Para Santi Alba Rico, que en la mañana del viernes 16 de noviembre estuvo con Josep, con Mario, con Albert, con Laur en… con todos los trabajadores en huelga de hambre, dando calor, como sólo él sabe hacerlo, a la imprescindible y justa lucha de siempre. En 1981, como una de las notas editoriales del […]
Para Santi Alba Rico, que en la mañana del viernes 16 de noviembre estuvo con Josep, con Mario, con Albert, con Laur en… con todos los trabajadores en huelga de hambre, dando calor, como sólo él sabe hacerlo, a la imprescindible y justa lucha de siempre.
En 1981, como una de las notas editoriales del número 8 de mientras tanto [1], Manuel Sacristán (1925-1985), fundador de la revista, la publicación que más hizo suya, junto a Francisco Fernández Buey, Giulia Adinolfi y otros amigos y amigas, publicó un artículo titulado «Hambres, huelgas, huelgas de hambre».
Vale la pena detenernos en él a propósito de la lucha de lo s trabajadores de Telefónica, que hoy, sábado 17 de noviembre, están en su décimo tercer día de huelga de hambre.
No era fácil levantar una lista de todas las huelgas de hambre sostenidas en aquel entonces -años setenta y principios de los ochenta- en Europa occidental, desde la que había acabado con la vida de Holger Meins un noviembre de 1974, un estudiante de cinematografía alemán que se había unido a la Fracción del Ejército Rojo (RAF) a principios de los setenta y que había fallecido tras una huelga de hambre a los 33 años de edad [2], hasta las de Sigurd Debus -otro revolucionario alemán, fallecido en abril de 1981- y militantes irlandeses del IRA. Resultaba turbadora, señalaba el autor de El orden y el tiempo , «la variedad de motivaciones y explicaciones detrás de las decisiones de esos huelguistas de hambre»: militantes de la RAF, provisionales del Ejército Revolucionario Irlandés (IRA), campesinos andaluces.
En España, proseguía el amigo y compañero de Francisco Fernández Buey, «el cuadro era bastante complicado, y hasta confuso por la escasez y vaguedad de la información». La gran prensa no parecía tener suficiente información sobre ello. Los periódicos de la izquierda extraparlamentaria de entonces – Combate, Servir al Pueblo ,…- conseguían dificultosamente «informar mejor, pero seguramente no de manera completa». Lo que se sabía hacía suponer bastante diferencias en las motivaciones de unos y otros.
Eso no era obstáculo para negar la posibilidad de que hubiera algo común a todos esas acciones de huelga de hambre y de que se tratara de algo importante.
No era el hambre lo que tenían en común todas esas acciones. De los casos conocidos, «sólo el andaluz está motivado por la amenaza del hambre, a través del paro» (¡Qué diría Sacristán de lo que está ocurriendo en estos momentos!). Tampoco el nacionalismo: no tenía ningún lugar ese vértice en el ideario de la RAF ni tampoco en la lucha de los campesinos andaluces. Tampoco se podía afirmar, sin forzar las cosas, que fuera común un proyecto revolucionario preciso. «Esto no era válido ni para el IRA ni para los campesinos andaluces, y en rigor tampoco de todos los grupos herederos de la RAF». Pero no era una ilusión ni mero -y puro- sentimiento lo que empujaba a notar algo en común en todas las acciones, «en todas esas experiencias inquietantes». Un médico barcelonés, Jordi Gol [3], muy apreciado por Sacristán, había destacado factores éticos formales: la madurez moral, que era casi obligado suponer en personas que aceptaban emprender un camino de muerte, en personas que elaboraban conscientemente esa situación.
Había en esto sus más y sus menos, admitía Sacristán. Tal vez, basándose en ello, algunos militantes obreros de aquellos años habían reaccionado hasta no ver más que un espectáculo social en la huelga de hambre emprendida por 500 vecinos de Marinaleda. Así lo había señalado un dirigente de CC.OO, Eduardo Saborido, uno de los sindicalistas del proceso 1.001. Sacristán recordaba que los mismos compañeros de las CC.OO del Campo habían desautorizado a Saborido (años después, en 1998, «Medalla de Andalucía» por su trayectoria sindical). «La solución de los problemas del campo admite distintas estrategias sindicales, y la huelga de hambre es válida, como lo son las de este sindicato», habían señalado desde el sindicato obrero y campesino.
Discutir esta última afirmación tenía interés para entender «la peculiaridad de las huelgas de hambre», señalaba el que fuera fundador y militante de las CC.OO de enseñanza, de aquellas CC.OO de enseñanza. ¿Por qué era una estrategia válida? Más incluso, ¿por qué era una estrategia una huelga de hambre? ¿No valía más, no vale más un revolucionario vivo que uno muerto? ¿Había que repetir suicidas y doloross huelgas de hambre? ¿Para qué?
