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Manuel Sacristán, pasado y presente

Fuentes: Rebelión

Para Daniel y Salva Si ustedes tienen la curiosidad de leer la conferencia «Tradición marxista y nuevos problemas» que dio Manuel Sacristán el 3 de noviembre de 1983, en un ciclo organizado por la Escuela Universitaria de Estudios Empresariales de Sabadell, conmemorando el primer centenario del fallecimiento de Marx, se toparán en su mismo comienzo […]

Para Daniel y Salva

Si ustedes tienen la curiosidad de leer la conferencia «Tradición marxista y nuevos problemas» que dio Manuel Sacristán el 3 de noviembre de 1983, en un ciclo organizado por la Escuela Universitaria de Estudios Empresariales de Sabadell, conmemorando el primer centenario del fallecimiento de Marx, se toparán en su mismo comienzo con valoraciones como la que sigue:

«Ahora en esta crisis, seguramente la segunda en importancia en el siglo después de la del 30, las clases altas parecen no necesitar defenderse, por así decirlo, sino que en los países capitalistas más bien parecen encontrarse al ataque, a la ofensiva, sin practicar políticas de alivio de los inconvenientes del sistema, como lo fue el keynesianismo a raíz de la nueva política económica norteamericana de los años 30, y hasta abandonando medidas sociales o benéficas que eran un patrimonio táctico, común, de las clases altas europeas, prácticamente desde Bismarck, desde finales del siglo XIX»

Ante esta realidad y centrándose en lo que sería el tema de la conferencia – recuérdese el título -, Sacristán añadía:

» (…) Habría que partir del hecho muy notable, quizá incluso sorprendente, de que una crisis económica, y hasta cultural y política, de las dimensiones de las que están soportando las sociedades capitalistas en estos años, desde los primeros años setenta, lejos de desembocar en un nuevo prestigio de las ideas básicas de la tradición marxista, o socialista en general, más bien esté resultando agente o, por lo menos, coetánea si no agente, de un período de escaso predicamento de ideas marxistas, en particular, y socialistas en general, en los países capitalistas»

Son tales los paralelismo de lo allí expuesto con lo que ahora sucede que el lector no puede menos de asombrarse y pensar que en realidad no se está hablando de la crisis económica de finales de los setenta del siglo pasado, sino de la actual desencadenada en 2008.

De polvos y barros

Más allá de que todas las comparaciones sean odiosas, no parece caber mucha duda de que en esta crisis de 2008 las clases altas, salvado un susto inicial – recuerden aquel «Hay que refundar el capitalismo» de Sarkozy -, lejos de tomar una postura defensiva han aprovechado la situación para organizar una ofensiva en toda regla contra los derechos y conquistas de los de abajo: recortes, reformas del mercado laboral, jibarización del estado de bienestar, regresión impositiva…

Ofensiva que en realidad y bien miradas las cosas no ha sido nada más – y nada menos – que la continuación de aquel «ataque» que Sacristán creyera ver a comienzos de los años 80. Una lucha de clases desencadenada por los de arriba que rompía el pacto social de postguerra y que tuvo en Ronald Reagan y Margaret Thatcher sus más conocidos representantes políticos. «Es la lucha de clases y la vamos ganando nosotros» que dijera con cínica sinceridad un preboste del capitalismo.

Continuación agravada, pues si el shock volckeriano y las iniciales políticas neoliberales de los seguidores de la sociedad Mont Pelerin de comienzos de los ochenta se hicieron contra un movimiento obrero en reflujo pero aún con organizaciones fuertes – lo primero que hicieron Thatcher y Reagan fue quebrar el poder sindical: huelga de mineros en el RU y de controladores en USA -; la medidas de austeridad, equilibrio presupuestario, rebajas salariales y flexibilización del mercado laboral de la crisis actual han encontrado una capacidad de resistencia de los de abajo bastante más debilitada.

Asimismo, y aunque en esta ocasión el nombre de Marx haya podido sonar más que en la de finales de los setenta – también es cierto que el silencio previo sobre el pensador de Tréveris ha sido mayor en lo que va del siglo XXI -, tampoco hay muchas dudas «del escaso predicamento de ideas marxistas, en particular, y socialistas en general, en los países capitalistas» durante esta crisis. Aún más, se podría hablar de un triunfo casi completo de las ideas neo liberales. El sentido común de los de abajo está claramente dominado por el «There is not alternative» thatcheriano.

