La ecología social de Engels
Engels nació en 1820, en Barmen, en ese tiempo la urbe más industrializada de Alemania, hijo de una familia que era dueña de una fábrica textil en la ciudad y otra en los suburbios de Manchester, en Inglaterra. Desde muy joven le impresionaron las condiciones de vida y de trabajo de los sectores obreros y el contraste que existía con aquellas de la clase propietaria. Su padre no le permitió terminar la enseñanza media y, en vez de eso, a los 17 años lo tuvo trabajando en las oficinas de la empresa familiar para luego enviarlo a cumplir labores de aprendiz en una firma comercial en el puerto de Bremen, donde permaneció dos años. Sus labores eran de asistente de contador, debiendo llevar registros comerciales y además leer, traducir y responder la correspondencia de la empresa, la mayor parte en lenguas extranjeras. Engels siempre había demostrado gran habilidad para los idiomas y mientras residía en Bremen se jactaba de leer habitualmente periódicos en una decena de idiomas distintos. Ahí tuvo también acceso a libros prohibidos en Alemania. En 1841 comenzó el servicio militar en Berlín, donde además se inscribió como alumno externo en la universidad y tomó contacto con los llamados jóvenes hegelianos. Tanto en Bremen como en Berlín, con el seudónimo de Federico Oswald, escribió artículos filosóficos, políticos y críticos de las condiciones de vida de los obreros industriales que publicaban diversas revistas, entre las que se encontraban los Anuarios alemanes para la ciencia y el arte, que editaba en Sajonia Arnold Ruge, un afamado revolucionario, y la Gaceta renana, que Marx editaba en Colonia.
En diciembre de 1842, su padre lo envió a Manchester a trabajar en la fábrica que ahí tenía junto a un socio inglés, a cumplir labores similares a las que había ejercido en Bremen. Sus ingresos eran altos, por lo que podía llevar una vida holgada. Sin embargo, sus preocupaciones políticas siguieron siendo lo más importante. Al año siguiente de su arribo escribió Apuntes para una crítica de la economía política que envió a Ruge, quien por ese entonces se encontraba exiliado en París editando los Anales franco-alemanes, junto a Marx. En esa misma época, conoció a Mary Burns, una joven proletaria de descendencia irlandesa, activista en el movimiento obrero, quien como él sostenía puntos de vista revolucionarios. La pareja se enamoró y vivieron juntos durante los siguientes veinte años hasta el fallecimiento de Mary. Fue ella quien lo introdujo en los barrios proletarios de Manchester, lo que le permitió conocer las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera inglesa. También lo puso en contacto con dirigentes de diversas organizaciones de trabajadores. En 1844, Engels escribió tres artículos sobre la situación de la clase obrera inglesa que fueron publicados en los Anales franco-alemanes, luego regresó a Alemania donde siguió trabajando hasta darle forma definitiva al libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, según las observaciones del autor y fuentes autorizadas, que fue publicado en marzo de 1845. En su viaje de regreso había hecho una parada en París y establecido la relación de amistad y camaradería con Marx que duraría el resto de sus vidas. Marx había quedado de sobremanera impresionado por los escritos de Engels que habían influido en su propia forma de pensar. En los tan solo diez días que Engels estuvo en París comenzaron a trabajar juntos en el que sería el libro La sagrada familia, una crítica a los jóvenes hegelianos desde un punto de vista materialista revolucionario. Al momento de publicarse La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels tenía 24 años.
El libro La situación de la clase obrera en Inglaterra fue pionero en el campo de la sociología y en otras numerosas áreas. El médico y fisiólogo Rudolf Virchow, por ejemplo, lo citaba elogiosamente como un aporte a la ciencia de la epidemiología. Es que Engels analizó las condiciones deplorables en que vivía el proletariado inglés y estableció la relación que existía entre la propagación constante de diversas epidemias que acababan con la salud y la vida de los trabajadores y las de sus hijos –como viruela, sarampión y tos convulsiva– con la contaminación por desechos en los barrios (no había alcantarillado), la pestilencia en el aire, tanto al interior de las fábricas como en los cuartos obreros, el hacinamiento, el hambre, el trabajo infantil y de las mujeres, que resultaba más barato a los capitalistas, y la imposibilidad para los niños de acceder a la educación, entre un sinfín de otras calamidades. Las condiciones ambientales impactaban de manera notoria en la salud de la población proletaria.