Sacristán estaba en parte de acuerdo con algunas de esas objeciones, no con otras. Era bastante dudoso que una huelga de hambre fuera una «estrategia»; de acuerdo. Pero los activistas de las CC.OO del campo que usaban el término para expresar su aceptación de la lucha estaban notando «la consistencia real -moral y social- de esas conductas». Para Sacristán uno podía acercarse a la raíz de esa consistencia si miraba los rasgos éticos formales a los que había hecho referencia anteriormente «atendiendo no sólo al plano individual, de la eticidad subjetiva, sino también al de la moralidad social».
La relativa generalización de las huelgas de hambre en aquellos años sugería que grupos de personas -«más o menos numerosos»- estaban perdiendo su confianza «en la eficacia de conductas de luchas basadas en aspectos singulares y específicos del funcionamiento de esta sociedad». Ahí residía la gran diferencia entre una huelga de hambre y cualquier otro tipo de huelgas. «Una huelga «normal», por así decirlo, es una acción que pretende conseguir una finalidad (generalmente una reivindicación bien definida) aplicando un medio que consiste en bloquear cierta determinada función social, generalmente económica» Una huelga «normal», digámoslo así, presuponía el funcionamiento «normal» (es decir, no normal realmente) de la sociedad, y, además, «confianza en el efecto de su perturbación en tal o cual punto determinado » .
Cuanto más se alejaba de esa determinación, tanto más preocupante resultaba la huelga «anormal» para las clases dominantes, las cuales solían entender que en la «huelga general» residía un principio revolucionario (Hemos tenido ejemplos de esta consideración recientemente: ¡la huelga del 14N es una huelga política, revolucionaria, irracional! ¡Es inadmisible! ¡Hundirá al país!).
La huelga de hambre, para el traductor de El Capital , era la huelga más general, «aunque no en el sentido de que sea practicada por muchos, sino en el de que es una acción que no se refiere a ninguna conexión específica de la sociedad: se refiere a la sociedad entera». Había que añadir, sin duda, que el radicalismo y el carácter totalizador de este tipo de huelga eran también muestras de impotencia. No había que engañarse sobre este punto, en el que se basaba el rechazo de la huelga de hambre por la concepción tradicional de la lucha obrera en occidente en aquel entonces. «El huelguista de hambre reconoce de hecho, en el momento en que decida esa conducta, que la suerte de su reivindicación queda en otras manos, generalmente, además de su adversario. En algunas circunstancias piensa tal vez que su huelga despertará la solidaridad de otros que no son su enemigo». Pero en todo caso, admitía Sacristán, está declarando su propia impotencia.
Radicalidad, totalidad e impotencia, esos rasgos formales de la huelga de hambre, componían una conducta testimonial. Como en otros casos, también en éste sería un grave error del sedicente realismo político «reducir esos testimonios a la insignificancia mediante explicaciones construidas con ideas y experiencias de cuando la sociedad funciona y lo serio es intervenir en su funcionamiento con estrategias particulares». Para decir que la muerte de Sigurd Debus, a la que había hecho referencia en los compases iniciales de su nota, no era más que «el resultado de la desesperación del pequeño burgués radical a la vista de su aislamiento, o que las huelgas de hambre andaluzas son sólo un espectáculo», había que estar muy seguro de que seguíamos viviendo en circunstancias «normales». ¿Lo estábamos en aquellos momentos tras el triunfo entonces muy reciente de Ronald Reagan y Margaret Thatcher? ¿Lo estamos ahora?
Para el entonces profesor de Metodología de las Ciencias Sociales la extensión de conductas como las huelgas de hambre estaba testimoniando que las circunstancias ya no eran «normales», que «las crisis que están sufriendo grupos sociales importantes -más materialmente en unos casos, más ideológicamente en otros- tiene dimensiones de ruptura, de final de un período». Como es el caso ahora obviamente.
Lo anterior podía decirse sin necesidad de implicar ingenuamente que la ruptura en cuestión fuera «a comportar cambios trascendentales hacia mejor en la suerte de las clases oprimidas, y sin ignorar que en el apasionado medio de la radicalidad impotente» podían incluso moverse como en agua sin toxicidad algún pez «de mucho cuidado» (No es el caso, de ningún modo, en la actual lucha de los trabajadores barceloneses).
Pero, sin caer en esas ingenuidades, convenía, al mismo tiempo, «no quedar tampoco preso en la vieja experiencia». ¡Que era vieja! En casos sueltos y muy particulares, de individuos o de sectas, era posible admitir «que la huelga de hambre dé testimonio sólo de que su actor y víctima no puede ya soportar este mundo». Pero cuando los que se ponían en huelga de hambre eran muchos ciudadanos-trabajadores y lo hacían sin demasiada decoración ideológica, «y, sobre todo, cuando el hecho se extiende, entonces la incapacidad de soportar la situación es algo que rebasa todo intento de explicación por psicopatología».
