Para Javier Bernad, el alma más machadiana que he tenido el honor de conocer Gracias, muchas gracias por la invitación queridos amigos, queridas amigas. Es para mi un honor compartir mesa con Rosa Regàs, Lidia Falcón, María Rosa de Madariaga y Antonio Gallifa de los que tanto he aprendido durante años y años. Déjenme recordar […]
Para Javier Bernad, el alma más machadiana que he tenido el honor de conocer
Gracias, muchas gracias por la invitación queridos amigos, queridas amigas.
Es para mi un honor compartir mesa con Rosa Regàs, Lidia Falcón, María Rosa de Madariaga y Antonio Gallifa de los que tanto he aprendido durante años y años. Déjenme recordar también, antes de entrar propiamente en mi tema, los nombres de algunos compañeros y amigos que cultivaron con tenacidad y ejemplaridad la tradición republicana y que nos han dejado estos últimos años. Con disculpas por los probables olvidos, citaré los nombres de Pilar Fibla, Maria Rosa Borràs, Neus Porta, Antoni Beltrán (autor de un libro esencial: «Talento y poder»), Pere de la Fuente, Ramón Fernández Durán, Josep M. Domingo, Montserrat Roig, Carlos París y Francisco Fernández Buey. Algunos de ellos, como recuerdan, fueron amigos y discípulos de otros dos grandes republicanos: Giulia Adinolfi y Manuel Sacristán. Este último, el autor de «Panfletos y Materiales», en la contraportada de uno de los primeros números de aquella gran revista republicana llamada Materiales , proponía una nueva-vieja bandera republicana: la clásica, nuestra bandera, con la primera franja, la roja, un poco más destacada, con un rectángulo de mayor altura y superficie.
Entro en la temática de los valores tercio-republicanos.
Debo decirles en primer lugar, a riesgo de silenciarme, que no puedo señalar de ningún modo cuáles serán propiamente los valores de la III República de todos los pueblos de Sefarad. No sólo por mis enormes limitaciones predictivas -definitivamente: la predicción no es lo mío- sino porque la nueva República, mucho más cercana que lejana, abonará y estimulará con todas sus fuerzas el valor de la participación política activa de la ciudadanía, de toda ella. Ser ciudadano, ser ciudadana en esa República, no será equivalente a ser sujeto pasivo, a recibir noticias casi incomprensibles mientras permanecemos sentados en el sofá, a esperar directrices u órdenes de alguna instancia «superior», a estar en el ámbito estudiado de acción de diversas estrategias de manipulación permanente. No, en absoluto. Los valores, como tantas otras cosas, serán construidos, discutidos, acordados, practicados, corregidos y vividos entre todos y todas. No serán dictados desde el exterior, desde unos (supuestamente) sesudos y alejados grupos de élite. Serán generados con tenacidad por todos y todas.
Por supuesto: no pensando, no sintiendo, no dialogando desde la nada. Nuestra tradición es multisecular, rica, nada provinciana y variada. Àngel Duarte, un imprescindible historiador internacionalista, nos lo viene recordando de manera ininterrumpida. Pero, sin menosprecio alguno de todo lo anterior, de todo lo ya dicho y actuado, pensaremos y elaboraremos con nuestra propia cabeza como quería otro gran republicano, un médico argentino asesinado en Bolivia.
Lo que me gustaría apuntar a continuación son, pues, sugerencias, conjeturas, ideas, o ideíllas más bien, que, además, por el tiempo que me ha sido otorgado y para evitarles un aburrimiento nada republicano, no se las presentaré detalladas. Como si telégrafo fuera mi guía, como si se tratara de escribir mensajes de Twitter. Discúlpenme por ello.
