Para situar al lector/a. Gabriel Andrade [GA] ha publicado recientemente en Laetoli un ensayo de título El posmodernismo ¡vaya timo! Escribí una reseña -no un libro, ni siquiera un artículo- sobre el libro que se publicó en El Viejo Topo (noviembre de 2013). Andradre comentó críticamente mi aproximación con un artículo (El Viejo Topo, enero […]
Para situar al lector/a. Gabriel Andrade [GA] ha publicado recientemente en Laetoli un ensayo de título El posmodernismo ¡vaya timo! Escribí una reseña -no un libro, ni siquiera un artículo- sobre el libro que se publicó en El Viejo Topo (noviembre de 2013). Andradre comentó críticamente mi aproximación con un artículo (El Viejo Topo, enero de 2014). Respondo con esta nota a algunas de sus observaciones (no puedo dar cuenta de todos los puntos en discusión en un espacio razonable de revista).
Precisiones iniciales. GA sostiene afirmaciones del siguiente tenor: «[SLA] me acusa de pretender defender la misión civilizadora amparándome en el imperialismo ético de Savater, pero no termino de entender si López Arnal también reprocha ese concepto a Savater». Yo no acuso a GA -ni a casi nadie- de nada. Y, efectivamente, tiene razón en su sospecha: el imperialismo ético -¡qué oxímoron tan poco ocurrente!- de Savater, como GA sospecha, me parece una barbaridad política visto lo visto e incluso antes de haber visto nada. Jean Bricmont y Pepe Escobar, entre muchos otros analistas, ya han dado cuenta de la disparatada sustancia de ese imperialismo de los derechos humanos. No soy capaz de añadir nada a sus argumentos. Recordar acaso que, salvadas todas las distancias, el peor Engels (¡escribiendo en el Neue Rheinische Zeitung!) transitó por senderos no muy alejados: «En virtud del mismo derecho por el que Francia ocupó Flandes, Lorena y Alsacia, y por el que antes o después tomará Bélgica, Alemania se quedará con Schleswig; es el derecho de la civilización contra la barbarie, del progreso contra la resistencia al cambio». Ha bajado mucha agua autocrítica, marxista-engelsiana por supuesto, en el Ebro desde entonces
GA creo que apunta a un falta de sensibilidad ilustrada o una desconsideración -o pobre consideración- de ese legado por mi parte. Creo que no es el caso, en absoluto. No oculto eso sí que, en mi opinión, algunas herencias o supuestas herencias ilustradas, como no podía ser de otra manera, deben ser miradas con nuestra mirada más crítica. En una entrevista reciente ( http://www.frentecivicosomosmayoria.es/anguita-o-nos-arriesgamos-a-salir-del-euro-o-nos-morimos-de-inanicion/ ) alguien tan ilustrado, y tan defensor de la Ilustración, como Julio Anguita ha señalado: «La Edad Media surge cuando un imperio universal, o una iglesia universal en la terminología de Toynbee, se rompe, se fragmenta. Surgen entonces los diversos reinos bárbaros». Se organizan de manera muy rudimentaria, la cultura se hunde, la reflexión, también el Derecho. En estos momentos, prosigue Anguita, estamos viviendo la ruptura del mundo que empezó a surgir en la Ilustración. «Estamos ante la negación de la reflexión, del pensamiento. Estamos en la era de las máquinas, de la cibernética, del no reflexionar». No sólo es eso: «la ley, el Estado de Derecho, la democracia, por imperfecta que fuera, tomaba decisiones y se ponían en marcha, pero ahora las toman los mercados. Y, al tomar las decisiones unos poderes que no están refrendados por la democracia, estamos volviendo a los señores feudales de la Edad Media». Con un par de matices marginales, suscribo punto por punto lo señalado por el miembro del Frente Cívico.
En un paso inicial de su artículo, GA sostiene que su ensayo «no pretende ser un libro de exhaustivo rigor académico, sino más bien una presentación dirigida al público en general, con retórica en ocasiones populista (como no puede ser de otro modo en un texto de tradición panfletaria)». Añade: «me he permitido hacer aquí y allá un retrato de brocha gorda de algunos posmodernos. Desde luego, algunos han escrito cosas valiosas e interesantes». A mi no me parece ninguna maravilla el uso de esa retórica que GA llama «populista» y que algunos retratos estén dibujados con brocha gorda. En cambio, merece ser destacada su reconocimiento, su afirmación sobre los posmodernos que han escrito cosas valiosas e interesantes. No todo, tampoco el posmodernismo, es uno y lo mismo.
