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Manifiesto por una revolución ecosocialista: una posible aplicación en Filipinas

Fuentes: Viento sur

[Aprobado por la Cuarta Internacional, el Manifiesto por una revolución ecosocialista: romper con el crecimiento capitalista se presentó en Manila en octubre de 2025 durante un debate que reunió a académicos, activistas de movimientos sociales y organizaciones políticas. La reunión fue coorganizada por el IIRE-Filipinas y el Partido Manggagawa. El texto que figura a continuación es la intervención de Daniel Tanuro, que coordinó la redacción del Manifiesto. En su día ya publicamos la Introducción al Manifiesto por una revolución ecosocialista: Trabajar menos, vivir mejor que presentó durante la misma reunión Maral Jefroudi –codirectora del IIRE Ámsterdam–. ESSF].

En su último congreso mundial, la Cuarta Internacional aprobó un documento titulado Manifiesto por una revolución ecosocialista: romper con el crecimiento capitalista. El objetivo de esta conferencia no es entrar en los detalles de este texto, sino presentar los problemas que plantea. A modo de conclusión, propondré algunas pistas para una posible aplicación en el contexto filipino.

Punto de partida: la enorme amenaza de la crisis ecológica

El punto de partida es lo que se denomina la crisis ecológica mundial. Creemos que esta crisis nos enfrenta a una situación de amenaza existencial sin precedentes, no solo en la historia del capitalismo, sino también en la historia de la humanidad.

Los científicos identifican nueve parámetros que condicionan la sostenibilidad humana en el planeta Tierra:

– El cambio climático (debido principalmente al aumento de la concentración atmosférica de CO2, como consecuencia principalmente de la quema de combustibles fósiles);

– La pérdida de biodiversidad (cuyo ritmo es actualmente más rápido que en la época de la desaparición de los dinosaurios, hace 60 millones de años);

– La contaminación del aire por partículas (causante de numerosas enfermedades respiratorias);

– El envenenamiento de los ecosistemas por nuevas sustancias químicas (nucleidos radiactivos, pesticidas, PFAS… y otras sustancias cancerígenas, algunas de las cuales se acumulan porque no son biodegradables de forma natural, o lo son muy lentamente);

– El cambio en el uso del suelo y su degradación (deforestación, erosión, pérdida de nutrientes, destrucción de humedales, etc.);

– La acidificación de los océanos (que provoca la desaparición de los arrecifes de coral, lugares de gran biodiversidad);

– Los recursos de agua dulce.

– La alteración de los ciclos del nitrógeno y el fósforo (el uso excesivo de nitratos y fosfatos en la agricultura provoca un fenómeno denominado eutrofización: la proliferación excesiva de algas empobrece el agua en oxígeno disuelto).

 – El estado de la capa de ozono estratosférico (que nos protege de los rayos UV).

Para cada uno de estos parámetros, los científicos han determinado un umbral de sostenibilidad. Este umbral no es un límite estricto, pero su superación significa que entramos en una zona peligrosa. Hace quince años, los investigadores estimaban que se habían superado tres umbrales: el CO2, la biodiversidad y el nitrógeno. Actualmente, estiman que se han superado siete umbrales. El único indicador que ha evolucionado positivamente es el estado de la capa de ozono (gracias a la aplicación de medidas adecuadas, no neoliberales, de regulación, por razones específicas que no se desarrollarán aquí). Aún no se ha determinado un umbral claro para la contaminación atmosférica por partículas.

Basta con repasar esta lista de parámetros para comprender que la llamada crisis ecológica es también una crisis social de gran envergadura con consecuencias potencialmente enormes. Estas consecuencias son bien conocidas, especialmente en vuestro país: tifones más violentos, lluvias torrenciales más frecuentes, sequías más intensas, olas de calor más numerosas, deslizamientos de tierra más frecuentes, inundaciones costeras y fluviales más frecuentes, aumento del nivel del mar, etc. Todos estos fenómenos se están agravando y seguirán agravándose si no cambia nada.

