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Mazón, Juan Carlos I y cía: el victimismo de los «grandes» hombres

Fuentes: La Marea

A poco más de un año de la catástrofe de la DANA en València, Carlos Mazón dimitió finalmente como president de la Generalitat. La gota que colmó el vaso: los abucheos e improperios que recibió en el funeral que se celebró en honor a las víctimas (y al que se le solicitó que no asistiera).

Tras este episodio, en el PP se percataron de que Mazón no era muy querido entre una parte sustancial de la ciudadanía valenciana (apenas les llevó un año darse cuenta) y entonces hubo una comparecencia… A decir verdad, el president no dijo en ningún momento de forma explícita que dimitía y, sobre todo, no pidió disculpas por apenas nada.

Durante el año en el que resistió en el cargo le sobró tiempo para dar infinidad de versiones distintas del porqué no se enviaron los avisos correspondientes antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, todo ese tiempo parece que no fue suficiente para llegar a un acto de constricción y de sinceras disculpas por todo lo ocurrido. No. El foco de su comparecencia se puso en toda la presión recibida, en el abandono institucional y en lo mucho que ha sufrido. ¿Acaso no merecen nuestra compasión los negligentes?

Aún más recientemente, se han comenzado a filtrar fragmentos de las memorias de Juan Carlos I. Cabe reconocer que en este caso parece que el susodicho está siendo muy fiel a la literalidad del formato. Todo lo que narra parece no tener que ver mucho con los hechos acontecidos sino con cómo él los recuerda en su cabeza, con sus impresiones personales y sus juicios de valor. Por los fragmentos que han trascendido, parece un tanto despechado con su hijo y, en general, maltratado por los políticos, los medios de comunicación y buena parte de la opinión pública española.

Sin duda alguna, el culmen de esta actitud quejosa la encontramos en algo que podría haber sido obra de los Chanantes: “Soy el único español que no cobra pensión tras cuarenta años de servicio”. Pobre hombre. Y esto lo escribe en el mismo texto en el que reconoce que no podía rechazar un regalo de 100 millones de dólares por parte de la monarquía saudí, por ejemplo. Pero no cobra pensión. Y eso es tremendamente injusto. Después de todo lo trabajado por España, después de su recto y ejemplar comportamiento en todos los registros y ámbitos… ¿Acaso no merecen nuestra compasión los nobles?

Durante esta semana también han aparecido imágenes y declaraciones del juicio al fiscal general del Estado por la presunta filtración de información sobre Alberto González Amador, pareja de Isabel Díaz Ayuso y también presunto defraudador de impuestos. Este caso tiene muchas aristas pero, para hacerlo breve, han trascendido unas declaraciones de González Amador en las que atestigua sentirse acorralado por la persecución no solo judicial sino, sobre todo, política y mediática que lleva sufriendo desde hace dos años. La guinda del pastel: “O me voy de España o me suicido”. La situación se le ha tornado tan insostenible y su mente ha quedado tan obnubilada por el maltrato sufrido que la posibilidad de regularizar su situación fiscal parece que ni se le llegó a ocurrir. ¿Acaso no merecen nuestra compasión los presuntos defraudadores?

Estos tres casos recientes muestran unas similitudes asombrosas. En general, lo que une a los tres es una sensación de maltrato recibido, de discriminación o de sufrimiento inmerecido, lo que los lleva a una profunda victimización de la que no parecen comprender su carácter ridículo. Y tal vez esta falta de comprensión de lo risible de su victimización tenga que ver con que no han sido capaces de ir más allá de sus propios intereses y de su propia perspectiva para comprender cuál es la percepción de sus actos que tienen los demás.

Al victimizarse, Mazón hiere a quienes realmente sufrieron las consecuencias de sus actos presumiblemente negligentes, Juan Carlos I ofende a quienes se han ganado la vida honrada y humildemente y a duras penas tienen una pensión mínima (y a veces ni eso), mientras que González Amador enerva a quienes saben de primera mano que la salud mental es algo extremadamente serio y con lo que no cabe frivolizar (ni tan siquiera en aras del legítimo derecho a la defensa en un juicio).

Pero me atrevería a decir que el escozor se siente no solo en quienes se ven afectados o interpelados directamente, sino en todos aquellos que son capaces de comprender la frívola gravedad de sus aseveraciones. Es decir, duele y escuece a quienes tienen empatía.

De alguna forma, a través de altavoces como el de Pablo Motos en El Hormiguero, hace ya un buen tiempo que algunas voces se quejan de que ya no se puede decir nada en libertad. Pero a la vista de los Mazón, Juan Carlos I, González Amador y cía lo que tal vez quepa pensar es que lo que quieren esas voces no es poder decir lo que les dé la gana, sino que no se les conteste, que no se les cuestione ni replique, que se sienta empatía para con ellos y la pérdida de sus privilegios, pero no para con quienes fueron víctimas (directas o indirectas) de sus presuntas tropelías.

Este artículo ha sido publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.

Fuente: https://www.lamarea.com/2025/11/07/mazon-juan-carlos-i-y-cia/