Como no consigo ver que haya un creciente sector de la izquierda que abrace el posmodernismo, GA tiene dudas sobre el planeta en que vivo. El ve por doquier o en muchas ubicaciones la marcha triunfal del posmodernismo. En su opinión, hay un sector de la izquierda, «cada vez más numeroso (aunque no necesariamente mayoritario)», que considera que el problema no es el capitalismo propiamente sino toda la modernidad. Yo no consigo ver, por mucho que me esfuerzo -me pasa lo mismo que a Álvaro García Linera- ese sector tan numeroso. La ilustración de su creencia -«Chávez era muy proclive a citar a Marx, Engels y Lenin. Su sucesor, Nicolás Maduro, no es tan proclive y prefiere (como hizo recientemente en un discurso ante la Asamblea Nacional) citar a Derrida, Lyotard y Foucault»- no me parece muy concluyente. Es posible que Nicolás Maduro citara a esos autores, y algunos más, pero no veo que el presidente venezolano se haya deslizado hacia las complejas aguas del posmodernismo ni en sus reflexiones ni en sus prácticas, por más que un discurso parlamentario haya citado a Lyotard o Derrida, ninguno de los dos, lo confieso, santos de mi devoción filosófica. Por el mismo sendero: yo mismo, comenta GA, «al visitar universidades españolas y argentinas, he constatado que la mayoría de los jóvenes tienen más interés en conceptos como «logocentrismo» y «performatividad» que otros como «lucha de clases» o «plusvalía»». Ignoro como ha calculado «esa mayoría de jóvenes». Mis visitas, menos frecuentes que las suyas a las universidades argentinas, no me permiten confirmar su cómputo. Pero yo vivo en Júpiter, que no habite el olvido en este punto.
Niego, afirma también GA, que la misión civilizadora del colonialismo europeo tuviera méritos. «López Arnal me recuerda al judío rebelde de La vida de Brian, quien ante la pregunta «¿qué han hecho los romanos por nosotros?», se molesta cuando uno de los guerrilleros responde: ‘Orden, ley, sanidad, acueductos, vías». Negar, sostiene con tono algo airado, «que Europa hizo aportes positivos a los territorios colonizados (sin que ello implique una justificación de sus numerosos abusos) es caer en el nivel más bajo de lo políticamente correcto con tal de no ofender a nadie». Lo siento, no quería caer tan bajo. Pero yo no creo que los colonialismos europeos (tampoco aquí todo es uno y lo mismo) tuvieran ninguna misión civilizadora. Ninguna. Asuntos de dominio, poder, explotación y rapiña, la gran mayoría de las veces, fueron sus finalidades centrales. Inglaterra no pretendió ninguna misión civilizatoria en India, exactamente lo mismo que España en América Latina. Tampoco Estados Unidos, por supuesto, en Filipinas, Cuba, Afganistán, Granada, Chile, Colombia, Vietnam, Iraq y en mil sitios más. Otra cosa muy distinta es que como consecuencia no buscada del dominio, la rapiña y la explotación, un gran matemático como Ramanujan pudiera colaborar con Hardy y dieran pie a un gran teorema que lleva el nombre de ambos. Mi posición sobre el «primitivismo» necesitado del «Gran saber occidental» queda bien recogida en las siguientes palabras de alguien tan ilustrado, alejado del posmodernismo y amigo de la ciencia como Noam Chomsky: «Es bastante sorprendente ver que los que toman la iniciativa de tratar de hacer algo acerca de esta catástrofe [cambio climático] son aquellos a los que llamamos ‘sociedades primitivas’. Las primeras naciones en Canadá, las sociedades indígenas de América Central, los aborígenes en Australia, están en la vanguardia de los movimientos que tratan de impedir el desastre hacia el que estamos corriendo».
A GA le hubiera gustado que desarrollara un poco más mis críticas. Señala que me limito a señalar mis desacuerdos con tal o cual tesis del libro sin explicar por qué. Del mismo modo, añade, en vez de utilizar calificativos como «pueril» hubiese sido más fructífero que hubiera tratado de refutar sus posiciones; no lo consigo en su opinión. No estoy seguro de que sus observaciones sean totalmente justas (escribí una reseña como he señalado, no un libro) pero lamento mucho haber usado adjetivos inapropiados y haberme explicado mal y sin el suficiente detalle.