Dejando a un lado la capa de ozono, los demás aspectos ecológicos de la crisis están estrechamente relacionados, y el cambio climático ocupa un lugar central en el panorama. El calentamiento global acelera la pérdida de biodiversidad, la quema de combustibles fósiles es una de las principales causas de la contaminación atmosférica por partículas, la acidificación de los océanos es el resultado de la creciente concentración de CO2 en la atmósfera, la deforestación es la segunda fuente de emisiones de CO2, el exceso de nitratos se degrada liberando un potente gas de efecto invernadero (el óxido nitroso), los pesticidas y los PFAS son productos de la industria fósil (petroquímica)…

Los científicos llevan décadas alertando sobre una catástrofe inminente, pero los gobiernos han permanecido pasivos, o casi. Hoy en día, algunos jefes de Estado, como Trump y Milei, niegan abiertamente la realidad. Otros toman medidas ampliamente insuficientes, ineficaces e incluso contraproducentes; además, cuestionan sus propias medidas en nombre de la competitividad.

Debido a esta actitud, la catástrofe ya no es una simple posibilidad. Ya estamos en ella, y se está acelerando. Si nada cambia, si no se pone en marcha ningún plan de emergencia, se volverá incontrolable. El estado físico de la Tierra cambiará y ya no habrá vuelta atrás. La catástrofe se convertirá en un cataclismo, comparable al que provocó la extinción de los dinosaurios. Según algunas investigaciones recientes, una sucesión de retroalimentaciones positivas a partir de un calentamiento de 2°C podría ser suficiente para precipitar al planeta por esta vía irreversible.

Las poblaciones más pobres no son responsables de la catástrofe, pero son sus principales víctimas, especialmente en los países más pobres. En la actualidad, según el IPCC (AR6, grupo de trabajo 2, informe completo), tres cuartas partes de las superficies cultivadas en todo el mundo sufren pérdidas de rendimiento debido a la sequía meteorológica; entre 3000 y 3500 millones de personas se ven gravemente afectadas por el cambio climático; 4000 millones de personas sufren graves escaseces de agua durante al menos una parte del año. La mayoría de estas personas viven en los países más pobres. Su propia existencia está amenazada.

Una reconocida climatóloga, antigua copresidenta del grupo de trabajo 1 del IPCC, declaró recientemente en una entrevista que, al ritmo actual, nos encaminamos hacia un aumento de 4°C de la temperatura media mundial en las próximas décadas. Nadie sabe exactamente cómo será la Tierra en tal situación, pero una cosa es absolutamente cierta: un planeta tan caliente no podrá soportar a 8000 millones de seres humanos; probablemente solo a la mitad.

El simple sentido común debería exigir la adopción urgente de medidas drásticas de justicia social y ecológica. ¿Por qué no es así? ¿Qué es más fuerte que el sentido común, más fuerte que el instinto de supervivencia colectiva? La respuesta es clara: la carrera por el beneficio, que implica inevitablemente producir cada vez más bienes a menor coste, generando así cada vez más desigualdades y discriminaciones sociales.

La verdad es que el capitalismo es un sistema productivista, y que ese productivismo es destructivista. El capitalismo social no existe. El capitalismo verde tampoco existe, por la misma razón. Debemos esforzarnos por salir de este sistema absurdo. Si no lo hacemos, aplastará a las clases populares, mutilará la naturaleza de la que formamos parte e incluso podría destruir a la humanidad.

Una revolución –una revolución mundial social, ecológica, feminista y anticolonialista– es objetivamente necesaria. Este es el punto de partida de nuestro Manifiesto.

Una perspectiva histórica mundial renovada

Este punto de partida no es nuevo. Pero implica una perspectiva histórica mundial renovada. En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels escribieron que “el proletariado debe tomar el poder político para aumentar la cantidad de fuerzas productivas”. Hoy en día, esto ya no es una opción viable a escala mundial. Ya ni siquiera es concebible una economía estacionaria. A escala mundial, sobrepasa los umbrales de sostenibilidad humana en la Tierra significa claramente que el capitalismo nos ha llevado demasiado lejos. Tenemos que dar marcha atrás, y punto. Aumentar las fuerzas productivas es propio del capitalismo. Debemos reducirlas globalmente. En otras palabras, el decrecimiento es objetivamente necesario. Evidentemente, este decrecimiento no es nuestro proyecto de sociedad: nuestro proyecto es el ecosocialismo. El decrecimiento global no es una reivindicación: es una restricción que debemos tener en cuenta en la transición hacia otra sociedad.