Engels empieza el libro con una dedicatoria “a las clases obreras de Gran Bretaña” en la que indica su intención y su sistema de investigación: “¡Trabajadores! A ustedes dedico una obra en la que he intentado describir a mis compatriotas alemanes un cuadro fiel de sus condiciones de vida, de sus penas y de sus luchas, de sus esperanzas y de sus perspectivas. He vivido bastante tiempo entre ustedes, de modo que estoy bien informado de sus condiciones de vida; he prestado la mayor atención a fin de conocerlas bien; he estudiado los diferentes documentos, oficiales y no oficiales, que me ha sido posible obtener; mas este procedimiento no me ha satisfecho enteramente; no es solamente un conocimiento abstracto de mi asunto lo que me importaba, yo quería verlos en sus hogares, observarlos en su existencia cotidiana, hablarles de sus condiciones de vida y de sus sufrimientos, ser testigo de sus luchas contra el poder social y político de sus opresores. He aquí cómo he procedido: he renunciado a la sociedad y a los banquetes, al vino y al champán de la clase media, he consagrado mis horas de ocio casi exclusivamente al trato con simples obreros; me siento a la vez contento y orgulloso de haber actuado de esa manera. Contento, porque de ese modo he vivido muchas horas alegres, mientras al mismo tiempo conocía su verdadera existencia”.
Más adelante, Engels advierte que utiliza la expresión clase media “en el sentido del inglés middle class (o bien como se dice casi siempre, middle classes); esta expresión designa, como la palabra francesa burguesía, la clase poseedora y muy particularmente la clase poseedora distinta de la llamada aristocracia, clase media que en Francia y en Inglaterra detenta el poder político directamente”. También demuestra ser consciente de que su estudio era el primero de esta naturaleza. La burguesía inglesa, dice Engels, no ha tenido la preocupación de conocer, analizar y explicar la situación de la clase obrera de su propio país, sino que ha “dejado a un extranjero la tarea de informar al mundo civilizado sobre la situación deshonrosa en que [el proletariado inglés] es obligado a vivir”. Y añade: “Extranjero para ellos, pero yo espero que no para ustedes. Puede ser que mi inglés no sea puro; pero abrigo la esperanza de que, a pesar de todo, resulte un inglés claro. (…) Ningún obrero en Inglaterra –ni tampoco en Francia, dicho sea de paso– jamás me ha considerado extranjero”.
En esta dedicatoria, Engels subraya la naturaleza irreconciliable del conflicto entre proletariado y burguesía: “Gracias a las amplias oportunidades que he tenido de observar al mismo tiempo a la clase media, su adversaria, he llegado muy pronto a la conclusión de que ustedes tienen razón, toda la razón, de no esperar de ella ninguna ayuda. Sus intereses y los de ustedes son diametralmente opuestos, aunque trate sin cesar de afirmar lo contrario y quiera hacerlos creer que siente por su suerte la mayor simpatía. Sus actos desmienten sus palabras. Yo espero haber aportado suficientes pruebas de que la clase media –pese a todo lo que se complace en afirmar– no persigue otro fin en realidad que el de enriquecerse por el trabajo de los obreros, mientras pueda vender el producto del mismo, y de dejarlos morir de hambre, desde el momento en que ya no pueda sacar más provecho de este comercio indirecto de carne humana”. Este párrafo, presagia las palabras del Manifiesto comunista que sería escrito tres años después. Asimismo ocurre con las frases finales de la dedicatoria: “he comprobado que ustedes son hombres y mujeres, miembros de la gran familia internacional de la humanidad, que han reconocido que sus intereses y aquellos de todo el género humano son idénticos; y es a este título de miembros de la familia ‘una e indivisible’ que constituye la humanidad, a este título ‘de seres humanos’ en el sentido más pleno del término, que yo saludo –yo y muchos otros en el continente– su progreso en todos los campos y les deseamos un éxito rápido. ¡Y ante todo por el camino que han elegido! Muchas pruebas les esperan aún; manténganse firme, no se desalienten, su éxito es seguro y cada paso adelante, por la vía que tienen que recorrer, servirá nuestra causa común, ¡la causa de la humanidad!”
