Como un primer apunte de la reciente jornada electoral municipal y autonómica, se pueden extraer fácilmente dos conclusiones: ha habido una clara victoria del bloque neoconservador y reaccionario y una derrota política del PSOE. Por tanto, no podía hacerse esperar mucho la respuesta de Pedro Sánchez frente a la euforia de sus adversarios y ésta ha llegado al día siguiente anticipando al 23 de julio las elecciones generales que estaban previstas para diciembre de este año
De esta forma, una vez más, el líder socialista, tras reconocer su error por haberse adaptado al marco de ámbito estatal que el bloque de las derechas consiguió imponer durante la reciente campaña electoral, recurre a su conocida habilidad táctica para mover ficha y abrir un nuevo escenario, no previsto por nadie, confiando una vez más en la diosa Fortuna. Entramos así en una nueva fase en la que lo que está en juego es si definitivamente va a producirse un cambio de ciclo o, por el contrario, la resiliencia mostrada hasta ahora por Sánchez consigue salir adelante ante esta nueva prueba, sin duda mucho más difícil que las anteriores, teniendo en cuenta, además, que se va a dar en un contexto de marea neoconservadora en Europa.
Parece evidente ya que de cara al 23J el propósito tanto de Feijóo como de Sánchez será reducir la confrontación electoral a una polarización bipartidista, lo que sin duda no va a favorecer al ya legalizado Movimiento Sumar que, pese a no haberse presentado, no sale indemne del 28M;sobre todo, debido a la derrota de la principal aliada de Yolanda Díaz, Ada Colau, en las elecciones al ayuntamiento de Barcelona. Tampoco sumará mucho un Podemos mucho más debilitado todavía, como comentaremos más adelante.
En efecto, Sánchez va a apelar a fondo al voto útil frente a PP-Vox en detrimento de una confluencia de formaciones políticas (entre ellas, Izquierda Unida, En Comú, Más Madrid y Compromís) que difícilmente va a poder contrarrestar esa presión con un perfil unitario. Un nuevo intento de partido-movimiento que,además, parece dispuesto a seguir apostando por reproducir el modelo de un gobierno de coalición progresista que ni siquiera ha cumplido con promesas que eran fundamentales en su programa de gobierno (como, entre otras, la derogación de las reformas laborales de Rajoy y Zapatero y de la ley mordaza, o una reforma fiscal progresiva) y que, de llevarse a cabo, se daría en una correlación de fuerzas que se anuncia peor incluso que en la pasada legislatura.
Una marea que se beneficia de la descomposición de Ciudadanos
En realidad, lo que ha ocurrido este 28M ha venido a confirmar la tendencia ascendente del PP que anunciaban las encuestas (salvo la del Centro de Investigaciones Sociológicas) gracias, sobre todo, a que ha podido ganar una parte importante del voto que recogía Ciudadanos (Cs), formación ya prácticamente desaparecida, y a su capacidad de atraer a una parte del voto de Vox, especialmente en la Comunidad de Madrid, donde ha obtenido la mayoría absoluta.
Aun así, la diferencia de votos entre PP y PSOE en las elecciones municipales a escala estatal, con una participación del 63,92%, no ha sido tanta como para garantizar una victoria del PP en las generales: 31,51% frente a 28,11%. Con todo, sí supone para el primer partido de la derecha conquistar el gobierno de un buen número de ciudades importantes (entre ellas, las emblemáticas de València frente a Compromís, Sevilla frente al PSOE y Cádiz frente a Adelante Andalucía) y, sobre todo, de Comunidades Autónomas que ha arrebatado al PSOE, como País Valencià, Aragón, Baleares, Extremadura, La Rioja y Cantabria. Si bien en algunas de ellas tendrá que pagar un alto precio para conseguir el apoyo de Vox, una formación que, aunque ha ganado peso municipal con un 7,19% de votos, ha quedado lejos de de los 3 millones y medio de votos que obtuvo en las elecciones generales de 2019. Aun así, condicionará la gobernabilidad de seis CC AA y 30 capitales de provincia.