Esta necesidad de decrecimiento mundial parece estar en total contradicción con la situación de un país como Filipinas y otros países pobres. De hecho, en vuestro país siguen sin satisfacerse enormes necesidades sociales. Una cuarta parte de la población sufre malnutrición. Es indispensable desarrollar el sistema educativo, el sistema sanitario, un sistema de distribución de agua potable para toda la población, etc.

Estas necesidades son plenamente legítimas. Nadie puede negarlas, deben satisfacerse. Evidentemente, esto implica una cierta forma de crecimiento económico. Construir viviendas dignas requiere cemento. Producir este cemento requiere energía y emite CO2. Es indispensable aumentar las capacidades para hacer frente a todos estos retos en interés de las poblaciones más pobres.

Esto significa que la humanidad solo podrá hacer frente a la crisis socioecológica teniendo en cuenta un principio fundamental inscrito en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC): el principio de “responsabilidades y capacidades comunes pero diferenciadas”. Los países desarrollados son responsables de la catástrofe y deben asumir su coste. Estos países disponen de los medios necesarios. Deben transferirlos. Deben reducir sus emisiones en un 15% al año. Esto solo es posible a costa de un decrecimiento económico radical, sin afectar a las poblaciones pobres de esos países.

Sin embargo, el reto del decrecimiento también afecta a los países pobres. En efecto, el principio de “responsabilidades y capacidades comunes pero diferenciadas” no significa que esos países puedan seguir el modelo de desarrollo de los países desarrollados.

Este modelo se basaba, y sigue basándose, en las energías fósiles y la agroindustria. La clase dirigente mundial y las élites capitalistas del Sur pretenden que este modelo extractivista permitirá a los países más pobres alcanzar a los países más desarrollados. Esto es totalmente falso. En realidad, si los países pobres siguen aplicando este modelo de desarrollo —como hace China—, agravarán la catástrofe de la que ya son víctimas y acelerarán la transformación de la catástrofe en cataclismo. ¡Es evidente que es absurdo persistir en este camino!

Consecuencias para los países más pobres

Esto nos lleva a una conclusión importante de nuestro Manifiesto. Cita:

“El discurso de que el Sur alcance al Norte no es más que una quimera, una cortina de humo para ocultar la continuidad de la explotación capitalista e imperialista, que amplía las desigualdades. Con el aumento de las catástrofes ecológicas, objetivamente, este discurso pierde toda credibilidad. (…) No es el momento de ponerse al día, sino de compartir el planeta. (…) Para satisfacer sus necesidades, los pueblos de los países dominados necesitan un modelo de desarrollo radicalmente opuesto al modelo imperialista y productivista. Un modelo que priorice los servicios públicos (salud, educación, vivienda, transporte accesible, alcantarillado, electricidad, agua potable) para el conjunto de la población, y no la producción de mercancías para el mercado mundial. Un modelo que defienda los derechos de los pueblos indígenas en su entorno frente a las políticas ecocidas capitalistas, y su derecho a decir No. Un modelo anticapitalista y antiimperialista, que expropie y socialice bajo control democrático los monopolios en los sectores de las finanzas, la minería, la energía, el agronegocio”.

El Manifiesto va más allá. Establece una distinción entre los países denominados emergentes y los países más pobres. En particular, Filipinas, que emite una media de 1,4 tCO₂/habitante al año, es decir, menos que la media mundial de emisiones per cápita necesaria para cumplir el Acuerdo de París.

Esto es lo que dice el Manifiesto sobre estos países:

“La necesidad de satisfacer las necesidades de la población, sobre todo en los países más pobres, llevará a aumentar la producción material y el consumo de energía durante un periodo de tiempo. En el marco de un modelo de desarrollo alternativo y unos intercambios internacionales diferentes, la contribución de estos países a un decrecimiento ecosocialista global y el respeto por los equilibrios ecológicos consistirá en:

– imponer una justa reparación a los países imperialistas;

– anular el consumo conspicuo de la élite parasitaria;

– luchar contra los megaproyectos ecocidas inspirados en las políticas capitalistas neoliberales, tales como los gigantescos oleoductos, los proyectos mineros faraónicos, los nuevos aeropuertos, los pozos petrolíferos en alta mar, las grandes presas hidroeléctricas y las inmensas infraestructuras turísticas que se apropian del patrimonio natural y cultural en beneficio de los ricos;

– realizar una reforma agraria ecológica para sustituir el agronegocio industrializado;

– rechazar la destrucción de los biomas por los ganaderos, los plantadores de aceite de palma, la agroindustria en general y la industria minera, las compensaciones forestales (proyectos REDD y REDD+), así como los acuerdos pesqueros que ofrecen los recursos pesqueros a las multinacionales de la pesca industrial, etc.”

