Como si hubiera
llegado de un planeta extrasolar, la ministra Margarita Robles señaló
hace unas semanas que el uso del Ejército español de las Bardenas
Reales como campo de pruebas tenía por objetivo diversas acciones
humanitarias y que su utilización equilibraba el ecosistema.
Cualquiera que conozca el poder de los cazabombarderos sabe que las
bombas de humanitarias tienen únicamente la coincidencia de una «m»
y una «a» en sus vocablos y que ambas letras sirven para iniciar,
precisamente, su acción más reconocible: matar.
Y así
lo han hecho desde la guerra de Vietnam, donde los aviones
estadounidenses probaron todo tipo de novedades químicas, desde el
napalm al llamado Agente Naranja. Cuarenta millones de litros del
Agente Naranja se irrigaron con aviones de Washington, algunos de
ellos entrenados en las Bardenas. Un total de 500.000 niños
vietnamitas han sufrido las secuelas. Más de cuatro décadas después
del fin de la guerra, aún siguen naciendo niños vietnamitas con
deformidades terribles. Poca humanidad.
Ninguna humanidad
entre los cazas y bombardeos que entrenaron en las Bardenas antes de
atacar Iraq, Afganistán o Libia. La OMS sugería la cifra de 400.000
muertos en Iraq, alguna ONG la elevaba hasta el millón. Más de
150.000 en Afganistán. Cerca de 10.000 muertos y 4.000 desaparecidos
en la incursión de la OTAN en Libia. El Ministerio de Exteriores
español tiene una definición precisa en su página web: «La Acción
Humanitaria tiene como objeto proteger y salvar vidas, prevenir y
aliviar el sufrimiento humano, atender las necesidades básicas e
inmediatas de la población y promover sus derechos».
Poca
humanidad también en el que es en la actualidad campo de
entrenamiento de la OTAN en Europa. Dicen que el único, aunque con
esa ampliación hacia los Estados que fueron del Pacto de Varsovia,
los terrenos de adiestramiento se han esparcido. España entró en la
OTAN en 1982, y sus ciudadanos lo avalaron en referéndum en 1986.
Como es sabido, vascos, catalanes y canarios la rechazamos. Aquella
pantomima lo fue también en el Polígono, que llevaba desde su
inauguración siendo utilizado alegalmente, cuando no ilegalmente,
por EEUU y sus socios. A pesar de la falta de transparencia, las
organizaciones contra el Polígono afirman que han muerto más de
veinte pilotos en los ensayos que ya causaron en Arguedas la muerte
de un pastor, allá por 1955.
Cazas y bombardeos llevan
entrenándose en las Bardenas desde que en 1951 la Diputación
franquista la regaló a los militares españoles. Luego vino la
continuidad de los que entonces estaban en contra del Polígono y, al
arribar a la macropolítica, cambiaron de opinión. Margarita Robles
entre ellos. Con motivo del advenimiento del fin del Convenio en
2001, Santiago Valderas, el entonces jefe de Estado Mayor del
Ejército hispano, hizo una defensa numantina de la continuidad,
aunque no tanto por razones caritativas, como la Robles, sino
económicas: si las Bardenas volvían al pueblo, decía Valderas, los
aviones españoles tendrían que ir a entrenarse a Canadá. Por si
las moscas, en el año 2000 fue enunciada zona de Interés para la
Defensa, lo que quiere decir que en el momento que el Convenio
decaiga, el Ministerio tiene la facultad para expropiarlo.
En
2000, la Unesco declaraba a las Bardenas «Reserva de la Biosfera»,
nombrado «Un verdadero desierto frío en el corazón de Europa,
donde se reproducen las condiciones de las grandes estepas de Asia
Central». Por si a alguien le cupiera duda, la Unesco esclareció en
su declaración que el polígono de tiro no formaba parte de la
Reserva de la Biosfera. Santificar a los militares en nombre de la
preservación del ecosistema hubiera sido demasiado.
Estas
impresiones tan histriónicas y lejanas a la realidad, que no han
sido exclusivas de Margarita Robles ni de Santiago Valderas, son las
que, supongo, han llevado a caricaturizar los objetivos de la última
movilización contra el Polígono. El cartel de la marcha organizada
por Ager Vasconumeko Gazteak sobre el fondo de la icónica imagen del
Castildetierra, aparecían dos platillos volantes y una leyenda: «Que
se vayan a su planeta».
La verdad es que el acierto de la
campaña y su cartel ha sido sonado, cuando precisamente el espionaje
de EEUU ha desclasificado documentación para decir que no hay
pruebas de la existencia de extraterrestres pero que la posibilidad
está presente, más aún cuando constata decenas de objetos
voladores que no ha podido identificar. Desconozco si alguno de esos
144 platillos volantes censados, pero sin identificar, sobrevolaron
el cielo navarro, tal como sugerían los jóvenes convocantes de la
marcha, aunque no sería de extrañar.
Porque ya hubo un
lugar nada terrenal, más al norte de la Ribera, en Gorramendi, las
alturas de Elizondo, que albergó a una compañía, la conocida
técnicamente como 877 Squadron Warning Control W-6. No existió
oficialmente y cuando sus usuarios se fueron, dinamitaron las
instalaciones dedicadas probablemente a controlar comunicaciones en
el sur de Europa. Hoy, con los satélites, todo es más fácil. Los
militares norteamericanos de Gorramendi se dejaron ver por tabernas,
discotecas y prostíbulos navarros y guipuzcoanos. Sus escándalos,
agresiones sexuales y tajadas trascendieron a los medios de
comunicación.
Durante veinte años los «invisibles»
militares de Gorramendi no existieron, tal y como esos aparatos que
sobrevuelan las Bardenas o los vuelos detectados por la inteligencia
norteamericana. Son terrícolas con la aureola de marcianos,
camuflados quizás o realmente originales, autóctonos del planeta
rojo. Porque como dirían Dana Scully y Fox Mulder, aquellos
protagonistas de «The X Files”, los extraterrestres están
entre nosotros. Abduciendo a unos creyentes para los que cualquier
ocurrencia, por mucho que sea estrambótica o irracional, tiene
credibilidad. El avistamiento de marcianos en las Bardenas responde a
esta lógica. Y por ello, en sintonía con los jóvenes ribereños,
que se vayan.
Iñaki Egaña es historiador.
Fuente: https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/marcianos-en-las-bardenas