Aunque la importancia de lucha política del proletariado es destacada por Engels, la relevancia de la obra está dada por la descripción y análisis de las condiciones de vida del proletariado. Además de los trabajadores industriales, Engels abordó la situación de los mineros del carbón y de los trabajadores agrícolas, estudió la inmigración irlandesa y analizó la historia y condición presente de la resistencia obrera y de los movimientos sociales del proletariado. Sobre los barrios obreros en las ciudades donde se había asentado la industria capitalista, entre otras muchas cosas, escribió: “Las calles mismas no son habitualmente ni planas ni pavimentadas; son sucias, llenas de detritos vegetales y animales, sin cloacas ni cunetas, pero en cambio sembradas de charcas estancadas y fétidas. Además, la ventilación se hace difícil por la mala y confusa construcción de todo el barrio, y como muchas personas viven en un pequeño espacio, es fácil imaginar qué aire se respira en esos barrios obreros (…) Las calles sirven de mercado: cestas de legumbres y de frutas, naturalmente todas de mala calidad y apenas comestibles, dificultan mucho más el tránsito, y de ellas emana, como de las carnicerías, un olor nauseabundo. Las casas están habitadas desde el sótano hasta el techo, tan sucias en el exterior como en interior, y tienen un aspecto tal que nadie tendría deseos de vivir en ellas. Pero eso no es nada comparado con los alojamientos en los patios y las callejuelas transversales a donde; se llega por pasajes cubiertos, y donde la inmundicia y el deterioro por vejez exceden la imaginación. (…) Más allá de este cinturón, viven la burguesía mediana y la alta burguesía –la mediana burguesía en calles regulares, cercanas al barrio obrero, la alta burguesía en las casas con jardín, del tipo de villa, más alejadas”.
Engels estudió las condiciones de trabajo en todas las principales ramas de la industria y describió con detalle la situación a la que se veían sometidos hombres, mujeres y niños al interior de las fábricas. Acerca de la industria textil escribió muchas páginas, he aquí un botón de muestra para apreciar el enfoque que le dio a su análisis: “Hay además otras ramas del trabajo industrial cuyos efectos son particularmente nefastos. En numerosos talleres de hilado de algodón y lino flotan polvos de fibras, suspendidos en el aire, que provocan, especialmente en los talleres de cardar y rastrillar, afecciones pulmonares. Ciertas constituciones pueden soportarlas, otras no. Pero el obrero se halla sin alternativa alguna: tiene que aceptar el taller donde encuentra trabajo, sin importar que sus pulmones estén buenos o malos. Las consecuencias más habituales de la entrada de ese polvo en los pulmones son el escupir sangre, una respiración penosa y silbante, dolores en el pecho, tos, insomnio, en una palabra, todo los síntomas del asma que, en los casos extremos, degenera en tisis”.
En la preparación y redacción de las casi cuatrocientas páginas de extensión de La situación de la clase obrera en Inglaterra, el afán de Engels no era, por supuesto, puramente descriptivo. Por el contrario, su análisis apuntaba a fundar en la realidad material sus perspectivas revolucionarias y, como escribió en la dedicatoria a la clase obrera inglesa, a subrayar el carácter histórico de las luchas que estaba dando el proletariado. La situación a la que estaban sometidos los trabajadores, las obreras y la niñez proletaria por el sistema industrial no les dejaba otra alternativa que organizarse y combatir por su liberación y, de esa forma, liberar a la humanidad toda.
Acerca de lo que significaba la explotación burguesa de la clase obrera, desde este punto de vista social y ambiental, Engels concluía: “La sociedad en Inglaterra comete cada día y a cada hora lo que los periódicos obreros ingleses tienen toda razón en llamar crimen social; ha colocado a los trabajadores en una situación tal que no pueden conservar la salud ni vivir mucho tiempo; mina poco a poco la existencia de esos obreros, y los conduce así a la tumba antes de tiempo; la sociedad sabe hasta qué punto semejante situación daña la salud y la existencia de los trabajadores, y sin embargo no hace nada para mejorarla (…) ella conoce las consecuencias de sus instituciones y sabe que sus actuaciones no constituyen por tanto un simple homicidio, sino un asesinato. (…) La grandeza industrial de Inglaterra no puede ser mantenida sino mediante un tratamiento bárbaro a los obreros, mediante la destrucción de la salud y el abandono social, físico y moral de generaciones enteras. (…) La esclavitud en que la burguesía ha encadenado al proletariado no se revela en ninguna parte de una manera tan evidente como en el sistema industrial. Es el fin de toda libertad, de hecho y de derecho”.