Hemos constatado que esta vía de desarrollo (el decrecimiento ecosocialista) es contradictoria con el enfoque productivista del Manifiesto del Partido Comunista. Pero no es en absoluto contradictoria con el marxismo. De hecho, el propio Marx cambió de opinión.

El Marx del Manifiesto del Partido Comunista consideraba que la emancipación de las personas explotadas y oprimidas estaba condicionada por el aumento de las fuerzas productivas. Veinte años más tarde, el Marx de El capital concibe la emancipación como condicionada por la gestión racional de los intercambios de materia entre la humanidad y el resto de la naturaleza. Es “la única libertad posible”, dice. Ya no es productivista ni admirador de la tecnología en general. Al contrario, denuncia la alianza entre la agroindustria y la gran industria que “arruina las dos fuentes de toda riqueza: la Tierra y el trabajador”.

Y ese no es el punto final de tu evolución. Veinte años más tarde, al final de tu vida, en tu carta a la populista rusa Vera Zassoulitch, Marx afirma claramente que la comuna rural, en los países donde existe, y gracias a la alianza con la clase obrera de los países desarrollados, podrá construir una sociedad socialista sin pasar por el capitalismo. Esta última evolución de su pensamiento reviste una gran importancia hoy en día, especialmente en lo que respecta a las luchas de los pueblos indígenas.

Por lo tanto, consideramos que nuestro Manifiesto Ecosocialista es una prolongación y una profundización de esta evolución del pensamiento de Marx.

Un programa de transición renovado: mujeres, campesinos, pueblos indígenas

La nueva perspectiva antiproductivista de vuestro Manifiesto implica un esfuerzo de renovación de vuestro programa, es decir, de vuestra visión del mundo por el que luchamos, de nuestras reivindicaciones y de nuestra estrategia. No puedo desarrollar todos estos aspectos en detalle.

El mundo por el que luchamos se aborda en el capítulo tres de nuestro documento. Este capítulo es esencial. Se basa en la idea de que, una vez que las necesidades fundamentales están democráticamente satisfechas, el ser es más importante que el tener.

En cuanto a las reivindicaciones de transición que constituyen un puente hacia la nueva sociedad, nos mantenemos fieles al método trazado por León Trotsky. Retomamos las reivindicaciones que él formuló –como la expropiación de los grandes grupos capitalistas, la reducción de la jornada laboral, el control obrero, etc.–, pero ampliamos el campo de aplicación de su método.

Ampliamos el campo porque consideramos que todos los movimientos sociales forman parte integrante de la lucha de clases. Permítanme citar de nuevo nuestro documento:

“La lucha de clases no es una abstracción fría. «El movimiento real que suprime el actual estado de cosas» (Marx) define y designa a sus actores. Las luchas de las mujeres, de las personas LGBTQI, de los pueblos oprimidos, de los pueblos racializados, de las personas migrantes, del campesinado y de los pueblos indígenas por sus derechos no se sitúan al lado de las luchas de las y los trabajadores contra la explotación del trabajo por la patronal, sino que forman parte de una lucha de clases viva.

Forman parte de ella porque el capitalismo necesita la opresión patriarcal de las mujeres para maximizar la plusvalía y garantizar la reproducción social a menor coste; necesita la discriminación de las personas LGBTQI para validar el patriarcado; necesita el racismo estructural para justificar el saqueo de la periferia por el centro; necesita las políticas de asilo inhumanas para regular el ejército industrial de reserva; necesita someter el campesinado a los dictados de la agroindustria productora de comida basura para comprimir el precio de la fuerza de trabajo; necesita, en fin, eliminar la relación respetuosa que aún mantienen las comunidades humanas entre ellas y con la naturaleza para sustituirla por su ideología individualista de dominación, que transforma lo colectivo en autómata y lo vivo en cosa muerta”.

