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El 23-F y el libro de Javier Cercas

Más modélica que ayer pero menos que mañana

Fuentes: Rebelión

Poco más se podrá decir y escribir sobre el 23-F. Cada año nos bombardean con las mismas imágenes, los mismos reportajes y testimonios, y nos hacen vibrar del orgasmo colectivo que supuso el aplomo y la firmeza con que los españoles defendieron la joven democracia. Estos días, cada año des de hace treinta, las palmaditas […]

Poco más se podrá decir y escribir sobre el 23-F. Cada año nos bombardean con las mismas imágenes, los mismos reportajes y testimonios, y nos hacen vibrar del orgasmo colectivo que supuso el aplomo y la firmeza con que los españoles defendieron la joven democracia. Estos días, cada año des de hace treinta, las palmaditas en la espalda van que vuelan, el 23-F se convierte en nuestro particular mito fundacional que narra un relato perfectamente encajado, la correa de transmisión que legitima a la perfección la continuidad institucional entre franquismo y democracia. Y todas las dudas y preguntas que pudiera generar este hecho son reprimidas año tras año por este conjunto de épicas batallitas la conclusión de las cuales es que el único enigma del 23-F es que no hay enigma. Ahora bien, yo me pregunto qué pasaría si un día de estos aparecieran por aquellas casualidades de la vida las cintas con las grabaciones de la comunicación telefónica mantenida ya durante la tarde-noche del 23 y la madrugada del 24 de febrero entre el palacio de la Zarzuela y el Congreso de los Diputados.. Sin duda hay aún asuntos por clarificar que difícilmente vayamos a conocer a ciencia cierta.. Episodios difusos como el papel del CESID o al menos el de alguno de sus organismos en relación al conocimiento del golpe, que tan bien definía el que finalmente fue, en el informe conocido como Panorama de operaciones en marcha que en noviembre de 1980 parece ser, fue enviado al Rey, a Suárez, a Gutiérrez Mellado y a Rodríguez Sahagún. O la enigmática postura del secretario de estado norteamericano reforzada a su vez por el estado de alerta roja de sus bases en territorio español, por el despliegue de buques de la VI Flota a lo largo del litoral Mediterráneo o el vuelo en espacio aéreo español de un AWAKS de inteligencia electrónica, todo ello, previo, durante y posterior al golpe. Pero, por encima de todos, cabe preguntarnos qué pasó entre las 21h. cuando los golpistas abandonan RTVE permitiendo a las unidades móviles acudir a la Zarzuela, y las 01:20 h. cuando finalmente el rey emite el mensaje televisado en el que desautoriza el golpe de estado? ¿Por qué espera 4 horas y 20 minutos? Por qué solo 5 minutos antes de que Armada dejara el Congreso? No es que tengamos que esperar 20 años más para que puedan ser consultadas públicamente sino que las mismísimas grabaciones telefónicas de la comunicación Parlamento-Zarzuela entre Armada y Sabino Fernández Campo sorprendentemente fueron extraviadas.

Ante la dificultad de aportar nuevas evidencias que permitan profundizar en el conocimiento objetivo del golpe y su trama, solo nos queda elaborar conjeturas e interpretaciones que mantengan una relación de coherencia con los hechos, evaluar el encaje de la multiplicidad de versiones de los protagonistas y valorar a su vez los diferentes episodios difusos que difícilmente vayan a ser aclarados. El paso de la historia, nos dota por tanto de una mayor perspectiva, nos permite conocer la relación de causalidad de los hechos acaecidos a medio y larga plazo y así soldar mejor las piezas. El 23-F supone la culminación de la Transición, una transición política que supuestamente nos permite sin demasiadas rasgaduras articular las nuevas reglas del juego, un nuevo modelo de convivencia en democracia que nos permite homologarnos a la realidad occidental para así participar de pleno derecho y total legitimidad en la repartición del pastel. Es obvio que este periodo es de vital importancia no ya para legitimarlo sino para tratar de encontrar el patrimonio ético con el cual definimos los valores de convivencia del nuevo sistema. Por tanto, no es de extrañar que la carga mediática para tratar de construir el imaginario colectivo ha ido dirigida a la sacralización y mitificación del proceso transitivo, un proceso razonablemente impoluto que venía determinado por una correlación de fuerzas por la cual no todas las expectativas se cumplieron pero si las esenciales. Es lo que conocemos como el espíritu de la Transición, una transición modélica y ejemplar llevada a los altares, en el cual el 23-F supone su puesta de largo.

Han sido multitud los discursos apologéticos entorno a la Transición, y des de muchos ámbitos, el político y el de los medios, los primeros. Cabe recordar la monumental obra documental de 1993 La Transición española de Victoria Prego para TVE, que casualmente no incluía el 23-F ya que cortaba con la formación de las primeras Cortes después de las elecciones de 15 de abril de 1977, para culminar en su último capítulo añadido en 2000 con un especial de propaganda panegírica al Rey con motivo del 25 aniversario de su reinado. Sin embrago, siempre hay un discurso que des de un encaje más sutil, un lenguaje más fresco y una perspectiva distanciada y menos dogmatizada logra imponerse como la versión oficial más que de los hechos que perdurarán como mínimo en dos o tres generaciones. Me estoy refiriendo, y esta era la motivación esencial de este escrito, a Anatomía de un instante de Javier Cercas.