Esta obra de Engels impresionó a Marx. Uno de los aspectos más sobresalientes de La situación de la clase obrera en Inglaterra fue su metodología de investigación y la revisión de fuentes. Para obtener la información que requería, Engels recurrió a artículos de prensa, de revistas médicas y de folletos y periódicos publicados por las propias organizaciones obreras; informes de parroquias; partes policiales y resoluciones judiciales; informes de la beneficencia, de los asilos para los sin vivienda, de diversas asociaciones de caridad y de numerosos médicos; peticiones al gobierno; informes parlamentarios y ministeriales como, por ejemplo, el Informe de los comisionados de la Ley de Pobres presentado al ministro del Interior, respecto a una investigación sobre la situación sanitaria de la clase obrera de Gran Bretaña. Con apéndices. Presentado a ambas cámaras del Parlamento en julio de 1842 y el Informe de la Comisión sobre trabajo infantil; libros y memorias de diversas temáticas escritos por autores liberales y conservadores, por médicos, economistas, abogados y de otras profesiones, como Los obreros fabriles de Inglaterra, su estado moral, social y físico, y los cambios ocasionados por la utilización de máquinas de vapor, con una investigación sobre el trabajo infantil. ‘Que se haga justicia’; planos urbanos; estadísticas del registro civil y de otras fuentes; reglamentos de fábricas, etc. En este respecto, Engels dio el ejemplo y trazó la senda que seguiría Marx en sus largos y amplios estudios para escribir El Capital. En efecto, en esta obra –publicada en 1867–y en todos los voluminosos cuadernos manuscritos preparatorios, Marx dio muestra de una tremenda minuciosidad al estudiar fuentes similares para poner al día el análisis ecológico social del que Engels había sido pionero.
La fractura metabólica que provoca el capital
“El trabajo es, antes que nada, un proceso que tiene lugar entre el ser humano y la naturaleza, un proceso por el que el ser humano, por medio de sus propias acciones, media, regula y controla el metabolismo que se produce entre sí y la naturaleza. Se enfrenta a los materiales de la naturaleza como una fuerza de la naturaleza. Pone en movimiento las fuerzas naturales que forman parte de su propio cuerpo, sus brazos, sus piernas, su cabeza y sus manos, con el fin de apropiarse de los materiales de la naturaleza de una forma adecuada a sus propias necesidades. A través de este movimiento actúa sobre la naturaleza exterior y la cambia, y de este modo cambia simultáneamente su propia naturaleza. El trabajo es la condición universal para la interacción metabólica entre el ser humano y la naturaleza, la perenne condición de la existencia humana impuesta por la naturaleza.» (Marx, El Capital, Tomo I. Citado en: John Bellamy Foster. La ecología de Marx. Ediciones Viejo Topo, s/f –el original en inglés fue publicado el año 2000)
En el siglo XIX la noción de metabolismo adquirió un lugar destacado en los estudios de fisiología animal y vegetal, especialmente debido al descubrimiento de la célula y el desarrollo de la teoría celular. Los investigadores concluyeron que los procesos celulares de intercambio de energía y materia con el entorno se regían por las mismas leyes que todo proceso químico y llamaron a esos procesos metabolismo. Se entendía, entonces, que todos los seres vivos existen en un incesante metabolismo con su medio ambiente, que esa es la característica fundamental de la vida.
Varios estudiosos de la agricultura extendieron la noción de metabolismo al análisis de la relación entre el ser humano y la naturaleza. El más destacado de estos científicos fue el químico alemán Justus von Liebig (1803-1873) a quien Marx estudió concienzudamente, por lo menos desde la década de 1840 cuando este había publicado el tratado La química orgánica y sus aplicaciones a la agricultura y la fisiología. Por entonces, la progresiva pérdida de la fertilidad de los suelos agrícolas, tanto en Europa como en Estados Unidos, se había convertido en la principal preocupación de los productores capitalistas. Liebig y varios otros científicos se abocaron a estudiar este problema y descubrieron que los nutrientes esenciales de las plantas son el nitrógeno, el potasio y el fósforo y que estos elementos son devueltos a los suelos en un proceso metabólico natural que la agricultura capitalista había roto. Se había quebrado el ciclo natural de retorno de los nutrientes a los suelos. La producción capitalista había conducido a la concentración de la población en ciudades, arrancándola de las tierras dedicadas a la agricultura, por lo que los nutrientes naturales de los suelos eran enviados a kilómetros de distancia en forma de alimentos, fibras y materias primas, lo que causaba, además, tremendos problemas de contaminación en las zonas urbanas debido, fundamentalmente, a la ausencia de sistemas adecuados de alcantarillado y de manejo y reciclaje de los desechos.
