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Madrid: locos por el tenis

Fuentes: Rebelión

La conversión, en poco más de una semana, de la plaza de toros de Las Ventas en la segunda mayor pista de tenis del mundo con objeto de acoger unos partidos de la Copa Davis ha sido una obra moderadamente faraónica, muy en la línea de las recientes actuaciones urbanístico-espectaculares madrileñas. En esta ocasión ha […]

La conversión, en poco más de una semana, de la plaza de toros de Las Ventas en la segunda mayor pista de tenis del mundo con objeto de acoger unos partidos de la Copa Davis ha sido una obra moderadamente faraónica, muy en la línea de las recientes actuaciones urbanístico-espectaculares madrileñas. En esta ocasión ha sido la Comunidad -hasta ahora más volcada en el golf, las radiales de peaje y los servicios privatizados- la que ha sucumbido a la fiebre del tenis. El mismo mal que aqueja desde hace tiempo al Ayuntamiento y que lo lleva a acometer un desembolso tras otro, a pesar de que las obras de la M-30 lo han colocado al borde de la quiebra. Y no se trata de una metáfora: también las ciudades pueden entrar en bancarrota, el caso de Nueva York en 1975 es paradigmático.

Si Madrid no tuviera ninguna instalación adecuada para jugar un gran partido de tenis, tal vez el despilfarro que supone montar una de quita y pon podría justificarse. Pero el caso es que sí la tiene. En 2002 el ayuntamiento de Madrid pagó 9,8 millones de euros para acoger durante cinco años el torneo de tenis Masters Series. Se trataba de un intento de dotar a la ciudad de proyección internacional en el mundo del deporte de elite con vistas a la fallida candidatura olímpica de 2012. Por supuesto, un torneo de estas características requería un espacio apropiado, así que, de nuevo a gran velocidad, se gastó otra fortuna en remodelar el antiguo rockódromo de la Casa de Campo, hoy flamante pabellón Telefónica Madrid Arena. Como no daba tiempo a tenerlo listo para la primera edición, que debía celebrarse en octubre de 2002, se puso en marcha una carísima remodelación en dos fases, de modo que para el primer torneo se construyó la pista y la cubierta, y se montó un graderío y una fachada provisionales, que fueron sustituidas por las definitivas a tiempo para la edición de 2003.

Resulta imposible seguir las cuentas del rosario de gastos que han ido dejando tras de sí las sucesivas apuestas madrileñas por el tenis. En 2005 se renovó el acuerdo para seguir celebrando el torneo en la ciudad, con el consiguiente desembolso de dinero público (y el consiguiente ingreso en el bolsillo del ex tenista, banquero y millionario Ion Tiriac, propietario de los derechos del Masters Series). Sólo para la edición de 2008, el Ayuntamiento tenía previsto destinar 5,5 millones de euros, según informaba hace unos meses la prensa deportiva.

Pero eso no es todo: ya en 2004 se habían iniciado, con vistas a los presuntos Juegos Olímpicos de 2012, las obras de la Caja Mágica, el espectacular edificio de Dominique Perrault que, se decía entonces, habría de estar listo para 2006, con un coste de 120 millones de euros (en este caso parece que la CAM, el Estado y el Ayuntamiento iban a escote). La fecha prevista de inauguración ha ido variando a medida que pasaba el tiempo, como también el presupuesto: en verano de 2007 se aseguraba a los medios que no superaría los 160 millones -una cantidad que todavía merece la pena expresar en pesetas: 26.621.760.000-. Tras varios intentos en falso, parece que por fin en mayo del año que viene el Masters Series, reconvertido en un torneo más prestigioso -algo llamado «mini Grand Slam» (sic)- y probablemente más caro, se trasladará a la Caja Mágica, aunque no se espera que las obras hayan finalizado por completo. Lo más extraño es que ahí no acaba la cosa: tras la edición del torneo de este año, que se celebrará en el mes de octubre, la entidad gestora del pabellón Madrid Arena ha anunciado que pretende reformar y modernizar las instalaciones. ¿Quizá han quedado obsoletas en cinco años?

Pero al margen de la cadena de despropósitos, la cuestión fundamental es la de la radical divergencia entre las expectativas de beneficios generales que se anuncian a raíz de eventos de este tipo y la realidad de las cifras post-evento. Tanto se difunden los millonarios números de visitantes previstos, el crecimiento económico por encima de la media nacional, la mayor recaudación pública, los amplios réditos de imagen para la ciudad, la creación de empleo (hasta aumentos de la productividad del trabajo se han llegado a anunciar con ocasión de la celebración de unos JJ OO), y tanto se maquillan los informes finales, que resulta difícil romper el consenso que reina en torno a la celebración de grandes eventos. Sin duda, el escenario de recortes del bienestar social que parece venírsenos encima, hará aún más duro asumir los nuevos despilfarros a los que dará lugar la candidatura de Madrid a los JJ OO de 2016. Los resultados recientes de otros grandes eventos como la Expo de Zaragoza, que no ha alcanzado ni de lejos el número de visitantes previsto (Juan Alberto Belloch, alcalde de Zaragoza, aseguraba recientemente que no le preocupaba la cifra de visitantes: «Lo importante es que el público lo pase bien»), el Forum de las Culturas o incluso las cifras reales que se ocultan tras el supuesto superéxito de Barcelona 92, no auguran nada bueno.