Admito que no es imposible que la lectura de algunas reflexiones del autor me cegara o me hiciera ser algo imprudente y descortés en algunos de mis comentarios. Disculpas. Pero para decir mi verdad sigo sin poder leer con calma y sin ira pasos como éste: «Algunos países que fueron colonias (Singapur, Australia, Chile, entre otros) van camino de un fuerte incremento de su nivel de vida, hasta el punto de que posiblemente pueden superar a sus antiguas metrópolis» (p. 171). Leo Chile, una descripción economicista sin una gota de tensión moral, y no puedo dejar de recordar y pensar en Allende, en Neruda, en 20 mil ciudadanos más y en el fascista golpe de Estado de Pinochet y su destructor experimento neoliberal, convenientemente asesorado, eso sí, por la escuela de «ciencia económica» y «Gran saber occidental» de la Universidad de Chicago.
La falta de prudencia y cortesía, la mía por supuesto, se incrementa cuando apenas unas pocas líneas más adelante leo: «Quizá los países ricos han alcanzado su prosperidad debido no propiamente a la depredación de los países pobres sino a alguna mentalidad colectiva que valora el trabajo, la planificación, el ahorro, etc. Es la tesis propuesta por la llamada teoría de la modernización, defendida por autores como Samuel Huntington, David Landes y Carlos Alberto Montaner, entre otros». No sé -parece que sí- si GA defiende esa teoría (¿teoría?) de la «modernización», pero de nuevo, al leerle, los pelos se me ponen de punta… y mi alma queda afectada. Perdón de nuevo por ello, pero ¿no es la «teoría» a la que hace referencia un ejemplo más de pensamiento indocumentado y prepotente (e incluso algo racista) de derecha extrema que se les da de intelectual y «científico»? ¿Mentalidad colectiva en los países ricos (po ejemplo, Alemania, Estados Unidos) que valora el trabajo, la planificación y el ahorro frente a una cosmovisión de los países pobres (por ejemplo, Cuba, Bolivia) que valora la pereza, el desvarío económico y el gastar a manos llenas? ¿Se está hablando de esto?
Nuestras diferencias en otros temas y observaciones también permanecen: «Me pregunto si López Arnal prefiere que su esposa o hijas (si las tiene) lleven bikini o burka, si prefiere que vivan en un país socialdemócrata como Suecia o en el régimen talibán de Afganistán». GA prefiere el bikini y Suecia. Sea así o sea como fuere. Suecia, en todo caso, no es actualmente un país socialdemócrata, hace años que no lo es, y la pregunta sobre mi preferencia en torno al burka o bikini (una de esas «bromas analíticas» que yo mismo practiqué de joven y que cada vez me hacen menos gracia) no parece que sea muy de recibo. La disyuntiva es a todas luces reductora y no procedente; lo que cuenta es la preferencia de las ciudadanas implicadas, y es obvio que muchas mujeres afganas (por poner un ejemplo) no tienen ningún interés en el burka, prenda (opresiva sin duda) que no es símbolo de ninguna civilización, como tampoco lo es la vestimenta que usan las monjas de clausura -y colectivos afines- del nacional-catolicismo español. Es su forma de vestir, la suya. Su afirmación sobre Greenpeace -«[…] para leer una buena explicación de lo histéricamente alarmistas que son grupos como Greenpeace»- tampoco me parece un momento equilibrado de su nota ni incluso, puestos en ello, veo que use adecuadamente el término «histeria». En otros pasos -el dedicado a Borges, Foucault y el sistema de clasificación chino, por ejemplo- hay una fuerte incomprensión por su parte pero es asunto menor, no entro en ello.