Los economistas clásicos, a quienes Marx y Engels habían estudiado, designaban como acumulación originaria o acumulación primitiva al conjunto de procesos históricos que habían hecho posible el desarrollo del capitalismo. Uno de estos había sido la expulsión de la población rural –y de sus animales de crianza– de sus tierras y la apropiación de esta por parte de terratenientes y agricultores capitalistas. Donde fue más agudo este hecho fue en Inglaterra donde la población urbana pasó de 17% en 1700 a 27% en 1800 y a 80% en 1890. Marx describe el proceso de acumulación originaria en el capítulo XXIV del tomo primero de El Capital, publicado en 1867.
Liebig y otros investigadores del fenómeno de pérdida de fertilidad de los suelos agrícolas sostuvieron que la única forma de resolver la crisis era mediante la restitución de los nutrientes expoliados, y para esto proponían que los desechos urbanos fuesen de alguna forma reconducidos a las zonas rurales. También estudiaron el valor fertilizante de algunas sustancias naturales. En la segunda mitad del siglo XIX, la principal de estas era el guano extraído de los islotes ubicados frente a las costas de Perú y enviado a Europa. Liebig había descubierto la llamada ley del mínimo que plantea que el crecimiento de las plantas depende del elemento nutritivo más escaso –fósforo, potasio o nitrógeno– por lo que los tres son igualmente fundamentales. El valor del guano es que los posee todos. Inglaterra ostentaba el monopolio de este tráfico y existía conciencia de que las cantidades de guano eran limitadas.
El problema del .empobrecimiento del suelo que provocaba la agricultura capitalista fue siendo denunciado en tonos cada vez más alarmantes como una ruptura en los procesos metabólicos naturales prácticamente irresoluble y propio de este modo de producción. El resultado, sostenían los científicos, es el empobrecimiento de la sociedad en su conjunto. El propio Liebig llegó a esta conclusión. En Estados Unidos, el agrónomo George Waring (1833-1898) planteaba: “Con la sangría de la tierra perdemos año tras año la esencia intrínseca de nuestra vitalidad (…) El objeto de nuestra economía no debería ser cuánto producimos anualmente, sino qué proporción de nuestra producción anual se le ahorra al suelo. El trabajo que se emplea para robarle a la tierra su capital de materia fertilizante es algo peor que el trabajo despilfarrado. En el último caso se trata de una pérdida para la generación presente; en el primero, se convierte en una herencia de pobreza para nuestros descendientes. El ser humano no es más que usufructuario del suelo, y se hace culpable de un delito cuando reduce su valor para otros usufructuarios que vendrán después de él.» (Citado en Foster, op. cit.).
A Marx le impactaron profundamente estas investigaciones acerca de las consecuencias que sobre los ciclos naturales tiene la producción capitalista, acerca del daño que provoca el capitalismo a la naturaleza. Desde sus escritos más tempranos, Marx venía sosteniendo que la expropiación capitalista de las tierras y medios de producción de los pequeños y medianos productores trae como resultado una doble alienación: por un lado la alienación del trabajador respecto a sus productos, que son apropiados por el capitalista y que después los encuentra en el mercado como entes ajenos, y por otro, la alienación del trabajador respecto a la tierra, es decir la naturaleza. “En el siglo XIX”, señalaba, refiriéndose a Inglaterra, “hasta la memoria de la relación que había existido entre el trabajador agrícola y la propiedad comunal había desaparecido».