La gran excepción a la victoria cosechada por el PP, como señala Petxo Idoiaga, ha estado en la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra, en donde EH Bildu, único beneficiado de la campaña contra ETA desplegada, sobre todo por, Ayuso, ha conocido un notable ascenso que amenaza la hegemonía del PNV. En cambio, Unidas Podemos ha desaparecido de los parlamentos autonómicos de Madrid, País Valencià y Canarias y de muchos ayuntamientos, entre ellos el de Madrid capital, sale de cinco gobiernos autonómicos y sólo sigue presente en 17 capitales de provincia. Una debacle que,a partir de ahora,le obliga a resignarse a ser actor secundario en el proyecto de Yolanda Díaz. Habrá que ver si esta confluencia llega a buen fin y, en ese caso, hasta qué punto compartirán discurso común durante una campaña que va a obligarles a una mayor diferenciación respecto al PSOE.
Caso aparte es el de Catalunya, en donde la dimensión estatal ha beneficiado al PSC mientras que ha perjudicado a ERC frente a Junts per Catalunya. Esta formación se ha apoyado esta vez en la imagen nostálgica de la vieja Convergència que ha encarnado con éxito el candidato a alcalde de Barcelona, Xavier Trías. La CUP, por su parte, pese a no haber logrado entrar en el ayuntamiento de Barcelona, ha conquistado en coalición el segundo puesto en Girona y se mantiene como cuarta fuerza política en número de concejalías en toda Catalunya.
¿Retorno a la centralidad de los dos grandes partidos?
Poniendo en el centro del debate cuestiones ajenas (como la denuncia de las alianzas del sanchismo con “comunistas, separatistas y terroristas” y agitando el fantasma de ETA doce años después de su disolución, junto con clásicos como su punitivismo penal) a los problemas locales y autonómicos (como la crisis de la sanidad, de la educación o de la vivienda, o la lucha contra la inflación), el PP ha conseguido instalar la imagen de un régimen y una España en peligro y de una inseguridad ciudadana que le ha permitido salir ganador de ese envite.
Su alegría por el triunfo alcanzado en esa primera vuelta, como ya hemos apuntado arriba, ha durado poco. Dirigentes y referentes del PP (con el expresidente Aznar a la cabeza) no han podido ocultar su contrariedad ante la decisión tomada por Sánchez, ya que éste les obliga a afrontar la segunda vuelta en un plazo mucho más corto que el que pensaban aprovechar para profundizar, con el poderoso apoyo mediático con que cuentan, el desgaste del gobierno de coalición progresista, ahora más ilegítimo si cabe. Sin embargo, tampoco han tardado mucho en escoger el eslogan que va a encabezar su campaña:“O Sánchez o España”. Así que veremos de nuevo a Feijóo, con Ayuso por delante,recurrir al fantasma de una ruptura de la unidad de España –que no está ni se la espera en la agenda del PSOE–como aglutinante de su programa neoliberal, autoritario y reaccionario al servicio de la trama de poder oligárquico que representa.
Frente a ese objetivo, Sánchez no parece temer el riesgo de convertir el 23J en un plebiscito en torno a su figura, dispuesto a conseguir una victoria que le permita evitar el recurso a alianzas incómodas a su izquierda. Así, buscará calmar el malestar de los barones del partido derrotados, tratando de reforzar su imagen de partido de Estado y de competir sin complejos con las derechas. Algo que ya ha hecho en muchas de sus políticas, pero que ahora extenderá a nuevas rebajasen cuestiones como la lucha contra el cambio climático, la política fiscal, el derecho a la vivienda o la mal llamada inseguridad ciudadana; y, por supuesto, manifestando su disposición a aplicar los recortes que vengan dictados desde la Comisión Europea o a obedecer a una OTAN bajo el liderazgo estadounidense. Incluso no habría que descartar que su aspiración, común con el PP, a recuperar si no el bipartidismo sí la centralidad de ambos partidos en el ámbito estatal, les lleve después del 23J a buscar un acuerdo para una reforma electoral siguiendo modelos como el griego, para tratar de imponer un turnismo que fue enterrado en 2015. Todo ello en nombre de garantizar la estabilidad de un régimen que, pese al fin de los ciclos abiertos por el 15M y por el soberanismo catalán, continúa lleno de grietas y ha de hacer frente a mayores turbulencias globales; sobre todo, a una acumulación de malestar social que podría generar en el futuro revueltas como las que se están produciendo en países como Francia o Gran Bretaña.