Estaremos todos de acuerdo que el dominio del lenguaje por parte de Cercas es admirable. Aunque pudiera pensarse que el fondo es más importante que la forma a la hora de hacer cuajar una idea, en este caso, las excelencias narrativas del autor garantizan ya de salida un primer éxito. Porque una de las claves es sin lugar a dudas la capacidad comunicativa y Cercas la domina a la perfección. Por tanto, de la capacidad de difusión se establece la relevancia de la tesis que quiera expresar. Javier Cercas es muy consciente de que su obra no aportará nuevas fuentes, hecho que le lleva a plantearse nuevas (o no) interpretaciones y puntos de vista. El autor juega con la ficción coherente, es decir, por falta de evidencias documentales establece una construcción ficcional pero no necesariamente falaz por ser fruto de una relación causal razonable. En definitiva, construye un juego de espejos donde los protagonistas ven reflejado su antagónico, a partir del conjunto de percepciones de estos. A partir de la foto finish de la toma del Congreso cuando Tejero grita el quieto todo el mundo, establece las trayectorias vitales de los únicos parlamentarios que no se echan al suelo. Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo tejiendo a su vez una especie de paralelismo con, podríamos decir, los protagonistas del otro lado, Armada, Milans del Bosch y el Teniente Coronel Tejero. Lo primero que llama la atención en todo ello es que entre estos personajes, diríamos protagónicos de la Transición no aparezca el rey. Estaremos de acuerdo que su figura, su trayectoria, percepciones y objetivos son clave para entender no únicamente el 23-F sino el proceso transitivo, más aún, des de la perspectiva de deificación actual que nos aporta la distancia. El autor no le presta la atención debida. No se plantea las hipótesis o conjeturas entorno a lo que le era o no más provechoso con el triunfo o no del golpe. De hecho pasa de puntillas a mi entender, de forma consciente, sumándose así al discurso de silencio colectivo entorno a su figura. En definitiva, acaba reproduciendo el discurso oficial legitimador de la reforma que no ruptura de la democracia con la dictadura . La figura del rey es incuestionable y en ella reside el éxito de la Transición. Además, aunque no fundamental, sí que es sintomática la tesis que más abiertamente nos planeta el autor que no es otra que el discurso apologético de Suárez, que a pesar de su pasado franquista, de trepador, arribista, «chisgarabís ignorante y superficial» hemos de agradecerle, según el autor la concesión democrática.

Es cierto, como dice, que la Transición no fue un pacto de olvido, al contrario se recordó mucho, los recuerdos de la guerra civil y de la represión estuvieron muy presentes. Se recordó, se recordó para crear las condiciones del negocio entre las partes, se pactó la «transacción» con la Ley de Amnistía de colofón, y se echó todo al baúl de los olvidos, barnizado todo con el discurso de la «buena memoria», que no es otro que el de la Transición modélica. Es obvio que para olvidar era preciso recordar. Y con el discurso de la «buena memoria», articula Cercas su visión de un proceso que según él fue sin lugar a dudas rupturista, minimizando así el conflicto por el cual cree, se cedió en lo accesorio para no ceder en lo fundamental. Dicho de otra forma, que el sistema político que nacía de las fauces de la bestia, era en lo esencial idéntico al que fue derrocado en 1939. Sin embargo, la documentación aportada por Ferran Gallego en El mito de la Transición demuestra más bien lo contrario. Deja meridianamente claro que la democracia no rompió institucional ni legalmente con el franquismo, ya que fue éste quien tutelo y controló todo el proceso, además de mantener el continuismo de una institución central: la monarquía. Además y en relación a lo que no se consiguió, el autor alude al recurso tradicional de la correlación de fuerzas. Pero falta acceder al archivo y a la hemeroteca para comprobar que la oposición democrática, mejor dicho, sus cúpulas no tuvieron en los momentos claves un verdadero convencimiento de modificarla, lo que Manolo Vázquez Montalbán llamaría la «correlación de debilidades».

Cabría preguntar a Javier Cercas donde encontramos el sedimento democrático, el patrimonio ético en la construcción de la nueva legitimidad. Porque el principio fundamental y el verdadero espíritu de la Transición no es otro que el de la impunidad equitativa, la equiparación moral entre los vencedores y vencidos de la guerra civil. Por tanto, es evidente que en ningún caso podemos hablar de ruptura. ¿Puede haber consenso y reconciliación sin justicia? Su retórica del «no pero sí», del «no fue todo lo que podía haber sido pero ahora podemos estar moderadamente satisfechos de cómo ha acabado», es decir el tiempo cerrará por si solas las heridas sin que tengamos que afrontar el conflicto, denota su inapelable adscripción al discurso triunfalista de la «buena memoria», y en gran parte, también su amable benevolencia con el partido que resultó triunfador en este proceso.

Este cierre en falso de la Transición ha ocasionado que 35 años después de la muerte del dictador haya sido imposible iniciar ningún tipo de investigación en relación a los crímenes del franquismo, blindados por la lectura que de la Ley de Amnistía efectúa buena parte de una judicatura que mantiene las trechos característicos de un régimen totalitario. Ha consagrado un modelo de estado que sigue teniendo enormes dificultades para descentralizar la toma de decisiones y su gestión, que sigue y sigue sin solucionar el conflicto político vasco, que entroniza el bipartidismo en forma de turno pacifico negando así cualquier opción política alternativa, que ha consolidado los privilegios de la burguesía, especialmente, la oligarquía financiera, en forma de ataques continuos e indiscriminados al estado del bienestar. Este es el nuevo tejerazo fruto del viejo tejerazo en la nueva época democrática en que vivimos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.