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Mazarino en Génova

Fuentes: eldiario.es

Con inquisitiva mirada, el cardenal italo-francés recorre los pasillos de la sede del partido gobernante. Acostumbrado al olor acre de la corrupción y las intrigas, lleva un par de semanas buscando, entre otras cosas, el origen de la filtración.

«Contradecirse a menudo es el signo más claro de infamia en una persona. Ten por cierto que el individuo que se contradice no tendrá ningún reparo en robarte».

Breviario para políticos, Cardenal Mazarino

No será cierto, pero cuentan que una voz, susurro metálico, aconseja a Mariano Rajoy en los ascensores de Génova. Con un peculiar acento, entre italiano y francés, la voz repite: «No olvides nunca que la mayoría de las emociones se leen en el rostro». Dicen, no será cierto, que el Cardenal Julio Mazarino (Pescina, Italia, 1602- Vincennes, Francia, 1661), recorre de noche los despachos de la sede madrileña del Partido Popular, capa roja, emblemas reales, bigote y perilla, dejando anotaciones con fina letra picuda sobre las mesas de los principales dirigentes.

El que fuera, tres años, libertino y enamorado estudiante de Derecho Canónico en la Universidad Complutense, capitán e inteligente diplomático, hombre de armas y de iglesia, alcanzó, en 1635, tras brillante carrera intermedia, el cargo de Nuncio Extraordinario en París. Instalado en la Ciudad de la Luz, naturalizado francés, Richelieu y Luis XIII le abrieron sus puertas.

Ahí empezó su ascenso: apuntando todo en un cuaderno (azul). «Hazte con un libro de registro en el que anotarás las palabras y acciones de tus amigos y subordinados». No será cierto, pero aseguran que ha comprado docenas de ejemplares de las dos ediciones circulantes en español de su atribuido (y póstumo) manual de procedimiento: el Breviarium politicorum.

Según sea su interlocutor, según su vanidad, maneras y condición, regala, en un sobre escarlata, uno u otro texto. Ora el Breviario para políticos (DeBolsillo, 2007), con divertido prólogo de Umberto Eco, ora el Breviario de los políticos (Acantilado, 2007), traducción de Alejandra de Riquer. A diferencia de los escritores, deseosos de estampar su firma en su obra impresa, Jules Mazarin, cardenal de la Iglesia Católica (1641) y, meses después, ministro de Estado francés (1642) por recomendación de Richelieu, no suele escribir dedicatorias pese a la insistencia de los fetichistas: «No escribas nunca en una carta nada que pueda tener consecuencias, en caso de ser leído, por un tercero».

Hace unas semanas han aparecido en la prensa (independiente) una serie de documentos comprometedores. Se trata de un cuaderno de asientos contables, fotocopias, del antiguo tesorero del PP, ex senador por Cantabria y diestro esquiador Luis Bárcenas Gutiérrez (dimitió, provisionalmente, del cargo en el PP en julio de 2009 al ser imputado por el Tribunal Supremo por el caso Gürtel), en el que figuran, anotadas con minuciosidad, docenas de operaciones. A día de hoy se ignora la autenticidad de los mismos aunque todo apunta a eso que se llama, en general, financiación irregular (ilegal).

Añádase, además del dietario contable, una serie de cuentas bancarias en Suiza, con elevados saldos de dudosa procedencia, el pago de distintos favores y generosos sobresueldos en dinero B. Igual que, años atrás, la Fundación Ideas del PSOE contrató al sociolingüista de Berkeley Georges Lakoff para impulsar su comunicación política, el Cardenal Mazarino ha sido nombrado por Mariano Rajoy, no sin oposición interna, investigador plenipotenciario para la resolución del affaire Bárcenas.

Con inquisitiva mirada, el italo-francés recorre los pasillos de la sede del partido gobernante. Acostumbrado al olor acre de la corrupción y las intrigas -superó un complot nobiliario contra su persona-, lleva un par de semanas interrogando, sutilidad de confesionario, a enemigos, díscolos y afines del presidente buscando, entre otras cosas, el origen de la filtración. Conocedor de que el periodismo de investigación ha (casi) desaparecido, Mazarino huele el aire de la traición.

Dicen, no será cierto, que Esperanza Aguirre y el Cardenal conversaron, sentados en un banco del Parque del Retiro, al aire libre, lejos de posibles escuchas e indiscretos micrófonos, por expreso deseo de la dirigente madrileña. Enigmática, la Señora Aguirre, sonriendo ante una nube de periodistas declaró: «El Cardenal me ha dicho: si tienes que abandonar un cargo, evita que tus sucesores posean capacidades visiblemente superiores a las tuyas».

