«Nunca me he sentido tan valiente»- una mujer trabajadora de las residencias de la tercera edad de Bizkaia pronunciaba esta frase hace unos meses. Una mujer que junto con otras cientos de mujeres lleva más de 300 días de huelga. Una lucha ardua, complicada y tenaz con no pocos obstáculos. Una patronal que no negocia […]
«Nunca me he sentido tan valiente»- una mujer trabajadora de las residencias de la tercera edad de Bizkaia pronunciaba esta frase hace unos meses. Una mujer que junto con otras cientos de mujeres lleva más de 300 días de huelga. Una lucha ardua, complicada y tenaz con no pocos obstáculos. Una patronal que no negocia y una Diputación Foral de Bizkaia que mira para otro lado como si no fuese con ellos la cosa y se tratara de una mera disputa laboral. Servicios públicos subcontratados en condiciones laborales más que precarias y un largo etcétera. Unos señores con traje que miran con desdén a estas mujeres que no se callan ni se resignan.
Con camisetas verdes, megáfonos y pancarta en mano, estas mujeres no paran de manifestarse, de concentrarse, de ocupar el espacio público desde hace ya demasiado tiempo. Si estáis por Bilbao o alrededores no es raro que os las crucéis de vez en cuando, y si tenéis oportunidad de acercaros y escucharlas no dejéis de hacerlo porque la verdad es que emocionan. Los/as familiares de los/as residentes están con ellas también, incluso hasta algunos/as usuarios/as las acompañan de vez en cuando en sus manifestaciones.
A veces da la impresión de que los responsables de esta situación quisieran que el conflicto se agotara por mera inanición dejando el asunto como si de repente una cuadrilla de mujeres insumisa hubiera perdido los papeles pidiendo un imposible mientras los bolsillos de algunos siguen engrosando cantidades ingentes de dinero ante un negocio rentable y con un «próspero» futuro.
La solución no es fácil ante la mercantilización y la subcontratación de los cuidados en el mercado laboral formal, pero urge una respuesta y debate público porque si algo coloca esta pelea en mitad de la calle es el conflicto capital-vida. Puro feminismo anticapitalista. Grandes infraestructuras o mega eventos culturales versus la dignificación de los cuidados en el mercado laboral formal. El algodón no engaña: ahí podemos comprobar las prioridades de los que gobiernan.
Las «kellys» en los hoteles, las trabajadoras del servicio a domicilio, las limpiadoras, las que trabajan en los comedores escolares, en los supermercados… todas las trabajadoras de los sectores precarios feminizados y por supuesto, las empleadas del hogar y las internas-excluidas de cualquier derecho- se reflejan en muchas caras de este conflicto. La mejora de las condiciones materiales y laborales de las mujeres resulta irrenunciable a pesar de que ello no sea suficiente para romper con las desigualdades estructurales y cronificadas existentes.
Igualmente, esta huelga sostenida por el sindicato ELA, refleja que la organización y la lucha colectiva son más necesarias que nunca. Estas luchas, que son de todas y para toda la sociedad, tienen que estar en primer orden de la agenda del sindicalismo. La propia realidad así lo va marcando y requieren, más allá de lecturas y análisis políticos-ideológicos, recursos. Porque está claro que cientos de mujeres no salen a la calle ni hacen huelga desde hace más de un año sin recursos. Recursos que se materializan en tiempo, personas-equipo, energía y caja de resistencia. Asambleas, juicios, despidos, visitas, cafés, vinos, acampadas, acompañamientos, ruedas de prensa, publicaciones, la experiencia de negociaciones previas, las noches sin dormir y un largo etcétera. Quizá lo mágico de todo esto es lo que no se contabiliza materialmente, sino que lo más potente esté siendo el despertar de conciencia y el empoderamiento individual interno de muchas mujeres que al juntarse con otras multiplican su potencial externo.
«Ni cuidadoras naturales, ni trabajadoras a explotar»- claman las huelguistas, y aunque es cierto que muchas de ellas reconocen que están cansadas, afirman con rotundidad que siguen estando convencidas del sentido de su lucha.
Aunque el cuidado históricamente ha sido asumido mayoritariamente por mujeres y se ha hecho «gratis y por amor», lo cierto es que para las trabajadoras de las residencias de Bizkaia en huelga sería más fácil dejar de hacerla y seguir protestando de otra manera, pero ya no hay vuelta atrás para muchas. Lo están haciendo en el plano laboral y también en el plano personal, con todas las consecuencias que ello acarrea tanto dentro como fuera de casa.
La mayoría de estas mujeres no toman parte activa dentro del movimiento feminista pero en la práctica lo son sin tener que pedirle el carné a nadie. Muchas ni siquiera son conscientes o definirían su lucha como una lucha feminista, pero algunas siempre les agradeceremos lo que están haciendo por nosotras y las reconocemos como parte de nuestra genealogía feminista.
Jone Bengoetxea. Política de Igualdad del sindicato ELA.
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