Un nudo central de nuestra III República debería ser considerarnos a todos y a todas con perspectiva humanista. Nuestra República de trabajadoras y trabajadores de «todas la clases» no abonará el uso de términos economicistas y reduccionistas -antihumanistas y anticívicos en última instancia- como «mano de obra», «recursos humanos», «productor especializado», incluso como «profesional al servicio de cualquier causa». La sal cívica de la tierra de la III República no será un enorme dominio corporativo desalmado que reduce o intenta reducir al ser humano, al ciudadano o ciudadana, a insaciable e irresponsable cliente consumista o, cuando es el caso, no lo es en nuestro país para más de 5 millones y medio de ciudadanos-trabajadores, a una máquina eficaz de producción y servicios.
La III República irá en serio, sin perder desde luego el sentido cultivado del humor. Escribiremos en la pizarra «Borrador» y borraremos «dor» (lo siento, ¡es muy malo!). Diremos «Dilección» y repetiremos «lección» (es peor, lo sé,…) ¡Mi incontrolada y demediada pulsión carrolliana!
En serio ahora. Ir en serio para la III República será combatir desde su primer día, la violencia sistemática de género, combatir la muerte, el horror, el dolor, la desolación, el sufrimiento que significan las más de 2 o 3 mil muertes por violencia masculina de género (ignoro el número aunque fuera aproximado), además de todo tipo de violaciones y agresiones, que se han producido en nuestro país en las últimas cuatro o cinco décadas. El insulto a Ada Colau por un «periodista» es un ejemplo reciente. Ni que decir tiene que nuestra III República defenderá el derecho a la vida de todas y todos pero sin confundirlo falaz, infame, interesadamente, con el ataque a derechos esenciales de las mujeres. Así, por ejemplo, su derecho a decidir en qué momento y en qué circunstancias quieren alumbrar nuevas vidas.
Nuestra III República tendrá en el pórtico una escultura dedicada a Aristóteles y al justo medio, y otra a Benjamin y a sus tesis sobre la filosofía de la historia. La cultura del mesotés, de la medida, nos recordará que somos, si no andamos prudentes, la especie de la hybris, la especie exagerada. Los frenos de emergencia del gran filósofo marxista alemán fallecido en nuestro país nos recordarán que nunca como ahora ha sido más inadecuada y peligrosa nuestra relación como especie con la naturaleza. El valor del «buen vivir», un valor del que nuestros hermanos latinoamericanos tanto pueden enseñarnos, regirá en esta república no desarrollista: ¡No podemos seguir esquilmando, maltratando, contaminando, generando gases de efecto invernadero, destruyendo y destruyéndonos! Las apuestas fáusticas sólo pueden conducirnos al ecosuicidio. Y no, desde luego, no en nuestro nombre.
La III República tendrá a la equidad como uno de sus valores centrales. No sólo evitará que nuestro país esté ubicado en los niveles abyectos de desigualdad en que estamos inmersos -¡aquí somos, como sabemos, campeones europeos!-, desigualdades crecientes que tienen implicaciones en temas tan básicos como nuestra esperanza de vida (aquí, en esta misma ciudad, de promedio, los ricos de Pedralbes viven unos 8 años más que los ciudadanos empobrecidos del Raval), sino que además no permitirá, no puede permitir, que el sueldo anual de un ejecutivo tipo Pablo Isla, Francisco González, Isidre Fainé o Juan Luis Cebrián, por no hablar de capitalistas insaciables como Amancio Ortega o Víctor Grifols, el sueldo anual les decía de esos ejecutivos sea equivalente a lo que ganaría un trabajador medio de Sefarad si trabajara cincuenta años sin interrupción y se reencarnase, con esas mismas condiciones, en 7 u 8 ocasiones. La desigualdad social no sólo es un timo inmenso, un neto ejemplo de explotación económica, sino una enorme e inadmisible desvergüenza.
