Cuando las multinacionales lanzaron las semillas transgénicas parecía que su avance sería imparable. Sin embargo, una gran reacción social alertada por sus riesgos y peligros potenciales puso a esta tecnología en cuestión. La nueva amenaza no era ninguna broma, se estaban, y se están, liberando nuevos seres vivos a la naturaleza, saltando las barreras naturales […]
Cuando las multinacionales lanzaron las semillas transgénicas parecía que su avance sería imparable. Sin embargo, una gran reacción social alertada por sus riesgos y peligros potenciales puso a esta tecnología en cuestión. La nueva amenaza no era ninguna broma, se estaban, y se están, liberando nuevos seres vivos a la naturaleza, saltando las barreras naturales entre especies.
Desde el movimiento ecologista se ha demostrado a lo largo de estos años el incremento brutal en el uso de agrotóxicos que ha supuesto la introducción de los transgénicos y sus impactos sobre la biodiversidad. O lo extremadamente peligroso que es introducir en el medio ambiente nuevos seres vivos que no hay forma de controlar.
Mientras, desde el ámbito agrario se ha denunciado de forma sistemática la dependencia que plantea el modelo de agricultura transgénica, basado en patentes sobre la vida, que criminaliza la práctica de guardar e intercambiar semillas y cierra el círculo de explotación del productor por parte de las multinacionales. O la imposibilidad de proteger la agricultura convencional y ecológica frente a la contaminación genética. Multitud de problemas a añadir al ya de por si duro contexto de globalización neoliberal, que excluye y castiga a los campesinos y campesinas de todo el mundo.
Han levantado la voz también las organizaciones de consumidores, alertados por los riesgos para la salud de estos nuevos alimentos. Por su presencia generalizada en nuestra dieta sin que en muchas ocasiones estén etiquetados y tengamos la oportunidad de elegir. Y en general por esta deriva hacia un modelo de alimentación que no entiende de salud pública o de derecho a la libre elección de las personas consumidoras, sino de los requerimientos del mercado global.
También los movimientos de solidaridad con el Sur, las ONGD, se han movilizado al comprobar que una tecnología que se anunció como la solución contra el hambre en el mundo no trae más que nuevas desigualdades, injusticia y pobreza. En sintonía, eso sí, con la nueva «revolución verde» que promueven las grandes instituciones financieras internacionales, a golpe de semillas patentadas, y más químicos.
Una de las grandes victorias de la lucha contra los transgénicos es haber generado un movimiento de resistencia global, que ha sido capaz de frenar una expansión que se daba prácticamente por segura. Los transgénicos se han extendido, sí, pero en unas proporciones muy reducidas, y siguen aún confinados a unos pocos cultivos, en unos pocos países.
Pero sin duda alguna, otro de los aportes de esta lucha es la confluencia de distintos movimientos sociales que ha generado una amplia alianza a nivel global y local. Una alianza que se ha ido fraguando a través de los años mediante acciones de protesta y reivindicaciones comunes, y que en el Estado tuvo su máximo exponente en la manifestación celebrada en abril del 2009, con más de ocho mil personas de todo el territorio exigiendo en Zaragoza una agricultura y una alimentación libre de transgénicos. Colectivos hasta hace un tiempo casi antagónicos, como agricultores y ecologistas, junto a consumidores y otros colectivos, en una movilización conjunta.
Y sin embargo, esta alianza va mucho más allá de la lucha contra los transgénicos. Tenemos claro a lo que nos oponemos, quienes son los enemigos. Pero también nuestras reivindicaciones comunes: una agricultura social y respetuosa con el medio ambiente, una alimentación sana y de calidad, un mundo rural vivo o una sociedad más justa y solidaria. En resumen, estas alianzas confluyen en la defensa de un modelo basado en la Soberanía Alimentaria.
David Sánchez Carpio de Amigos de la Tierra