Lo esencial: GA y yo coincidimos en las críticas a tendencias del posmodernismo. Tenemos desacuerdos, en cambio, en puntos y conjeturas y en la forma y fondo de algunas de sus críticas. No puedo ser exhaustivo por limitaciones de espacio como dije, pero no puedo dejar de responder a sus comentarios sobre los orígenes del capitalismo ni tampoco sobre algunas de sus valoraciones. Un ejemplo de ellas: «el capitalismo supuso el desencanto y la racionalización del mundo». Como GA me recomienda la lectura de Max Weber, yo le recomiendo la lectura de La situación de la clase obrera en Inglaterra y le recuerdo estas palabras del compañero de Mary Burns: «[los miembros de la clase obrera eran] más esclavos que los negros de América, pues los vigilan más estrictamente y, sin embargo, ¡les piden que vivan como seres humanos, que piensen y sientan como hombres!». No era el radicalismo quien empujaba al amigo del revolucionario de Tréveris a esas consideraciones. Un funcionario más que moderado, Edwin Chadwick, en 1842, en su Informe sobre las condiciones sanitarias de la población trabajadora en Gran Bretaña, señalaba que «en Inglaterra y Gales, la pérdida anual de vidas causada por el tifus, que, aunque podría prevenirse, ataca en la flor de la vida, parece duplicar a la que sufrieron los ejércitos aliados en la batalla de Waterloo». Richard Baron Howard, un médico asistente del comisionado para la aplicación de la Ley de pobres, describía así la situación en Manchester: «[calle enteras] seguían sin asfaltar y sin desagües ni cloacas, tan cubiertas de basura y materias excrementicias como para ser casi intransitables por culpa de la profundidad del fango, al que hay que sumar un hedor insoportable. En muchos de esos lugares se ven retretes en el más asqueroso estado de suciedad, pozos negros abiertos, desagües atascados, acequias a rebosar de agua estancada, pilas de estiércol, pocilgas, etc que despiden los olores más abominables». ¿Racionalización del mundo? ¿De qué mundo? ¿Para quienes?
GA admite que no ha definido racionalidad (noción que usa con mucha profusión) a lo largo de las 290 páginas de su libro. Reconoce que debió haber explicitado su concepto. Lo hace en su artículo: «Racionalidad» es, básicamente, proceder en el mundo guiándose por el peso de las pruebas y las leyes de la lógica. Hubiera sido excelente que GA desarrollara un poco más su noción de prueba pero podemos entendernos: demostraciones formales correctas y/o hechos o resultados establecidos y positivamente contrastados. Tampoco lo de las leyes de la lógica está del todo claro sobre todo si GA piensa que el discurso humano racional se guía y debe guiarse siempre por las leyes de la lógica proposicional, bivalente o multivalorada, o, pongamos por caso, por las de la lógica cuantificacional de primer o segundo orden. Es igual. También nos podemos entender. Si la noción que defiende GA de racionalidad es esa (y puede ser parte, en mi opinión, de una noción de racionalidad más completa), y ello evita las conjeturas inverosímiles, los desvaríos especulativos e incluso el lenguaje pretencioso (marcas posmodernistas en algunas de sus variantes), añadiré que esa aspiración, la suya, es recomendable, pero que no siempre es fácil de alcanzar y que, en ocasiones, vemos la paja (o los montones de paja) en el ojo ajeno y no somos conscientes del inmenso pajar que puede inundar nuestra propia mirada, la mía en primer lugar desde luego. Como GA formula varios sarcasmos sobre la claridad y profundidad de las ideas de los posmodernistas me ubicaré en ese territorio para argüir que no siempre es fácil estar libre de esos pecados.
Me sitúo en la introducción de su libro (p.15 y ss). Primer párrafo: «Algunas [personas] creen, por ejemplo, que la posición de los astros en el momento del nacer determina los acontecimientos del resto de sus vidas. Otras creen que la aplicación en cantidades diluidas de sustancias que generan males sirve para combatirlos». Si el segundo fragmento se refiere a la homeopatía, está mal redactado. Segundo paso. «Es muy triste observar que en las librerías hay más libros de astrología que de astronomía, pero al menos tenemos el consuelo de que en otras hay muchos libros sobre ciencia y filosofía y pocos sobre creencias irracionales». El primer «las» debería ser un «unas» o un «algunas». Tercero: «Precisamente se convocan [las manifestaciones] para protestar contra algo. Y puesto que la actitud posmoderna es fundamentalmente rebelde, en tanto pretende rechazar las reglas impuestas por la racionalidad, resulta natural que los grandes gurús del posmodernismo encabecen todo tipo de manifestaciones». En España, por supuesto, los posmodernos no encabezan ni una sola movilización hasta la fecha, pero si lo hicieran, bajo la premisa de su rebeldía antirracionalista apuntada por GA, no podrían encabezar todo tipo de manifestaciones. Cuarto paso: «Escriben [los profesores posmodernistas de las mejores universidades del mundo] en los diarios de mayor circulación mundial, son entrevistados por las personalidades más famosas de televisión, y los gobiernos les piden a menudo opiniones y consejos sobre asuntos militares, económicos, políticos y culturales» ¿Los gobiernos? ¿El gobierno boliviano, por ejemplo, ha pedido consejo alguna vez a algún gurú del postmodernismo? ¿Qué gobiernos, qué consejeros? ¿Obran cómo obró el que fue consejero de Miss Thatcher, el sesudo racionalista, sir Karl, el físico y filósofo ilustrado? Quinto párrafo: «Son [los defensores del postmodernismo], por así decirlo, estrellas del rock en el mundo académico. Los jóvenes estudiantes desearían ser como ellos». Como es evidente también, no son los jóvenes estudiantes, sino algunos de ellos, si es el caso, los que aspiran o desean ser como ellos. Mis dos sobrinas, universitarias ambas, están alejadas de estos deseos. Hay miles y miles como ellas.
