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Maldita hemeroteca

Fuentes: Rebelión

Es la expresión de periodistas que acotan la promesa, el reproche o la acusación de un partido (a través de su portavoz), de un gobernante o de un político en la oposición, para contrastarlas con lo dicho o hecho por ese mismo partido, gobernante o político en otro momento. Por ejemplo, la reunión hace unos […]

Es la expresión de periodistas que acotan la promesa, el reproche o la acusación de un partido (a través de su portavoz), de un gobernante o de un político en la oposición, para contrastarlas con lo dicho o hecho por ese mismo partido, gobernante o político en otro momento. Por ejemplo, la reunión hace unos días de un ministro del gobierno actual en su propio despacho con un ex ministro del mismo partido, imputado por varios delitos públicos graves, se presta a ser plenamente contrastada con la coincidencia en una cacería de aquel juez que instruía causas de la memoria histórica y el ministro de justicia del partido que entonces gobernaba, ahora en la oposición. En la oposición el partido que ahora gobierna, exigió la dimisión del ministro, el ministro dimitió y el juez fue inhabilitado por largos años…

El ministro actual y su partido han intentado justificar la reunión entre él y un presunto culpable de graves delitos económicos, sin fortuna, pues mientras aquella otra «pareció» una simple coincidencia y ninguno de los dos era presunto culpable de nada, esta reunión ha constituído una flagrante «acogida» o «asistencia» en toda regla de un ministro a un imputado. Este caso, aparte la responsabilidad política y penal en que hubiera podido incurrir el ministro, tanto por su gravedad como por su oportunidad merece estar en el primer puesto del ranking de las incoherencias, de las irregularidades e imprudencias de políticos y gobernantes en la más rabiosa actualidad, de las que da buena cuenta la «maldita hemeroteca».

A cualquiera que no sea gobernante o político, ante situaciones como las que resalta y denuncia la «maldita hemeroteca», se le caería la cara de vergüenza o balbucearía para tratar, vanamente, de justificar la incongruencia, agravando con ello aún más su falta de probidad. Cualquier ciudadano honesto querría desaparecer al ser «descubierto» en semejante trance. Lejos de ello, el político se enredará con explicaciones que sólo convencerán a los bobos. La infantil pero soberbia funesta manía de hacer promesas de difícil o imposible cumplimiento, o de hacer acusaciones que no calcula puedan volverse contra sí mismo como le ocurre a menudo al fanfarrón, es la característica hasta ahora más relevante del político español.

Porque el político en nuestro país no es un político «normal». En funciones es capaz de todo y tiene epidermis de elefante. Siendo así que la prudencia es la virtud principal de un gobernante, el español es imprudente por definición. Y al ponerle frente a sí mismo cuando está en la oposición y luego cuando está en el gobierno o al revés, es como emulsionar el celuloide en un laboratorio fotográfico donde el revelado pone al descubierto en el político la imprudencia habitual que hay en sus promesas y acusaciones públicas contra el adversario, cuando no su proverbial cinismo.

Esta visto que, en España, decir un político o un gobernante una cosa y más adelante decir o hacer la contraria, o agravar con la suya la conducta institucional que echó un día en cara a quien tuvo enfrente es un deporte, y la imprudencia, el cinismo y la mentira son su principal mérito. Y en demasiados los casos, el único.

Jaime Richart, Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.