La III República de Sefarad abonará la hermandad de todos los pueblos. No abonará ninguna opresión, ninguna marginación territorial ni, desde luego, ningún uniformismo cultural ni lingüístico. Nos hará sentir libres a todos. No romperá ningún demos. En la pell de brau fraternal de la III cabemos todas y todos, de aquí y de allí. Somos, seremos, la República de Castelao, de Celaya, de Aresti, de Rosa Chacel, de Espriu, de Vicent Andrés Estellés, de María Teresa León, de Bartolomé Rosselló-Porcel, de Gil de Biedma, de Cernuda, de Labordeta, del poeta asesinado, seremos la República de Federico. La III República, nuestra Grândola terra da fraternidade, será la Sefarad del Raimon de «Et recordo Amanda» y del Antonio Machado de «Estos días azules y este sol de la infancia.» Nadie, ningún pueblo, podrá sentirse extraño, oprimido, alejado, maltratado en esa República de iguales que admitirá la diversidad como nudo central. No permitiremos que nos conduzcan a cumbres abismales de mentiras, historias falaces y manipuladas y separaciones interesadas.
La III República no abonará aventuras desarrollistas atómicas. No habrá Palomares en nuestro suelo, no permitiremos Fukushimas. La eficacia a toda costa, la competitividad desalmada no serán sus valores. Sí, por el contrario, la cooperación, la competencia humanizada, el trabajo bien hecho, la ayuda a los más desfavorecidos, a los y a las que demandan más atención y cuidados. A la entrada abierta de nuestra III República, como si se tratara de una Academia no platónica que admirase la profundidad filosófica de Platón, figurará un aforismo de uno de nuestros grandes referentes, el físico y filósofo Albert Einstein: «La economía deben estar al servicio de todas las personas, especialmente de las más desfavorecidas, no éstas al servicio de aquella». ¡No queremos una economía que devore personas, pueblos y sueños!
Para que no olvidemos lo esencial, los domingos por la mañana, para quien pueda y desee verlo, pasaremos en plaza pública los «Tiempos modernos» de Chaplin y «Metrópolis» de Firtz Lang. Algunos festivos, nos acompañará «El sol del membrillo» de Víctor Erice. Lidia, Antonio, Rosa Regàs y María Rosa, si pueden, seguro que quieren, nos leerán fragmentos de su obra y de «Los girasoles ciegos», aquel libro inolvidable de aquel republicano tan querido llamado Alberto Méndez, aquel luchador insobornable que tan pronto nos dejó.
La III República asegurará una vivienda digna, esta vez en serio, la sanidad de todos, la educación pública que forma críticamente, y agradecerá el inmenso trabajo social desempeñado por movimientos como las PAH, el 22M o las Mareas que han embellecido y honrado un país que no quiere claudicar.
La III República entenderá la democracia de otro modo. Como Aristóteles, como los grandes clásicos, como poder ilustrado y también controlado del pueblo más desfavorecido, no como máscara insustantiva de los grandes poderes de siempre. La República democrática no tendrá nada que con las 400 familias que según don Félix Millet, gran conocedor del tema, hacen y deshacen a su antojo,y en su propio y exclusivo beneficio, en el país de Salvat-Papasseit, Teresa Pàmies, Alejo Castellano y Manuel Fernández Márquez.
La libertad en la III República no será la capacidad para escoger, quien pueda hacerlo, entre marcas de camisetas, pantalones o quesos o entre contratos diseñados con corporaciones desalmadas, sino que será una libertad que exige condiciones mínimas, rentas mínimas, básicas, que permitan la ciudadanía real y que posibilitan el desarrollo personal, no clónico, autodeterminado de cada una y cada uno de nosotros. Nuestra libertad será una libertad social, la única verdadera, que en absoluto anula la más personal.
