Lejos de ser la bala de plata contra el cambio climático, la eficiencia es la fuerza impulsora de patrones de consumo cada vez más glotones y de todas las consecuencias de salud y ambientales acarreadas.
Mientras los casquetes polares están pariendo icebergs (témpanos de hielo) del tamaño de pequeños países, los glaciares se están derritiendo y el agua le está llegando hasta los tobillos a los isleños del Pacífico, la respuesta dada por los expertos al cambio climático es virtualmente un coro: apliquen la eficiencia. Desde la planta en la fábrica hasta la cocina en su hogar, hacer las cosas más rápido y usar menos recursos haciendo menos trabajo se han convertido en las metas universalmente aceptadas y en las soluciones elegidas para evitar un mayor cambio climático. Los carros con motores híbridos no usarán tanto petróleo, los hambrientos aparatos eléctricos serán rediseñados para que sean felices con raciones pequeñas de electricidad, el mejor aislamiento térmico significará ahorros sustanciales, y todo esto combinado significará un menor uso de energía. En pocas palabras, una mayor aplicación de la eficiencia nos salvará sin el doloroso sacrificio y sin el ajuste del estilo de vida que tendría que ser hecho.
Y si tú crees eso, problamente pensarás que usar computadoras reducirá el consumo de papel. De hecho, ha sucedido exactamente lo contrario. La facilidad para escribir e imprimir que la computación moderna ha puesto en las manos de todo el mundo ha significado un mayor uso de papel que nunca antes. La eficiencia tiene el hábito de producir consecuencias inesperadas e inintencionadas.
La idea de obtener lo máximo de lo mínimo (esta misma es un resultado de la filosofía del utilitarianismo de Jeremy Bentham del siglo 18) fue un preludio a la revolución industrial. A principios de la década 1900-1910, Frederick W. Taylor llevó la idea más allá. Fundador de la administración científica de las fábricas, Taylor dividió las tareas en acciones específicas y usó análisis de tiempo fraccionado para obtener lo mejor de los trabajadores. El soñó con llevar la eficiencia afuera de la fábrica y aplicarla a cada aspecto de la vida para incrementar la producción a través de toda la sociedad. «Nuestros mayores desperdicios de esfuerzo humano», dijo él, «que ocurren cada día gracias a tales de nuestros actos como son equivocarse, mal encaminarse, o ser ineficiente… son menos visibles, menos tangibles… pero vagamente apreciados». Eramos flojos y podríamos hacerlo mejor.
En gran medida Taylor tuvo éxito. La eficiencia se mudó de la fábrica al hogar. Se ha convertido en el mantra de la época, produciendo la presionada vida moderna, en la cual escurrir cada gota del tiempo del día parace razonable. Cuestionar la eficiencia empieza a sonar como herejía.
Sin embargo, la eficiencia no es solamente el secretito sucio detrás del aumento del uso de energía (las gráficas revelan que aún cuando las cosas que usamos son hechas para ahorrar más energía, el uso de la energía aumenta); la eficiencia es en gran parte la razón por la cual el mundo está experimentando una seria escasés de energía. Hacer más con menos no se ha traducido en usar menos, si no en hacer más y usar más.
La eficiencia se ha instalado en una época dorada de consumo. Reducidos costos de producción han significado que el potencial para acumular bienes de consumo se ha incrementado para todos: más ropas, más bienes del hogar, más artefactos y tonterías, casas más grandes con más baños.
Al hacerse más eficientes los dispositivos y artefactos del hogar demandando menos energía, simplemente hemos aumentado el número de artefactos (o la complejidad de los artefactos), hasta hemos inventado nuevas categorías completas de ellos. ¿Realmente necesitamos dianas electrónicas en la pared para lanzar dardos o porta-corbatas giratorios eléctricos en el armario? ¿los teléfonos celulares son realmente eficientes? ¿o simplemente significan que más gente está hablando con más gente más a menudo que nunca antes, diciéndose muy poco al mismo tiempo?. Ciertamente, los celulares no han reducido la comunicación telefónica. Y su complejidad requiere muchísimo más uso inicial de energía que los teléfonos convencionales.
Las casas con mejores aislamientos no han llevado a la gente a usar menos combustible de calefacción, si no que han alentado el establecimiento de mejores niveles de comodidad. Ahora pueden estar más calientes que lo que jamás hubieran esperado estar, y en vez de usar menos combustible para calefacción están usando la misma cantidad o más. Al mejorar la eficacia del uso de combustible en los carros, cada persona simplemente maneja más y, particularmente en los EE.UU., viven cada vez más lejos afuera de las áreas urbanas donde trabajan.