Las leyes lógicas y el pensamiento crítico tampoco están totalmente presentes en otros fragmentos del libro. En el primer capítulo del libro, «Usos y abusos de la izquierda», por ejemplo. Señala aquí GA: «Su inconformidad con el sistema ha vestido de rojo al posmoderno, y su participación en las manifestaciones contra la racionalidad moderna y sus derivados parece ser evocadora de las heroicas barricadas de las revoluciones europeas de 1848». Así, prosigue, el posmoderno ha venido a ser identificado como un movimiento fundamentalmente de izquierdas. «Después de todo, el capitalismo (objeto de ataque de toda la izquierda) se ha construido sobre la base de una racionalidad técnica que busca maximizar las ganancias a toda costa». El posmoderno, sostiene GA, «está en contra de todo sistema que emplee la racionalidad técnica; por tanto, está en contra del capitalismo. Parece lógico, en consecuencia, que el posmodernismo sea de izquierda pero… el uso de la lógica nos conduce también a pensar que, aunque todos los posmodernos puedan ser izquierdistas, no todos los izquierdistas son posmodernos». No comento el primer paso de la reflexión que sorprendería a cualquier lector informado sobre los acontecimientos de 1848 y sobre el papel político (diverso, no unitario) de los posmodernismos ni su disparatada, en mi opinión, vinculación general con la izquierda (Jameson, Eagleton, Kohan, Luis Martín-Cabrera, han dicho cosas esenciales sobre esto último). Más allá de ello: el capitalismo, como es sabido, no es objeto de ataque de toda la izquierda (un término que GA considera muy vago), si en esta incluimos (como parece que él incluye) a la socialdemocracia y acaso al social-liberalismo. El tal capitalismo no se ha construido de ninguna de las maneras, ni en Occidente ni en Oriente, ni en el Norte ni en el Sur, sobre la base de ninguna racionalidad técnica en minoría unitaria sino, fundamentalmente, sobre la expropiación de los bienes comunes, la explotación inmisericorde de la fuerza de trabajo y el dominio sobre países y territorios que ha subyugado y empobrecido. Es más que dudoso que el posmodernismo, en todas sus variantes, esté en contra de todo sistema que emplee -no que reduzca todo a- la racionalidad técnica. Que una corriente de pensamiento esté en contra del capitalismo no implica que simpatice forzosamente con la izquierda. Thomas Carlyle, un sabio reaccionario, entre mil ejemplos más, es ejemplo de ello. Una de sus reflexiones: «La indiferencia brutal y el aislamiento insensible de cada cual en sus intereses particulares se vuelven más repugnantes y ofensivos […] Aquí se lleva al extremo la disolución de la humanidad en mónada, cada una de las cuales tiene una esencia y un propósito aparte, el mundo de los átomos». Por lo demás, efectivamente tiene aquí razón GA, el uso de la lógica nos conduce a pensar que aún suponiendo -¡y es mucho, muchísimo suponer!- que todos los posmodernos son de izquierdas (no es el caso empíricamente), no todos los ciudadanos de izquierda tienen que ser forzosamente posmodernos. De acuerdo.