Desde la década de 1850 Marx incorpora a esta explicación el concepto de metabolismo; escribe sobre el “metabolismo social” para describir los complejos procesos y circuitos de intercambio de materia y energía entre la sociedad humana y la naturaleza, mediados por el trabajo, esto es, la producción. Marx argumenta que las formas de este intercambio ha variado según los distintos modos de producción que se han sucedido en la historia. Habla, así, sobre el metabolismo social del capitalismo y estudia el proceso histórico que le dio origen. En el tomo uno de El Capital, Marx sostiene, por ejemplo: “La producción capitalista congrega a la población en grandes centros y hace que la población urbana alcance una preponderancia siempre creciente. Esto tiene dos consecuencias. Por una parte, concentra la fuerza motriz histórica de la sociedad; por otra, perturba la interacción metabólica entre el ser humano y la tierra, es decir, impide que se devuelvan a la tierra los elementos constituyentes consumidos por los seres humanos en forma de alimentos y ropa, e impide por lo tanto el funcionamiento del eterno estado natural para la fertilidad permanente del suelo (…) Todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte de robar al suelo; todo progreso en el aumento de la fertilidad del suelo durante un cierto tiempo es un progreso hacia el arruinamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad (…) La producción capitalista, en consecuencia, solo desarrolla la técnica y el grado de combinación del proceso social de producción socavando simultáneamente las fuentes originales de toda riqueza: el suelo y el trabajador.» Más aún, argumenta que no es posible restaurar la relación original entre seres humanos y naturaleza bajo el modo de producción capitalista debido a que el motor que lo conduce es la ganancia en el corto plazo. En otro lugar, en el mismo tomo, señala: “El modo en el que determinados cultivos dependen de las fluctuaciones que se producen en los precios de mercado, y los constantes cambios en los cultivos con estas fluctuaciones de precio –todo el espíritu de la producción capitalista, que se orienta hacia las ganancias monetarias más inmediatas– está en contradicción con la agricultura, que debe preocuparse de toda la gama de condiciones permanentes de la vida que requiere la cadena de las generaciones humanas”. (Citado en Foster, op. cit.).
En consecuencia, indica Marx, el capitalismo es responsable de una “fractura metabólica” entre la sociedad y la naturaleza: “El latifundio reduce la población agraria a un mínimo siempre decreciente y la sitúa frente a una creciente población industrial hacinada en grandes ciudades. De este modo da origen a unas condiciones que provocan una fractura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social, metabolismo que prescriben las leyes naturales de la vida misma. El resultado de esto es un desperdicio de la vitalidad del suelo, que el comercio lleva mucho más allá de los límites de un solo país”. (Citado en Foster, op. cit.). En la última frase de esta cita, Marx hace referencia al imperialismo europeo que en sus afanes por restaurar las condiciones naturales a la tierra en las regiones industriales provoca el “desperdicio de la vitalidad del suelo” en otras zonas del mundo. En El Capital, Marx incluye numerosos ejemplos de cómo el imperialismo europeo había destruido las relaciones naturales en Irlanda, en la India y en otros sitios. Siguiendo a Liebig, relata, por ejemplo, cómo los capitalistas ingleses “le robaron el suelo a Irlanda”.
La sociedad socialista que Marx y Engels vislumbraban requería que el proletariado pusiera fin a las formas de explotación capitalista de los trabajadores y avanzara a liquidar esta fractura metabólica que el régimen del capital había provocado en la relación entre la sociedad y la naturaleza. Constantemente plantearon que la solución a la relación antagónica entre la ciudad y el campo era uno de los puntos urgentes a resolver. Así, por ejemplo, en el Manifiesto comunista lo incluyeron en el listado de medidas inmediatas que debían adoptar los comunistas y sus aliados. Esto se lograría difundiendo la producción industrial de manera planificada y sostenible a las zonas rurales de tal forma que la población volviera a habitarlas y, de esa manera, se restaurase la relación metabólica entre seres humanos y naturaleza, al tiempo que las ciudades se desahogarían de la concentración hacinada de trabajadores y sus familias y podrían también ser rehabilitadas de acuerdo a un plan. La distinción entre campo y ciudad desaparecería, la agricultura sería organizada según principios científicos y se reestablecería el ciclo natural de circulación de los desechos de la producción y del consumo. En 1878, en Anti-Duhring, Engels enfatizaba: “La abolición de la antítesis existente entre la ciudad y el campo no es que meramente sea posible. Ha llegado a ser una necesidad directa de la propia producción industrial, del mismo modo que se ha convertido en una necesidad de la producción agrícola y, además, de la salud pública. Al actual envenenamiento del aire, del agua y de la tierra únicamente puede ponérsele fin mediante la fusión de la ciudad y el campo, y tan sólo esa fusión cambiará la situación de las masas que ahora languidecen en las ciudades y permitirá que sus excrementos se utilicen para la producción de plantas, en vez de para la producción de enfermedades”.