En definitiva, todo parece indicar que la «tradición marxista» en particular y la emancipadora en general no han sabido dar una respuesta a la actual crisis que estuviese a la altura de las necesidades de los de abajo.

Un final de época

Si osáramos enmarcar el pensamiento del Manuel Sacristán maduro, podríamos decir que se sitúa en un pasoliniano «fin de época», en el justo gozne de dos periodos históricos. Hacia el pasado: el término de los «Treinta años gloriosos» del capitalismo de postguerra; hacia el porvenir: el desencadenamiento de la gran ofensiva neoliberal a raíz de la crisis económica de finales de los setenta. Sobre esta coyuntura el autor de Panfletos y Materiales dirá:

«Hoy se aprecia no sólo que la clase obrera de los países industrializados (dentro de cuyo horizonte se hacen estas reflexiones) puede disgregarse en una nueva estructura social, en la que la automatización, el expolio del tercer mundo y la depredación de la Tierra realizaran la hipótesis de un proletario parasitario (conocida ya por Marx), sin haber dado de sí la revolución que los marxistas esperaban de ella».

Dadas estas circunstancias, Manuel Sacristán propondrá repensar, desde sus fundamentos y dentro de la tradición marxista, la teoría y la práctica emancipadora: ¿qué hay?, ¿qué hacer?

Este aspecto del pensar «sacristaniano» había ya roto aguas en el año 68 con sus valoraciones sobre el estalinismo y el fin de la primavera de Praga a manos de las tropas del Pacto de Varsovia, crecido con sus críticas al PSUC/PCE y al eurocomunismo en la transición española y llegado a la madurez con sus teorizaciones sobre las «cuestiones post-leninianas», de las que es una buena muestra la conferencia arriba aludida.

En ella, reconociendo el «aburguesamiento» de la clase obrera, pero sin renunciar a la idea de su centralidad en cualquier proceso de cambio emancipador en el capitalismo, Sacristán lanza una mirada analítica sobre los «nuevos movimientos» de contestación que han surgido en las sociedades capitalistas avanzadas. En su opinión son tres los principales: el pacifismo, el feminismo y el ecologismo. Tras valorar sus características y reflexionar sobre sus relaciones con la «tradición marxista», Sacristán proclama la necesidad de un acercamiento a dichos movimiento en aras de la creación de una corriente emancipadora que los aúne: roja, verde y violeta.

Años más tarde, su discípulo Francisco Fernández Buey añadiría a esta alianza «pía» la alterglobalización: el movimiento de movimientos. En la actualidad probablemente tendríamos que sumar las primaveras árabes, el 15 M, Occupy Wall Street.

La ley fundamental

Sin embargo obligado es reconocer que ni el movimiento obrero tradicional, ni ninguno de estos movimientos post leninianos han logrado detener la ofensiva neo liberal. Aún más, cabría pensar que el capitalismo se ha hecho naturaleza de las cosas en la conciencia de la gente y que el lema «otro mundo es posible» duerme el sueño de los justos. Si como dijera la Dama de Hierro la economía es el medio pero el objetivo son las almas de los ciudadanos, es preciso admitir que el Mefistófeles hayekiano ha logrado comprar, tanto por seducción como por amenaza, los corazones de muchos de los de abajo.

Situación, pues, de hegemonía cultural y política de los de arriba que nos lleva a recordar una de las más famosas citas del viejo Ulianov:

«Para la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; para la revolución es necesario que los explotadores no puedan seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan. Sólo cuando los «de abajo» no quieren y los «de arriba» no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces puede triunfar la revolución»

Si admitimos lo anterior como ley fundamental de la revolución, deberíamos acordar que no estamos en un periodo donde el horizonte revolucionario sea creíble. Por el contrario nos encontraríamos en una coyuntura que el mismo Lenin calificó de putrefacción, una vuelta de tuerca reaccionaria a la situación descrita en la cita: los de arriba sufren serios problemas – el fundamental: el ciclo de acumulación de capital – que no son capaces de resolver pero pueden seguir viviendo y gobernando dada su capacidad de crear consenso y ejercer la coerción; los de abajo: casi todos pierden calidad de vida, muchos caen en la precarización y otros directamente en la marginalidad, pero no tienen ni el deseo, ni la fuerza de cambiar el mundo de base, apresados como están por el conformismo fatalista, el miedo a la pobreza, el sueño consumista o la competencia inter individual feroz.