Pero la eficiencia no está limitada al uso de la energía. Al emplear las flotas pesqueras nuevas tecnologías para encontrar y capturar peces más eficientemente, más gente alrededor del mundo está comiendo más pescado y la provisión de peces se está acabando más rapidamente. Al pasar la tala de madera de sierras de mano a moto-sierras y ahora con taladoras-amontonadoras (grandes monstruos mecánicos que pueden cortar, desrramar y amontonar troncos a ritmos asombrosos), los bosques están siendo desvastados a un paso que hace la sustentabilidad imposible. Al hacerse la norma de una agricultura más eficiente y desarrollarse medios de transporte más eficaces, estamos gastando menos para comer más y nuestras dietas se han expandido desde selecciones limitadas por los climas locales hasta las posibilidades globales. Las estaciones se han desvanecido al posibilitar al consumidor ordinario para que pueda considerar el comer frambuesas o esparragos en cualquier día del año y las aplicaciones mundiales de la eficiencia en la producción y distribución han hecho que el consumirlos sea una posibilidad que hubiera parecido salvajemente lujosa hace una generación o dos.
Pero la eficiencia ha producido algunos verdaderos desastres. Fue en persecución de la eficiencia que el negocio-agrícola (agri-bussiness) llegó a pensar que la idea de reciclar animales muertos para alimentar ganado era buena para la producción de carne y leche. Y sabemos a donde llevó eso. El transporte eficiente en forma de viajes aéreos ha significado que las enfermedades que empiezan en una parte del globo pueden ahora desperdigarse por medio mundo en cuestión de horas. Los camiones y el comercio facilitaron eficientemente la epidemia original del virus del SIDA.
Con una producción eficiente de comida, el procesamiento masivo y la distribución amplia y rápida, el tipo de error que una vez pudo haber producido una emergencia local de envenenamiento en los alimentos puede ahora tener consecuencias nacionales o globales. En 1994 la pobre limpieza de los camiones-tanques que transportaban huevos líquidos resultó en la contaminación de una mezcla para hacer helados que, debido a la producción masiva y el eficiente sistema de distribución nacional de la compañía involucrada, esparció salmonella por todos los EE.UU., resultando en un estimado de 223.000 casos de infección. E.Coli O157:h7, algunas veces llamada «la bacteria de la hamburguesa», era desconocida en 1976; gracias al comercio global de carne, se ha esparcido virtualmente alrededor del mundo para 1996. Los expertos en enfermedades emergentes están observando con precaución la nueva gripe de aves en Asia, sabiendo que una vez que empiece a propagarse de persona a persona las redes globales de transporte podrían rápida, y muy eficientemente, crear una pandemia.
Cuando empiezas a buscar ejemplos del lado feo de la eficiencia se encuentran en todos lados, pero pocas personas le echan la culpa de tanto «stress» y frustaciones comunes de la vida moderna a este principio. Gastar 5 minutos elevadores de la presión arterial en el teléfono oyendo una grabación y apretando botones para la selección del buzón de mensajes que realmente no funcionan es ser víctima de la aplicación de la eficiencia de alguna otra persona. Guste o no, tú eres el nuevo recepcionista de la compañía, haciendo el trabajo que alguien hizo por ti antes. Usualmente, estas transferencias de labor están acompañadas por aquella frase Orwelliana «para su mejor conveniencia». No les crean.
Las compañías te han transferido eficientemente su trabajo a tí cuando te sirves tú mismo, limpias tu mismo la mesa, le echas tu mismo gasolina al carro en la bomba, metes tus propios alimentos en bolsas en el supermercado, pagas tus cuentas y manejas tu dinero en el banco desde tu propia computadora. Pronto, se nos ha dicho, nosotros los sobre-explotados consumidores estaremos conformando nosotros mismos nuestros cheques en el cajero electrónico. Todo esto está creando más productividad y por lo tanto más ganancias para la compañía, pero también más trabajo para el consumidor individual, quien justificadamente se siente agobiado. La frustración y la alienación siguen.
La eficiencia es el perro fiel que te sigue a casa después del trabajo, Las multi-tareas podrán ser buenas para la economía pero no son divertidas para el resto de la familia. Los alimentos rápidos son eficientes, pero el cocinar y comer juntos tiene un valor intrínsico en el establecimiento de la familia. La agenda al minuto es lo que hacen los negocios, no los humanos. Si el tiempo se ha hecho un tirano, hay que echarle la culpa al culto a la eficiencia. La mayoría de las cosas que la gente disfruta, lo esencial para vivir y amar, no son tan eficientes después de todo.
La eficiencia tiene su lugar, pero ya más nunca lo conoce. Y no va a resolver los problemas del sobre-consumo de energía por su propia cuenta. Una re-priorización de valores y una conservación genuina si podrían.
Nicols Fox escribió el libro: «Contra la Máquina: la Tradición Luddite en la Literatura, el Arte y las Vidas Individuales». Y ahora está escribiendo un nuevo libro con el título en borrador de: «El Caso Contra La Eficiencia».
Nicols Fox
Revista The Ecologist (abril 2005)