A mi pregunta sobre si lo racional es lo científico y ya está, GA responde: «en buena medida, sí, lo racional es lo científico y ya está». La actitud científica, como ha señalado anteriormente, exige guiarnos por el peso de las pruebas y las leyes de la lógica; en eso consiste la racionalidad. En el momento en que abandonamos el peso de las pruebas y las leyes de la lógica abandonamos la racionalidad para GA. «En buena medida» y el «abandono del peso de las pruebas y leyes» son cláusulas muy favorables para su posición pero, si no ando muy errado, lo que viene a defender es que en determinadas circunstancias, o en casi todas ellas, debemos no orillar las leyes lógicas esenciales y las pruebas sobre las que hay consenso. Condiciones necesarias, por supuesto, pero en absoluto suficientes. ¿Fue justo o no lanzar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki? ¿Debemos o no debemos admitir la privatización de los bienes esenciales de la humanidad? ¿Puede justificarse de algún modo el imperialismo de los derechos humanos que GA parece defender? ¿Debemos dejar la investigación y la ciencia crecientemente en manos privadas? ¿Qué pruebas, qué leyes lógicas son suficientes para responder racionalmente a esas preguntas?
GA señala que me opongo a su apreciación positiva del papel histórico de la ciencia como institución. Me recomienda leer varios libros: Sagan, Dawkins, Steele para que me forme «una idea clara y precisa de lo heroica que ha sido la gesta científica de los últimos cuatro siglos y lo agradecidos que debemos estar a Galileo, Newton, Darwin y tantos otros científicos». Hay mucha cera a comentar en esta consideración, no me puedo centrar en ella, y correspondo, eso sí, con otra recomendación en honor de un historiador de la ciencia, antiguo profesor mío, recientemente fallecido: Antoni Beltrán, Talento y poder. Fue Laetoli quien editó este libro imprescindible del malogrado y querido filósofo, profesor, historiador y ciudadano ilustrado.
Qué tiene de pueril decir, con Juan José Sebreli, que la tecnología posee un enorme potencial para hacer nuestro planeta más limpio, a la vez que vencemos muchos obstáculos que se oponen a la satisfacción humana, me pregunta GA. Nada. Pueril es no darse cuenta de las otras dimensiones, cada día más evidentes, de la tecnociencia contemporánea, lo que, innecesario es apuntarlo, no implica rechazo alguno a la ciencia y a la técnica, pero sí mirada crítica de esa ciencia y de esa tecnología, la realmente existente, orientada, abonada y al servicio en muchos casos del Capital. Ser «cientificista», que no equivale sin más a ser amigo o admirador de conquistas científicas, puede no ser motivo de vergüenza si uno no olvida las otras dimensiones oscuras y trágicas del (servil en ocasiones) saber contemporáneo. Un filósofo de la ciencia, lógico, marxista y muy alejado de todo posmodernismo, como Manuel Sacristán, lo expresó en estos términos: «lo malo (poliéticamente) de la ciencia actual es que es demasiado buena (gnoseológicamente)». Este es un punto nodal para cualquier pensador ilustrado.
Es falso acaso, me pregunta GA, que hasta el momento no se ha documentado ningún efecto nocivo de los transgénicos sobre la salud. El asunto es muy importante pero me es imposible explicarme con detalle (aunque la formulación usada me hace pensar de nuevo en el cientificismo que creo que enmarca, espero equivocarme, el pensamiento del autor). Brevemente: el Registro de Contaminación Transgénica, gestionado por GeneWatch del Reino Unido y Greenpeace Internacional, han documentado en los últimos 10 años más de 216 casos de contaminación transgénica en 57 países, incluidos 39 casos en 2007.Monsanto y las otras empresas biotecnológicas no han ignorado que sus cultivos transgénicos contaminan otros cultivos. Es más, para algunos investigadores, esa fue parte de su estrategia para forzar al mundo a aceptar los organismos genéticamente modificados. De hecho, en 2012, un equipo científico liderado por Gilles-Éric Séralini publicó en la revista Food and Chemical Toxicology, luego de una revisión de meses por pares, un artículo mostrando que ratas de laboratorio alimentadas con maíz transgénico de Monsanto durante toda su vida desarrollaron cáncer en un 60-70% (contra 20-30% en el grupo de control), además de problemas hepato-renales y muerte prematura. La revista que lo publicó se ha retractado. Empero, y es altamente significativo, las razones esgrimidas no las aplica a estudios similares financiados o apoyados por la corporación implicada, por Monsanto. El editor admite, además, que el artículo de Séralini es serio y no peca de ninguna incorrección. Añade: pero los resultados no son concluyentes. El mismo caso de un enorme número de artículos científicos. Es parte del proceso de discusión científica y del avance de la ciencia. ¿Cuándo vino la retractación? Cuando la revista contrató como editor especial a Richard Goodman, un ex funcionario de Monsanto. El caso, señala Silvia Ribeiro, «recuerda la persecución que sufrió Ignacio Chapela cuando publicó en la revista Nature que había contaminación transgénica en el maíz campesino de Oaxaca». El equipo de Séralini, por si fuera necesario, explicó que el número de ratas usadas era el estándar en los países de la OCDE en experimentos de toxicología, pero que, ciertamente, para estudios de cáncer se usa un número mayor. Su estudio no buscaba cáncer, «sino posibles efectos tóxicos lo cual quedó ampliamente probado».
