Catalunya, como cantaba Llach, es un país molt petit. No tengo amistades directas entre los Mossos, pero los compañeros, los maridos para ser más preciso, de algunas amigas de unas amigas son miembros de una institución que, en su momento, cuando fue creada, siendo primer director un ex cuadro del PSUC pasado a las filas […]
Catalunya, como cantaba Llach, es un país molt petit. No tengo amistades directas entre los Mossos, pero los compañeros, los maridos para ser más preciso, de algunas amigas de unas amigas son miembros de una institución que, en su momento, cuando fue creada, siendo primer director un ex cuadro del PSUC pasado a las filas convergentes si mi memoria ha acuñado bien este pasaje, se presentó como una institución modélica: democrática en su funcionamiento, preocupada por la formación de sus miembros, alejada años-luz de barbaridades y zafiedades, al servicio de la ciudadanía, formada en valores solidarios y al servicio de la esfera pública. Y así siguiendo. Una referencia para las policías europeas y para todas las policías del mundo. Nada, pero que nada que ver, con la policía nacional española, con los odiados grises del franquismo.
Pero no es el caso. La tarea no es fácil. No se consiguió o tal vez no se intentó realmente con todas las fuerzas y medios necesarios. Baste con recordar sus airadas protestas ante la instalación de cámaras en las comisarías, manifestaciones públicas incluidas; sus duras actuaciones ante movimientos de protesta como el de los estudiantes anti-Bolonia; las acusaciones de malos tratos, frecuentes en su momento, o su oposición al moderado código ético que quería implantarse en el cuerpo para toma nota de la situación real de la policía nacional catalana.
Lo del viernes va en esta línea. Las declaraciones de algunos de sus responsables políticos, sin excluir desde luego al conseller, el senyor Felip Puig, abonan esa trayectoria autoritaria y en absoluto disidente de otras formas de hacer policiales.
Se suma además otro punto, de ahí lo de los compañeros de las amigas de las amigas de las que les hablaba antes: ¿cómo es posible que no haya voces críticas en el interior de los Mossos que hablen claro y digan cuatro verdades al aire? ¿Opinan todos que la actuación del viernes fue ejemplar? ¿Ningún colectivo, ningún sindicato policial, tiene nada crítico y democrático qué decir? ¿Todas a una? ¿Lo sucedido fue ejemplar desde alguna singular mirada?
En absoluto, muy lejos de la verdad está esa suposición. Es peor. Sencillamente: algunos no se atreven, no tienen coraje suficiente, no tienen pasta de héroes. Sus compañeros, y también sus compañeras en este caso, les harían la vida imposible. Y hoy por hoy, en el cuerpo quien manda realmente, como diría Fried, son los sectores más fascistoides, aquellos que sienten y creen ser algo cuando infunden temor a los ciudadanos o cuando golpean con saña los cuerpos de resistentes pacíficos sobre los que habría que oír lo que les han contado algunos de sus mandos.
Por su parte la Guardia Urbana de Barcelona -para ser más preciso: algunos miembros de la guardia urbana barcelonesa- también se ha lucido. Guardias municipales han difundido estos días en páginas de la red una brillante metáfora sobre lo sucedido el viernes 27 de mayo: según estos rigurosos servidores públicos, hay que comprender a los Mossos: limitar tanto sus actuaciones sería como ir a una pastelería y no probar ni un solo postre. Tal cual se lo cuento. ¡A ver si ahora los Mossos no podrán dar ni una sola clatellada, ni un pescozón siquiera! Ya está bien, señalan, ¡qué rígidos e inflexibles nos ponemos! Un par de host…, así, en castellano zafio o en catalán duro, nunca sientan mal, pensarán seguramente.
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