El Manifiesto concede un lugar central a las reivindicaciones feministas. Las mujeres cuidan más que los hombres. Las razones de esta realidad son objeto de debate entre las feministas: ¿se debe a su naturaleza de mujeres o a la opresión patriarcal? Creemos que la opresión patriarcal es el factor determinante, pero esa no es la cuestión aquí. Lo esencial aquí es que cuidar de los demás es lo que necesitamos urgentemente: de hecho, para luchar contra la catástrofe ecosocial, debemos cuidar de las personas y de la naturaleza.

Cuidar implica reconocer la importancia central de la reproducción social frente a la producción. Esta importancia no puede sino aumentar en el contexto del necesario giro hacia un decrecimiento justo y ecosocialista. Hoy en día, no es casualidad que la derecha, la extrema derecha y las fuerzas reaccionarias en general ataquen violentamente los derechos de las mujeres, en particular su derecho a disponer de su cuerpo y su capacidad reproductiva. El virilismo y el machismo son evidentemente utilizados y fomentados por la extrema derecha como armas de dominación sobre las mujeres. Pero esta dominación de las mujeres se inscribe en un proyecto reaccionario más amplio de dominación de la sociedad y apropiación de la naturaleza por parte del capital. En última instancia, la creciente violencia contra las mujeres (y las personas LGBT+) pone de manifiesto la determinación de la clase dominante de defender por todos los medios su sistema de explotación del trabajo y de la naturaleza.

La importancia que se concede a los pueblos indígenas ilustra nuestro enfoque renovado del programa de transición. Aunque son minoritarios dentro de la población mundial, los pueblos indígenas demuestran que es posible otra relación entre la humanidad y el resto de la naturaleza. Su testimonio tiene, por tanto, un enorme alcance ideológico. Cita:

“En particular, los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales están a la vanguardia de la lucha contra la expansión destructiva del capitalismo en sus cuerpos y territorios. En muchas regiones, son incluso la vanguardia de los nuevos movimientos revolucionarios de las clases subalternas. Por eso reconocemos que son parte fundamental del sujeto revolucionario del siglo XXI”.

Por las mismas razones, el Manifiesto también concede gran importancia a las luchas y reivindicaciones de los pequeños campesinos frente a la agroindustria. Cita:

“Se necesitan políticas proactivas para detener la deforestación y sustituir la agroindustria, la plantación industrial de árboles y la pesca a gran escala por la agroecología campesina, la silvicultura ecológica y la pesca a pequeña escala, respectivamente. (…) La soberanía alimentaria, en línea con las propuestas de Vía Campesina, es un objetivo clave. Pasa por una reforma agraria radical: la tierra para quienes la trabajan, especialmente las mujeres. Expropiación de los grandes terratenientes y de la agroindustria capitalista que produce bienes para el mercado mundial. Distribución de la tierra a los campesinos y campesinas sin tierra (familias o cooperativas) para la producción agrobiológica”.

Una estrategia renovada

Un programa renovado implica lógicamente una estrategia renovada. El Manifiesto rompe con la visión dogmática de la lucha de clases como la acción de una clase obrera industrial, mayoritariamente masculina, objetivada e idealizada. Las luchas de las mujeres, de la juventud, de los pueblos indígenas, de ñlas y los pequeños agricultores, de las personas migrantes y las personas LGBT+ no solo forman parte integrante de la lucha de clases, sino que desempeñan un papel decisivo en determinadas circunstancias. Tomemos el ejemplo de Greta Thunberg: cuando cruza el Atlántico a vela y moviliza a 500.000 personas en Montreal en una manifestación por el clima, o cuando navega hacia Gaza para romper el bloqueo israelí, ¡esta joven está a la vanguardia de la lucha de clases!

Además, estas luchas contribuyen a combatir la ideología productivista dentro de la clase obrera. Este punto ya fue señalado por Lenin en su lucha contra el obrerismo y el economismo. En el ¿Qué hacer?, escribía lo siguiente: “Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase sólo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos”. El Manifiesto, en su último capítulo, insiste por tanto en la importancia de una estrategia basada en la convergencia y la articulación de las luchas. El camino está plagado de obstáculos, ya que cada movimiento social tiene su propio ritmo y sus propias especificidades. Por esta razón, entre otras, es fundamental construir partidos políticos con miembros activos en diferentes movimientos sociales.

¿Un plan de emergencia para el clima y la justicia social en Filipinas?

Hemos visto que el Manifiesto comunista no era un punto final, sino un punto de partida en el pensamiento de Marx y Engels. Lo mismo ocurre con nuestro Manifiesto ecosocialista, aunque, evidentemente, no tiene la misma ambición histórica.