Pregunta que algo queda

Pero este seguir viviendo y gobernando, este capitalismo en crisis y caótico, este periodo de putrefacción nos está llevando a una crisis humana y ecológica de dimensiones que aún no podemos prever del todo. Incluso hasta una guerra general es posible. Parafraseando en parte a Gramsci: cuando el viejo mundo se resiste a morir y el nuevo tarda en aparecer se produce un claroscuro donde surgen los monstruos. Y es en esta situación de putrefacción, monstruos y hegemonía neo liberal cuando vuelve a estar en primer plano la pretensión de Sacristán en los años setenta/ochenta: repensarlo todo desde el principio.

Esto es hacerse preguntas del tipo de:

¿Cómo es el capitalismo actual? ¿Qué clase obrera es la realmente existente? ¿Estamos ante el fin del Trabajo? ¿La automatización y la robotización qué consecuencias tienen en el factor Trabajo? ¿Cómo aglutinar a una clase trabajadora jerarquizada, atomizada y precarizada? ¿Existe un sujeto revolucionario? ¿Cuál? ¿Qué tipo de crisis afecta al capitalismo? ¿Ha terminado? ¿Volverá? ¿Puede el Capital retornar a los niveles de productividad y crecimiento de antes de la crisis o de los Treinta Gloriosos? ¿Es posible detener la crisis ecológica? ¿Se puede dar un capitalismo verde?

O de este otro:

¿Qué alianzas políticas establecer?, ¿qué lugar ocupará la lucha institucional?, ¿qué espacio se dará a la lucha de calle y al contrapoder popular?, ¿qué se hará con el actual modelo estatal?, ¿qué programa logrará aglutinar a los de abajo?, ¿cómo responder a las maniobras reaccionarias que cualquier política de cambio provocara?, ¿en qué cuadro geopolítico nos encontramos?, ¿cómo se encarará el contexto internacional?, ¿qué tipo de movimiento y de partido se creará?…

De estrategias y dialéctica

Aunque admirase a Togliatti como el mejor estratega de su época – sobre todo en el ámbito cultural – no era amigo Sacristán de las «estrategias» de los aprendices de brujo e ingenieros sociales, de esos planes a los que han sido tan aficionados los «marxistas leninistas» de catecismo en los que se trazaba el camino hacia el poder y el socialismo con pelos y señales… y si luego no salían las cosas como lo pensado se echaba la culpa a los traidores social imperialistas o a la vacilación de las masas. Sin embargo, y a pesar de estar convencido de que ningún modelo conceptual podía agotar la realidad, el defensor de unir el pensamiento científico con el movimiento obrero no era por ello un activista sin cabeza, sino que más bien rechazaba tanto la teorizaciones de gabinete – o de Comité Central – como el pragmatismo sin teoría.

Militante sobre todas las cosas, Sacristán sacrificó su «carrera» como intelectual y pensador en aras de la intervención política con el propósito de construir un proyecto de transformación de la sociedad. Contestar a las preguntas más arriba expuestas no sería, pues, una cuestión académica sino el intento de fundamentar científicamente una práctica revolucionaria.

Hablando del espinoso problema del «materialismo dialéctico» y el marxismo, Sacristán afirmaría:

«La dialéctica -como estilo- sería profundamente política, un saber de intervención, un conocimiento formador de estrategias de transformación social más que una metodología o una «teoría de teorías». De aquí se sigue que la totalización dialéctica sea importante en la construcción de concepciones del mundo, de un sentido común capaz de romper a través de la praxis y la cultura las ataduras del capitalismo en pos de una nueva organización de los medios de producción»

«On s´engage…»

Por lo tanto ante este «lo que hay», frente a este estado de putrefacción, dado este claroscuro productor de monstruos, urge imaginar un «qué hacer». Algunas de las características «sacristiananas» de ese «qué hacer», de esa «dialéctica» de la transformación social podrían ser, a vuelapluma y sin ánimo exhaustivo, las siguientes:

Marxismo: un tipo de praxis intelectual que es la conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano. Fundamentación racional del proyecto emancipador. «El pensamiento de Marx ha nacido como crítica de la ideología y su tradición no puede dejar de ser antiideológica sin desnaturalizarse».

