Un tribunal de la prefectura de Fukui, en la costa oeste de la isla de Honshu, se ha opuesto a la puesta en marcha de dos reactores de la central nuclear de Oi [1]. La central es propiedad de la corporación Kansai Electric Power. No es TEPCO, la de Fkushima. El tribunal argumenta que ha […]
Un tribunal de la prefectura de Fukui, en la costa oeste de la isla de Honshu, se ha opuesto a la puesta en marcha de dos reactores de la central nuclear de Oi [1]. La central es propiedad de la corporación Kansai Electric Power. No es TEPCO, la de Fkushima.
El tribunal argumenta que ha tomado la decisión porque, tras las comprobaciones de seguridad, los reactores suponen riesgos concretos para los habitantes. Por ejemplo, en caso de un gran terremoto. Los magistrados han rechazado las garantías de seguridad presentadas por Kansai Electric Power. Las consideran insuficientes frente al riesgo de terremotos. Es la primera decisión judicial en Japón contraria al reinicio de centrales atómicas desde la hecatombe de la planta de Fukushima Daiichi, la que forzó, vale la pena recordarlo, la evacuación de unas 150 mil personas.
En la actualidad, los 48 reactores que tiene el país se encuentran paralizados hasta que cumplan las nuevas normativas.
El tribunal nipón no es un grupo de «antinucleares» radicales tipo Eduard Rodríguez Farré o la persona que suscribe esta nota. No hay dudas. La energía atómica, afirman, «es importante para la sociedad, pero es un medio para producir electricidad y está subordinada a la piedra angular fundamental de los derechos personales». .
Un grupo de 189 personas presentó una demanda para que se impidiera la puesta en marcha de los reactores 3 y 4 de Oi. El tribunal ha aceptado las quejas de 166 de ellos, los que viven dentro de un radio de 250 km alrededor de la instalación atómica. La compañía, por supuesto, recurrirá la sentencia. Electric Power is power electric.
Japón aprobó el mes pasado el primer Plan de Energía Básica desde el desastre de Fukushima: la energía nuclear seguirá siendo una fuente importante de suministro eléctrico aunque su uso, se afirma, será reducido al nivel «más bajo posible». Sostenella y no enmendalla. El dictamen sobre Oi no modifica los planes del Ejecutivo de derecha extrema nacionalista de Japón. ¡Firmes ya! Quieren poner en marcha los reactores que sean considerados seguro. ¿Seguros? ¿Por quien? Recuérdese que antes de la crisis de Fukushima (donde la patita nuclear-militar ha asomado estas últimas semanas en algunas informaciones), la energía atómica cubría de Japón, aproximadamente, el 30% de las necesidades eléctricas de Japón
¿Y Fukushima?, ¿cómo sigue el proceso de desmantelamiento que puede durar de 30 a 40 años o más?, ¿cómo sigue la situación en la central en la que tres reactores sufrieron fusiones y uno más fue dañado por las explosiones de hidrógeno?
Un diario japonés ha revelado hace pocos días que el 90% de los trabajadores de la central siniestrada -650 de 720, entre ellos algunos ejecutivos- desoyeron la orden de sus jefes. Huyeron cuando se produjeron las explosiones. Instinto de supervivencia. Conocían el interior del vientre de la bestia.
Entre otros, en problema grave sigue siendo la acumulación de agua radiactiva. ¿Cómo pueden seguir acumulándola? El pasado miércoles 21 de mayo se tomó una decisión drástica: el vertido al océano del agua subterránea de la planta con contaminación inferior al límite establecido. 561.000 litros el pasado miércoles (los bombeados antes de que el agua de las colinas se mezclara con el agua contaminada de la central). Greenpeace ha cuestionado la medida: «Desde el accidente ha estado fugándose agua radiactiva al mar. El gobierno y TEPCO no hacen todo que debieran hacer». Obran así, afirman, porque no tienen otras alternativas, no hay otra elección: o acumular sin límite o arrojar agua al Pacífico. Piensan arrojar unas 100 toneladas diarias, el 25% del total del agua. Se reducirá por ello parcialmente el agua que se acumula y mezcla con el agua tóxica de la central atómica. ¿Qué se hará con ello con los depósitos estén llenos?
Las comunidades de pescadores se oponen. Temen lo peor. Con razones atendibles.
Con algo más de concreción: hay dos fuentes de agua. El agua utilizada para refrigerar los reactores dañados y el agua subterránea que fluye desde colinas próximas, unas 400 toneladas, 400.000 litros diarios que se mezclan con el agua usada para la refrigeración. El líquido mezcla resultante se bombea y se guardan en 1.000 depósitos. Los tanques que contienen el agua más contaminada (la otra lo está menos, pero lo está igualmente) están casi llenos.
Los errores se han acumulado. Entre ellos: registros erróneos de datos y fugas de agua radiactiva de los (defectuosos) depósitos de almacenamiento.
Algunos conocedores del tema creen que el suelo de la central se está acabando y que, al final, habrá que liberar agua contaminada al océano. Sostienen que ese líquido supondría un riesgo inapreciable -«inapreciable» remarcan- para la vida de las personas y para la vida marina. Nada, una coma, un acento, un punto sin importancia. Los pescadores y los países próximos a Japón no opinan lo mismo.
¿Alguien dijo alguna vez que la energía atómica era segura, barata, eficiente, limpia, sin apenas residuos, pacífica, alternativa incluso, lo mejor de lo mejor? ¿De verdad alguien afirmó una cosa así?
En síntesis, como escribió Eduard Rodríguez Farré, tres o cuatro días después de la hecatombe de marzo de 2011: un Chernóbil o algo peor a cámara lenta.
Nota:
[1] José Reinoso, «Fukushima ya suelta agua al mar», El País, 22 de mayo de 2014, pp. 34-35
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