Sus fugaces críticas, señala finalmente GA, dan pie a pensar que López Arnal coquetea con el relativismo cultural, se opone a los transgénicos, niega el aporte cultural de Occidente a otras regiones del mundo y opina que supuestos sistemas de conocimientos alternativos a la ciencia son «racionales». Respondo para tranquilizarle: no coqueteo con el relativismo cultural (y menos con el moral) mal entendido; me opongo a los transgénicos (por resultados y principio de precaución) como numerosos científicos y activistas (acabo de comentarlo); no niego aporte cultural alguno de Occidente pero pongo énfasis en los aportes nada culturales de la práctica político-histórica de Occidente y suelo recordar los aportes culturales, en los que suele habitar el olvido, de otras civilizaciones (la hindú, la china o la árabe por ejemplo) y creo, como GA, que algunos sistemas de conocimientos llamados «alternativos» no tienen nada de alternativos (son, además, una profunda estafa cultural y política: véase Ciencia en el ágora, El Viejo Topo, Barcelona, 2012) pero creo, en cambio, que sistemas de conocimiento (que nadie afirma que sean alternativos a la ciencia), que no son científicos propiamente, no son despreciables. Por ejemplo, el saber popular transmitido a lo largo de generaciones y generaciones o, por poner otro ejemplo, técnicas médicas, sin justificación científica completa, practicadas en otras culturas cuyo valor y eficacia (en sus justos límites) no parece racional ni razonable despreciar.
Un punto muy marginal. Algunas de las aproximaciones políticas críticas de GA toman pie o parecen alimentarse de uno de los libros más conservadores y falsarios que conozco: El conocimiento inútil (está en su bibliografía con un comentario: «Una colección de ensayos en varios de los cuales se reseñan los giros históricos de la izquierda»). No logro ver que a estas alturas de nuestras vidas Jean François Revel, un autor recomendado por Vagas Llosa y Savater en su día, sea un escritor que merezca reconocimiento. Ni por la izquierda ni por la derecha no extrema.
Dos notas finales. Wilhelm Liebknecht, padre de Karl, el espartaquista asesinado compañero de Rosa Luxemburg, escribió: «Friedrich Engels tenía una mente clara y brillante, no obnubilada por ninguna bruma sentimental o romántica; no veía a los hombres y las cosas a través de vidrios de colores o una atmósfera empañada, sino siempre en medio de un aire claro y brillante, y no se quedaba en la superficie, pues veía el fondo de las cosas e iba atravesándolas cada vez más».GA también tiene una mente clara y brillante pero, en mi opinión, a veces ha mirado a través de una atmósfera empañada y a veces se ha quedado en la superficie de algunos asuntos.
GA sigue sintiendo preocupación por el hecho de que el posmodernismo penetre en la izquierda. Compartimos preocupación en muchos casos. GA señala que yo aseguro estar lejos del posmodernismo pero al leer algunas de mis críticas cree que estoy más cerca de esa estafa filosófica de lo que estoy dispuesto a admitir (¿y si yo afirmara una cosa similar de él?) e incluso teme que éste es también el caso de algunos supuestos críticos izquierdistas del posmodernismo. No sé a qué críticos se refiere pero, en lo que a mi respecta, estaré muy vigilante y me comprometo a admitir, si llegara la ocasión, potenciales contagios que espero poder superar con estudio, matices y sin ira.