Leninismo: análisis concreto de la situación concreta; estudiar, organizarse y hacer propaganda. «(El concepto gramsciano de hegemonía) Recuerdasobre todo a Lenin, pues la tesis de que el pensamiento de Marx no pone nunca como «factor máximo de la historia los hechos económicos brutos», sino la totalidad concreta que es la sociedad, esos hombres que se reúnen y se comprenden en una cultura o consciencia, es la sustancia de la interpretación de Marx política o praxeológica (no meramente científica o teórica) y dialéctica (no mecanicista o economicista) que se conoce con el nombre de leninismo»

Pesimismo de la inteligencia: pintar la pizarra de la realidad con todos sus negros colores para que el trazo de tiza de la alternativa se vea mejor.

Optimismo de la voluntad: la correlación de fuerzas es profundamente desfavorable para los de abajo, pero estos, aunque de forma esporádica y explosiva, siguen ofreciendo focos de resistencia. Hay que estar atentos a dichos movimientos, analizar su naturaleza, sacarlos de su tendencia al particularismo y tratar de articularlos en un proyecto general emancipatorio.

Negarse a aceptar el estado de cosas actual a pesar del dominio abrumador del Leviatán: «Una cosa es la realidad y otra la mierda, que es sólo una parte de la realidad, compuesta, precisamente, por los que aceptan la realidad moralmente, no sólo intelectualmente»

Subrayar la íntima conexión entre verdad, revolución y libertad. «A mí el criterio de verdad de la tradición del sentido común y de la filosofía me importa. Yo no estoy dispuesto a sustituir las palabras verdadero y falso por las palabras válido/no válido, coherente/incoherente, consistente/inconsistente. No, para mí las palabras buenas son verdadero y falso (…). Los de válido/no válido son los intelectuales en este sentido, los tíos que no van en serio»

Recordar la máxima: «On s´engage, et puis l´on voit». La verdad es concreta y se verifica en la práctica. «Y con Lenin comparto la convicción de que la última palabra de la sabiduría estratégica revolucionaria es el napoleónico «on s´engage, et puis l´on voit».

Construir una praxeología crítica, abierta, arraigada molecularmente en los de abajo, tan pedagógica como atenta a aprender, capaz de trabajar en las instituciones, pero sin institucionalizarse, creadora de espacios de debate, gestión y decisión horizontales y de base, no desnaturalizada en sus fines, ni descafeinada en sus medios.

Caerse del caballo y «convertirse»: llevar a la práctica nuestros principios políticos y éticos en la vida cotidiana, en nuestro discurrir diario, en los espacios de trabajo y ocio en los que transcurre nuestro existir. Contestando a la pregunta «¿Qué sujeto político podría efectuar la transformación social emancipadora? Sacristán nos dice: «Un sujeto que no sea ni opresor de la mujer, ni violento culturalmente, ni destructor de la naturaleza, no nos engañemos, es un individuo que tiene que haber sufrido un cambio importante. Si les parece para llamarles la atención, aunque sea un poco provocador, tiene que ser un individuo que haya experimentado lo que en las tradiciones religiosas se llamaba una conversión».

Recuperar el «mesotés» aristotélico y el realismo atemperado; negar el «cuanto peor mejor» y el sueño del paraíso en la tierra: «Nuestras capacidades y necesidades naturales son capaces de expansionarse hasta la autodestrucción. Hemos de ver que somos biológicamente la especie de la hybris, del pecado original, de la soberbia, la especie exagerada»

Contradecir a Gerónimo: dar batallas aunque se sepan perdidas: «(…) los indios por los que aquí más nos interesamos, son los que mejor conservan en los Estados Unidos sus lenguas, sus culturas, sus religiones incuso, bajo nombres cristianos que apenas disfrazan los viejos ritos. Y su ejemplo indica que tal vez nos sea siempre verdad eso que, de viejo, afirmaba el mismo Gerónimo, a saber, que no hay que dar batallas que se sabe perdidas. Es dudoso que hoy hubiera una consciencia apache si las bandas de Victorio y de Gerónimo no hubieran arrostrado el calvario de diez años de derrotas admirables, ahora va a hacer un siglo.»

Proclamar una poliética defensora de los humillados y ofendidos: «Como el Iván Dmitrich de Chéjov dice al doctor: «Ante el dolor respondo con gritos y lágrimas; ante la ruindad con la indignación, y la ignominia me produce asco. En mi opinión, es propiamente esto lo que se llama vida». 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.