Por eso había que reconocer -sin admitir ninguna grandeza poliética en ello- que tenía buen instinto Saborido «al preferir creer, para quedarse tranquilo, que los huelguistas de hambre andaluces son unos cuentistas». Era muy poco verosímil que lo fueran afirmaba Sacristán. «Más se puede creer que una conducta de lucha tan radical y tan impotente está señalando la profundidad de la presente larga crisis, su carácter extraordinario y la insuficiencia de las sensatas estrategias sindicales realistas pensadas en los buenos tiempos del Seiscientos».
Tampoco los huelguistas de Telefónica son unos cuentistas; en absoluto. Hay décadas de lucha y experiencias a sus espaldas y una honestidad a prueba de sobornos y claudicaciones.
Es obvia la profundidad de nuestra larga crisis-estafa, su carácter extraordinario, de final de período, de contrarrevolución burguesa.
Es inobjetable, desde cualquier manual de lucha obrera, por demediado que sea, la justa reivindicación que les ha llevado a esta determinación.
Parecen también insuficientes las estrategias sindicales tradicionales hasta ahora iniciadas, sobre todo y especialmente, la estrategia del nada hay que hacer: la cosa pinta así y no hay más.
Por eso, ahora más que nunca, es necesaria nuestra máxima solidaridad y romper el cerco informativo al que quieren someter esta acción de resistencia. Todos y toda debemos estar en ello. También los compañeros y compañeras de CC.OO, USO, UGT y demás sindicatos.
Hoy tenemos la ocasión en Barcelona de demostrarlo. Hay que organizar acciones similares en otros lugares de España.
En apoyo a los huelguistas de hambre de telefónica-movistar se nos convoca hoy domingo, 18 de noviembre, a las 18 horas, en el Institut Milà i Fontanals de Barcelona, plaza Josep M. Folch i Torres [Metro Paral·lel, línea 2, la violeta, autobuses:20, 24, 64, 91], al lado del edificio, del comité de empresa y los sindicatos, donde están los compañeros en huelga de hambre: calle (con perdón) del Marqués del Campo Sagrado, número 22.
Temas y conferenciantes del encuentro:
«Enseñanzas de los procesos revolucionarios en América Latina», Víctor Ríos, del Front Cívic de Catalunya
«Presupuestos del estado 2013 y destrucción de derechos sociales», Sabino Cuadra, diputado de Amaiur en el congreso de diputados.
«Experiencias de lucha sostenida y construcción de alternativas», Diego Cañamero, sindicalista del SAT de Andalucía.
Curiosamente, Víctor Ríos fue un amigo y compañero muy cercano de Manuel Sacristán, y Diego Cañamero proviene de esa tradición de las CC.OO. del Campo de las que nos hablaba el autor de Papeles de Filosofía en su artículo.
¡Hay que extender la lucha de los trabajadores de Telefónica en huelga de hambre! ¡Todos y todas con ellos! ¡Rompamos el silencio, rompamos aún más el aislamiento al que quieren condenarles!
PS. Los compañeros del Front Civic de Catalunya a Ciutat Vella, han acordado «salir de pegada de carteles» (¡como en los viejos tiempos!), después del acto en apoyo, «com a expresió més inmediata de la nostra solidaritat amb aquesta lluita». ¿Alguien no se apunta? ¿Nos apuntamos todos?
Notas:
[1] Ahora en M. Sacristán, Pacifismo, ecologismo y política alternativa , Diario Público-Editorial Icaria, 2009, pp. 91-96.
[2] En la Wikipedia en castellano puede leerse: «Midiendo 1,86 metros de altura, Meins llegó a pesar 39 kilos al momento de su muerte. Se cree que no se permitió a los doctores chequear o atender a Meins durante su huelga de hambre, incluso los médicos de la prisión recomendaron que el detenido debía ser trasladado a cuidados intensivos». El gobierno alemán de aquel entonces era socialdemócrata, presidido por Helmut Schmidt.
[3] Jordi Gol (1924-1985), falleció el mismo año que Sacristán, fue una persona clave para entender la transformación del concepto de salud y los servicios sanitarios en Cataluña, ese concepto y reali dad que el actual -y bárbaro, de partidario de la barbarie- conseller Boi Ruiz quiere ubicar en la cuneta de la historia.
[4] Sacristán hacía referencia a este nudo: «Piénsese en la moraleja que obtiene de la huelga andaluza uno de sus dirigentes, con el l enguaje de uno de esos «tribunos» de los que La Internacional aconseja desconfiar: «Esa es la experiencia que tenemos que sacar, pocos hombres hemos conseguido mucho. Hemos conseguido arrastrar a la gente -subrayo yo, M.S.L.- con nosotros, y eso es muy importante». Ya lo creo; demasiado importante».
«Ni tribunos» es también, como es sabido, el título de una de sus grandes conferencias y el de un libro escrito al alimón por dos de sus grandes discípulos, Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey.
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