Frenar la amenaza derechista cambiando de rumbo
No será, desde luego, con un nuevo desplazamiento a la derecha del PSOE como se podrá frenar a la marea derechista. La experiencia reciente de estos tres últimos años, como la vivida en otros países, ya lo ha demostrado: como hemos sostenido en el último número de viento sur[1], los nuevos progresismos pueden ser, citando a Modonesi, un “dique temporal”, un mal menor frente al bloque reaccionario, pero no son capaces de “clausurar las contradicciones de fondo” que explican su ascenso.
Ante este panorama, la situación de “paz social” que las direcciones de CCOO y UGT han mantenido a lo largo de esta legislatura y que han renovado con su reciente pacto con la patronal (ver artículo Mikel de la Fuente y Josu Egireun) no parece que vaya a ayudar a una removilización desde la izquierda. Difícilmente, por tanto, se van a crear condiciones favorables para desbordar el marco bipartidista de la campaña electoral y, sobre todo, para hacer aparecer en la misma un proyecto autónomo y alternativo que ponga en el centro cuestiones tan fundamentales como la lucha contra el cambio climático, la precarización de nuestras vidas, el avance en el reconocimiento de la realidad plurinacional del Estado, o el rechazo de un racismo estructural que, como hemos visto recientemente, ha llegado a tener sus peores expresiones no sólo en nuestra frontera sur, sino también en los campos de fútbol.
Ante este panorama, la izquierda anticapitalista también debe asumir su parte de responsabilidad en la situación de derrota colectiva en la que nos encontramos y que le lleva a estar prácticamente ausente como alternativa política en la próxima confrontación electoral. No por ello debería desentenderse de la necesidad de contribuir a impedir la victoria del bloque de derechas, ya que no podemos subestimar la amenaza que supondría su acceso al gobierno del Estado con el consiguiente ataque a derechos civiles y sociales fundamentales (en primer lugar, contra las personas procedentes del Sur y las mujeres) y el refuerzo de una mal llamada democracia militante, dispuesta incluso a ilegalizar a una parte del actual espectro parlamentario. Ahora bien, tendría que hacerle frente desde una posición autónoma y crítica que, a su vez, busque confluir con los movimientos sociales y las fuerzas políticas a la izquierda del PSOE en un proceso de removilización social contra las políticas neoliberales y neoconservadoras, vengan de donde vengan y gobierne quien gobierne.
En todo caso, sean cuales sean los resultados del 23J, llegan tiempos todavía más duros: toca resistir a la amenaza del autoritarismo reaccionario, pero también a un bipartidismo sistémico que se refuerza, y buscar frente a ambos nuevas vías de confluencia y anclaje entre las capas populares que ayuden a ofrecer un horizonte de esperanza de cambio real. Para ello habrá que apoyarse en el trabajo imprescindible y paciente de las redes solidarias desde los barrios y centros de trabajo que permitan un mayor anclaje social en torno a una cultura de la movilización y solidaridad que vuelva a poner el conflicto social y la defensa de una vida digna en un planeta habitable frente al capital en el centro.
Nota:
[1]https://vientosur.info/nuevos-progresismos-en-america-latina-y-en-europa/
Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur.
Fuente: https://vientosur.info/del-28m-al-23j-marea-derechista-vs-progresismo-en-declive/