En realidad, nuestro Manifiesto no es más que un diagnóstico, una perspectiva que se deriva de él y algunas orientaciones estratégicas y programáticas. Estas orientaciones deben concretarse y profundizarse a nivel de los diferentes países y grupos de países.

Según el Informe mundial sobre riesgos 2017, Filipinas es el tercer país más vulnerable al cambio climático. No solo la gente pobre es y será la principal víctima, sino que la catástrofe generará nuevos pobres y alimentará una espiral de vulnerabilidad y desigualdades sociales. En este contexto, la concreción del Manifiesto podría consistir en elaborar un Plan de emergencia para el clima y la justicia social. El objetivo debería ser abordar los principales problemas sociales y ecológicos combinados, teniendo en cuenta la extrema urgencia de una respuesta coherente, planificada e inmediata.

Hay una conocida obra de Eduardo Galeano titulada Las venas abiertas de América Latina. En realidad, las venas de Filipinas también están abiertas, por las mismas razones: el colonialismo (por parte del mismo colonizador) y el saqueo imperialista con la complicidad de las élites locales corruptas. La situación es incluso peor que la descrita por Galeano, ya que no solo se saquean vuestra mano de obra y vuestros recursos naturales, sino que, además, sufrís de lleno la catástrofe ecosocial causada por las potencias capitalistas.

¿Cómo podría ser un plan de emergencia para el clima y la justicia social? A la luz de lo que hemos debatido en los últimos días, la alternativa podría basarse en una reforma agraria radical destinada a generalizar la agroecología, respetando los derechos de los pueblos indígenas y protegiendo la biodiversidad. El 20% de la población activa trabaja en la agricultura y el 60% en el sector (sobre todo informal) de los servicios. La cuestión de la tierra es crucial para frenar –y, si es posible, invertir– el éxodo rural, el crecimiento insostenible de una megápolis como Manila y sus barrios marginales, la emigración de millones de jóvenes (principalmente mujeres) a los países del Golfo y otras regiones, así como para hacer frente a los problemas de salud relacionados con la contaminación y la destrucción del medio ambiente.

Los retos son enormes y no deben subestimarse. Exigen respuestas estructurales . En mi opinión, una reforma agraria radical y democrática podría constituir el pilar central de un plan que responda a las necesidades fundamentales en materia de salud, agua, vivienda, saneamiento y educación.

Tomemos, por ejemplo, las amenazas que se ciernen sobre Manila y su región. Estas amenazas son el resultado de la combinación de la acumulación de la pobreza (debido al modelo de desarrollo capitalista), la aceleración del hundimiento del suelo (debido a la extracción excesiva de aguas subterráneas), el aumento del nivel del mar y la intensificación de los tifones (ambos relacionados con el cambio climático). Se habla de la “elevación relativa del nivel del mar” cuando se suman los efectos de la subida del nivel del mar a escala mundial, las marejadas ciclónicas y el hundimiento del suelo. Los científicos estiman que esta elevación relativa en la bahía de Manila ha sido de 60 cm durante el último siglo (es decir, tres veces la subida del nivel del mar a escala mundial) . Podría alcanzar los 2,04 metros en 2050. Tal elevación inundaría de forma permanente entre 60 y 80 kilómetros cuadrados solo en la metrópoli de Manila (Metro Manila). Cabe destacar que estas cifras no incluyen ni los riesgos crecientes de inundaciones fluviales, debido a la multiplicación de las lluvias torrenciales y a las malas prácticas de ordenación del territorio (deforestación, etc.), ni los posibles impactos de una (probable) dislocación de parte de la capa de hielo antártica.

Gran parte de los habitantes de los barrios marginales viven en las zonas más vulnerables de la bahía de Manila. Millones de personas pobres están amenazadas, especialmente las mujeres, la infancia y las personas mayores. Los diques y otras infraestructuras no serán suficientes para prevenir el peligro. Por el contrario, este enfoque, que pretende mantener el statu quo, podría agravar la situación (lo que el IPCC denomina “desadaptación”: una adaptación que aumenta los riesgos). Sobre todo, si se aplica de forma tecnocrática, sin control democrático ni participación de las comunidades.