A media tarde, el Cardenal y Rajoy se reúnen. Aficionados a los placeres mundanos, el Cardenal ha descubierto el tabaco rubio emboquillado que consume con delectación. Mazarino instruye al presidente con los recuerdos de su participación en el Tratado de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta años, y sugiere estrategias y comportamientos. Sabedor de que la política de partidos, en las democracias de mercado e imagen, exige tantas verdades como mentiras, le ha propuesto, según comenta González Pons en Twitter, «ejercitarse para poder defender en cualquier circunstancia tanto una opinión como la contraria y, para ello, estudia los tratados de retórica y los grandes alegatos de los logógrafos» (hoy llamados spin-doctors).

Inquieto por la pérdida de popularidad (grado de aceptación) de su Gobierno, Rajoy justifica sus excepcionales medidas, habano en ristre, así como el incumplimiento de las promesas electorales. Alemania, repite, siempre Alemania. Mazarino alcanzó el poder máximo a la muerte de Richelieu y fue designado Primer Ministro en 1643, bajo la regencia de Ana de Austria, en nombre del futuro Luis XIV.

La guerra, acabó con la Paz de Westfalia, nos costó una fortuna -repite el prelado- y tuve que imponer, también, severas medidas de austeridad que mermaron, mucho, el cariño del pueblo hacia mi persona. «No desdeñes las donaciones de dinero, por módicas que sean, y en la medida en que puedas evita los gastos en general», recuerda Mazarino. El Cardenal frunce el ceño cuando Rajoy le recuerda, por incordiar, que Francia apoyó la sublevación catalana y que su intromisión no cejó hasta la Paz de los Pirineos (1659). Vosotros apoyasteis las insurrecciones de la Fronda y, además, fue una guerra global, ataja, severo, el Nuncio.

«Siempre ha habido dinero negro en los partidos y siempre lo habrá», ha declarado Jorge Verstrynge, antiguo secretario general de AP (antecedente del PP), en reciente entrevista en esta misma casa. El affaire Bárcenas, igual que el caso Gürtel, atañe -al margen de los convolutos de los trapisondistas de siempre- al núcleo duro de la democracia: los partidos, su transparencia y funcionamiento.

El PSOE de González superó su ilegal Rubicón (Flick y Flock, Filesa et al.) sin mayores pérdidas, entregando solo la cabeza de algún responsable menor. Los excesos se pagan con retraso. Es posible que el PP salga mal parado de este lance ya que, a diferencia del PSOE de González al que la ciudadanía perdonaba todo, el PP está en entredicho y su ministra de Sanidad, Ana Mato, candidata a «pija madrileña» (del llamado clan de Valladolid de Aznar), es cuestionada por los medios de comunicación.

El Cardenal, consciente de que corrupción y cultura política católica corren de la mano, insiste con Rajoy: «Si prevés que vas a tener gastos extraordinarios, asegúrate antes de que dispones de los fondos necesarios. Si fuera preciso, inventa un medio de aumentar tus ingresos para no quedarte nunca al descubierto.»

Abierta la investigación judicial de los «papeles de Bárcenas», con ramificaciones mediterráneas en la trama Gürtel y conexiones colaterales con miembros, incluso, de la casa Real, no parece este un asunto que se pueda cerrar con facilidad. Mazarino es consciente de las complicaciones de su misión, averiguar qué se esconde detrás de los cuadernos fotocopiados, y repite su letanía: «No confíes nunca secretos a nadie».

Umberto Eco, en el prólogo de edición citada, explica con ironía: «Mazarino nos ofrece una imagen espléndida de la consecución del poder mediante la pura y simple manipulación del consenso». Por los pasillos de Génova, el Cardenal, manos entrelazadas a la espalda, Andreotti de armiño, va dejando huellas a su paso: todos inquietos, todos sospechosos.

Por razones obvias, Mazarino no pudo leer el trabajo de Buchanan y Tullock, El cálculo del consenso. Fundamentos lógicos de la democracia constitucional (Espasa, 1980), aunque imaginó, siglos antes y en su provecho, el contenido.

La noche cae en Génova. Terminada la reunión, Rajoy y el Cardenal bajan en el ascensor. La voz, susurro metálico, no suena. Ambos tienen compromisos para cenar. Rajoy, según su gabinete, con un grupo de empresarios extranjeros. Fuentes cercanas al Cardenal han filtrado una cita con el ministro de Justicia al que regalará, continúa el informador, una edición príncipe del Oráculo manual y arte de prudencia publicada en Huesca en 1647. En el portal de la sede Mazarino enciende un pitillo y recuerda el final de su panfleto. «Cuidado: tal vez en este mismo momento alguien -¡a quien no ves!- te está observando o escuchando».

Fuente: http://www.eldiario.es/zonacritica/Mazarino-Genova_6_102949716.html