saqueo de las naciones reticentes que todavía cuentan con algo que saquear.

Con el pretexto de la creación de unos 700 puestos de trabajo, un chollete que nuestros políticos le han regalado a las fuerzas vivas de la economía local ( banca, sector inmobiliario, empresas automovilísticas, grandes superficies), los ciudadanos de Albacete, si algo no lo remedia, tendremos que rascarnos el bolsillo para hacer honor a las mayores plusvalías del mercado, con que cuentan estas empresas, soportaremos el ruido y la contaminación, veremos amenazada nuestra seguridad y sufriremos la humillación de vivir en una ciudad donde, en lugar de a una cultura de paz y hermanamiento con el resto de habitantes del planeta, se contribuye a una cultura de saqueo y destrucción.

Por si fuera poco, el presidente de nuestra comunidad cuenta también con la distinción de ser uno de los abanderados de la guerra química y biológica que representa la mal llamada revolución verde del sector agrario, sobre todo por lo que se refiere a los transgénicos y su asociación con poderosos pesticidas de síntesis (glifosato, endosulfan, una larga lista de organofosforados,.etc.). En contra de la voluntad de los consumidores europeos y de la mayor parte de los gobiernos de la U.E., el señor Barreda está autorizando el cultivo masivo de transgénicos y el uso de pesticidas asociados, que están contaminando nuestros suelos y cultivos (convencionales, ecológicos). Con ser muy grave todo esto, lo peor está por llegar. En el hipotético caso de que Monsanto y otras pocas multinacionales de los transgénicos se hicieran con el control de la producción y comercialización de semillas, tendrían en sus manos el control de un sector estratégico tan importante como es la producción de alimentos (sobre todo de cereales, leguminosas, tubérculos, base de la alimentación humana). Ello representaría la ruina para la mayor parte de las explotaciones agrarias y la condición de simples asalariados de facto para el resto. Estas multinacionales, al tener derechos de patente sobre sus semillas (que prohíbe la reutilización de parte de la cosecha para siembra), elevarían su precio hasta un punto tal que sólo las grandes explotaciones serían rentables, no más allá de un salario medio. Ya no sería la posesión de la tierra y el concurso de la naturaleza los recursos esenciales para la producción de alimentos. Sin necesidad de comprar o alquilar fincas ni de contar con el favor de la naturaleza (ausencia de inclemencias meteorológicas, plagas etc..), estas multinacionales acapararían todas las plusvalías de la producción a excepción de una renta mínima que dejarían a los productores para evitar el abandono de sus explotaciones. En India ya son cientos los agricultores que se han suicidado por el abuso y engaño de estas multinacionales. Y no hemos dicho nada sobre los riesgos para salud de los transgénicos y productos químicos asociados, lo que también es parte del negocio de Monsanto, una de las mayores empresas farmaceúticas del planeta..