El reasentamiento de millones de personas parece inevitable. Pero también debe organizarse de manera social y democrática. Muy a menudo, los gobiernos instrumentalizan las catástrofes para expulsar a las poblaciones pobres. Que yo sepa, este es el caso de Manila. Según algunos estudios, 6000 hogares han sido reubicados en zonas sin acceso a servicios esenciales, que se han convertido en nuevos barrios marginales. El último informe del IPCC menciona que en Manila “la fragmentación de las infraestructuras urbanas, que se supone que promueve la resiliencia climática, solo ha supuesto una reducción marginal de la vulnerabilidad, ya que el aumento de la vulnerabilidad de las comunidades excluidas compensa con creces la disminución de la vulnerabilidad de las comunidades más acomodadas”. La razón es política: “los planes de adaptación se evalúan principalmente desde el punto de vista de su viabilidad económica y financiera”, afirma el IPCC.

La relocalización y otras medidas de adaptación son demandas inmediatas que requieren un compromiso claro con la justicia social, la ecología y la democracia. La relocalización, en particular, implica planificación, propiedad pública de la tierra, empresas públicas para construir viviendas dignas en un entorno urbano de calidad y control popular para prevenir escándalos de corrupción. En términos más generales, la relocalización implica un modelo de desarrollo que rompa con las diferentes formas de extractivismo (minería, agroindustria y pesca industrial) que alimentan un subdesarrollo perjudicial y desigual (el hecho de que Filipinas no sea autosuficiente en la producción de arroz es revelador). En otras palabras, la lucha contra las amenazas socioecológicas requiere medidas que empiecen a cuestionar las reglas del capitalismo.

Una lucha por el poder político

Poner de relieve los problemas urgentes y relacionarlos con soluciones anticapitalistas fue el método transitorio empleado por Lenin en su famoso texto “La catástrofe inminente y los medios para conjurarla”. Todos deberíais releerlo, ya que es una fuente de inspiración.

Un plan de emergencia de este tipo, basado en los principales problemas y amenazas ecosociales inmediatos, podría parecer exagerado, incluso poco realista. Pero, por desgracia, es muy probable que la evolución de la catástrofe revele su pertinencia y urgencia a los ojos de una parte cada vez mayor de la población.

Esta toma de conciencia podría ser más lenta que en Rusia entre julio y octubre de 1917 (Lenin escribió “La catástrofe inminente” en julio). Esto se debe a que el ritmo de la catástrofe ecosocial es todavía relativamente lento por el momento. Pero este ritmo no es lineal, es probable que se produzca una aceleración repentina. Tenemos que dar la voz de alarma con fuerza:

Como he mencionado anteriormente, la probabilidad de que se desprenda un enorme glaciar en la Antártida (el glaciar Totten) es muy alta. Nadie sabe cuándo ocurrirá, pero los científicos lo consideran inevitable y este desprendimiento provocará un aumento inmediato del nivel del mar de al menos 1,5 m.

A modo de ejemplo, según el IPCC, el calentamiento global y la desaparición de los arrecifes de coral podrían provocar una disminución del 50% del potencial pesquero máximo de las aguas filipinas para 2050, en comparación con los niveles de 2001-2010.

Según el World Resources Institute, el país sufrirá una grave escasez de agua de aquí a 2040, con consecuencias nefastas, especialmente para la agricultura (disminución del 10% del rendimiento del arroz por cada grado Celsius de calentamiento).

Por supuesto, un plan de emergencia de este tipo para la justicia social y ecológica solo es posible si se inscribe en una lucha por el poder político. De hecho, la realización del plan supone un gobierno basado en las necesidades y la movilización de las clases populares, que rompa con los dogmas capitalistas, la corrupción, el extractivismo y la dictadura del capital financiero.

Un gobierno de este tipo tendría dificultades para resistir al imperialismo si permaneciera aislado, pero la gran similitud de las situaciones en el sudeste asiático (las amenazas que se ciernen sobre Yakarta y Ciudad Ho Chi Minh son muy similares a las que pesan sobre Manila) permite esperar una extensión de la lucha a varios países.

Nuestro mayor deseo es que nuestro Manifiesto anime a la izquierda y a los movimientos sociales a elaborar una alternativa de este tipo y a unirse en torno a ella.

ESSF

Traducción: viento sur

Fuente: https://vientosur.info/manifiesto-por-una-revolucion-ecosocialista-una-posible-aplicacion-en-filipinas/