La sociedad comunista no será, sin embargo, un regreso a una época pasada de pequeños productores, sino que consistirá en la planificación de la economía por parte de los trabajadores asociados de acuerdo con una orientación científica, hecha posible por todos los avances ya logrados en los diversos campos de la ciencia. La abolición de las relaciones de producción capitalista pondrá fin a la doble alienación de los trabajadores respecto de sus productos y ante a la naturaleza. En el tercer tomo de El Capital, Marx plantea que la libertad en la futura sociedad consistirá “en que el ser humano socializado, los productores asociados, gobiernen el metabolismo humano con la naturaleza de un modo racional, poniéndolo bajo su propio control colectivo, en vez de estar dominados por él como una fuerza ciega; realizándolo con el menor gasto de energía y en las condiciones más dignas y apropiadas para su humana naturaleza». (Citado en Foster, op. cit.).
La ganancia capitalista y la producción de valores de cambio ya no serán el motor de la economía, y la labor de los trabajadores asociados irá dirigida a la creación de valores de uso, cuyas fuentes son el trabajo y la naturaleza, y el trabajo es concebido como la relación metabólica entre el ser humano y la naturaleza. Habrá desaparecido la propiedad privada de los medios de producción, así como la propiedad privada de la tierra. “Mirada desde una formación socioeconómica superior”, señala Marx en el primer tomo de El Capital, “la propiedad privada de la tierra en manos de determinados individuos parecerá tan absurda como la propiedad privada que un hombre posea de otros hombres”. Se comprenderá, prosigue, que “el conjunto de las sociedades” no son dueñas de la tierra, es decir, de la naturaleza, sino que “son simplemente sus usufructuarias, sus beneficiarias, y tiene que ser legada en un estado mejorado a las generaciones que les suceden”. (Citado en Foster, op. cit.).
Marx y Engels entendían que el objetivo es restaurar el “metabolismo universal de la naturaleza” profundamente dañado por las relaciones de producción capitalistas, que para eso se requiere que los intercambios de materia y energía entre la sociedad y la naturaleza respeten ese metabolismo universal y que eso únicamente se puede lograr poniendo fin a la ganancia capitalista, basada en la extracción de plusvalía, como motor de la economía. En ese sentido plantearon que la solución a la doble crisis de la infertilidad agrícola y el hacinamiento humano en ciudades solo podía ser la redistribución de la población. Conocían, por supuesto, las soluciones técnicas que proponían algunos científicos para restaurar la fertilidad de los suelos agrícolas en Inglaterra y Estados Unidos, como el uso de abonos, pero comprendían que estas soluciones solo ampliaban la fractura metabólica provocada por las relaciones capitalistas de producción, relaciones de explotación de los seres humanos tanto como de la naturaleza. Mientras fuese la ganancia capitalista la que rige el metabolismo social, cada nueva solución solo puede traer una profundización de la fractura metabólica, no tan solo por las secuelas desastrosas en las regiones coloniales o semi coloniales, donde se extraen los abonos, sino por las consecuencias en las propias tierras fertilizadas de esta manera, ya que al ser una solución que aleja la producción aún más del metabolismo universal de la naturaleza, trae nuevos efectos en un ciclo cada vez más amplio. En el tomo segundo de El Capital, Marx cita el ejemplo de la deforestación para concluir que es al sistema de la ganancia capitalista al que hay que poner fin: «El desarrollo de la civilización y de la industria en general se ha mostrado siempre tan activo en la destrucción de los bosques, que todo cuanto se ha hecho para su conservación y reproducción resulta por completo insignificante en comparación». (Citado en Foster, op. cit.). Y en Dialéctica de la naturaleza, Engels lo plantea de la siguiente manera: “No debemos lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. (…) Quienes desmontaron los bosques de Mesopotamia, Grecia, el Asia Menor y otras regiones para obtener tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para el estado de desolación [desertificación] en que actualmente se hallan dichos países, ya que, al talar los bosques, acababan con los centros de condensación y almacenamiento de la humedad. Los italianos de los Alpes que destrozaron en la vertiente meridional los bosques de pinos tan bien cuidados en la vertiente septentrional no sospechaban que, con ello, mataban de raíz la industria lechera en sus valles, y aún menos podían sospechar que, al proceder así, privaban a sus arroyos de montaña de agua durante la mayor parte del año, para que en la época de lluvias se precipitasen sobre la llanura convertidos en turbulentos ríos. (…) Todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella”.
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