La III República vindicará la soberanía real, la que permite tomar decisiones propias en asuntos esenciales. No es posible valorar la independencia y formar parte a un tiempo de una Europa de mercaderes, dirigida por un grupo de políticos belicistas (Ucrania nos debe enseñar) al servicio de 50 grandes multinacionales, dirigida además financieramente por un Banco, el Central europeo, que tiene a gala su independencia, es decir, su carácter privado, no público, su independencia de poderes o instituciones democráticas, emanadas de la voluntad del pueblo ciudadano y por él controladas, y su real dependencia de poderes de grandes poderes como el Deutsche Bank y sus afines. No es posible la democracia ni la libertad ni la soberanía, ni siquiera un demos real, si se acuerda en tres noches y apenas cuatro días, y se aprueba constitucionalmente con nocturnidad, vergüenza y alevosía, que el pago de los intereses de la deuda a poderes financieros desalmados sea nuestro «Number One», prioritario al gasto social en educación (que habrá que aejar de manos privadas eclesiásticas y corporaciones interesadas), en sanidad, en cuidados, en pensiones y en otros numerosos asuntos básicos, fundamentales
La III República, nuestra tercera República, cuidará y abonará la nobleza y la dignidad en sus relaciones con otros pueblos y repúblicas y entre nosotros mismos. ¿Cómo definir esos términos siempre, inevitablemente imprecisos como nos enseñó otro gran autor republicano, rumano éste, Nicholas Georgescu-Roegen? Dejen que me aproxime a ellos para acabar con una historia y con un poema
En 1961, en ciudad extraña para él, como él mismo escribiera, un gran escritor republicano hizo una lectura pública de sus poemas. Al acabar, se le acercó un afable ciudadano norteamericano. Acaso fuera John George Hovan, recientemente fallecido a los 90 y tantos años. Le habló de Sefarad, probablemente de Madrid, de Teruel, de Mora de l’Ebre. Con precisión, con detalle. Nuestro poeta exiliado, que nunca pudo volver a su Sevilla natal, se emocionó y extrañó a un tiempo. Cómo conocía con tanto detalle nuestro país, se atrevió a preguntarle. Había sido un brigadista, había luchado contra el fascismo durante casi dos años en nuestra tierra, le respondió. Había sido miembro, seguía siendo miembro de la Brigada Lincoln. Recordaba con emoción al cabo de los años las palabras de despedida de La Pasionaria.
Nuestro poeta exiliado escribió un poema en su honor, ¡cómo no iba a hacerlo!, recordando el encuentro. «Recuérdalo tú y recuérdalo a otros», así dice el primer de verso de «1936», uno de los grandes poemas de «Desolación de la quimera», un gran poema republicano, uno de los grandes poemas de la literatura rica y diversa de Sefarad y de la literatura universal. Su autor, Luis Cernuda, murió poco tiempo después, en México, recién cumplidos los 60 años, sin poder volver a su Sevilla, en mano en aquellos momentos de los descreadores de la vida, la justicia, la equidad, la hermandad y de la II República tan heroicamente defendida por el Madrid resistente.
Les leo los versos finales del poema:
Veinticinco años hace, este hombre,
Sin conocer tu tierra, para él lejana
Y extraña toda, escogió ir a ella
Y en ella, si la ocasión llegaba, decidió a apostar su vida,
Juzgando que la causa allá puesta al tablero
Entonces, digna era
De luchar por la fe que su vida llenaba.
Que aquella causa aparezca perdida,
Nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
Sólo atendieran a ellos mismos,
Importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años, la derrota,
Cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
Gracias, Compañero, gracias
Por el ejemplo. Gracias porque me dices
Que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
Como testigo irrefutable
De toda la nobleza humana.
Gracias Rosa Regàs, gracias Lidia Falcón, gracias Antonio, gracias María Rosa, gracias a todas vosotras, a todos vosotros compañeros, compañeras, por vuestro ser, por vuestro estar, un inconmensurable ejemplo de dignidad y resistencia, testimonios irrefutables sois de toda la nobleza humana.
¡Visca la III República! ¡Celebremos todos este fin de semana, en ciudades y pueblos el 14 de abril! ¡Que la tricolor ondee en nuestros balcones, en nuestras manifestaciones y en nuestras almas!
Salvador López Arnal es sobrino del jovencísimo campesino oscense de 18 años, caído en la Batalla del Ebro en defensa la II República española, Salvador López Campo.
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