Un tal Ortega Smith, por lo visto número 2 de ese partido con nombre en latín (que por cierto no le cuadra nada porque todos sus líderes son ignorantes), afirmaba sin despeinarse en una entrevista reciente en televisión, refiriéndose a PP y Ciudadanos: «Es que en cuanto les llaman fachas, se arrugan«, poniendo de manifiesto […]
Un tal Ortega Smith, por lo visto número 2 de ese partido con nombre en latín (que por cierto no le cuadra nada porque todos sus líderes son ignorantes), afirmaba sin despeinarse en una entrevista reciente en televisión, refiriéndose a PP y Ciudadanos: «Es que en cuanto les llaman fachas, se arrugan«, poniendo de manifiesto la supuesta cobardía de estas formaciones políticas, y la supuesta valentía de la suya. Vamos, que esta gente de Vox está envalentonada, y sin complejos de que los llamen «fachas». Bien, elogio la valentía, claridad y sinceridad de este personaje, y como parece que en el bando de la izquierda no hay aún quien le haya contestado, voy a darme el gusto de contestarle yo mismo. Y lo voy a hacer, de entrada, con la misma sinceridad que Ortega Smith ha puesto sobre el tapete: No sé cuánta gente en la llamada «izquierda» de hoy día podrá decirlo, pero en mi caso lo tengo clarísimo: A mi me llaman comunista y no me arrugo. Porque si el bando de la ultraderecha se jacta de dicha valentía…¿es que vamos a ser nosotros, el bando de la izquierda, menos que ellos? Tenemos incluso muchas más razones que ellos, pues representamos la dignidad de un pueblo, mientras ellos representan la barbarie.
En efecto, la izquierda comunista, marxista, republicana, federal, socialista, laica, participativa, solidaria, pacifista, feminista, ecologista…en fin, la izquierda verdaderamente transformadora donde presumo estar, representamos la dignidad de un pueblo cuya democracia republicana fue arrebatada por la fuerza por un General felón, desleal, traidor y golpista (aún no he escuchado a esta derecha llamar así a Franco, aunque se lo han llamado muchas veces a Pedro Sánchez), para entregar el país a las hordas fascistas que él representaba, y después de dejar destruido al país en una cruenta guerra que duró tres años, pasó a gobernarlo con mano de hierro durante casi 40 más de dictadura horrorosa (por cierto, esa sí era una dictadura, y no la de Nicolás Maduro). Así que no me arrugo al afirmar que no sólo la momia del dictador debiera salir de Cuelgamuros, sino que todo ese horrible Valle de los Caídos debiera ser destruido en demolición controlada, comenzando por la inmensa cruz, para que así dejáramos de ser esa «reserva espiritual de Occidente», y pasáramos a ser la «reserva comunista de Occidente».
Soy comunista a mucha honra, y no me arrugo si me lo llaman. Como tampoco me arrugo si me llaman anticapitalista, antiimperialista, soñador, idealista o utópico, porque de todas esas cosas me enorgullezco. El problema está en que cierta parte de la izquierda, como parece ser que también ocurre en la derecha, se arruga si se le llama estas cosas, o si se les identifica por estos ideales. La izquierda extrema y transformadora, la que no se arruga, defiende con valentía por ejemplo que Nicolás Maduro es el Presidente legítimo de Venezuela, y que adoramos la Revolución Bolivariana, y que aquí no hemos tenido la suerte de tener jamás un líder político como Hugo Chávez o Fidel Castro. Amo la Revolución Bolivariana, y también la Revolución Cubana, y no me arrugo al proclamarlo.
Como también admiro a esa parte de Cataluña que está intentando derribar, con sus estrechas posibilidades, al Régimen del 78, porque conseguir la independencia de Cataluña será como arrancar un pedazo de él, y por tanto, debilitarlo. Así que no me arrugo y grito ¡Viva el Procés! y ¡Visca Catalunya lliure! Porque los comunistas y la izquierda transformadora, estamos por el derecho de autodeterminación de los pueblos, en vez de por el poder y la opresión de los Estados-nación. Así que sería la primera gran piedra para, a continuación, proceder a la demolición incontrolada del Régimen del 78, que culminaría con una nueva Constitución surgida de un Proceso Constituyente que diera de nuevo la voz al pueblo para decidirlo todo. Mientras, deberíamos acabar con los privilegios de la Iglesia Católica, esa perversa organización que siempre está al lado de gente como la de Vox (el Prior del Valle de los Caídos ha declarado sin despeinarse: «No se llevarán a Franco»), y que no permite que el pueblo avance en cualquier aspecto del progreso social. Así de esta forma, deberíamos potenciar la educación pública universal, en todos los ciclos de enseñanza, desde la infantil hasta la universitaria, y eliminar todos los centros de educación concertada, que pasarían al ámbito público. De esta forma, podríamos volver a enseñar a los alumnos las mismas cosas que ya les enseñaban los profesores republicanos antes de 1936, que fue uno de los períodos más ricos en cuanto a enseñanza libre se refiere. Fuera el adoctrinamiento religioso de las aulas, así como la implicación de la Iglesia en los asuntos públicos.
Precisamente soy comunista porque me inspiran los valores del republicanismo democrático, tales como la libertad material, la enseñanza libre, la laicidad, el feminismo, la ética y la dignidad públicas. Y no me arrugo tampoco (ojalá toda la gente que se proclama de izquierdas no lo hiciera) al declarar que persigo un modelo social que se rija por la defensa y potenciación del sector público, por la nacionalización de todas las grandes empresas de los sectores estratégicos de la economía (energía, agua, transportes, banca…), así como un modelo económico que erradique las profundas desigualdades sociales que padecemos, con medidas como el control sobre la riqueza de las personas y corporaciones, la persecución de los paraísos fiscales, un modelo fiscal progresivo y justo, el repudio a la deuda pública que se declarara ilegítima, odiosa o insostenible, la implantación de una renta básica universal, incondicional e individual, la erradicación de todos los tipos de pobreza, y la globalización del trabajo decente, público, útil, sostenible, suficiente, repartido y necesario desde el punto de vista comunitario y social. Soy comunista, y no me arrugo al decirlo, porque persigo una sociedad más justa e igualitaria, y en este sentido, más social, más ética, más comunitaria y más avanzada. Soy comunista porque persigo un modelo de sociedad donde la dignidad y la ética, la valentía y la integridad presidan en todo momento los valores de la población, así como de nuestros políticos, pues es la única manera, y no me arrugo al decirlo, de acabar con la corrupción en los asuntos públicos.
Y por supuesto, no me arrugo al proclamar que deseo y lucho por un país donde no existan reyes ni vasallos, príncipes ni princesas, armas ni ejércitos. Un país donde las Fuerzas Armadas defiendan no a un trapo de colores que llaman «bandera nacional» (que además puede ser cambiada por la fuerza, como ocurrió tras la victoria franquista), no a una «patria» entendida como un territorio y unas fronteras, sino a la gente, a las personas, a la población, a los pueblos, a las comunidades, a los vecinos. Unas Fuerzas Armadas que han de inocularse el germen de la democracia, para que lo vayan incubando durante algún tiempo, y entiendan de una vez por todas que a quien hay que defender es al pueblo, no a la nación. Porque nación, país, Estado, incluso entidades supranacionales, son construcciones políticas de nuestro tiempo, recientes en la historia, pero ajenas absolutamente al verdadero valor del pueblo, contrarias a su esencia. Lo que hay que construir es pueblo, comunidad, comunismo, igualitarismo. Lo que hay que construir es sociedad, y no valores individuales. Lo que hay que construir es cooperación y fraternidad, y no competitividad y enfrentamiento. Todos estos valores forman de verdad la patria, da igual el trapo de colores que lo identifique. Si no existen estos valores, aunque podamos tener la bandera más bonita, no tendremos patria, no tendremos pueblo, no tendremos sociedad, sólo tendremos la selva, la barbarie.
Y todo ello, bien mezclado y aderezado, para ser plasmado en una nueva Constitución, que no se arrugue en su articulado, al llamar a las cosas por su nombre. Una Constitución basada en dos enormes pilares, en dos losas inmensas que proyectan su fuerza a todo el contenido del texto constitucional:
1.- Los Derechos Humanos. Pero no sólo el ser humano debe ser sujeto de derechos, sino también la propia Naturaleza que nos alberga en su seno, así como el resto de seres vivos que la habitan. Y como plasmación de estos derechos humanos y del reconocimiento y escrupuloso respeto de los mismos, la Constitución recogerá la proyección y correspondencia de cada uno de ellos con un servicio público fundamental. Así, estarán recogidos el derecho a la subsistencia (o si se quiere a la «existencia material», lo que garantizará la «libertad material» del conjunto de la ciudadanía), a la educación, a la sanidad, al trabajo, a la vivienda, a la justicia, a la seguridad, a la igualdad, a la información, a la cultura, a la muerte digna, a la libertad de expresión en todas sus manifestaciones, más todo el conjunto de derechos emergentes de nueva generación que se han documentado en varias fuentes, tales como el derecho a la paz, el derecho a los cuidados, el derecho a un entorno limpio y sostenible, etc. La Constitución recogerá también los derechos de todos los animales, así como una amplia visión animalista.
2.- La Democracia Plena. Hay que volver a recuperar la «soberanía popular», que no la «soberanía nacional» que declara la actual Constitución. El valor supremo de la Democracia llevado a todos los rincones de la sociedad, a todos sus ámbitos, a todas sus facetas, a todas sus manifestaciones, a todas sus instancias. La democracia plena en todas sus formas, en todas sus modalidades, en todas sus acepciones, en todas sus vertientes, en toda su extensión. Y para ello, lo primero que tiene que declarar la Constitución es que se destierra el fascismo de nuestras mentes, pues no se puede ser demócrata si no somos antifascistas. El germen del fascismo, aún muy vivo en nuestro país (resultado de 40 años de dictadura más otros 40 de propina), debe ser eliminado. Cualquier actitud, pensamiento, juicio, comportamiento o manifestación que huela a fascismo no puede tener cabida. La Constitución debe declarar los valores supremos de la democracia socialista en su plenitud, y con todas sus formas, lo que incluye democracia representativa (elegir a los representantes de la ciudadanía ante las instituciones, una persona un voto…), democracia participativa (reforzar el tejido social y la organización civil, escaños ciudadanos, más potencia a las ILP, eliminación del Senado, un mejor reglamento de la Cámara, así como de las Comisiones de Investigación…), democracia decisoria (mejorar y potenciar la celebración de referéndums y consultas populares para cualquier asunto de interés general…), democracia revocatoria (posibilidad de destituir de sus respectivos cargos públicos ante situaciones de ilegitimidad, o incumplimiento del programa electoral…) y democracia económica (definiendo mecanismos de participación de los/as trabajadores/as en las decisiones empresariales, así como la participación pública y democrática del conjunto de la ciudadanía en las grandes empresas públicas…).
Sucintamente, este es mi proyecto de país, de sociedad, de comunidad. No me arrugo por ello, como no debiera arrugarse la que se llama «izquierda» de este país, a la que parece que le tiemblan las piernas cada vez que le llaman «comunistas». A mi me llaman comunista y no me arrugo.
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